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domingo, 8 de mayo de 2016

"Sur, geografía profunda"

Prometo pasar la nota que para ustedes, nietos, hice una madrugada frente al lago, dos mil kilómetros al sur. Así entenderán el título de esto, aunque lo intuyen, desde luego.
Apenas regresé las hermanitas me convocaron, no hubo tiempo para contarles y el día siguiente amanece con cuatro parejas y media durmiendo como pueden y quieren en la casita. 
Sombras, todos iluminamos... la sombra, claro, y cada una a su modo. Yo parezco estar allí y cada vez más ando en otra parte y ruego se marchen los demás para ocupar de nuevo mi soledad.
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Este apunte no debería estar aquí, E y S, donde sólo cabe lo trasegado. ¿Simplemente me equivoqué o nos conduzco a un punto oculto también para mí?
Las primeras búsquedas, a los veinte años, fueron hacia el norte. ¿No había o no entendía el abismo?, pregunto al yo de entonces, que no puede contestar, así estemos cara a cara, en presente los dos. Presente perfecto hoy, aclaro, pues apenas contengo la necesidad de hablar con la Inesperada.
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En sus vacíos y su lenguaje cifrado los cuadernos terminan asemejándose a una novela, creo. El primer miércoles de mis sesenta y nueve años, saben por fin sin dudas que son uno, este a la vista. El resto apenas se insinúan, sin importar lo mucho detrás de ellos.
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"Sur, geografía profunda", pues. Saco de la maleta los papelitos que encontré en el cuarto de hotel cuando esa madrugada una semana atrás no había más donde escribir. Huelen a trópico húmedo, mil seiscientos metros sobre el nivel mar, deducimos entre la niebla, pues los cafetales necesitan altura y de mañana hubo una visita a ellos:
El lago frente a mí tiene una calidad fantástica con su cordillera al fondo. ¿Existe o es nuestro hotel quien nada en la imaginación, sólido que se desvanece en el aire contra esa terca tierra bien enraizada en milenos de historia, como las montañas que un volcán corona?
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El Sur geografía profunda está por todas partes un mes después del viaje y basta con andar por nuestra ciudad. Lo encuentro en las charlas con Armando, Emilio, Fernando, o al buscar a Aldebundo entre rutas un poco enredosas, y sus miles de compañeras y compañeros, o en el campamento que se vuelve mi segundo hogar y representa a multitudes. Aparece también durante las nuevas pláticas sobre el joven sin rostro.
Me muevo allí sin dejar huella, S y E, pues no hago sino acurrucarme. Si algo aprendo no servirá para nada ni nadie, incapaz como soy de traducirlo y tengo a la edad en contra. Ocasionalmente lo que me pasaba desapercibido se descubría madurando dentro de mí. Ahora lo aprovecho por instinto. ¿Para qué? Imposible saber. 
Sigo en la azotea a mis ocho años. Sólo llegan reflejos. Entre el campamento Lupita es una nueva Felícitas.