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sábado, 15 de abril de 2017

Desde la azotea IV

Reina el desorden y sobran y faltan cosas.
 
Tiempo de caminar 
Se deshizo del barullo de sábanas y mantas, anduvo los seis pasos hasta la puerta y al entrar en la sala topó con el golpe de la calle, certificación del valle inmenso y la ciudad desbordándolo, entre gruesos restos de la noche sólidamente construida con los días, que era mucho más que las costras de café en la taza o el altero de colillas. Sin reparar en ella, al cruzarla, en torno a la mesa vinieron cachos de veladas repetidas: la jactancia de una ficha de dominó tronando al cerrar inesperadamente, Tal con la mirada puesta quién sabe dónde, la obsesión de cosas perdidas en el silencio o en el desmayo de las palabras, la ojeada de él hacia fuera para cerciorarse de que la promesa en la comba grande de la noche seguía en su sitio. Luego los cojines gritones por coloridos, tirados sobre la alfombra, y la evidencia de aquella particular del día en la media docena de cajas de cartón con las tapas por fuera. Hasta la ventana, que se abrió precipitando la mañana apretada al vidrio, desesperada de aguardar, para barrer los restos de la víspera, disputándose los huecos hacia donde resbalaban las rutinas, diría el hombre consciente del discurso romántico que había elaborado para sobrevivir.
En el camino de regreso, acumulada en la memoria de él o en la del departamento, estaba la música que maniáticamente los acompañaba a ambos. Ora era la de un muchacho indagando la desolación y el vértigo con sus juegos de palabras en otro idioma, ora las diestras guitarras y la voz profunda de un hombre vestido de negro, al modo de los campesinos en domingo de un lugar distinto y próximo. 
-0- 
No puedo pasar la vida corrigiendo, nietos. Así se escribió esa viñeta a mis treinta años, y queda tal cual, como la siguiente poco antes.


El lodo de verdad 
Iba en los pericos de la línea San Pedro-Santa Clara, o en los Huixqulucan, deshaciéndome de las falsas apariencias según los camellones, los aparadores, los edificios de la capital se esfumaban y se saltaba la Sierra de Guadalupe o se cruzaba el Puente Negro. Pero volvía a encontrar esas falsas apariencias en la zona industrial. Si bien en esto y lo otro resultaban una mala caricatura que no engañaba nadie, en tal y cual aspecto sorprendía no sólo a los que como yo nos habíamos criado en las clases medias dispuestas a creer la más boba mentira, sino a los propios obreros.

Aunque no lo hacían siempre y muchas fábricas reproducían el tradicional estilo carcelario de su arquitectura, algunas de las plantas de la nueva iniciativa privada gustaban maquillarse con modernas, atractivas fachadas, que correspondían a sus anuncios publicitarios y al aspecto de sus productos en los aparadores de las tiendas.

A Manuel se le paraban los pelos de punta, al observar las desastrosas instalaciones que había detrás de los modernos traileres presumidos en las carreteras por su empresa.

Agustín tardó mucho en conciliar la vida en el interior de la empacadora en la cual trabajaba, y el criadero de perros que triturados al lado de carnes de la peor clase, terminaban convertidos en jamones y salchichas, con los pulcros artículos embolsados que salían de la última línea de producción y sus carteles y comerciales de tele.

Ramón no dejaba de sentir escozor al pasar junto al hermoso jardín de Formex, donde diariamente checaba tarjeta, y a la vuelta sortear como podía los escurrideros de materiales tóxicos que escapaban por la barda lateral. Y así hasta el infinito.

Una verdad más se hacía perdidiza allí: que la absoluta mayoría de los empresarios manufactureros habría fracasado no ya sin los extremos de explotación a su mano de obra, sino sin la abundancia y variedad de protecciones y subsidios que directa o indirectamente recibía del régimen: cierre de fronteras a la competencia, excepción de impuestos, creación de infraestructura, fuentes de energía casi regaladas; controles de precios a los alimentos venidos del campo, que hacían posible pagar bajos salarios; defensa de la pobre calidad de sus productos …

Mi gusto por los charcos de deshechos químicos, que PIT II entendía, resultaba de encontrar en ellos una especie de pus que revelaba esa realidad interior de las factorías. O al menos un parte, porque los trabajadores y trabajadoras hacían otra, en mucho emocionante, conmovedora e incluso hermosa.

A nadie daba la impresión de preocuparle, en cambio, el desastroso aspecto de las colonias. Sin embargo, hasta ellas llegaba el mundo de embustes públicos en los cuales vivía el país, cuando se requería. De modo que un día los vecinos de Xalostoc vieron aparecer cuadrillas de albañiles, carpinteros y pintores en la Vía Morelos.

¿Qué hacían, trabajando a toda velocidad, de día y de noche, a cinco metros de las viviendas del lado poniente? Su primera obra terminada resultó desconcertante. Era el frente de mampostería de un pulcro, colorido hogar, que por su buena altura traía a la memoria las casitas de los pueblos.

Al cabo de una semana se contaban por docena, sostenidas en la espalda por cimbras de madera, y si se les miraba desde la Vía habían borrado cuanto había detrás. Su porqué era simple: el señor presidente de la república estaba a punto de hacer una gira por el norte del estado, que iniciaría en ese punto.

Un par de años después, los restos de la escenografía permanecían, para completar el disgusto de los habitantes de la zona, que en la San Miguel llevó a las señoras a juntarse. Demandaban agua potable y drenaje, pavimento, alumbrado, una clínica del IMSS.

Yo podía hacer románticas imágenes con el lodo, porque pasaba en la zona unas horas al día. Quienes vivían en ella, no, según bien sabría Jorge el Celerín cuando de “agitador” de la Cooperativa se convirtiera en un obrero más de la Viveros:   

El agua era de pozo y a veces no llegaba o llegaba verde. Te bañabas y quedabas como Hulk, todo lleno de lama. En mi casa, que estaba junto a un baldío donde echaba desperdicios una fábrica, las ratas, que parecían conejos, se metían y anidaban entre los mosaicos. Cuando era tiempo de lluvias te hundías en la calle al caminar. Si te ponías enfermo era un pedo. Si tenías seguro pero te ponías mal en la noche, ¡no! Y si no tenías, ¡puta!       
El lodo, pues, era lodo, la cereza del pastel de carencias.


Última función
Como ayer, abro los ojos muy temprano, y cuidando no despertar a E, la Atrevida, salgo del cuarto. 
No fumo, según acostumbré por décadas, y tras una manzana hago los ejercicios que permiten a mis pulmones conservarse. Después sí, café y tabaco.
La poción mágica recién descubierta me permite eso y trabajar físicamente al ritmo de los jóvenes. Faltan días para que cumpla setenta años y debería entonces sentirme orgulloso, nietos, también por el orden del departamentito, antes hecho un desastre. No hay manera.
Ayer comprobé cuánto desafino todavía. Salto las reglas y doy con callejones que parecen sin salida. 
Cierto, a la vez certifico el absurdo alrededor: todo son falsas apariencias y se dicen tonterías al por mayor cuando la tierra entera grita y nuestra Red de agujeros no puede más. 
Vuelvo donde E y sus veinte años son un himno de vida. La replica Suertudo, el gato niño, personaje sin igual en nuestro vecindario, quien me sigue con esa prudencia que responde a mis cuidados.
-¿Te sientes orgulloso? -pregunta el abuelo.
-¿De qué podría? 
-Demos un paseo mientras ella duerme.
-Tu nueva tataranieta y no la amante que anoche creyeron descubrir los gritos de una señora al paso, porque jugábamos tocándonos y eso, bien se sabe, es para villanos... 
-Hay otra recámara.
-No chingues más, camarada, que no está el horno para mineros bollos.
-Ey, ey, vámonos respetando.
-¿Vas a pegarme como siempre...? ¡Ay, coño!
-¿Encima me remedas?
-Como en todo. ¿Quién tiró el ladrillo al capataz aquel?
-Gritaba muy feo a mi padre.
-Que por ello perdió el trabajo. Pretextoso.
El colmo: creyéndome emular al guía.
-Toma el cuchillo.
-¿Para?
-Cortarte las venas.
En fin, nietos. Les tocaron muy discutibles antepasados.
-Dedos -llama la Atrevida. 
-Miuau -pide su desayuno don Gato.
-Anda, huevón, a cumplir tus tareas -dígole al señor. -¡Ay!
-0-
Esta vez, y muchas antes, abuelo, no lancé piedras, simplemente fui un caos.
-Caminamos porque tropiezas -decía Ana. 
Ella me justificaba cualquier cosa y ahora no tengo veinte años. 
Si la Inesperada y las hermanitas y hermanitos cumplen el mismo papel, ahora resulta difícil hacerles caso. Los años gastan, E y S. Hace ya casi una década dije a Mía, hablando del diario asesinato del deseo, Aquí quedan solo huesos. Resistentes, es verdad, y aun así...
Partir, partir, repito. No hay día que incumpla esa máxima. Por ello tropiezo. Nos vemos al rato, voy a la calle justo para cumplirla y escuchar a mis espaldas ¿Quién te dio permiso?  
¿Tematepec queda por los rumbos de Ixmuiquilpan? Ojalá, para seguir con la crónica sobre lo que en enero continuó prometiéndole al país no rendirse más.

La casa del horror
En La casa del horror como cuaderno los dirijo hacia el periodismo que puede descubrirles la violencia producto del crimen organizado durante nuestros peores años. 
Donde desaparecieron los 43, como les llamamos, y se torturó hasta morir al joven cuya historia seguí, resulta una de las zonas más golpeadas. El municipio que hoy sospechan fue destino final para algunos, Totolapan, está entre Iguala y Aguas Blancas y ustedes deben ubicarlo por Red de agujeros. Hay ciento quince comunidades allí, solo cinco con mil habitantes o más (veintiocho mil en total), hasta hace poco, aclaremos, pues la mitad de ellos tuvieron que exiliarse (quedan apenas dos de quinientos, en el poblado al cual habrían llevado a esos normalistas).
Un año bastó para que en el municipio se cometieran doscientos secuestros, usando números redondos, algunos masivos, de trabajadores mineros, comerciantes, maestros y lugareños.  
Crimen organizado, dije, y deducimos su composición por la banda dominante allí. Según rumores, la encabeza equis diputado con licencia, defendido por el fiscal regional, quien tiene oficina en un elegantísimo barrio de nuestra ciudad.
A los secuestrados se les lleva o llevaba hasta hace poco, por sendas entre sembradíos de goma de opio, principal producto local, que persisten, todo indica.
La zona y muchas más están bajo virtual estado de sitio desde casi cinco décadas atrás, para combatir primero a los campesinos guerrilleros y luego el descontento en general. Entonces sin duda hay militares, polícias y fuerzas de inteligencia vigilando. A buen entendedor, nietos, falta preguntarle adónda van las ganancias por tan rentables giros.         
No quiero aburrirlos con una historia entre mil en esta Casa. Basta saber eso, justamente: cuán común resulta el caso. La cuestión es por qué seguimos con vida o creemos hacerlo.
Solté esa última frase instintivamente, busco como justificarla y recuerdo un famoso prólogo. Decía que la sangre derramada lejos de casa revierte tarde o temprano, para entintar el propio hogar, el hogar propio. Donde fue escrita se cumplió la profecía. ¿Cómo aquí, entre nosotros, cuando ustedes van a clases, S y E, digamos, o yo juego con mi gato, Espartaco?
No tuve animales domésticos hasta ahora, pues me parece tristísimo el destino que les dimos o se dieron -hoy está en duda la cuestión-. Espartaco es genial y trayéndolo para liberarnos, anda libérrimo, claro. Mayormente los vecinos lo querían o toleraban y solía robarles la cama a sus perros y cosas así. Mayormente, indiqué, ya que una señora se quejaba de presuntos deshechos tóxicos dejados por el individuo, atentando contra guapas plantas.
Rumoraron que intentaba envenarlo, un día creí que el chisme se había hecho bueno y procedí a señalar infamias personales puerta por puerta. Vaya dibujo quedó. Entre dimes y diretes hasta un factible asesinato salió a relucir, pasando por acosos y abusos sexuales, robo mayor, narcotráfico, ventas de voto y menudencias así.
Ayer apareció muerto otro gato, callejero él, y como lo escondieron no pude proceder penalmente, según quería. Puse cartelitos de advertencia, dos horas después no estaban y al reclamar encontré una universal conspiración del silencio, que durará hasta que nuestras paredes se derrumben.
-Queda prohibida cualquier referencia a actos que no afecten la integridad del edificio -me hizo saber la administración.
-¿Violación incluida? -pregunté por calcular. 
-Fuimos claros: que no afecten la integridad...
Fiel a sí mismo, Espartaco meo y cagó por primera vez fuera de su arenero, una maceta tras otra. Desgraciadamente en este regreso anunciado, el esclavo romano no será millones.  
¿Qué se devuelve a nuestra privada? Ese silencio cómplice. Nada dijeron sus pobladores de Aguas Blancas y los desaparecidos y nada sobre 1948, 1956, 1959 y muchas fechas más que labraron el presente.
De las viejas vilezas públicas y privadas debieron quedar nombres y apellidos de hasta el último responsable. No hay registro y desconocemos entonces quienes hoy presumen honorabilidad y llevan genéticamente inscritos los horrores que produjeron sus antepasados. 
A ratos la maldición de las víctimas se cumple pronto. Haces meses una mujer solicitaba angustíada ayuda al gobernador que sumió en sangre Tal estado.
-¡Compré electores por usted y cuando pedí por mi hija, recién raptada, volteó la cara! -le gritó al descubirse el cadáver destazado de la joven, que encontraron en una fosa común entre 1075 halladas país arriba y abajo hasta ahora. 
-Todo el monte es cementerio -fueron las palabras de un padre en infructuosa búsqueda por los depositos humanos clandestinos descubiertos gracias a familiares de aquéllos cuarenta y tres desaparecidos.
Amanece en mi privada y por la ventana veo como inicia el desfile dominguero de quienes hasta ayer respeté durmiendo con puertas abiertas. Espartaco ronda por allí y no sé si su fino alfato conseguirá evitar vaya a saberse cuántas trampas mortales colocadas para él, los suyos y nosotros, zombies que aceptamos cualquier afrenta, especialmente si la sufren otros.
Al miau y a mí nos enterrarán juntos, llegado el natural día, confío -y me esfuerzo para ello, callando-, en la rumbosa agencia cercana, cuya narcoarquitectura hace fácil entender porqué jamás celebró una honra fúnebre y a cambio se le escucha un presumible horno crematorio trabaje y trabaje.
La casa del horror, vaya que sí, aunque festejemos compras en centros comerciales y pacíficas noches sin gatos de la calle.       
Las citas van en el otro cuaderno.    


Terciopelo
Apréciese el nivel de desatino que hay aquí, digo al recordar a Ana. En treinta y seis años una mujer y un hombre viven dos más o menos breves periodos de intenso amor y pretenden que se quisieron, se quieren, eternamente.
Entonces echo en cara a ella que al relatarla resulte ejemplar cuando no lo fue. 
Romperemos, hallaremos, decía tu equívoco discurso, pues me dejabas toda la tarea. Contigo una fábrica familiar conservó la tradición de siglo y medio. No veo rupturas ahí, querida.
Recibo un correo enviado por su hija, con muchos archivos adjuntos. Son documentos de derechos humanos y el primero está fechado en 1971, al yo encontrar la luz y A responder No a mi oferta, tardía, pues se casaría.
No hacías, pues, montañismo y otros deportes extremos, o sí con una doble finalidad. Eras mucho más chica misteriosa de lo supuesto y guardaste el secreto al reunimos para siempre tras veintiséis años con tu esposo.
Así aplica a ella la advertencia que hice sobre la Inesperada. Escribo un testimonio y no puede precisarse cómo.
Realmente, nietos, esos dos grandes amores sirven aquí para darnos un tono romántico aterciopelado, a pesar de sus profundas fracturas, y en tanto rescatan momentos de otra forma perdidos, sin relación con ellos.
El terciopelo sale ahora a relucir y conduce a algo obsesivo en Última función: las películas de un gran director. Soy maniático con su trabajo, que empieza mostrando cuánto las apariencias engañan. Tiene aproximadamente mi edad y en otro país parece haber visto los mismos demonios que yo, ocultos tras la placidez. Rastreándolos fue mucho más lejos después y construyó un discurso. No se lo puedo copiar. La autocomplacencia debo evitarla, cuando menos.
 

Compadre 
Jamás salgo a la calles sin vestir una gran canción, dice de vez en vez el payaso yo y sin falta cumplo.
En el árbol frente al zaguán espera mi compadre gorrión. Está enojado como siempre porque no lo escucho cuando con los suyos adelanta el amanecer, él a picotazos contra mi ventana.
¿Cómo pretende entonces que a palabras le descubra la noche?
¿Le contaré que a veinte cuadras hace un rato la Mal nombrada escribió:
Por su publicación chismosa que nadie tomó en cuenta en el espacio feisbukero del Y decían, ni crea que no veo lo qur hace, igualado...!
Y que luego nos dimos (uuummm, jjj) a lo de costumbre.
-¿Yo? Cómo cree. Seguro fue el Kikito Veneno que me jaqueó la cuenta. Usted, en un altar (vestida de virgencita, pa que desde abajo le vea lo interesante jjjjjj
-Pin insidioso, provocador, reaccionario, pequebú (jjjjjjjjjjjjjjjjjj)... por esos daños a la moral me debe la Victoria (con sus libros, con la gira... y en un cartón jjj 
-¿Cartón? Chale, la inflacionaria (la Victoria, así, por todo lo alto, desde lueguísimo que se la debo: será de mi ese jjjjjjjjjjjjjj

-Oshh...


-Uy, la Condesa de Nautitlán

-Uy, el príncipe de nicotitlán

-Jjjjjjjjjjjjjjjjjj (se la sacó tanto que hasta le respeto el uuuuuuuuuuummmmm jjjjjjjjjjjjjjjj

-Así como ese puerkito estoy en el centro de explotación, por eso me asomé a molestarlo 

-Me imagino. Deje le llevo de volón su cartón
-Parfavaaaar!! jjjjjjjjjjjj
Desaparece sin firmar la también llamada Curado o Agua y después Miel y en secreto le paso la nueva canción con que la que finalmente del brazo y por la calle irá el viejo con su compadre.
En primavera hoy parece tarde de verano en mi ciudad, melancólica por la luz flaca, siempre acristalada, con que las nubes anuncian lluvia, y el griterío de la calle se amansa lo poquito necesario para animar al compadre, quien sin permiso vuela de mi hombro hasta la rama tierna donde sus parientes intercambian los chismes del día, que cinco minutos y dos cuadras más allá son míos, como él, o nuestros, en el plural del pájaro, el hombre, los balcones.
-0-
Desde su pequeña ciudad Gaby llega en un par de horas. La trae un gran concierto y aprovecha para ver el show que daremos Ninette, la Itz, Alexandra, otras y otros seis de la red de talleres, y yo, bajo la siniestra (jjj) dirección de Nadia, el Neri y su genial niña.
La Imprecisable no aparece aunque dijo que me extrañaba mucho. ¿Qué quiso decir exactamente? Quién sabe, por eso su bautizo en la viñeta. Es tan buena persona...
Menudo reto escribir un libro en cinco semanas, hasta para mí, trabajador independiente a contrareloj hace casi medio siglo. Más, por el delicadísimo tema, así sea sólo para divulgarlo, pienso mientras rebajo un poco el grado de desorden que encontrará Gaby, a pesar del batallar de Jeff un mes atrás contra la cocina, durante su viaje. 

¿Esto se dirige a algún lado o hace de inútil diario para el casi setentón a solas? Misterio, como el nido de mi compadre. Toca cambiar los papeles. ¿Qué hora es? 2:48 am. Jeje, la sorpresa que se va a llevar.


Ana primera

Dieciocho años los dos y vivíamos juntos. Eso era muy precoz en la época, al menos entre las clases de donde procedíamos.
Terminó tu curso en otro país, llegaste un domingo y el lunes me buscabas en la universidad. Espía experta, te tomó nada encontrarme. Nuestro enero benévolo arropaba al sol sin que yo lo percibiera. De verdad había muerto en noviembre y la joven a mi lado por el enorme jardín intentaba entender los motivos. Junto a ella un mutuo amigo ocasional. 
Imagino que calculaste cómo sería mejor tu acercamiento hacia mi espalda. 
-J -escuché a cinco metros. 
No sabía cómo reaccionar. 
-Jamás nos separaremos -habías dicho un año atrás, sin que yo entendiera bien a bien, y nuestras cariñosas, prudentes cartas se interrumpieron cuando la Princesita hizo su obra. 
Estabas todavía más hermosa que antes y tuve miedo. Yo tan pequeño, tú un producto incomprensible para quien fuera. No guardaba expectativa alguna, excepto la amistad incondicional, y aun así quise correr. 
Nos miramos, los ojos se te enjugaron por primera e inesperada vez. El llanto no era para ti, sabía cualquiera que no entendiera, incluido yo, el personaje en que me convertías.
Espera, corrijo la mala manera de contar. Lo intentaré, siquiera, mientras la Inesperada hace un esfuerzo de comprensión y no porque "lo que no fue en tu año no fue en tu daño".  
Nuestra historia, Ana, resulta excepcional gracias a sus continuas fracturas y a los extrañísimos protagonista que representábamos. Debe sacársele partido. 
-Caminamos porque tropiezas -afirmarías después. 
Empecé a hacerlo con la Princesita y seguí al convertirme en universitario. Nada hacía sentido para mí y aquél año ni me inscribí. Quemaba las naves, como se dice, sin objetivo.
Conocía ya el falso barrio bohemio en gestación y robaba en casa, pequeños ahorros de mamá, por entonces, y no todavía caras botellas y centenarios. Era mero vil desastre, y el dolor no me justificaba. 
Tú, perfección personificada, enajenabas el futuro en nombre del pasado familiar, renunciando a lo único que querías, que te urgía para andar como dios manda: hundirte en el país, en sus pestes y sus maravillas.
Vivirías a través mío y ahora quién sabe cuánto contaba salvarme y cuánto el aprovechamiento de mis infortunios. 
Conté antes cómo hicimos el amor en donde primero se pudo, por iniciativa tuya. No nos habíamos besado una sola vez. 
La Señorita Todo lo Puedo y Calculo hizo planes en el avión y me llevo a nuestra casa. Así de simple. Para las doce del día J sin oficio ni beneficio, muerto en vida, tuvo la más hermosa joven y un elegante departamento -al mes nos cambiaríamos al cuarto de servicio, cierto-. Nos faltaban meses para cumplir los dieciocho
Usabas el auto de tu hermano, para su coraje y sin que supiera. Pedí ir atrás porque mi placentera confusión se sustentaba en la certeza de que no te merecía.
Nuestra casa, subrayé, pues eso sería y eso dijiste al arrancar. No entendía nada. Estaba destinado a ello, pensé meses atrás, y he aquí la confirmación, dije en silencio mientras mirabas por el retrovisor.
Lo intuías y evitabas convencerme de otra cosa con discursos. Tu gesto se planta en mi ventana, cincuenta y dos años más tarde.
Paramos para hacer la compra. Era un perrito tras de ti. 
-Deme tal y cual -pedías a la dependienta sin consultarme por respeto.  
El día regresó a su viejo esplendor en nuestro valle. Te espié. Las cien intensas jornadas juntos enviaban mensajes encontrados. Me extendiste una moneda.
-Ten, llama a tu casa.
Cumplí la orden.
-¿Por qué, Ana? -pregunté sin palabras.
-Eres de una ceguera increíble -responderías después.
Entonces, todos los demás estábamos ciegos. Ese romanticismo tuyo lo envidiaría la literatura francesa del siglo XIX. Yo tenía con boleros y Beatles. Paul Nizan y Jules et Jim estaban por llegar para mí.  
Sigo contando mal. No tengo remedio. En fin.
Mil cosas me rondan la cabeza, de cada uno de los dos. ¿Cómo fueron tus primeras experiencias sexuales, con el púber pescador? Las mías empezaron todavía más temprano, madurando gracias a María, tan joven como yo, quien trabajaba de sirvienta -sin eufemismos- en el hogar paterno. No la compelí y ella se enamoró. Darme cuenta dolió. Terminaba siendo un aprovechado cualquiera. 
Nuestros encuentros eran primitivos a pesar de mis juegos con otras y otros, que anunciaban cierta perversión. 
No hubo más hasta ti. Conocía bastante bien tu cuerpo por la confianza en el trato, que permitió verte desnuda o semidesnuda -cuando te bañabas sin saber que había entrado a tu cuarto o al cambiarte la ropa.
Me inquietaba de un curiosa manera. En ella habrías apreciado lo que significabas para mí. O, más bien, lo confirmarías, pues por fuerza te dabas cuenta. ¿A qué tu sorpresa ante la ceguera de J? Esa seguridad al buscarme y decidir por los dos es elocuentísima.
Es complicado hablar de mis sensaciones ante tu cuerpo en un tiempo en que la Princesita, L, lo ocupaba todo, parecía. Tendríamos la vida entera para esculcarnos, según reglas sobrentendidas, y el intenso deseo que experimenté muy pronto se transformó en vaya a saberse qué.
B, la sensual, atrevida compañera a quien servía de cómplice, extraordinariamente madura para mí, fraterna me alentaba a recrearla con los ojos y la imaginación. Gracias a ella presumía cuán lejos puede irse en el placer. Con L llegó la esquizofrenia. Moría por su boca, sus pequeños senos, sus bien torneadas piernas, sin apremio. Apenas eso.
Jamás me masturbé con ninguna de las dos y no recuerdo si continué una práctica desarrollada a conciencia hasta entonces, que seleccionaba a una amiga de mamá, a una falsa prima diez años mayor que yo; a la madre de un vecino y una joven vecina. (Contar en primera persona tan a menudo como yo crea vicios terribles.) Tampoco contigo, Ana, desde luego. 
Vivía en un permanente columpio sensorial sin solución. Calcula entonces el amoroso.
Verte contra el auto abriendo la blusa fue una de las más desquiciantes experiencias en mi vida. Por el camino me habías besado largo, con tibieza y pasión -puf, qué mal descrito; sin imágenes ni detalle no se puede.   
-Intenta curarme -pensé. -Está conmovida.  
-Te quiero -decías y confirmabas mi idea. 
La entrega fue otra cosa. En verdad me deseabas y no tenías prudencia alguna.
-Al mundo lo tomo. No hay diversiones ni cotos. 
Tardaría mucho para encontrar alguien cercano a ti en el sexo, en su desinhibición.
La clase social y la estirpe se manifestaban también ahí. Tu novio aquel, con quien te conocí, lo fue realmente, así su romance durara unos meses. L, niña rica de primera generación, y yo, un clasemediero modesto, en año y medio nos limitamos a escarceos. Santa Virginidad mandaba tanto como el presidente de la república. Imagino los encuentros con el muchachito costeño.
Cuanto guardaba se explayó en ese momento, sin faltar mis fantasías al autosatisfacerme. Un ancho camino quedaba despejado.
Me pregunto si nuestra casa estaba en veremos antes de tomarte. No, claro. Dos años antes habías decidido quererme y aplaudirías hasta mis tropiezos amatorios.        
Siempre manso cordero vi cómo pasabas tu hogar, donde presumí me llevarías con la protección de Luisa. Barrio señorial arriba, hasta el parque, te detuviste. 
Era un edifico de cuatro plantas y otros tantos departamentos. Pertenecía a la familia. Llevabas llaves, el portero bromeo contigo y subimos por ascensor. Más besos, yo azorado.
-No lo rentaron todavía.
Para variar confirmaba: sí que hay abismos sociales. Tu tratabas de no aprovecharlos.
-Luego iremos al cuarto en la azotea, que está más bonito. Pica cebolla y jitomate.
-¿Yo? -pensé. Nunca moví un dedo en la cocina. Por supuesto los abismos existían, también a mi favor.
En breve sabría que contigo era capaz de encontrar el camino, si evitaba la inseguridad que me producía saberte superior. Imposible evitar ese miedo, A. Experto en túneles, agujeros y tropiezos, las premiadas vías rectas resultaban un laberinto para mí. Debías guiarme entre rumbos discordantes. Fracasaríamos sin remedio. Mientras, nos esperaba un año ideal. 
Los departamentos estaban semiamueblados pues los rentaban quienes debían pasar en la ciudad un año o dos, o menos. 
Recibidor, clóset para visitas, baño completo a izquierda, que servia a una pequeña habitación, y en el extremo contrario la amplia cocina obligada para gente de bien. Detrás, bordeando por un costado -los alimentos tienen que llegar como en secreto y sin anuncio de olores- o subiendo tres peldaños al otro, sala y comedor con vista a oriente, el parque y así el gran bosque urbano y las montañas. Dos espaciosas recámaras compartían baño y vestidor. Balcón reglamentario, que doblaba al norte.
-No hagas caso. Nos mudaremos arriba -dijiste. -Es mucho más bonito, verás. 
Yo hablaba a monosílabos.  
Un par de jovencitos jugándose la vida. Nadie vendría al rescate, quedaba claro por fin. Mamá, papá, el valle, dieron cuanto les correspondía. Ahora a bregar, tú y yo solos. ¿Que teníamos un techo gratis? Para dormir y nada más, entre la tormenta cuya furia terminaría con nosotros en cualquier descuido. En resumen: nos sumamos a los millones obligados a encontrar una respuesta donde no la había.  
Desde luego no sólo para ti, rica y disciplinada, sino para los dos, la mesa estaba puesta. El tema era lo que nos servirían. 
En apariencia yo no soportaba más y lo con mucho peor llegaría después, año tras año. Ese nuestro era la salvación. Nutriéndonos permitiría resistir luego, hasta que con empeño y ayuda de otros construyéramos un camino, retando, siempre retando.  
Vaya orgullo que siento, mi señito.
"La autopista es para los jugadores", prevenía el Mr. Esa frase sí que la entendí. ¿Quién pagaba por el aire en mis pulmones? Millones, y yo allí, sin dar golpe. No era necesario decírtelo: la culpa roía a tu compañero.
El optimista irredento yo pensaba cada vez más en cuán duro golpean los vientos contra nuestras pobres humanidades. La primera infancia supo del asunto quizá como nunca después, y enseguida tuvo confirmación en mi hermano pequeño. Ahora venían para rompernos por fuera, completando su trabajo. Pobres. Y dicen que quienes salen adelante tienen mayores méritos. Eran y son Mrs. Jones.
Peladitas y en la boca lo tenían quienes sacaban nueves en mi ex salón o, perdona, Ana, esos que se apuraban a ayudar a papá en su fábrica. Cultura del esfuerzo. Menuda mierda.
Bueno, miento: estabas dispuesta a dejar todo, si bien hacías una primera apuesta por profesionalizarme en la experimentación. 
Cuando ya juntos llegué feliz porque había encontrado trabajo, pateaste el mueble más próximo -un fino trinchero.
-¿Qué te pasa?
-No estamos para tonterías -fue tu respuesta.
Caí en cuenta.
-Lo haré donde quiera, poquito. No nos alcanza con eso que ganas.
Habías renunciado a la mesada familiar para cobrar dos horas diarias como ayudante de tu papá.
-Cumpliré lo prometido con la fábrica también porque es una manera cómoda de tener ingresos. 
-¿Me mantendrás? Estás loca.
-Qué típico eres. Macho, finalmente.
-¿Eh?
-¿Ves? Ni entiendes.
Hablabas del gran enemigo que Luisa te señaló desde niña: la sociedad patriarcal.
Yo tardaría décadas en escuchar del tema. En cuanto a lo de macho, aquí entre nos, ¿cuál?, si tenía una formación femenina y nuestra intimidad sexual lo mostraba.
-Antes muertos qué dóciles -declaraste un poco demasiado pasada en el discurso, jeje.
-¡No, mamá! -fueron las palabras iniciales a Luisa, quien nos avisó que tu padre había descubierto no vivías sola. -Me marcho... nos marchamos.
-¿Adónde?
-Adonde se debe.
Te traicioné con mi llamado a la prudencia y de ahí tu coraje.
Apenas hoy comprendo. Esperabas que hiciera otro tanto: decidirme. No tenía idea cómo. El país era todavía una incógnita absoluta. Encontrarla obligaba a dejar la ciudad, aventurándonos, probé cuatro años luego. Sordo a Dylan y su Autopista 61, debía saberlo ya.
Tienes razón: él a nuestra edad no se atrevía aún.
Cuán difícil, realmente. Yo pasaría antes por los suelos lodosos tras un mostrador bancario y el horror de la fábrica-pueblo, para casi ser cirquero y traficante. Perdón, Mr, aquí hay quien se convirtió en piedra rodante, sin dirección adonde escribirle, completo desconocido, a la manera de millones, sin alardes de niña rica antes; Ana jamás presumió y no apostábamos a la fama, Did you?   
En cualquier caso el año de idilio nadie nos lo quita.
Eras odiosa, hasta cocinar bien sabías. Ratatui llamaban en Francia a lo que en tierras de Luisa le decían... ¿cómo? Cuatro generaciones francofóbica, aludir al guiso aquel de solo hortalizas podía costar la vida -no lo conocía y presencié un altercado mayor cuando a un invitado a Luisa y F place se le ocurrió asemejarlos. Eso comimos sentados sobre el piso del balcón. 
Llevabas una cinta rodeando tu tobillo izquierdo. Detalle hippie que no había llegado a estos lugares, me ponía mal. Artera provocación señalando los bellos rubios por los cuales asesinaría, apenas algo llegó a mi estómago parecía gato en celo. Levanté la falda con el pie y recordamos que no llevabas ropa interior. Lo demás del no ratatui quedó para después.
Había un abismo entre los dos años transcurridos desde que nos conocimos y puede apreciarse en la música de estas memorias. Lo conocían como brecha generacional y operaba solo para algunos. 
El México periférico no permitía irrumpir a la adolescencia sino caricaturéscamente y los aires nuevos llegaban a cuentagotas. Tema complejo ése, que solo cito. Vivíamos la dictadura perfecta y se necesitaría un 68 para conmoverla.
Semanas después A y J estaban en el limbo y por la ventana del cuarto de azotea se hacían preguntas sobre la ciudad y su país, perfectos desconocidos. Algo sabíamos, sí, algo, nada más.   
Hablábamos mucho, entre semana desaparecías cinco o seis horas diarias y un par el domingo, para comer con tus padres.
-Ven con nosotros -pediste una vez. No hubo contestación. -¿Estás enojado?  
La pregunta sobraba y no porque en mi casa me esperaran.   
-¿Qué no entiendes tú o qué no entiendo yo? -me dije o nos dije, vaya a saberse, pues en ese momento dejamos de ser uno y volví a los miedos. Sonaba la canción que se escucha aquí, con mi particular, mudante letra.  
-Perdón, J. Mejor cocino y... 
-Anda ya, te van a regañar -agregué sin mala fe.
-Cuan frágil compañero escogí -parecías pensar.
-Tú más -respondí en el mismo plano.
Ahí estaba nuestra primera y única pelea matrimonial, capaz de dar al traste con todo.
Silencio. Ibas a validarnos.
-¡No! -contestarías si me hubieras escuchado.
-Sí -insistiría yo.
Imagina la escena en sacrosanto día, yo con dudas sobre qué cubierto tomaría, ambos mintiendo hasta por los codos. ¿De trastabillar, habrías vomitado la verdad sobre la mesa? Quizá. 
El recuerdo me agota, A. ¿Seguiré, como prometo? Debería volverlo novela. Hago un intento, no suena mal. Menudo alambicado cuando escribo de mis cosas.
No importa cuánto pasábamos juntos, siempre eras la chica misteriosa. Así continúas en mí, misteriosamente.
Contigo se me ocurrió por primera vez que cada puerta al abrirse descubría otras. Ana interminable temblando en la mirada de J. 
Sin alardeos: solo el de Luisa puede compararse al conocimiento que él tuvo de ti. Distintos, desde luego, porque yo te deshojaba quizá sobre todo gracias al sexo. 
-Ven -decías por dentro, asomando para desparecer. Escuchaba tus pasos que corrían, iba tras ellos hasta torcer vaya a saberse hacia dónde, y de vuelta... Los ojos se me iluminaban con angustia también.
Si de mañana esa primera vez te guió la prudencia o el amor o tu sentido maternal o nuestro cariño fraterno, y no evitaste mostrar lo lejos que iríamos, ahora, platos a un lado, no hubo misericordia.
Dolía.
-Trabaja, trabaja -decía tu rostro, la liquidez del cuenco, los giros, el respirar fatigoso, cada bello demanda, pues eso eran, terminaciones nerviosas capturando a su presa. Hablabas a mi oído con palabras incomprensibles y por ello más sugestivas. Ibas a desgranarlas poco a poco, al dictado del mutuo deseo. 
En verdad dolía.
Te buscaba arriba y abajo, hecho boca, manos, miembro y piel, mucha piel frotándose contra la tuya. Atardecería cuando termináramos para recomenzar apenas repuestas las fuerzas.
El clítoris no existía en la época, ni punto G ni mujeres fuente que otros países daban por mitológicas y no este, que lo silenció desde no puedo decir cuándo. Tú manabas. 
El tapete bajo nosotros estaba empapado diez minutos después de empezar -exagero posiblemente, jeje-. Yo palpaba, sin creerlo.
Hacía el amor con un mito y no me daba cuenta ni podía contárselo a nadie, aunque quisiera, pues dudarían de mí.  
Dedos y lengua se esmeraban más que la varonil representación.
-¡Dios! -exclamaste en un momento y estuve a punto de reír, apóstata maldecida. 
Tampoco a ti se había revelado tu don hasta entonces.
No atinaba adónde ir, pez Ana, y lamía con los labios y el sexo, restregándome. De espaldas, por favor, era mi ruego, y enseguida nos enrevesábamos. 
En un cuaderno me burle del sexo con bagaje beisbolero: mete y saca, jeje. Bueno, cada quien sus gustos, si bien no alcanzó a concebir algo tan placentero como aquello.  
Paro pidiendo perdón a quienes leen. El pobre hombre recuerda y tiene una Inesperada que agradece a Ana su legado. No más. Hasta siempre, amor.
La gran canción queda en nuestras cabezas.
-0-
Leí esto, así recuerdo que fue y algo no cuadra, A.
Diecinueve años después, explico en otra parte, me expulsaron por primera vez del paraíso. ¿Dónde estabas, amor perfecto? ¿O dónde yo cuando no sé que sucedía contigo?
Si ahora no nos separamos más será para comenzar. El pasado está en contra nuestra. Pedí perdón a P al escribir aquí y después desapareció por mi marcha. Imposible amar a dos mujeres a la vez aunque sea en ausencia. ¿Juntarnos me obliga a morir también? Te traicionaré dos días cada semana y todo el tiempo en la fantasía sexual, sabes. ¿Y aquella promesa de fidelidad? 
¿Cómo imaginarte vieja o haré trampa de nuevo y a capricho tendrás diecisiete o espléndidos cincuenta y uno?
Disculpa, estoy un poco enfermo y mal alimentado. 
¿Tuvimos una conversación de tú a tú, a lo macho, o fuiste siempre Ana milagro y yo J mito? 
Llegó la hora de discutir, amadísima, saca los platos.  

Inesperada real
Me vio por primeras veces peor que nunca. Sentía consumirme, cuento aquí cerca. Hoy volví a creerlo y apareció en mi casa. Al marcharse, era el hombre más fuerte del mundo.
De jamases harto, jamás quise tanto ni fui más amado, y eso es mucho decir, leyendo otros diarios.  
-Por tí seré el mejor que pueda -le teclee a la combi, cuando marchó hace rato. 
-Ya eres -respondió.
Odia la cursilería y soltar eso fue un exceso. 
De regalo trajo el álbum que sin más lleva a las estrellas y al ponerlo este hombre estaba ya estrellado. Viajo por no sé dónde ahora y a ratos cruzan los asteroides. Basta oler su cuerpo que rezumó el mío, para salir ileso.
-0-
El diario a G o Mi seño no inicia ahí y eso se pensaría leyendo Última función sin cuidado. Tampoco lo hace en Inesperada, como sugiere el título de esta viñeta.
Es un pequeño enredo que conviene a los cuadernos y hoy, mes dos en mi año setenta, termina así:
Apenas intimar hubo un ensueño: teníamos sexo como animales pequeños, al borde de mi cocina. La provocación era un peldaño que me obsesiona. Esta tarde ya no hubo fantasía y no nos condujo aquélla sino nuestro flujo espontáneo. 
De mortal se califica. Nada extraño entonces si muero por ella. 
-No hay por qué -dice impertubablemente precisa. 
Económica de palabras, A las pruebas me remito, afirman sus ojos.
Cosa mayor el sexo, con ella fue la búsqueda de nada más que un otro. Te necesito, gritaban las letras de neón en nuestras frentes, y es mi última, insólita vez, había un anexo sobre la mía. 
Canción, afirmé. Cuántas quieren, tomadas del cuarto o el escalón o las letras a través de pantallitas, juntos. 
Juntos, menuda gran palabra. 
-¿Te junto?
-Juntamente. 
Qué sabe nadie de jajas, sino está entre nosotros. Lo demás ni retratándolo.
Yendo a dormir le pongo: Ya no me importan lo que digan las fotos o los espejos. Soy el que está en tus ojos (chale, sí que me dejaste profundo jjjjjjjj)
-0-
Costumbres son costumbres, Mi seño, y acostándome más o menos temprano para mis usos, despierto como de una siesta y preocupado: debo aclararle al diario Las apariencias engañan y no quiero que seamos aparentes más allá de lo cierto, pues forma es fondo, bien se sabe.
-Te llamaría Sombra -dijiste un día temprano en este amor ráfaga que apuesta a la eternidad ganada cada vez.
Me aplaudías con ello, sin conocer cuánto me reconozco así, sombra. Representas tan bien a la Inesperada, que cumples su condición: hacernos tiempo y espacios liberados.
Fui a buscarte en 1990 para que me llevarás a 1967, creo -se lee en tus mensajes para mí.
-0-
-Más que te quiero -dije temiendo su reacción.
-Eso sí -contestó. -Querer nomás, sirve para nada.  
La gloria vino justo después y coincidimos: por aquí se entra, luego...
En setenta largos años estuve solo a sus puertas, esperando a quien se atreviera. G abrió de un manazo. 
-Me dejó cara de angelito -le informo. -Si al volver no me halla, tóquele a San Pedro.
Pondrá un jaja acompañado por otra ocurrencia y así llevaremos el resto del día. 
La dicha es así y, ambos bien dramáticos, ¿cómo vendrá la tragedia a rescatarnos? Quizá no, hizo antes su trabajo -exagerando un poco, jeje.

Dulce conversación matutina
Ódiame un poco y vuelve a mí...
La de déjate caer ufff
¿La odio? ¿Y cómo se hace eso jjjjjjjjjj
Es parte de la rola
Jajajaj
Bueno, así fue
la odié un poco cuando el "Señor" jjjjjj
y ya luego jjjjjjjj
Sí vi

😔
¿Si vio jjjjjjjjjjjjj
Leí
Lo que sea
No sea dramática jjjjjjjjjjjj
Jajajajaj
ya pasaron dos millones de años jjjjjjjj
Es que cuando usted se pone en plan de mala onda bueno
Jajajajaj
Uy, seguro usted es blanca paloma jjjjjjj
Y así seguimos, mientras su olor sigue enloqueciéndome y así continuará pues de baño no quiero volver a saber.
-0-
El diario seguramente continuará, Mi seño, pues pasamos diciéndonos Cada día más y hay un registro natural. Para los cuadernos se detiene aquí.
Como con el resto, eso escrito hasta ahora debe bastar a mis nietos.

Por fin nombrar
Aguas Blancas llamaron al paraje donde mi compadre Agustín y yo imaginariamente asistimos al asesinato de diecisiete campesinos, ¿recuerdan, Ohsis? Se los cuento en Red de agujeros y lo traigo a cuento ahora violando nuestra regla para este cuaderno: no nombrar. Por un camino vecinal bajaban la sierra como siguiendo el río, parece, y no afirmo pues si bien es fácil saberlo gracias a los mapas, pronto conoceré todo por aquí en presencia.
Hoy domingo llegué a la pequeñísima ciudad destino de aquellos hombres. Apenas vi sus primeras casas decidí: viviré en ella mis pocos años restantes, como último exilio que conduce a la verdadera patria natal, perseguida desde niño: ese "Sur, geografía profunda" al cual me refiero una y otra vez.
Media hora luego, en el kiosko donde las organizaciones populares nos esperaban para un modesto, significativo acto, sellé el pacto personal. Tomaron simbólicamente el lugar días atrás y ahora resolvían no marcharse hasta cumplir sus ensueños.
Por buenos motivos que producían bromas entre mis compañeros, durante tres horas confundí adrede el nombre de la población, cuya primera letra es A.
El verde rabia por los cuatro costados, delantando una tierra riquísima sobre la planicie costera. Forzosas palmeras coronan timuenes, sasaniles, causes, anates, cacahuananches, parotas, bocotes y vaya a decirse cuántas plantas más que los vecinos me señalan al atardecer, cuando sus pescadores pasan cargando truchas y pargos, charros y sabidillos, robalos, jureles y jaibas.
Tengo sesenta años y si preguntan a mi cuerpo les dirá que no pasa de los veinte. Lo hará hoy y quizá no mañana lunes, porque la edad es la edad, hemos visto, y este quijositoso yo tal vez delirá un poco demasiado.
En cualquier caso los dejo a ustedes contemplando desde donde quería.
-0-
Dediqué diez años a los cuadernos, E y S, y así adquirí una prosa más o menos decente y un estilo. A base de viñetas y diarios aparecieron fórmulas con sentido y sus diez, muy diversos productos procuraban la unidad. 
El resultado fue desastroso y no tengo tiempo ni fuerzas para intentar algo nuevo. Rescataré algo, confío. 
Finalizaba como ven aquí al inicio.