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lunes, 15 de julio de 2019

Una cuadra más acá no sería el mismo

Mi casa estaba al pie de la avenida rematada en la esquina donde no era ya campo, sino pelea entre los llanos vírgenes, las huertas, los maizales y la nueva vocación de orillas de la ciudad, presente en el tiradero de materiales de construcción, la ladrillera, su miserable, hosco vecindario y la promesa de futuro vacilando en lo alto.
Con el trajín de los camiones de pasajeros, los siglos a montones del centro urbano resultaban un eco tanto más lejano cuanto más desaparecían los lotes baldíos. Para quienes vivían fraccionamiento adentro, eso era verdad sin tacha y así sin ojos. Para los de la avenida, no. Tras un premeditado vacío descubríamos un barrio antiguo que se montaba sobre los restos de un pueblo cuyos orígenes no podían precisarse en el tiempo. Invitación irresistible, nuestros paseos por allí descubrían con azoro una calzada de proporciones dos veces mayores que las orondas de la modernidad.
En claustro, los amigos de las calles traseras sucumbían al resentimiento de sus padres por mil ofensas reales o ficticias, que los condenaban a perpetuar lo más oscuro del país. Los de la avenida enloqueceríamos o saldríamos corriendo, o ambas cosas.
Sí, me niego a nombrar, a la convocación de los lugares comunes y las clases de historia.