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viernes, 8 de enero de 2016

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PARA ACLARACIONES Calzada Oficios.
Intentemos publicar en una editorial independiente, como sugiere la Mal nombrada. Tal vez sueltas las viñetas y diarios tienen gracia. Una selección dividida por cuadernos, este y aquel y no todos. Los personales y si acaso perlas de ocasión en otros. 
Papel es papel y mi AC demanda algo para dar pretexto a presentarme.
-¿Sí, nietos?
Ayer di las gracias a quienes ocho años atrás me animaron con sus trabajos. Miguel Ruibal, el artista visual uruguayo avecindado en Barcelona, enviaba cosas para guiarme. Hoy es esto y una frase:
"El delicado asunto de poner el ojo en la luna."
-0-
BORRADOR MUY BORROSO, JEJE.
Probemos cómo sería una posible publicación. 
Habría que introducirla brevísimamente:
Escribo viñetas para ocho cuadernos que interactúan entre sí, con muy diversos temas y tonos. Hago aquí una selección. 


Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.
Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
No concibo la obra al margen de la vida.
Antonin Artaud

Esto se dirige al futuro de ustedes, nietos, acompañantes en la aventura. Hay una música que nos guía y sólo yo puedo escucharla. Lo hace también la acuarela de Miguel Ruibal, cuyo rastro desaparecerá si publicamos.


Inesperada
Sin tragedia lo nuestro sería novela rosa o simplones episodios eróticos. Si P no existe, yo tampoco, ni ustedes, nietos. ¿Ese cadáver que sobrenada en un río de aguas negras alguna vez se llamó como ella, Inesperada?
El párrafo viene tras una relación de asesinatos, desapariciones, trata de personas, feminicidios, en los últimos meses aquí, en La casa del horror que llaman México. 
-Usted no puede morir -dice la Mal nombrada, con quien comparto sueños colectivos.
Junto a mis viajes místico-pasionales que P representa, van esos otros. 
Morir, dormir, no hay más, dijeron. Sobre un escenario -¿ven la foto que de un gran foro bajo dos poderosos reflectores tomo Él?
-0-
Aquí hay muchas cosas cifradas, E y S, nietos a quienes dirijo todo. Lo están simplonamente. Inesperada y P sirven de sinónimos a Tic, y 
Él, padre de ustedes, aparece en la próxima viñeta y esa foto que tomó fondea el blog donde escribo a mi Margarita Gautier(1) -perdón, Inesper, jeje- pues nada se entiende ya sin internet.   

Tiempo de caminar
Abrí los ojos y contra el zumbido telúrico de la ciudad al fondo y el manchón de luz lechosa en la cortina, había un amanecer de trinos y azul tierno, la pelea de una llave en la puerta a la escalera, la sugerencia de Ella atravesando la sala en silencio con el adelanto de un rastro de noche en el aroma de manzana agria, de zapote que se rompe de maduro, de piña fermentada, para aparecer en el cuarto, desprenderse el rebozo del cual saltaban los pájaros cantando al pie de la ventana, sacarse el resto de la ropa y descubrir la piel de aceite, de aventura, satisfecha. Y con la estampa, la de una ciudad pasada e idealmente recompuesta, hecha de un lío de parques y camiones y zaguanes y vidas entrevistas, soles a montones, aquí señor, allá un perrito que se ovillaba, rematando en las fragancias, los colores y las maneras antiguas de los mercados, ajenos a las euforias, cuya esencia trasegada por lugares, cosas y atmósferas desconocidos traía la mujer, desnuda al pie de la cortina.
Algo así era en mi cabeza al despertar de la suerte de siesta por la mañana a la cual me había acostumbrado, con la imagen de esa Ella a quien no nombraba llegando un amanecer entre el perfume de su sudor y del alcohol, en el cual había creído encontrar contagios de lugares mágicos de la ciudad que había sentido perder y que así, en apariencia sin proponérselo, ella me regresaba ilustrándole lados nuevos de modo que yo sintiera otra vez su invitación. Era mi ciudad, pues no había una posible ciudad única sino un eterno temblor construido por millones de ojos y memorias.
A medio vestir, mal metido entre la ropa de la cama, encontré la huella del hijo en la pijama y en la quieta forma de ocupar el espacio bajo la estridencia, la pesadez y los erráticos modos míos y de Ella, cuando estaba y ahora.
La presencia de la mujer era abrumadora en cuanto el paseo distraído de los ojos recogía. En las representaciones del colgajo de collares, por ejemplo, o en las mariposas y las primaveras, como alguien me dijo se llamaban aquellos pájaros de pecho generoso, que coqueteaban en el marco de latón del espejo contra el nicho del armario de madera cruda, sencillo y luminoso. O en la imaginación de la que hacía de mesa de noche, que resultaba una incógnita en el celo por la austeridad aparente -la lámpara y dos o tres objetos más sobre el metro cuadrado de la hoja de madera-, desmentida por los mundos de la trama del rebozo improvisado de carpeta con sus fantasías de una geometría a primera vista de extrema sencillez, en la cual podían sospecharse siglos de secretos y fracturas heredados.
Ella a plazos apremiante y pospuesta, entregada y esquiva, y en verdad siempre inaprehensible, como entendí de nuevo al topar los dibujos de la cortina y el tiempo de principio a fin suyo que estaba en ellos, recreado hilada a hilada, donde parecía adivinarse todavía el tarareo en silencio que acompañó un paso tras otro de la aguja, incapaz de decidirse por pudor o miedo a reproducir la estampa clásica del ama de casa. Ella por todas partes, también en sus ausencias. De los sartales de la cajita destapada como por casualidad, que descubría el desbarajuste de anillos y aretes y pulseras, a las puertas entreabiertas del clóset por donde asomaban los bolillos de un vestido, un par de zapatos de tiras, el encaje de una manga, encontraba las mañanas en las que la radio, a un volumen que casi sólo ella escuchaba, daba la impresión de hablarle de cantinas y hoteles de paso y suertes de equilibrista, mientras el trabajo sirviéndole de pretexto se vestía una blusa volada, la invitación de las faldas de algodón que le ceñían los muslos al paso y el desafío de las grandes arracadas, preparándose para desaparecer hasta no había modo de calcular cuándo.
Qué sería de aquello en sí y en mí al marcharnos al día siguiente, me pregunté y volví sobre el pijama de Él, el hijo, como si me asomara a un pozo sin fin que me recordaba cuán soberbio, torpe y tramposo era. ¿Qué sabía yo de cuanto fuera, empezando por la ausencia? ¿Y cómo habría sobrevivido sin aquella queda, generosa forma de estar que soportaba y entendía todo?
-0-
Hago alto a cada paso, S y E u Ohsis, como también les digo.
Más allá de mi voluntad esto es un juego: un tablero donde las serpientes y escaleras crecen al antojo y hay trampa tras trampa que devuelven a casillas anteriores o nos catapultan. 
Cúlpese a la afición desde niño de escribir viñetas para estampar el momento. Hay un:


Punto de partida
El que en batita con menos de un metro de alto subió a la azotea de la cual no saldría nunca, entrando a la vejez revisa el espectáculo alrededor. Nada puede ser más asombroso que el primer día en cuya dirección marcha y aun así se confunde. 
Al fondo una caravana viaja en 1325 y cerca del pretil hace alto a principios de 1972 en el Santo Lugar, sin que los habitantes de una y otro perciban la mutua presencia. 
En la espalda quien mira recibe una animosa palmada del abuelo muerto sesenta años atrás. 
-Vamos, que los bisnietos y los tataranietos esperan para comer. 
Dando la vuelta el cielo se cae a pedazos en 1524, estalla una y otra vez y pareciera al fin encontrar remanso en un río de carbón y las bocas a lo largo entre las montañas.

Registro

A la Inesperada le llevo un diario de nuestro rencuentro. Inicia recordando cómo hace ocho años nos hicimos pareja: 
"Ahí hay algo más que cariño entre una jovencita y su tío postizo", escribe una mujer en el barrio virtual, bajo la rigurosa foto diaria que coloco de P. 
"Pues si usted dice", respondo luego de infinidad de insinuaciones parecidas. La por lo común silenciosa coimplicada pierde la paciencia:
"Sí, somos amantes y pronto padres de una criatura, aunque no se note."
A los tres metros de distancia entre nuestras computadoras volteó:
-¿Te enojaste, Tic?
-No, Cuac -responde esta vez imitando al pato en el cual me convirtió por incomprensibles motivos, y casi de un salto cae sobre mí a picotazos.
-0- 
Un par de minutos entre un año hay ahí, P y nunca más otra sigla, hasta el día en que me dé permiso y ponga al fin las cinco letras, las canciones y todo lo demás nuestro, nuestro, conforme insististe en el único videochat con sentido, dije temiendo maltratar la memoria, necesaria en ese instante y no en este cuando ya no sé si borro el pasado pues el día a día que inauguras es el de la ella con quien jugué al amor como nunca antes ni después, de tan completas las maneras; el de la ella entonces, sigo, mejorada -y he de medir muy mucho las palabras, mujer ahora, porque si renuncié en diciembre de 2008 fue gracias y nada más que gracias, justo, a lo único cercano a cuanto significan los hijos, los nietos y el hermano pequeño, y no se te escapa un gramo de lo que hablo, no a ti, la entendedora de todo en mí, modelo exclusivo tú sí... la rima, ¡mira!, qué importa lo mala, de regreso en homenaje a la bien querida, con la cual sobran los rubores, los excesos que se temen, absurdos entre un par de excesos, desborde tras desborde, hasta el infinito, suene como suene la retahíla estilo poeta siglo XIX de la más baja categoría.
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Hay varias razones, E y S, para que esa mujer y yo no protagonizamos una novela rosa. La principal se resume en las siguientes líneas.


Mensaje y espera
Julio César Mondragón Fontes, normalista desollado en vida.
El sin rostro es la segunda parte del mensaje. Eso hicieron: Jamás sabrás dónde quedaron cuarenta y tres y el cuarenta y cuatro te advierte una posibilidad. Cuanta más bulla armes, continúan, alrededor del mundo, si quieres, más contundente la señal: Somos universalmente impunes. 
A una de las personas con mayor conocimiento sobre derechos humanos, no le queda duda: el actual sistema prepara una shoa, como los nazis llamaban a la "solución final"; el setenta por ciento estamos destinados a que se nos excluya.
"Tú nos has visto nada, nada", insistía obsesivamente el diálogo de un gran película sobre el horror. Yo no vi nada, nada, de Julio César Mondragón Fontes, así intentara reconstruir su muerte. Percibo sólo reflejos: 
él "tragado por las sombras de Iguala"; 
militares presentándose con el cadáver: Estaba en la calle, dicen sin confirmación; 
las letras de un mentiroso informe: Muerto por trauma cerebral; fauna local devoró piel y ojos de la cavidad craneana
Marisa, su mujer, ante los restos sobre una plancha del Semefo, y los comentarios alrededor: Un asesinado así le puede dejar buena lana
la madre y los tíos suspendiendo los preparativos del cuerpo para sepultarlo, a fin de tomarle fotos que documenten la obvia tortura; 
Lenin, el hermano, quien en plena clase escucha al maestro: ¿Ven esta cara? Se lo merecía
tres expedientes que el gobierno federal no atrae y tardan siete meses en ser entregados; 
un falso rumor y una malintencionada declaración del ejército para sembrar desconfianza: Julio servía al Cisen; Entre los desparecidos había soldados que infiltramos.
¿Cuántas veces puede morir un normalista y su familia? Tantas como le apetezca al poder.
Desde la calle el grito: Mi rostro es tu reflejo. No te vi pero te llevo impreso, entonces.
Mensaje recibido, esperen contestación.
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Hace poco di forma a un libro, nietos –uso con cuidado las palabras-. Es sobre el estudiante cuyos restos aparecieron al amanecer de las sombras de Iguala en que tres compañeros suyos murieron real o virtualmente mientras otros cuarenta y tres quedaban convertidos en dolorosos fantasmas.
Para entonces llevaba años escribiendo La casa del horror: 
La violencia en México toca todos los ámbitos, a veces sin que públicamente se perciba. Constituye un circo, uno solo, con muchas pistas.
Así escribí en 2014 al creer terminado el trabajo. Entonces llegó ese 26-27 de septiembre por antonomasia ahora, y la trama se exhibió brutalmente. Algo más me quedó claro al regresar de una charla sobre el tema en la plaza central de Jiutepec, Morelos: 
Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés? Sí, en parte, y debo tener mucho cuidado con lo que concluyo de eso, pues agravio a la víctima doblemente, según es ley en el reino de la injusticia.
Un mes después al sur de Tamaulipas una niña de siete años es atacada por sus compañeros. Jugábamos a la violación, aseguran ellos con aire ingenuo y la maestra los semidisculpa: La muchachita era la más bonita y coqueta del salón. Kilómetros al norte el gobernador bautiza una avenida con el nombre de quien fundó el Cartel del Golfo. 
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Curiosa guerra la nuestra, Ohsis, que a ustedes les permite moverse con entera facilidad y a mí casi, pues vivimos en una isla. 
Ese país monstruoso tiene nombre en algunas viñetas y en otras por buenos motivos se conoce como Red de agujeros. No quiero complicarles de más la historia y a cambio es necesario separar lo que cuento sobre él y mi búsqueda personal, en la cual nada queda nombrado. 
La segunda razón de que un genuino dolor atraviese el Tic-Cuac romance intuyámosla en esta viñeta:


Dos
Digo cualquier cosa sabiendo que quien te cuenta son los ojos y las inflexiones en la voz, y al voltear con la sonrisa casi me olvidas, atrapado por lo que tardo largos segundos en sospechar es una luz sobre el filo de la cortina. Lo creo porque te he visto antes encandilarte con ella como si fuera la primera vez, y la sé para mí perdida según debiera, a menos de hacer el enorme esfuerzo de otros días. Gracias a él descubrí, por ejemplo, el justo vaivén de la rama al borde de la ventana, sin traducción al menos para mí que estuve dale y dale en el intento de hacerlo palabras.
No puedo con tu mundo, hermano, me rebasa, me apabulla, me pierde en el desorden aparente donde tú por necesidad encuentras armonía. Desde el baño mamá pide que la ayude a bajarte por la rampa, le contesto que puedo solo, me recuerda cuánto has crecido. ¿Ves? Todo eso está en el juego de voces entre los dos. ¿Algo intuyes viniendo de lo que no atino si te vale llamar "ayer"? Algo, sí, me parece. Más lo olvidas en un tris. Qué caso tiene, dirás, en un decir.
Más de medio siglo después, cuando haya entre nosotros diez mil kilómetros, seguiré peleando con las palabras para decirte. La distancia no me separa, pues moro en ti y entonces es imposible precisar cuánto estoy frente al escritorio y cuánto entre la habitación y la terraza en las que mamá te hizo un reino a modo.

Que no eran dos sino tres
Por supuesto, ustedes son también personajes:
Cuando nacieron empecé para los nietos lo que en este caso se nombra a lo exacto: un diario. Los veía casi sin falta las tardes de lunes a sábado, algunas noches quedaba a dormir con ellos, y escribía y escribía en el cuaderno.
De todo contaba al futuro de los piojos: lo que hacían, la colección de orates que con nosotros heredaron, hasta los dos años y medio en que las visitas debieron espaciarse.
Ahora lo hago de tarde en tarde, aunque de cierta manera mirado y sólo de cierta, que los viajes con ellos por el cielo de los ciegos y los remedos de gatos fueron de plano estelares, más juntos estamos.
Desde luego no voy a reproducir aquí mis plumazos, pero en algún momento no resistiré la tentación de en algo confesarlos.
Nietos, dije, y no. Sus jefes no saben, pero no les salieron gemelos sino triates -bueno, a su pa no debería extrañarle: ya a ratos había cumplido el papel conmigo.
En el espacio ese de socialización virtual que suelo citar, una noche escribí: Todo iba bien hasta que a lo repentino fui a dar de bruces a la banqueta. Uno de los dos individuos había dicho Eres mi mejor amigo.
Par de infames zotacos.
-Date de topes contra los postes, por fa, abuelo, es muy chistoso.
Finísimas personas ellos.
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La Inesperada y yo habíamos dado el paso cuando fue imposible continuar el maravilloso viaje con ustedes y me di a los cuadernos de donde sale esto.
Para entonces mi abuelo, B, vivía conmigo. Vino a ayudarme con un libro sobre él y los suyos y no lo dejé marchar.
Si según consta en actas vuescencias dieron muchas gracias por ello, nuestra relación es muy compleja. 

Trópicos
La ciudad muere pronto sobre la única mancha vegetal en cien kilómetros a la redonda de desierto, y al saludar el fin del malecón el sol no es el criminal que debiera, gracias a la brisa engrosada por las gotas de la rompiente.Los pájaros se agotan también, sin faltar las gaviotas y los pelicanos que no encuentran nada por aquí, donde nace el reino de los zopitoles.
Voy a solas pensando en los paseos con P al cerro ante mí, en busca de piedras presuntamente raras. En él remata la pequeña sierra que sigue la carretera, capricho del terco golpeteo del mar atemperado por la bahía baja, en cuya playa las ballenas y los cachalotes suelen vararse al perder el rumbo del canal.
Hace cuatro o cinco años papá vino a trabajar aquí, a mil kilómetros de casa, donde para mi lujo paso cuanta vacación señala el calendario escolar. La tercera planta del hotel que el hombre se empeñó en construir contra la voluntad de los dueños, quedará para siempre sin terminar, según parece, y la pandilla anda a sus anchas por ella, como por los tamarindos, de rama en rama, uno tras otro, o el filón de arena en el que nadie se baña de tanta restinga y tanta áspera piedra. O por el muelle donde contra un pilote la Mariana recibe a los marinos urgidos, Cinco pesitos, güerito, y el que sigue, con sus carnes entradas en años, ajada y simpática, de negro entre los calores, encendido rubor en la mejillas, el sombrerito hace tiempo pasado de moda rematando en fresca flor. O la boca esa de mar entera, incluida la corriente refluyendo justo en el canal trampa de los animalotes cuya agonía decimos disfrutar sobre sus lomos.
Un par de veces estuve a punto de morir allí, al borde del estolón frente a la ciudad-pueblo, en los paseos que dábamos en las planchas, como llamaban a las navecitas lisas con un par de remos.
-¡No, no pelees con ella!, ¡córtala! -gritaban los amigos o los hermanos, refiriéndose a la corriente, y yo creía hacerlo pero cada brazada, hacia la plancha o las rocas, cuanto más empeñosa, más me alejaba, obligando a que vinieran en mi salvación.
Cincuenta años después me preguntó por qué emprendo entonces la aventura de la carretera a solas, o crío a ocultas mi rancho de caracoles, o me escurro para las pesquerías.La pregunta es ociosa, claro, y completo los seis kilómetros y medio de cómicos, a ratos enternecedores saltos de las olas, hasta la playa que se anima nada más durante los fines de semana.
Qué torpeza mirar así, desde el futuro hacia el que entonces los días se fugan, cuando nunca lo hicieron. Uno a uno eran y sin destino, innecesario, insensato. Presente el mundo, reducido al cielo bajo de las raídas nubes a la mano y el azul gritón a fuerza de acaparar la vida cuya única motivo era aquélla inmensidad misterio puro, engrosando el aire con sus vapores, emborrachándolo todo: la espesura entre las ramas de los tamarindos, de por sí briagos por el aroma de los frutos, sudor de tierra agria; los hormigueros que no se daban abasto de tanta jugosa hoja; el tropezar un paso tras otro de los caracoles en su terror a la arena; nosotros, deseo descorchado, comiéndose la cola.
¿Es voluntad mía o suya, el que al modo acostumbrado el abuelo asome en este preciso momento de la lectura?
-¿Qué es eso? –pregunta, y miento:
-Nada, ocurrencias.
¿Lo hago por vergüenza, ocultando mi tiempo fácil, se diría pensando en el de él?, ¿o es que temo lo haga pedazos con la mirada incapaz de entender, según bien sé, porque lo mismo me pasa con el suyo?
-No voy a robártelo –dice adivinándome.
-Ni lo intentes –respondo en silencio y vuelve a entender. Pasea los ojos alrededor como si no hubiera estado aquí antes, odiándome por haberlo traído. –Perdona.
-Pierde cuidado.
Pierde cuidado… Desde que nació jamás pronunció esas palabras, al menos en ese tono, y siento ahogarme o a punto de perder la razón, igual que mil veces antes.
-0-
Tengo mil viñetas y no podré ordenar un pequeño universo. Se quedarán con la impresión y ya.
Hay tantas cosas qué hacer. 
-¡Deja de registrarlo todo!, jeje.
-¿Todo?
-Jeje.
-Todo, desearía. El dilema es contar o vivir -dije a la Inesperada en nuestro diario, y ella se carcajeó, claro.

Máxima 
Partir, de eso se trata siempre. En un agujero de nuestro país de misterios o de vuelta al principio. Si hay modo, con otro niño. Estar, estar y no haber sido en donde se anduvo: el lugar "lleno de ruidos”(2).
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No salí de la azotea ¿y parto? Es lo mismo. 
Para Juan y para mí los años en autobuses, trenes, caminos a pie, igual si duraban dos días que veinte minutos, nos condujeron a un paseo por las estrellas, de todo tan desconocido. Cuando menos al principio. Luego di con el Santo Lugar:   


Providencia
Agustín espera sobre un lomo de la calle que libra los viscosos riachuelos de colores en mutación, contra un muro carcelario. Amparado en el borde de la esquina cree ocultarse a las miradas de la planta donde trabaja, una cuadra más allá, media hora después del cambio de turno, según propuso para evitar a sus compañeros.
Es la segunda vez que lo veo y confirmo la impresión original: la de un ser conmovedor en el esfuerzo por pasar inadvertido entre hombres que aprendieron muy pronto a ponerle cara a la ciudad y usan la rudeza y el humor filoso para defenderse de ella y apropiársela. Luego sabré que no se lo impiden el número de años desde salir del pueblo ni una posible falta de agilidad mental, sino el lugar que asumió en la familia. No hay contrasentido en su ansia de trascender, que lo acerca al Grupo.
El tono exaltado en el que vivimos se transmite de inmediato a las relaciones y en días nos volveremos íntimos. Lo sabemos en cuanto me descrubre y viene al encuentro entre la desolación de la calzada de gigantesco tamaño, con las vías del tren de por medio, que a un lado se abre a un fraccionamiento industrial y al otro a una colonia y al gran descampado con las montañas detrás.
El suelo de la zona se hizo doblemente magro al perder los sembradíos y los árboles, y nos convierte en un par de hombres en tierra fronteriza, como cualquiera al vértice de la gran urbe, pero a lo bruto, a la manera de todo lo que toca la industria.
Romanticismo puro, pues, de miasmas penetrantes y un silencio mortuorio tanto mejor revelado cuanto más lejos se está de las máquinas, hechas rumor por las gruesas, altas paredes que parecen heredar las de las viejas haciendas.
Cruzamos la calzada rumbo a su casa como en un juego, él siempre procurando la izquierda para mirar con el ojo que le sigue sano a los veinticuatro años, y yo en busca del que en el iris se llevó un bicho salido de la carne muerta de la empacadora donde trabaja desde casi niño. Porque en ése es donde está mi futuro compadre. Allí su melancolía sin remedio, bella, contagiosa, que rima con el paisaje y nuestros días.
En el fraccionamiento de las fábricas, las larguísimas calles sin reposo al sol y la lluvia, desiertas a las horas en las cuales suelo llegar, por tan hostiles al principio parecen cada vez más cálidas, pletóricas de vida que se trasmite de las plantas: tinglado mecánico con mucho de infernal y mucho de entrañable para quienes hacen de él su vida. Los aromas aplastantes, en ocasiones nauseabundos, vividos por unas horas y no como permanente suplicio, y las chimeneas despidiendo gruesas volutas en mil tonos de grises, no hacen sino completar la sensación de ser parte de una novela o una película. De serlo entre el orgullo de pasar como uno más ante el guardia de seguridad, el policía, el administrador que cruza en su auto, y el creciente número de saludos y charlas al paso, la picaresca a la salida de la fábrica liberada, en palabras y toqueteos de machos divirtiéndose; de partidos de futbol y tandas de dominó y baraja para hacer de las huelgas fiestas; de breves discursos un autobús tras otro, venciendo el anonimato del espacio público, que no debe pertenecer a nadie y así se humaniza; de momentos épicos que para mí encarnan un poema: Masa.
De serlo prometiendo que cada día habrá más y mejor de eso, de los hogares y los billares y los peliagudos expendios de alcohol compartidos. Con Agustín, quien se ensancha a la par de mí, comenzando por esta tarde, cuando está a punto de hacerme parte de su familia y no sé cómo agradecérselo.
-0-
El Santo Lugar es un municipio connurbado al norte de la ciudad de México. Lo encontramos en los años 1970, volveremos a él durante 2014-2015 y acompaña a las cuencas mineras donde creció mi abuelo, diez mis kilómetros y décadas lejos. 
Con ellos van muchos otros lugares demandado por: 

La corte de medianoche
Igualitito que en la obra cumbre del último gran poeta en lengua irlandesa (3), duermo plácidamente y el reclamo de una metálica voz me despierta:
-¡Eh, tú, vago!, ¿qué haces ahí cuando la más digna corte jamás reunida espera para juzgarte?
Claro, no estoy en el lomo de un río, a la manera del campesino en el poema, sino sobre la cama, y no es una monstruosa mujer de mirada sangrienta quien amonesta, sino El Grillo, metro sesenta de altura, pecho echado pa adelante y ojos de capulín. 
-¡Comadre! –le digo harto contento de verlo luego de casi cuarenta años.
-No te hagas baboso y jálale.
-¿Y ora?
-Pues que nos juntamos pa darte con todo.
-¿A mí? -alcancé a preguntar antes de que como en un sueño apareciéramos en el patio de un castillo cuyas troneras echaban humo de fábrica.
Frente a nosotros, el abuelo, Filiberto, uno de los muchachos que no murió en 1524; Bryan O´Donnell, Artemio, la niña que perdió una pierna en un bombardeo, Felícitas, Malena, doña Josefina y Esther, en gigantescas representaciones de sí mismos se sentaban a una mesa en lo alto.
En la multitud alrededor había muchos rostros conocidos y el resto tenía un impreciso aire familiar. 
Acostumbrado a los escenarios con miles de protagonistas, el abuelo no necesitó forzar la voz para que se escuchara a través del eco profundo en el fantástico lugar.
-Mira -dijo extendiendo la mano en un movimiento circular. -Te nos dimos, tan diversos en tiempo y espacio y tan íntimos como deseabas. Y has traicionado nuestra confianza.
Prometo cumplir la tarea y recuerdo a Domingo en su pequeña ciudad de nuestro norte, embobándose con los recuerdos para de pronto, sin venir a cuento, pensaría uno, luego de hablar de una bronca toma de predios los ojos se le fueron quién sabe a dónde y dijo: 
-Todo fue por mi papá, que vendía pájaros en el mercado y no tenía un centavo y andaba cante y cante.

-0- 
La demanda de la Corte hace imposible que me reúna para siempre con P. 

Inesperada
Te obligué a partir por miedo: nos iniciábamos en la perversión y de continuar no habría regreso.
Respondí las incitaciones de X por su semejanza contigo en una puntual, determinante cuestión. La diferencia resultó abismal allí donde más importaba. En el mundo exterior que ambas temían, de mi mano tú fuiste luz y ella una ostra que abandonaba la concha sólo al mediar el deseo. 
Lo ejemplifico dentro del Metro que aborreció hasta cuando de súbito fue un ser radiante. 
-Se debe al fresco viento por el respiradero- pensé y mis ojos toparon la razón en el reflejo del cristal. 
A espaldas mías había un par de apuestos jóvenes y ella les coqueteaba con tal descaro que estuve seguro marcharía con ellos si se lo proponían o no, de tener tiempo para exhibir sus encantos. Desafortunadamente bajaron en la próxima estación.
Al llegar a casa exigí saber cómo pensaba atraerlos. Negó todo por cinco minutos. Luego, con el provocador gesto aquel y la mirada extraviada recreó en detalle su imaginación del instante.
Seguiste la historia con X, Tic, segura de que lo cálido reproducía nuestro tiempo. No hice trampa, pues esos pasajes sucedieron cuando había dos mil kilómetros de por medio entre nosotros.
Recuerdo cómo volvimos a encontrarnos tu y yo, tras el sueño más plácido en sesenta y ocho años: arena que se apisona, tamarindos, palmeras y guajes, olor a mar, una empalizada en sombras y la mujer a quien apenas conozco. Busca algo entre mochilas, sacos para dormir, pacas y aperos en descanso.
Es bajita, morena, de piel aceitosa y generosa carne y no toma en cuenta mi presencia. Los cuerpos se tocan y contra nuestra voluntad giran juntos sin separarse un milímetro durante diez minutos como horas en que vamos orgasmo tras orgasmo, asombrados, preguntándonos, y ella adquiere una ductilidad inconcebible y tengo los ojos más hermosos que imaginarse pueda, e inclina la cabeza con gesto virginal y sus dedos rozan mi mentón y nadie jamás sintió algo igual, según sabe quién deja frutas y una jarra enviados por otros que atienden de lejos, silenciosa, reverencialmente. 
No hay manera de precisar el placer sexual en los demás, y sí deducirlo. Está mal que lo diga y ni modo: jamás me impresionó el relato ajeno y tuve a cambio el reconocimiento de cuánto recibían quienes estuvieron conmigo. 
La balanza fue fiel con X, sexualidad pura desde los once años en la costa de un país legendario por eso. Aun para mi encendida imaginación resultaba inverosímil. Los que la abandonaron volvían sin excepción, algunos tras temer sus excesos. 
Para entonces, Tic, había conocido contigo lo que sólo el sueño aquél y los siguientes superarían. Acompañé y desbordé la perversión de X cuando así se demandaba ella misma, pues en general lo suyo era maestría a secas.
Vuelvo sobre el sueño. Al revisarlo entendí que estábamos en un pesebre moderno y la inclinación del cuello y los dedos rozando mi rostro recordaron las imágenes de la Virgen ante su adorado.
Busco referencias sobre cómo se relación misticismo y pasión carnal y encuentro un poema. Macho cabrío, "Místico eterno/ Del infierno carnal" derramando "lujuria virgen", pasión pura. 
Guardemos silencio:
¡Salve, demonio mudo!
Eres el más
intenso animal.
Místico eterno
del infierno
carnal...
(...) 
¡Qué gran acento el de tu mirada
mefistofélica
y pasional!
(6)

Tu sed de sexo/ nunca se apaga, dice y podría referirse a X. Si mefistotélica o no, el poeta la celebraría, entonces. ¿De él ser yo aquella noche, qué pensaría? ¿Vencido por ella se le habría postrado, reverenciándola? ¿Tu Cuan se postró en reverencia, Tic?, ¿fue macho cabrío a la vez o simple mortal contrahecho? 
Tan lejos de lo primitivo resultamos el peor bruto, y X en cambio estaba cerca del origen. Su vulva se abría más arriba de lo común, como en una cabra, justamente; grito, demanda, aviso, también por su coloración. 



Nube
En pedazos vuela el mundo apenas lo toco, nietos, y llueve luego dejando alrededor un campo de batalla en abandono. Entre el lodo un trozo de nube reta al entendimiento. Le dedico la más amable de las sonrisas y echo andar incapaz de un grito o una pregunta.
Recuerdo entonces la estampa que recoge un escritor aterido no de frío sino por las calles de la ciudad entonces del abuelo, mamá, papá, la abuela: una mujer recoge el cuerpo de la hija y mientras se esfuerza por unirle el brazo, entre los escombros busca con desesperación la cabeza, para negar los últimos diez minutos. 
Quitado el dolor que fulmina, soy ella repitiéndose cada día. 


El Idiota
A los sesenta años hago un libro sobre el abuelo en el escritorio que da a la única ventana de este departamento, cuyo encuadre copia los del cine nacional en los tiempos de gloria, con su fácil, blando romanticismo. En el escritorio leo también las frases con que cercaba a mamá apenas pude convertir los berrinches en palabras:
-¡Mira! ¿Ves cómo a la mitad la calle se desploma? ¿Y aquel hombre cuyos pasos no dejan huella, ya que pisan bajo el suelo? ¿No sientes ese temblor perpetuo, nuestro nadar sobre la tierra?
Levanto la cabeza para encontrar el patio a cielo abierto, largo, generoso, las puertas de la docena y media de viviendas en dos plantas, y la luz en la que ese sol nuestro, padre, hermano, macho bravucón, pordiosero, se echa escapando de la alharaquienta tarde de la calle. Parda, recrea el alivio de las madres y los abuelos y abuelas en el breve descanso que les dejan sus criaturas bullendo por dentro, aspaventosas, o en la desesperada persecución del día que no alcanza, que por ley se agota antes de revelarles los secretos de cada tanda.
¿Qué dirías de verme en este lugar, ma, donde un par de años atrás lloré de alegría apenas se marchó la mudanza? ¿Te entristecería encontrarme en un pequeño, oscuro rincón de la ciudad, del país que no entendiste nunca?
Venías de lejos y guardabas con celo el dolor que ello te producía. No te dabas cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un trayecto tan largo como el tuyo en tiempo y alma. Lo comprendo. Como ella, creciste convencida de que el mundo era las leguas a tu vista, tras las cuales la respiración se suspendería.
No había modo de que entendieras el acoso de mis letanías aquellas, que te postraban y así más se encendían.
-¡Ya, por Dios, déjame en paz! –tronabas contra tu proverbial paciencia, encerrándote bajo llave para rogar a no sé quién, en tu sabiduría, que velara por ese pobre hijo. Lo hacías inútilmente, claro: no había salvación para el Idiota.
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El libro sobre mi abuelo lo empecé poco después de que ustedes nacieran, no por gusto. Había un compromiso moral y algo más. 


Pueblo sombra
En el ancestral universo secreto del pueblo y dentro de la revolución que para 1890 está en curso, van nuevos modos de pensar, lenguajes, actitudes, geografías que el poder político y económico no descifra y que a veces no advierte siquiera. Es ese universo el que da sentido al abuelo, B, quien se moverá por sus vericuetos como muy pocos, en uso de las virtudes y ventajas del pueblo oculto, surgiendo desde las sombras exclusivamente si necesita, para mejor tomar de sorpresa a sus enemigos.
Pueblo sombra, pues, tanto más cazador furtivo cuanto más se lo cree incapaz de algo distinto a tenderse en el prado pensando en la inmortalidad del cangrejo.
De los recursos para hacerse fantasma B se apropia apenas nace, hasta ser un experto. Miles de días hace el viaje entre su pueblo y la ciudad puerto, y miles también la recorre como el simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en la aldea su padre se hace de palabras con un peón de las vías del ferrocarril, se lían a golpes y él lleva las de perder hasta que el otro da en tierra repentinamente. Al caer queda a la vista B y la más grande piedra que le permiten coger sus nueve o diez años de edad. Con ella tundió al insolente.

Y es que nuestro crío el arte de la transfiguración lo tiene bien aprendido.

Red de agujeros
Hasta ahora les presenté tres de los cuadernos que voy a dejarles, E y S. El cuarto inicia así:
A pie por el camino mi compadre Agustín y yo no nos cansamos de dar gracias a la fragancia de la hierba alta, jugosa, en la que pareciera no caber un tallo más, y a sus verdes suaves por el sol, siempre padre y aquí en un papel distinto a los muchos que decidió y no hacer en nuestro gigantón urbano. Padre sol y madre tierra, sabemos ahora, envueltos por ella y su prodigalidad. ¿O los géneros deben intercambiarse entre ellos, pienso recordando una milenaria leyenda de las naciones muy al norte de estos lugares, donde la luna, por ejemplo, era un celoso amante en tea?
Deberíamos preguntar a los campesinos y campesinas que rinden el diario culto a las prodigiosas matas alrededor, divinos regalos entregados casi cinco siglos atrás a sus conquistadores, y se nos hurtan a la mirada por sus ocupaciones o deliberadamente, como el pueblo sombra que se me descubrió una mañana en una colonia de posesionarios y luego gracias al abuelo.
Todo enamora a nuestros ojos de ciudad: el contraste entre la vegetación y el rabiar azul del cielo, la franja arcillosa que serpentea frente a nosotros, el apenas perceptible reptar o trepar de pequeñísimos seres y esa terca soledad aparente que a lo repentino se viene abajo.
“-¡Bájense todos, hijos de la chingada!" –grita a los ochenta hombres en un camión de redilas “un señor grandote” que carga “un radio” -Bótense al suelo porque se van a morir”(4).
Ya está: el compadre y yo llegamos al momento que nos trajo hasta aquí.
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Suave patria, bautizaron a nuestro país. Como el desposeído que era me agarré a ella, para asesinarla luego. Hoy la llamo Red de agujeros por los motivos entrevistos cuando hacía reclamos a mamá. El título tardó en recordar un poema que se escribió recién terminada la Conquista: "Y nos dejaban por herencia una red de agujeros" (5)
No pretendo explicarles la historia de estas tierras, que nadie entiende, creo, incluido yo, desde luego. Transmito sólo mis impresiones, guiadas de niño por el canto de Felicitas, a quien sin eufemismos llamo nuestra sirvienta, cuando en la azotea descubre un valle distinto al que mi infancia revela y construye.
Las manos de la joven campesina se empeñan ágiles y sin pesares contra la piedra del lavadero y el correr del agua y llenan el aire de amabilidades, sugerencias, aromas que toman de cuanto su vuelo toca. Sólo quien asiste a la escena percibe cómo así la realidad alrededor se trastorna, despertando las sombras del vasto llano al pie de las montañas, para un paseo hacia rincones a los cuales mi imaginación no puede asomar y entonces son pura borrachera.
Me tomó mucho tiempo acercarme al misterio que intuía también en los viajes al puerto de mar donde papá nos llevaba. La carretera corría sobre el mero paisaje en el cual convirtió a lugares de milenaria historia, que yo buscaba ansiosa e inútilmente gracias a Felicitas, a la señora de los tamales y la avalancha de albañiles y obreros pululando por nuestra ciudad.
Esa carretera está cincuenta kilómetros al norte de donde ahora nos hallamos con Agustín.
Aguas Blancas se llama el paraje y no habría razón para la presencia de tal número policías apostados entre la maleza y tras sus camionetas, de no ser el castigo ejemplar que se aplica a miembros de la Organización Campesina del Sur.
“-Nos espantamos, pero yo no creía que nos iban a matar -–contará luego uno de ellos. Y otros:
“-Sentí que nos estaban cazando....
“-...me tiré al suelo... Oía los quejidos de las personas que estaban matando...
“-Me sentí mal al ver como nos habían trozado aquí de la cintura al compañero.
“-Cuando estaba ahí debajo del camión, pues yo sentía algo caliente que me caía aquí arriba, así, pero yo no creía de que fuera sangre. Y cuando ya nos sacaron de ahí ya vi que había muchos más regados así, alrededor del camión y adentro también."
Las con justicia llamadas fuerzas del orden dan el tiro de gracia a los diecisiete caídos, y la cámara de video que llevan corta mientras recomponen el escenario: los machetes de los campesinos asesinados se retiran para colocar rifles y pistolas en sus manos o cerca de ellas.
No es accidental que a cien kilómetros y dentro de veinte años aparezca el normalista desollado en vida (7).

Pasión
Misticismo y pasión carnal, impulsos de vida y muerte... Si no viviera entre el horror me apenaría que leyeran cosas como esta:
Era con quien al fin cumplir el sueño y no sólo por su asombroso instinto sexual. El tiempo se emborrachaba en ella, trastabillando hacia adelante y atrás o sin moverse un milímetro, entonces infinito.
Como una cámara enfocaba, crecía y disminuía a capricho los trazos de la realidad, y vórtice absorbía el alrededor o lo contagiaba. No era raro que produjera temor o un irresistible apetito, y así oferta de eterno viaje en la pasión corrí tras ella apenas se me insinuó.
Los cercanos no entendieron mi maniática nostalgia luego de dejarla marchar y por pudor oculté los desbordes de la imaginación, consciente de cuán lejos habría ido de tenerla todavía.
Era ya por entero imposible cuando encontré el camino que pudo conducirnos a la plenitud durante el breve momento antes de que nos llevara el diablo. A seis mil kilómetros le envié el correo cuya respuesta me hizo temblar de calor y de frío:
"Sí, jugabas a poseernos hasta las últimas consecuencias hurgando en las sombras de la intimidad, las mías hechas de cumplidos rincones de deseo y las tuyas de fantasías. Y sí, ¿por qué la ira cuando a tu lado escapaba imaginariamente hacia otro, confesándolo? No te equivocas, de haber acompañado mi vuelo..."
Escribía sin emoción y me sentí como el único episodio que borró del pasado. No importa, si fui quien abrió las puertas para la verdadera apuesta, a la manera de éste y el resto de los días, a solas y no pues con el olor le robé el secreto, aquí anda, con sus fugas entre nuestros cuerpo a cuerpo, más mía.

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La mujer es X o Niña y esa viñeta pertenece al cuaderno que recoge mis aventuras transcurridas a ratos en el mundo virtual. 
Empezaron cuando B y yo marchamos al río Níger tras perderlos a ustedes y a P. Aquí todo es un decir y no:

Cosecha especial
El producto vuela siempre que uso la etiqueta Hombre Bueno. No importa si lleva años en exposición, si de él comieron los ratones, enmoheció, perdió el aroma, se agrió. Sobra dónde lo coloque, en la vitrina o el último estante. Viene incluso mejor que esté en un rincón, asomando apenas, y el cliente crea que lo topa al azar, o más aún, que lo descubre, pieza única, enjoyada sólo a sus ojos.
De modo de no gastar el truco, suelo hacerlo una de cada tres Navidades. Lleno la caja y holgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los otros dos, ni modo, paso hambres.
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Esta vez me di a los derroches y a principios de agosto ya empieza la sequía. Para aguantar de aquí a diciembre del año que viene junto periódico, hago colección de colillas, busco un zaguán a propósito y practico la más rentable forma de estirar la mano.
No, señora conmiseración, deje de pasearse por aquí. No ve que disfruto también dormir a cielo abierto y tener pretexto pa platicar con los que sueltan la moneda y con los que se la guardan, da lo mismo. Y total, sigo holgando, ¿no?
De pilón los nietos se divierten como locos en las pijamadas con la Jornada y El Universal de manta, descubriendo los secretos de la noche gorda.
En la última temporada como ésta fue que E se enamoró pa siempre de la luna y S aprendió a tocar la armónica.
No, qué hueva si siempre pudiera ir al súper, dormir en cama, rasurmarme y peluquearme, enverdecer por falta de aire y sol. 
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El Níger se encontraba donde debe y en otro lado, según una tercera viñeta: 
Al pie del Río hacemos de fantasmas para quienes entran y salen por la doble puerta cantinera al lado y estiran la moneda a la mano que asoma desde una cama de papeles. No hay mendicidad: cobramos la paz transmitida a los demás por nuestro seminvisible espectáculo.
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Después descubrimos que se trataba del río Magdalena, cuyo curso corre entubado por nuestra ciudad. Payasadas de este abuelo, Ohsis, y no tanto, vuelvo a decir.
SIGUE. ¿SÍ? NUNCA DEJÉ ALGO SIN TERMINAR, Y LOS CUADERNOS QUIERO ABANDONARLOS CADA POCO. HOY, ESTE INTENTO. Y CON ÉL TODO LO DEMÁS. 
SER PLENA SOMBRA, DIGO CÍCLICAMENTE.
QUE LLEGÓ EL TIEMPO DE GRANDES SUEÑOS, DECLARO HACE RATO, Y POR FUERZA ENTONCES BUSCO A OTRAS Y OTROS. DESDE LUEGO HAY UN CAMINO DIFERENTE. 
ES UN MOMENTO INMEJORABLE PARA MARCHAR, E Y S, PUES DEJO BUENAS CUENTAS. 
COMO NO COMULGO CON LAS LOCURAS -EN SINGULAR SÍ Y JAMÁS EN PLURAL- PRONTO VOLVERÉ POR AQUÍ, PUES SEGUIRÉ ALLÁ, JEJE.
AY, TIC. LLÁMAME, ANDA. 
REPITO CONTIGO EL DIÁLOGO DE UNA PELÍCULA:
-¿CUÁNTO DICES QUE DURÁ EL MAÑANA?
-LA ETERNIDAD Y UN DÍA. (THEO ANGELOPOULUS.)  
MIENTRAS, VALE ESTA CANCIÓN QUE PASÓ LA MAL NOMBRADA... VOY A QUITARLA PUES QUEDAMOS EN NO EMPLEAR MÚSICA.
EL COMENTARIO SIRVE A NUESTROS PROPÓSITO, ASÍ QUE QUEDA.
No escribo ficción. Personas, hechos y lugares de los cuadernos pertenecen a la realidad táctil. Desde luego les llegan a ustedes a través de mi mirada, su retrato puede ser fiel o no y al apenas asomarlos renuncio a la crónica o a la autobiografía en el caso mío. Tampoco hablo de memorias porque frecuentemente tratamos con seres y cosas desaparecidos y, como ven, a veces el día en curso se impone.

De cunas
No hay locura posible aquí, en mi cuna. De haberla estaría perdido desde el primer golpetazo, caos absoluto.
Nada en mí, a mí, universo, asombra, se diría si las palabras y sus rosarios sirvieran para algo más que causar un desastre en el propósito de fijar lo que no hay modo.
A un océano de por medio, hermano, te pido ayuda. Sólo tú puedes dársela a mis sesenta y dos años en el escritorio asomados a mi primer mes de vida.
-Mí, mi, mí -digo moviendo compasivamente la cabeza después de leer, cuando me doy cuenta que el abuelo mira sobre, claro, mi hombro.
-¿Por qué gastas el tiempo así? -pregunta y se detiene apenado por la instintiva reacción. Ha sido paciente hasta las lágrimas en los tres meses desde que vino para ayudarme con el libro sobre los suyos, que hoy dejo un momento para ojear el iniciado hace mucho.
-Perdón -respondo y lo sigo al dar la vuelta, de espaldas contritas, que cavilan.
-Perdón -insisto en silencio y no tiene caso. Cuanto descubre en mí es con razón para él absurdo.
Se sienta, me mira, ya no sabe si sirve, si carece de sentido intentarlo, a más de medio siglo de su muerte. Y mí... 
-0-
En mi cuna de niño pienso contemplando las suyas, digo y miento. Cierto que tanteando su fortaleza trepo el barandal de la E, me echo y lo primero en atraparme es el olor, pues paso la nariz por la pequeña almohada y el potro de peluche al que se abraza para dormir y no puedo clasificarlo, como luego en de la de S, igualmente distinto e imprevisto.
Mi memoria está por entero ahí, extrayendo sólo lo necesario para ajustar al tiempo al cual me introducen ustedes, gemelos. Poco antes de llevarlos a la guardería, E retaba a la gravedad por vez número mil en diez meses, en persecución de la arisca gata por un barandal. ¿Intuyo lo que descubriré muy pronto: la ardua conquista de la libertad, conculcada otra vez apenas lo logre y empezar de nuevo el ciclo?
Mientras, S, potencia pura, desde el juguetero continúa la experimentación cuyos resultados consultan en los diálogos sin sentido a nuestros torpes ojos, incapaces de descifrar el juego de murmullos, miradas, gestos.
Es eso y muchas cosas más las que me capturan cuando el lugar queda en suspenso, esperando su regreso, sin faltar las motas de polvo y su bailoteo a la luz del ventanal a la calle, hermanas en sabiduría.
-0-  
De cunas
Cuando nacieron empecé para ustedes, nietos, lo que en este caso se nombra a lo exacto: un diario. Los veo casi sin falta las tardes de lunes a sábado, algunas noches quedo a dormir en su casa, y escribo y escribo en el cuaderno.
De todo cuento a su futuro: los viajes por el cielo de los ciegos y los remedos de gatos...
Hoy les digo que en mi cuna de niño pienso contemplando las suyas, y miento. Cierto que tanteando su fortaleza trepo el barandal de la E, me echo y lo primero en atraparme es el olor, pues paso la nariz por la pequeña almohada y el potro de peluche al que se abraza para dormir y no puedo clasificarlo, como luego en de la de S, igualmente distinto e imprevisto.
Mi memoria está por entero ahí, extrayendo sólo lo necesario para ajustar al tiempo al cual me introducen ustedes, gemelos. Poco antes de llevarlos a la guardería, E retaba a la gravedad por vez número mil en diez meses, en persecución de la arisca gata por un barandal. ¿Intuyo lo que descubriré muy pronto: la ardua conquista de la libertad, conculcada otra vez apenas lo logre y empezar de nuevo el ciclo?
Mientras, S, potencia pura, desde el juguetero continúa la experimentación cuyos resultaron consultan en los diálogos sin sentido a nuestros torpes ojos, incapaces de descifrar el juego de murmullos, miradas, gestos.
Es eso y muchas cosas más las que me capturan cuando el lugar queda en suspenso, esperando su regreso, sin faltar las motas de polvo y su bailoteo a la luz del ventanal a la calle, hermanas en sabiduría.
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Tomo el Metro, pasó la hora del río precipitándose hacia el trabajo, así que encuentro donde sentarme. Abro la mochila, saco los lentes, el cuaderno, leo el principio del libro que escribo:
I
Tenía tres años, era de noche y de la mano de mi madre entré al modesto departamento que mi abuela había hermoseado al único, cálido modo a mano de una mujer que vivía en la ciudad monstruo sin abandonar su aldea a miles de kilómetro de distancia: mirar las avenidas pensando en prados y cosechas; hacer compotas, abrir año con año los colchones para airear la lana.
Iba contento por tentar la noche recogiendo los tibios aromas del hogar aquel y aun así algo no marchaba bien, sabía desde quién sabe cuándo ese día. Apenas cerrarse la puerta el pasillo que llevaba al par de recámaras pareció por primera vez lúgubre. Avanzamos como en una procesión de diez pasos, giramos a la izquierda y el abuelo se incorporó en la cama sonriendo.
-Ven–dijo.
No, no entraría allí.
El hombre hacía un exitoso esfuerzo por parecer tan lleno de vida, tan de roca, como se lo conocía, pero algo más oscuro que la noche aleteaba en el cuarto esparciendo un rancio humor.
-¿Qué pasa? –preguntó mamá con una irritación inusual en ella. Y el abuelo no pudo evitar que los ojos se le entristecieran, por mí, por él, por todo: si el pequeño lo sabía, no había remedio.
Dos días después murió.
II
Uno mira sesenta años un retrato. Lo mira de día y de noche, casi siempre sin darse cuenta, en eso que llaman el subconsciente. Del hombre que aparece allí ha escuchado hablar a la esposa, a unos cuantos viejos amigos, a las hermanas, los cuñados y los hijos, de él. Los ha escuchado repitiendo el puñado de anécdotas que su memoria seleccionó.
Hay también una docena de fotografías dibujando sin variar a un ser de mediana estatura para su tiempo y su clase, en el cual se dibuja una insobornable voluntad cargada de silencioso, cumplido orgullo. Con las fotos va un batallón maletín marrón de cuero, dentro del cual reposa una veintena de cuartillas en máquina de escribir, que quedaron a medio camino en el intento de hacer un parco resumen autobiográfico.
Miro de vuelta la fotografía que le escogieron para ser célebre: está de pie, el pecho y los hombros parecen no caber en ningún traje, de tan generosos y altivos, como los brazos sueltos a un lado, de piedra, se diría. Hay un detallista esmero por la apariencia personal, un rostro tallado a lo Picos de
 Europa y una sonrisa apenas esbozada, que hablan de sencillez y resultan un misterio.
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Cincuenta y ocho, la edad del abuelo al morir. La justa mía cuando nacieron ustedes, Ohsis. Repaso a los vecinos del vagón preguntándome por vez número mil cuánto él me acerca y cuánto me separa de ellos.
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Quisiera recrear aquí mi casa. La de tabique y cemento, un par de niños eterna pregunta y Teresa, la madre de Cándida, quien a la vez lo es del abuelo, haciendo de niña en 1853 sin apenas tiempo, que debe vender la leche de los vecinos, coser ajeno, dejar sin mácula el hogar del cura y el médico, dice un cuaderno.
Sirvo de puente, creo. También con otros pueblos.

Las Indias de Europa
La Reina de la Roca Gris, la señora celta que se queja en los poemas irlandeses y que aún sin sus hermosos atavíos precristianos ha seguido cuidando por la provincia de Munster, contempla impotente cómo el fuego se ceba con los campos destruyendo cosechas, frutos y aldeas, y como los hombres enfermos de comer hierbas se arrastran por la tierra y mueren para que hambrientos lobos, perros y niños se lancen sobre sus cadáveres. El culpable no es el azar o la intempestiva, enloquecida reacción de un ejército enemigo. La obra forma parte de una concienzuda política de exterminio puesta en práctica al fracasar las horcas y los descuartizamientos públicos, “la instigación de hermanos contra hermanos, la gratificación a espías, delatores y asesinos, las altas recompensas por las cabezas de los caudillos rebeldes”.
Los anglonormandos han alcanzado Erin en los años mil doscientos, pero ellos y los colonos escoceses trasladados a allí se conforman con un extremo de la isla. Hasta este siglo XVI en el cual suceden las matanzas de Munster, cuando el occidente europeo anuncia dominar al mundo y el Cromwell que según un cuento en gaélico sirve de disfraz a Satanás, conduce a una nueva monarquía británica que sabiéndose rezagada, fuerte y libre a un tiempo se apresura a irrumpir en el reparto de los océanos por el Papa y comienza a crear su imperio en Irlanda.
La isla es botín y escuela para hombres que harán huella del otro lado del Atlántico. John Hawkins, el pirata cuyos asaltos aterrorizarán al Caribe, recibe sus primeras clases aquí, igual que Humphrey Gilbert, quien será el primero en declarar la posesión formal de suelo americano para Inglaterra, y su medio hermano Walter Raleigh. Se trata de personajes menores que en la isla se vuelven Sires y comienzan a hacer de su nación la tierra de las ultramarinas promesas y la avidez sin escrúpulos, dando forma a la mentalidad que permitirá toda clase de extremos con los pobladores del Nuevo Mundo.
“Los irlandeses fueron tratados de la misma manera con que más tarde se trataría a los indígenas americanos”, escribe un historiador alemán sobre la conciencia colonialista iniciada aquí y que hace familiares a los contemporáneos las frases puestas por Shakespeare en boca de Ricardo II, uno de los precursores de la tarea:
Era preciso exterminar a esos bárbaros y velludos kerns,
que viven como veneno donde ningún otro veneno,
excepto ellos, tiene el privilegio de vivir
El noble inglés que nos trae las escenas de la campaña de Munster, bien podría hablar del trabajo de las compañías coloniales en Norteamérica al exclamar horrorizado: “No se daba mayor importancia en aquella provincia a la muerte de un nativo que a la de un perro rabioso”. “¡Busquemos alguien que matar!”, era la frase de los oficiales de la reina Isabel, protectora del teatro, cuando el aburrimiento los alcanzaba o sentían enmohecer sus miembros, en los descansos de una empresa que copiaba a la de los adelantados españoles de las Antillas, de Mesoamérica o el imperio inca sin cargar Leyendas Negras. El Raleigh vitoreado por los libros de texto, que en breve despejará el camino a la Virginia estrechamente ligada a los orígenes de Zacarías Taylor, comienza a labrar su destino en esta Irlanda, encabezando el degüello de 400 rebeldes para recibir en recompensa 17 mil nada despreciables hectáreas.
Gracias a estos esforzados y a sus seguidores, en poco más de cien años y a pesar de la constancia, la extensión y la ferocidad de la resistencia acaudillada por hombres a la altura de los legendarios guerreros celtas de la isla, todo habrá pasado a ser propiedad o derecho de alguien. Del gobierno, de la Iglesia y de los terratenientes ingleses, antes que nada. Aunque no es sino el principio del despojo y de la rabia del pueblo, para quien más que nunca el pasado y la patria adquirirán hermosos, enormes y desgarradores tamaños.
Es entonces que no se sabe si un poeta presagia o promete:
El mar será un fluido rojo y el cielo como sangre
Sangre roja de guerra teñirá el mundo hasta la cumbre de los montes...
-0-   
Así termino de presentarles los ocho cuadernos, S y E.
  




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1. Como los traigo a mal traer con la lectura, nietos, aclaro que Margarita Gautier es el personaje lacrimosamente romántico de una célebre novela.
2. Aimé Césaire. Cuaderno de un retorno al país natal.
3. John Merriman. La corte de medianoche.
4. Tomado de un reportaje televisivo, me sirve para remitirlos a Digna Ochoa, un trabajo inédito que hice con material de Felipe Casals. Está en mis blogs.
5. La visión de los vencidos. 
6. Federico García Lorca. El macho cabrío.
7. El libro de donde sale la información sobre Julio César Mondragón Fontes puede bajarse en pdf: http://brigadaparaleerenlibertad.com/programas/julio-cesar-mondragon/