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miércoles, 30 de diciembre de 2015

Dos

Digo cualquier cosa sabiendo que quien te cuenta son los ojos y las inflexiones en la voz, y al voltear con la sonrisa casi me olvidas, atrapado por lo que tardo largos segundos en sospechar es una luz sobre el filo de la cortina. Lo creo porque te he visto antes encandilarte con ella como si fuera la primera vez, y la sé para mí perdida según debiera, a menos de hacer el enorme esfuerzo de otros días. Gracias a él descubrí, por ejemplo, el justo vaivén de la rama al borde de la ventana, sin traducción para mí que estuve dale y dale en el intento de hacerlo palabras.
No puedo con tu mundo, hermano, me rebasa, me apabulla, me pierde en el desorden aparente donde tú por necesidad encuentras armonía. Desde el baño mamá pide que la ayude a bajarte por la rampa, le contesto que puedo solo, me recuerda cuánto has crecido. ¿Ves? Todo eso está en el juego de voces entre los dos. ¿Algo intuyes viniendo de lo que no atino si te vale llamar "ayer"? Algo, sí, me parece. Más lo olvidas en un tris. Qué caso tiene, dirás, en un decir.
Más de medio siglo después, cuando haya entre nosotros diez mil kilómetros, seguiré peleando con las palabras para decirte. La distancia no me separa, pues moro en ti y entonces es imposible precisar cuánto estoy frente al escritorio y cuánto entre la habitación y la terraza en las que mamá te hizo un reino a modo.