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domingo, 28 de marzo de 2021

Cuadernos a lo largo

Estos cuadernos ocuparon buena parte de mis últimos trece años y los compartí con otros y otras, que a veces fueron miles y a ratos una docena. 

¿Tiempo empleado para darle forma al todo? Diez minutos. Más no tiene caso.

En blogs crecieron y allí deben quedar. La verdadera obra resultaría inconcebible sin ellos: vivir.

Sonreímos y esta noche y mañana a darle a la tecla.




Joven, dejé creer a los amigos que en cualquier momento me presentaría con una novela. Un día fui puerta por puerta deshaciendo el enredo. Era tarde y corrió la especie de que la autocrítica me devoraba y al basurero o cajones bajo llave iban espléndidas o prometedoras cuartillas. Ni asomos de eso existía. El lío fue originado por centenares de hojas sueltas garabateadas desde niño, que aún conservo. 
Esto y aquello se empeño en llevarme a las editoriales y apareció una decena de libros dispares en intención y calidad. Había una porción de buenas cosas allí, como en las roscas de reyes del pan de cada día donde colaba la vocación de cronista -de modo que las patronales se encontraban súbitamente mordiendo al santo niño y cargaban a paraguazos contra mí persona.
Al reunirse la pedacería tenía cierta correspondencia y en casa iba creciendo lo que al decir de Juan no pretendía narrar sino entender. Lo hacía gracias al prodigiosa don de las palabras. Persiguiéndose unas a otras sin un continente yo capaz de apresarlas, revelaban el mundo a mi alrededor. 
Hoy éstas y aquéllas gritan por un lugar a propósito, no importa si las atestiguan o tiran a locas.

Juan contempla y echa lazos. Le tiene sin cuidado si el asunto termina con pastas y lomo. Lo que vale es nuestro paseo por la Calzada de los Misterios.

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Esa es la introducción de mis Cuadernos, como llamo a lo que sobre blogs escribo envejeciendo. Los hay históricos, sociales, personales. Estos últimos no tienen afanes autobiográficos y así no aparecen padres, hermanos, antiguas amigas y amigos y evito citar lugares y fechas; busco entre mi vida, resultó la fórmula para ellos. 

Presento aquí una selección tan ordenada como es posible en un trabajo hecho a viñetas, breves crónicas, diarios, que saltan por el tiempo y los años. La divido usando los títulos cuaderniles, digamos para aficionarnos también al humor, común a ratos.

Permítanme presentarles a mi Corte de Medianoche*:

Igualitito que en la obra cumbre del último gran poeta en lengua irlandesa, duermo plácidamente y el reclamo de una metálica voz me despierta:
-"¡Eh, tu, vago, ¿qué haces ahí cuando la más digna corte jamás reunida espera para juzgarte".
Claro, no estoy en el lomo de un río, a la manera del campesino en el poema, sino sobre la cama, y no es una monstruosa mujer de mirada sangriente quien amonesta, sino El Grillo, metro sesenta de altura, pecho echado pa lante y ojos de capulín.
-¡Comadre! -le digo harto contento al verlo tras casi cuarenta años.
-No te hagas baboso y jálale.
-¿Y ora?
-Que nos juntamos pa darte con todo.
-¿A mí? -alcanzo a preguntar antes de que como soñando aparezcamos en un castillo cuyas troneras echan humo fábril.
Frente a nosotros el abuelo, Filiberto, una de las excepcionales muchachas que no violaron reiterativamente en 1524; Bryan O´Donnel, la niña coja por un bombardeo, el Niño de Piedra sioux, los pequeños cuyos o
jos vaciaron píos monjes camino a Jerusalem; Hila, púber negra del río Níger a quien en el siglo XIII dieron como amante esclava; Derzu Uzala, cazador de los bosques siberianos chinos; Saanvi, madre que es al sur hindú hace mil años;  Pepé Llagos y Dosy, nacidos en una cuenca minera casi entre los Picos de Europa; Felícitas, Malena, el Jarocho, en gigantescas representaciones se sientan a una mesa sobre lo alto. 
En la multitud alrededor hay muchos rostros conocidos y el resto tiene un impreciso aire familiar.
Acostumbrado a los escenarios con miles de protagonistas, el abuelo no necesita forzar la voz para que se escuche a través del eco profundo en el fantástico lugar. 
-Mira -dice extendiendo la mano en un movimiento circular. -Te nos dimos, tan diversos en tiempo y espacio y tan íntimos como deseabas. Y has traicionado nuestra confianza. 
Prometo cumplir la tarea y recuerdo a Domingo embobándose con los recuerdos de una bronca toma de predios, para que repentinamente, sin venir a cuento, pensaría uno, los ojos se le fueran quién sabe a dónde y dijera: 
-Todo fue por mi papá, que vendía pájaros en el mercado y no tenía un centavo y andaba cante y cante.

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En adelante van fragmentos de materiales, uno por uno, intercalados.

LA CRÓNICA INTERMINABLE

"Para entonces la historia (...) corría de pueblo en pueblo. Todas las noches al salir la luna, los beduinos se la contaban al amor de sus hogueras, y cada vez que pensaban en Simbad creían oír el rumor de las olas en medio del desierto."
Simbad el marino.
 
“A COMISIÓN PERMANENTE DE SEGURIDAD DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES GINEBRA.  AVIACIÓN FASCISTA ASESINA DIARIAMENTE MUJERES Y NIÑOS DESTRUYENDO PUEBLOS ENTEROS CON SU METRALLA PUNTO MUNDO CIVILIZADO DEBE INTERVENIR CESE TANTO CRIMEN PUNTO CASO CONTRARIO NO RESPONDO PUEDA PASAR CINCO MIL PRISIONEROS TENEMOS CÁRCELES ASTURIAS AUN CUANDO HAGO TODO LO POSIBLE ES DIFÍCIL CONTENER PUEBLO.”

Eso firmó mi abuelo cuando entre 1936 y 1938 dirigía una pequeña república semiautónoma en lucha, más que contra la España Negra fustigada por el poeta, para detener a Hitler y Musolinni.

Lo vemos aquí participando a su pueblo la protesta hecha.  

Murió en 1950 y cincuenta años después vino a vivir conmigo para cuidar el libro que escribía sobre aquellos asuntos. 

Hoy, cuando inicia la crisis civilizatoria que con suerte puede llevarnos a sociedades más solidarias, libres, equitativas, emprendemos juntos una aventura rumbo a pasado y presente, ayudando según nuestras fuerzas.

Tiene muy pocas pulgas ese mentor que trabajó en la minería y apenas protesto por cualquier cosa amenaza meterme dinamita en salva sea la parte.

Bromeo a ratos pues sin humor resultaría pesadísimo el encargo que nos dieron quienes no están más, conforme decía un gran tipo: Se lucha sobre todo a nombre de las y los de antes, muertos
combatiendo por
justicia.

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A lo repentino en mi mirada el tiempo histórico de la especie se contrajo hasta parecer un soplo, nuestro presente nacional corre y yo sigo sin saber qué traje ceremonial vestiré cuando no haya más remedio.
Si tenía alguna vaga pretensión de trascender, sobreviviendo en quienes quiero, por ejemplo, perdió sentido, deduzco, y este último viaje, entonces, abuelo Belarmo, lo hacemos para estar juntos.
-Anda, que el camino quizás no es largo ya y la prisa, prisa –dice.
El país durante su mayor coyuntura posiblemente en cien años y la gran historia al fondo. De contarlos se trata.
Lo haré como diario saltando a capricho. Estamos en marzo y lo inicié en noviembre todavía entre ustedes. ¿O es septiembre de 2016, año y medio antes, apenas entendí que las cosas se precipitaban?, ¿o ese mismo mes durante 2014?

Un viejo con mochila al hombro siempre resultará buena noticia, aunque a ratos la cargue dentro de casa y mienta a su mentor, pues éste cree acompañarme sin falta y suelo andar con quien se deje o a solas.

Diciembre, 2016
Muerde el frío cuando subo al autobús y al abrir los ojos, a pesar del sol macho entrando por la ventanilla. ¿Cuánto habremos descendido en apenas cuatro horas? ¿Mil, mil quinientos metros o más?
Siento haberme perdido esa fantástica transformación del paisaje, pues no es más por ahora, que sin falta asombra cuando se deja la ciudad monstruo hacia ambas costas. Ahora son pinos y otras coníferas cuyo nombre nunca aprendí, en un rato los copales, guajes, avizaches, cazahuates, tepehuajes, que los campesinos me enseñaron a llamar, y luego llegan las selvas, así, en plural, pues hay de alturas varias, secas hacia este costado.
En momentos parecieran tierras vírgenes y sabemos que eso no existe aquí hace mil años. Es por el despoblado a orillas de la carretera hecha sin respeto alguno hacia los hombres y mujeres reunidos en rancherías, y por esa sabia forma para aprovechar laderas y quebradas que una agricultura ajena no reconoce como tal.
Apenas niño me obsesioné con estos lugares. Desde la azotea Felicitas los señalaba con su mirada perdiéndose lejos y cuando papá nos llevaba de vacaciones mis ojos inútilmente querían escudriñar entre el curso del río que a la carrera seguíamos en paralelo, desiertos cerros tropicales uno tras otro.
-¿Vamos? -preguntan al mediodía.
-Sí -respondo postergando la tarea de contar, por fuerza en deuda, que vivir toma tiempo y acumula. 
Arriba quedó la señalización que me traía historias trágicas. Esa sierra es bien conocida por mis amigas y pudo costar la vida a Digna Ochoa. ¿Iré algún día? Hoy sus amos son Templarios -no hay casualidad en el nombre, ¿verdad, Malditos de las Cruzadas?- y a menos que para cosas suyas me lleven los compañeros, seguirá revoloteando en mi imaginación. Bien visto, no sería raro ir: de donde vengo el "Sur geografía profunda" resulta exotismo puro. Aquí se habita. Pronto yo también lo haré, para darme cuenta que mis amigas y quien reconstruyó los últimos días de Digna exageraban por conveniencia, me parece. Petatlán no es Siberia o el alto Níger y desde mi patria prometida puede alcanzarse en un tris, digamos.

1492

Iniciamos por ese año que el abuelo gusta llamar del Maléfico, para saltar después según se necesite.

Colón trepa a sus carabelas, pequeñas naves casi recién nacidas entre portugueses y gracias a los marinos que andan hace mucho el Mar del Norte, y no sabe quiénes operan la obra en secreto sin darse cuenta bien a bien de sus consecuencias. 

Simplifico extraordinariamente los hechos para un mejor entendimiento, porque nada es comprensible en la cristiandad latina o Europa centro occidental sin el papado y otros grandes agentes.

Cinco exactos siglos más tarde alguien escribiría en infame tono melodramático: "En tiempos muy antiguos existió un gigante guerrero, triunfante, dominador. Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido,

torturado, fue dado por muerto, encadenado por múltiples amos (...) Entonces, el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."

-¿De qué hablas, buey? -pensé apenas leer a ese alguien que pronto codirigiría el Banco Central Europeo. -Tu guerrero nació poco a poco en los ocho siglos llamados medievales, y lo de gigante y dominador cuéntaselo a tu abuela, pues se echa al océano ahora porque no puede con el Islam, quien le cierra las puertas a China, esplendor de esplendores que todos procuran. Y corrieron con hartísima fortuna si pensamos en "América", continente inconcebible para ustedes

"De otra manera ni en jarras la magna obra. A cualquiera se le ocurre tomar un cálculo simplón sobre nuestra esfera terráquea. Era cuatro veces mayor, creo. Neta, no por nada Portugal echó a patadas al Almirante."   

En fin, eso y bastante más se permitirá su cultura para adulterar la visión de un mundo que depredará a ritmos escalofriantes para el mismísimo Angel Caído. 

-Espera, te pongo un mapa -sigo desproticando contra Monsieur Mentira, como deberían llamarlo.

-¿Sufriste mareos? Porque esa obra cartográfica tiene como eje china y no tu continente, como empezará a suceder unas décadas tras los viajes del aventurero genovés, alias don Cristóbal.

-Menudo truco. Desde ese momento y sin faltar minuto susurran al planeta: El centro de la tierra somos nosotros.

Un país llamado México

Esto es una crónica interminable, se niega a volverse supuesto curso de historia y no enteramente a capricho pasa al momento en que ando con mi compadre, obrero cuyo ojo derecho se llevó cierto bicho crecido entra la carne podre que empleaba una empacadora de embutidos.

A pie por el camino, Agustín y yo no nos cansamos de dar gracias a la fragancia de la hierba alta, jugosa, en la que pareciera no caber un tallo más, y a sus verdes suaves por el sol, siempre padre y aquí en un papel distinto a los muchos que decidió y no hacer en nuestro gigantón urbano. Padre sol y madre tierra, sabemos ahora, envueltos por ella y su prodigalidad. ¿O los géneros deben intercambiarse entre ellos, pienso recordando una milenaria leyenda?
Deberíamos preguntar a los campesinos y campesinas, y se nos hurtan a la mirada por sus ocupaciones o deliberadamente, como el pueblo sombra que se me descubrió una mañana en una colonia de posesionarios y luego gracias al abuelo.
Todo enamora a nuestros ojos de ciudad: el contraste entre la vegetación y el rabiar azul del cielo, la franja arcillosa que serpentea frente a nosotros, el apenas perceptible reptar o trepar de pequeñísimos seres y esa terca soledad aparente que a lo repentino se viene abajo.
“-¡Bájense todos, hijos de la chingada!” –grita a los ochenta hombres en un camión de redilas “un señor grandote” que carga “un radio” –Bótense al suelo porque se van a morir...”
Ya está: el compadre y yo llegamos al momento que nos trajo hasta aquí, al vado donde un camino interior tuerce.
Aguas Blancas se llama en paraje adonde llegamos.
“-…la balacera de una manera muy cerrada.
“-Sentí que nos estaban cazando…. 
“-Cuando estaba ahí debajo del camión, pues yo sentía algo caliente que me caía aquí arriba, así, pero yo no creía de que fuera sangre. Y cuando ya nos sacaron de ahí ya vi que había muchos más regados así, alrededor del camión y adentro también.” 

Red de agujeros llamo a mi país por un poema mexica escrito tras caer Tenochtitlán en manos de Hernán Cortés y sus aliados:

“En los caminos/yacen dardos rotos,/los cabellos están esparcidos./Destechadas están las casas,/enrojecidos tienen sus muros.// Gusanos pululan por calles y plazas,/y en las paredes están salpicados los sesos./Rojas están las aguas, están como teñidas,/y cuando las bebimos,/es como si bebiéramos agua de salitre.//Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,/y era nuestra herencia una red de agujeros”.

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Conozco lo sucedido durante 1994 en Aguas Blancas, Guerrero, gracias a testimonios que recabó quien luego me ofrecería escribir sobre Digna Ochoa y su presunto "suicidio asistido".

Las dos historias tal vez se enlazan por ese estado, Guerrero, donde murieron los campesinos, que desde 1970 vive una virtual "guerra fría". Militares, mafias criminales y funcionarios públicos corruptos tienen allí su reino hasta nuestros días, sabremos después por la noche de Iguala, cuyo "secreto" se guarda


también en el rostro desollado de este joven.
 Nuevamente a pedido recogí los hechos y así pareceré certificar palabras que en 2002 soltó a una grabadora otro hombre cuando le preguntaron:
"-¿Estamos hablando de un fenómeno de colombianización de Guerrero?
"-No, todo lo contrario. La colombianización ocurre primero porque no había un gobierno central eficiente ni aceptado en Colombia. Segundo, porque hay un dominio territorial total de las guerrillas. Tercero, porque es imposible para fuerzas policiacas y militares oponerse tanto a los grupos guerrilleros como a los clubes de delincuentes armados que constituyen las fuerzas paramilitares colombianas.

“Esto no ocurre en México ni hay manera de establecer paralelos con Colombia. Lo que estamos es ante el caso típico que debemos llamar estado de Guerrero.” 

Al poco nuestro país todo vivía una situación semejante. Se confirmaba así una máxima esclarecida años atrás: el crimen organizado es esencia capitalista; constituye parte de su sector informal. Para entonces en la economía de esta Red de agujeros tres quintas partes se registraban como informales.

-¿Terminaste? -pregunta el abuelo.

-Por ahora. Debemos visitar a Jacobo Fugger.

-¿Volver a Europa en tiempos de Colón mientras África Negra nos espera? Estás loco. Ven.

 
Mayo, 2018

En 2001 Robert Fisk, el mejor periodista del mundo, escribió: "Palestina: la última guerra colonial".
Eso anoté el jueves, creo, estamos a sábado y para aclarar me doy un ratito pues en dos horas debo salir corriendo de casa.

El 7 de abril hubo un presunto ataque con bombas tóxicas en la ciudad de Duma, Siria, entonces en manos rebeldes al gobierno. Presunto, digo, pues hay una terrible guerra mediática allí, incluidas puestas en escena para la prensa.
Una semana después Estados Unidos, con aval inglés y francés, envían "misiles inteligentes" al centro de Damasco, ciudad capital, pretextando destruir instalaciones donde dice se fábrican armas químicas. ¿Para qué, si al día siguiente los observadores internacionales enviados ex professo revisarán esos puntos?
El periodismo independiente afirma que no hay más motivo inmediato que las próximas elecciones en los tres países trasgresores. Así de ruin es la cuestión, en tierras donde una guerra civil iniciada hace seis o siete años y que escaló poco a poco, deja hasta ahora medio millón de cadáveres.

Luego vendría lo de la embajada que se traslada a Jerusalén. 
Para mí el Medio Oriente actual es una gigantesca duda que cobró real forma con la invasión estadounidense a Irak en 2003, cuando conocí a don Robert.

Septiembre, 2015
Leí esta nota cuando con mi abuelo habría emprendido la aventura que nos llevaría no sabíamos hasta dónde: "Resuelven el misterio del orígen de los vascos."1
-¿Qué coño nos importa? -dijo el minero cuyas subserviones estaban acostumbradas a la dinamita y otras modigeradas cosillas.
-Buscamos sin brújula, ¿no? -tuve a bien espetarle (sin humor no lo lograremos, nietos y quién más lea).
"Una de las teorías prevalecientes es que provenían de un grupo de antiguos cazadores que no se había cruzado con otras poblaciones. Es decir, que estaban ligados genéticamente a poblaciones preagrícolas.

"Pero ahora, un estudio (...) afirma que descienden de los primeros agricultores que se vincularon con cazadores locales. Y que fue más tarde que quedaron aislados durante miles de años." 2
La biogenética estaba en pañales todavía, su desarrollo se daba a velocidad cuántica y unida a tales y cuales disciplinas pronto contradeciría el dicho, al menos en parte. De aislamiento, nada, nos informarían, y así Vasconia estaba curiosamente vinculada a Sicilia. 
Mi mentor volvió a quejarse:
-A lo que nos truje.
-Aguarda, Chencha.
-¿Quién?
-Si usas mexicanismos, jódeste, que así se completa el dicho.
-Cago en Dios.
-No todavía. Le echaremos nuestros serotes una vez lleguemos. 
-¿Al final del viaje?
-Antes, creo.
-Despepita.
Anden, rían, compañeros, por mis anticuallas linguísticas, antes que aviente la bomba. Los misteriorísimos euzkaros existen apenas desde el siglo X a.c. ¡y recién encontraron restos homínidos de cuatrocientos mil años! 
-¿O sea? -preguntó Belarmo.
-Dios fue creado, por buenas razones pero creado, ¿cierto?
-¡A por él!
-Si me indicas la fecha.
-Un intelectual en casa, menudo asco.   

 

DESDE LA AZOTEA    

"-Cuánto dices que dura el mañana?

"-La eternidad y un día?"

Theo Angelopulus

 

El que en batita y apena supo andar subió a la azotea que no abandonaría más, baja en sueños a cumplir los días de inexcusables mandatos, digo por ahí.

Eso me permitió encontrar muy temprano a la Corte de Medianoche que dirige los Cuadernos.

¿A qué mi urgencia? Basta imaginar el momento. Cambio un departamento holgado para los padres y tres hermanos que entonces éramos, por la vista del anchuroso valle que antes presidían dos grandes lagos, hoy casi por completo desaparecidos a fin de dejar tierras muy ricas donde estuvo el de agua dulce, pues su compañero era salado, según puede percibirse a lo lejos, donde brilla todavía un remanente. 

Viven allí quienes sin eufemismos llamo sirvientas. Son campesinas indígenas o con orígenes indígenas, cuyo trabajo demandan los patrones a cualquier hora por seis o siete días a la semana, conforme a cada caso. Solo allí se sienten libres y pueden atreverse a cantar, observando cuanto quieran, también esas miserias vecinas que las fachadas ocultan y para ellas están a plena vista en sus respectivas prisiones y no a los costados. 

De cabelleras casi por regla abundantes, negras, hermosas, pesadas, que columpian el lugar, y ojillos de pájaros vivaces... Esperen, les comparto esto, escrito poco después:

Felícitas descubre un valle distinto al que mis ocho años de edad revelan y construyen. Sus manos se empeñan ágiles y sin pesar contra la piedra del lavadero y el correr del agua y llenan el aire de amabilidades, sugerencias, aromas que toman de cuanto su vuelo toca. Sólo quien asiste a la escena percibe cómo con ello la realidad alrededor se trastorna, despertando las sombras del vasto llano al pie de las montañas, para un paseo hacia rincones a los cuales mi imaginación no puede asomar y entonces son pura borrachera.

Con ellas, entonces, y el valle, estaban nubes altas, densas, morosas, que solo los altiplanos tienen; las montañas madre y sus cobijadores milenios, pequeñas ciudades y pueblos prehispánicos salpicándolo todo y una moderna mancha urbana de crecimiento apenas concebible.

¿Cambiar eso por el departamento que no importa si con nobleza preside la inevitable, aplastante autoridad de papá y mamá?

Si acudo siempre al consejo de los sueños jamás lo hago con el de poetas, digo y miento, un poco, siquiera, pues hoy cito a uno:
"Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.
"Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
"No concibo la obra al margen de la vida."(1)
¿Valen para mí esas palabras? No tengo una obra sino miles de viñetas escritas desde niño.
Todo lo dirijo al futuro de ustedes, a quienes no veo desde la marcha con mi abuelo, B, al río Níger luego convertido consecutivamente en el Magdalena, que corre entubado por nuestra ciudad, y el Abajo, cuyo curso conduce al "Sur, geografía profunda", para terminar remontándolo hacia el Norte y así ir y venir entrometiéndome también donde siempre intuí debíamos introducirnos. ¿Son los que dirigen a la Crónica interminable? Sí y no, pues en principio los tomé como renuncia, cuestión sobre la que estoy muy avezado.
¿Les cuento algo en realidad y de manera mínimamente comprensible?

   

El Idiota
E y S, nietos, a los sesenta años hago un libro sobre B en el escritorio que da a la única ventana de este departamento, cuyo encuadre copia al viejo cine nacional, con su fácil, blando romanticismo. Allí leo también las frases con que cercaba a mamá apenas pude convertir mis berrinches en palabras:
-¡Mira! ¿Ves cómo a la mitad la calle se desploma? ¿Y aquel hombre cuyos pasos no dejan huella, ya que pisan bajo el suelo? ¿No sientes ese temblor perpetuo, nuestro nadar sobre la tierra?
Levanto la cabeza para encontrar el patio a cielo abierto, largo, generoso, las puertas de la docena y media de viviendas en dos plantas, y la luz en la que ese sol nuestro, padre, hermano, macho bravucón, pordiosero, se echa escapando de la alharaquienta tarde de la calle. Parda, recrea el alivio de las madres y los abuelos y abuelas en el breve descanso que les dejan sus criaturas bullendo por dentro, aspaventosas, o en la desesperada persecución del día que no alcanza, que por ley se agota antes de revelarles los secretos de cada tanda.
¿Qué dirías de verme en este lugar, ma, donde un par de años atrás lloré de alegría apenas se marchó la mudanza? ¿Te entristecería encontrarme en un pequeño, oscuro rincón de la ciudad, del país que no entendiste nunca?
Venías de lejos y guardabas con celo el dolor que ello te producía. No te dabas cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un trayecto tan largo como el tuyo en tiempo y alma. Lo comprendo. Como ella, creciste convencida que el mundo era las leguas a tu vista, tras las cuales la respiración se suspendería.
No tenías modo de entender el acoso de mis letanías aquellas, que te postraban y así más se encendían.
-¡Ya, por Dios, déjame en paz! –tronabas contra tu proverbial paciencia, encerrándote bajo llave para rogar a no sé quién, en tu sabiduría, que velara por ese pobre hijo. Lo hacías inútilmente, claro: no había salvación para el Idiota.
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Hoy idiota resulta sinónimo de estúpido o imbécil. Antes se refería a los tontos o tontas de los pueblos, que un sabio medieval despreciaba reconociéndoles a cambio el don de servir a la divinidad para expresarse imperfectamente.
Una película terminó por entenderlos, creo, en la figura de un muchacho obsesionado por los trenes, cuya maquina imitaba sobre la senda entre la basura al pie del hogar paterno.
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Aquí y por autismo todo tiende a cifrarse. Presumo ahora, por ejemplo, que ustedes vieron esa película. No la nombro pues es norma del cuaderno. Ahora estoy invitándolos a buscar al muchacho sobre las vías del tren -pregunten por ella a Él, su padre-, que en verdad los hay, vías y tren con una corrida diaria. No alucina el idiota; imita, y al hacerlo tercamente descubre cosas imperceptibles para otros, así el director no las muestre. Se encuentran fuera de cuadro, como lo entrelineado en la literatura o el subconsciente nuestro.

Dos
Nada en mí se comprende sin la siguiente viñeta, Ohsis nietos, como también los llamo:
Digo cualquier cosa sabiendo que quien te cuenta son los ojos y las inflexiones en la voz, y al voltear con la sonrisa casi me olvidas, atrapado por lo que tardo largos segundos en sospechar es una luz sobre el filo de la cortina. Lo creo pues te vi antes encandilarte con ella como si fuera la primera vez, y la sé para mí perdida según debiera, a menos de hacer el enorme esfuerzo de otros días. Gracias a él descubrí, por ejemplo, el justo vaivén de una rama en la ventana, sin traducción para mí que estuve dale y dale intentando infructuosamente hacerlo palabras.
No puedo con tu mundo, hermano, me rebasa, me apabulla, me pierde en el desorden aparente donde tú por necesidad encuentras armonía. Desde el baño mamá pide ayuda para bajarte por la rampa, le contesto que puedo solo, advierte cuánto has crecido. ¿Ves? Todo eso está en nuestras voces. ¿Algo intuyes viniendo de lo que no atino si te vale llamar "ayer"? Algo, sí, creo, más lo olvidas en un tris. Qué caso tiene, dirás a tu manera.
Más de medio siglo después, cuando haya entre nosotros diez mil kilómetros, seguiré peleando para contarte. La distancia no nos separa pues moro en ti y entonces es imposible precisar cuánto estoy frente al escritorio y cuánto entre la habitación y la terraza donde mamá te hizo un reino a modo.

Siluetas
Tengo quince años, Ohsis, y entro al último de los cursos preuniversitarios. En el anterior desapareció el yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de nuestro mundo escolar, en el frontón, en el recoveco al fondo del campo de futbol, los baños o cualquier espacio poco frecuentado donde me aceptaban los rudos que probaban el carácter.
En su lugar se hace presente un personaje en busca de reflectores. El éxito es rotundo y allana tanto la vida que prometo ajustarme al modelo para siempre.
Aun así me toma por sorpresa el montaje de miradas y risitas nerviosas dirigido a mí desde el rincón donde durante las semanas de inicio los de primero, recién llegados al edificio, se confinan en respeto a las jerarquías. Muchos metros de gentío me separan del juego ese que hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé, hasta terminar encontrando en medio del coro a una muchachita muy hermosa.
La celestina tiene clase y gran parte de culpa en la elección hecha por su ama. Sólo merced a su tolerancia hacia las torpezas con que respondo al juego, paso la prueba para encontrarme no frente a frente a la belleza esa, sino a la manera que se debe: semiescondida entre el aleteo de las súbditas.
En verdad puedo morir en el momento: se me abren las puertas a una princesa de estilo clásico. Llega a la edad de enamorarse a la manera de la gente de bien, pensando que ahí está el único hombre permitido mientras viva, con el cual compartir un idílico romance y luego un bien provisto hogar. O a entretenerse con ello, siquiera, según bien sabe su padre, quien no se sorprende al verme por primera vez y atinar: el muchachito descansa en nada pero es inocuo y el tiempo hará su obra, con una pequeña ayuda, si se precisa.
Yo ni sé ni me entretengo. La vida ha sido muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece tratarse al paso. No decido si asomarme a través de él o alejármele a toda prisa. Las vacaciones entre cursos antes de sacar partido de las luminarias, ha sido una mañana tras otra de espanto ante el espejo. Algo terriblemente oscuro aparecía en el rostro aquel, deformándolo. Por eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a una droga, y la oferta de la princesita es la promesa de que todo andará bien de ahí hasta el fin.
Andará bien entre el desastre general. La frase suena gorda pero me parece justa y el título de la historia viene de ahí. Cuando mucho después descubra a un célebre director de cine, entenderé su obsesión por la música popular de estos tiempos, nacida en su país por primera vez para los jóvenes. En la pobrísima modalidad nuestra hay un matiz nada despreciable. Fuera de la docena de tonadas hechas en casa, al traducirlas las melosas letras resultan perfectas tonterías. Aunque el premio mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la delantera. La voz de uno de los invariables remedos de cantantes dice debatirse entre y la vida y la muerte, al descubrir tras una ventana las sombras de una amartelada pareja.
El tipo repite la historia para terminar descubriendo, ni más ni menos, que equivocó la dirección del amor de sus amores. No importa sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía y las apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación caricias y delirios imposibles de cumplir. Al menos entre las crecientemente gruesas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos.
Suicidas, he dicho, y de nuevo parece un exceso y no lo es. A mis ojos nadie lo ejemplifica mejor que la hija de la peluquera del barrio, porque la veo al paso, de cuando en cuando. Una mañana encuentro a quien fue una niñita disfrutar mi sonrojo exhibiendo, antes que un par de espléndidos pechos, una sonrisa de reto e invitación.
Meses después el vecindario masculino pulula por la esquina a la cual se abre el salón de belleza, desde donde la madre de ella se asoma con un matamoscas. Al poco creo que la mujer se salió con la suya, sólo para descubrirla a punto del infarto por el fracaso en deshacerse del Rey, cuya presencia basta para alejar a la competencia. La señora da inútiles voces, la pareja se cansa de escucharla y se aleja abrazada por la cintura.
Pasará un año para ver a la joven con un bulto en el vientre, todavía envalentonada, y otro para que sus alardeos se vuelvan triste mansedumbre, sentada en el escalón del negocio con la criatura y vagos vestigios de sus encantos de cometa. Mientras, nuestras baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se disputan lo mismo una fiesta que una mirada.


Trópicos

La ciudad muere pronto sobre la única mancha vegetal en cien kilómetros a la redonda de desierto, y al saludar el fin del malecón el sol no es el criminal que debiera, gracias a la brisa engrosada por las gotas de la rompiente. Los pájaros amables se agotan también aquí, donde nace el reino de los zopitoles.
Voy a solas pensando en los paseos con P al cerro ante mí, en busca de piedras presuntamente raras. En él remata la pequeña sierra que sigue la carretera, capricho del terco golpeteo del mar atemperado por la bahía baja, en cuya playa ballenas y cachalotes suelen vararse al perder el rumbo del canal.
Hace cuatro o cinco años papá vino a trabajar aquí, a mil kilómetros de casa, donde para mi lujo paso cuanta vacación señala el calendario escolar. La tercera planta del hotel que el hombre se empeñó en construir contra la voluntad de los dueños, quedará para siempre sin terminar, según parece, y la pandilla anda a sus anchas por ella, como por los tamarindos, de rama en rama, uno tras otro, o el filón de arena en el que nadie se baña de tanta restinga y tanta áspera piedra. O por el muelle donde contra un pilote la Mariana recibe a los marinos urgidos, Cinco pesitos, güerito, y el que sigue, con sus carnes entradas en años, ajada y simpática, de negro entre los calores, encendido rubor en la mejillas, el sombrerito hace tiempo pasado de moda rematando en fresca flor. O la boca esa de mar entera, incluida la corriente refluyendo justo en el canal trampa de los animalotes cuya agonía decimos disfrutar sobre sus lomos.
Un par de veces estuve a punto de morir allí, al borde del estolón frente a la ciudad-pueblo, en los paseos que dábamos en las planchas, como llamaban a las navecitas lisas con un par de remos.
-¡No, no pelees con ella!, ¡córtala! -gritaban los amigos o los hermanos, refiriéndose a la corriente, y yo creía hacerlo pero cada brazada, hacia la plancha o las rocas, cuanto más empeñosa, más me alejaba, obligando a que vinieran en mi salvación.
Cincuenta años después me preguntó por qué emprendo entonces la aventura de la carretera a solas, o crío a ocultas mi rancho de caracoles, o me escurro para las pesquerías.La pregunta es ociosa, claro, y completo los seis kilómetros y medio de cómicos, a ratos enternecedores saltos de las olas, hasta la playa que se anima nada más durante los fines de semana y así hoy y muchos días estará sólo para mí y para los pulpos, cardúmenes de infinitesimales criaturas y demás, susto y gozo al hundirme por horas en ese otro mundo.
Qué torpeza mirar así, desde el futuro hacia el que entonces los días se fugan, cuando nunca lo hicieron. Uno a uno eran y sin destino, innecesario, insensato. Presente el mundo, reducido al cielo bajo de las raídas nubes a la mano y el azul gritón a fuerza de acaparar la vida cuya única motivo era aquélla inmensidad misterio puro, engrosando el aire con sus vapores, emborrachándolo todo: la espesura entre las ramas de los tamarindos, de por sí briagos por el aroma de los frutos, sudor de tierra agria; los hormigueros que no se daban abasto de tanta jugosa hoja; el tropezar un paso tras otro de los caracoles en su terror a la arena; nosotros, deseo descorchado, comiéndose la cola.
¿Es voluntad mía o suya, el que al modo acostumbrado el abuelo asome en este preciso momento de la lectura?
-¿Qué es eso? –pregunta, y miento:
-Nada, ocurrencias.
¿Lo hago por vergüenza, ocultando mi tiempo fácil, se diría pensando en el de él?, ¿o es que temo lo haga pedazos con la mirada incapaz de entender, según bien sé, porque lo mismo me pasa con el suyo?
-No voy a robártelo –dice adivinándome.
-Ni lo intentes –respondo en silencio y vuelve a entender. Pasea los ojos alrededor como si no hubiera estado aquí antes, odiándome por haberlo traído. –Perdona.
-Pierde cuidado.
Pierde cuidado… Desde que nació jamás pronunció esas palabras, al menos en ese tono, y siento ahogarme o a punto de perder la razón, igual que mil veces antes.
-¿Tengo remedio? –pregunto a la que siempre me acompaña y su cabeza se mueve de un lado a otro.

-Me engañas –la reto, sonríe y cuando vuelvo los ojos la silla del abuelo está vacía, asegurando que hace mucho nadie se sienta en ella.

Sin salida
El pestillo, la carretera insoportablemente recta, la manija, jala de ella. Así me digo lunes con lunes en la mañana temprana.
Ahora es noche y descubro el silencio sin elocuencia, regodeo de los demonios que conozco desde niño, cuando cierran la puerta para el privilegio del amo, proclaman, y los trescientos metros cuadrado son cárcel a través de las cuales paseo certificando que existe la nada escarbada por el filósofo a quien rindo culto.En medio de ella, pienso, y me revuelvo contra la idea.
El vacío viene de fuera y encuentra el mío, sigo y vuelvo a dudar, atormentado, a los veinte años justos, como el hombre en la novela que clama por ellos marchándose lejos de casa, a otro mundo, donde las referencias no se vuelven añicos y vuelan por la ventana del tren a impulso de mis manos, según hizo un segundo joven, él en un cuento. ¿O sí? No vivo de palabras y si los cito a ambos, ¿distintos e iguales?, es buscando con desesperación a otros, mis pares, que andan aquí y allá en lo siempre ancho y ajeno. ¡Basta!, digo ante la tan distinta ventana: el patio de una antigua hacienda, hace mucho fábrica, y sus sombras, que suben y bajan a cuentagotas ahora, noche, entre el par de construcciones cuyos obvios secretos, oscos, se niegan a revelárseme.
¡No!, grito en silencio, no soy el par de muchachos en los libros entrañables. Yo vine al encuentro de quienes me llaman desde niño… para topar y no lo mismo que ellos, pues uno halló, se halló por fin.
En cualquier caso esa nada resulta absurda, se bien. Fuera, en el patio y todo más allá lo que hay es exuberancia, y escapa a mis ojos y mis dedos, a mi humanidad entera, urgido de ella. ¿Está en verdad? Por la mañana usé la autoridad de la cual aseguran me invisten, para ordenar abrieran el monumental portón. Ahora tendría de una buena vez a los bien amados que entre los tróciles, las batientes, los telares me odian por respeto a sí mismos. Los tendría con el fascinante universo alrededor del campo en sus esencia. Y hubo sólo sequedad multiplicada y una llano que estruja, viento soplándome con asco y verdes matas en hileras hasta donde la mirada topa las espaldas de mis montañas madres, que eso hicieron, volteárseme como si no me conocieran. Pues si el hombre de la novela viajó miles de kilómetros, el hogar mío está apenas a una hora de distancia.

 

La Parada

Así, La Parada, se llama la cafetería a la que suelo ir. El nombre no fue una ocurrencia del dueño, ni para mí ni para el resto de los parroquianos.
Con el café acostumbrado desde venir la primera vez por mi cuenta miro las sabias cortinas cubriendo a medias el ventanal para sustraernos al fisgoneo de la calle, que abajo exhibe sus intimidades con los pares de piernas hablando como loros, y que arriba se fuga al barrio y la decoración del cielo.
Dos mesas allá una docena de vocingleros músicos hacen una larga, renovada cada poco. Los cabarets, los salones, las estaciones de radio tras los cuales llegaron no están más, como la afición por los ritmos en los que se hicieron expertos. Ellos siguen.
Leo de nuevo la hoja suelta que encontré semiescondida en un libro. El papel, la letra y la tinta dicen muy poco y no atino cuándo la escribí. Son frases sueltas, trazos del lugar y de una hora confusa. El piano que allí se escucha desde el otro lado de la calle, podría ser el de mis trece años o el de hoy, igual que la prepotencia de los autos que inútilmente se empeñan contra el vecindario lanzando bromas y puyas de acera a acera.
La mano mulata de largos, inteligentes dedos repite la que gesticula ahora mismo, ni más ni menos que el balcón enrejado y las puertas de par en par a la estancia de donde viene el piano, relatada por el ventilador del techo, o la mesera con media vida en el lugar y una historia de fracturas que frente a mí coloca el café y una sonrisa.
En la hoja ni palabra sobre mi persona. ¿Cuándo fue?, insisto dando gracias a esa pequeña joya que me permite estar donde quiera. Estar, por ejemplo, cuando Ella se hizo una habitual del barrio para recibir la herencia de mujer atrevida. O la mañana con Simón y los suyos a punto de asaltar el despacho del siniestro líder sindical. O las tardes de viernes aireando mi buena fortuna entre la estación del autobús que me traía de la ciudad pequeña y el par de días por delante de aventuras sin itinerario previsto.
Convoco al escritor que acostumbra seguir a sus personajes en la obsesiva repetición de rutas siempre iguales y distintas. Yo era un niño de meses, seguro, la primera vez que me trajeron a La Parada, luego de una de las visitas a los abuelos, para luego volver también maniáticamente. No importaba si el barrio caía en desgracia y se semivaciaba, arruinándose, como todo en el delirio de la ciudad que se buscaba cada vez más lejos.
Volvía, vuelvo, aunque de trecho en trecho con ahínco o apremio mi vida se aleje aprisa de los orígenes y olvide el regreso no a papá y mamá sino a los músicos, la calle por el ventanal, el mercado, la animación de los zaguanes, los misterios de los patios abriéndose detrás, el callejón de milagros que fue mío mucho antes que de Ella y sin embargo...
Vuelvo con Él, con el Nuevo, Simón, Juan, otras mujeres, ustedes y mi soledad, profunda, insobornable, gota entre gotas, ni más ni menos que la mesera empeñada en resistir, reivindicando su reinvención a fuerza de carmines, rubores, sombras de ojos. Si supiera cuánto la respeto, cuánto admiré a las anteriores, una a una.
El piano abandona el compás de tres por cuatro y la síncopa de la tarea, dejándose circular por el teclado bajo el ventilador, por el balcón, sorteando el concierto de motores, frenos, claxones, y se vuelve parte de lo no dicho en el papelito que con amor regreso a la bolsa.

Tiempo de caminar
Viejo aprendo a escribir, aunque siempre lo hice, y desespero con las viñetas hechas como Dios les dio a entender:
Abrí los ojos y contra el zumbido telúrico al fondo y el manchón luminoso sobre la cortina, había trinos y azul tierno, una llave peleando a lo lejos, que se convertía en Ella acercándose con rastro de noche y aromas de manzana agria, de piña fermentada, de zapote que se rompe de maduro, para aparecer, desprenderse el rebozo del cual saltaban los pájaros cantando al pie de la ventana y al fin desnuda descubrir una piel aceitosa, de aventura, satisfecha. Con la estampa mi ciudad pasada e idealmente recompuesta, lío de parques y camiones y zaguanes y vidas entrevistas, soles a montones, aquí señor, allá un perrito que se ovillaba, rematando en las fragancias, los colores y las maneras antiguas de los mercados, ajenos a las euforias, cuya esencia trasegada por lugares, cosas y atmósferas desconocidos traía Ella.
Algo así era en mi cabeza al despertar de la siesta matutina con esa mujer a quien no nombraba llegando un amanecer entre el perfume de su sudor y del alcohol, en el cual yo creía encontrar contagios de lugares mágicos que sentí perder y que así, en apariencia sin proponérselo, ella me regresaba ilustrándole lados nuevos para que yo sintiera otra vez su invitación. Era mi ciudad pues no había una posible ciudad única sino un eterno temblor construido por millones de ojos y memorias.
A medio vestir, mal metido entre sábanas y mantas, encontré el rastro del hijo en la pijama y su quieta forma de ocupar el espacio bajo la estridencia, la pesadez y los erráticos modos míos y de Ella, cuando estaba y ahora.
La presencia de la mujer era abrumadora en cuanto el paseo distraído de los ojos recogía. En las representaciones del colgajo de collares, por ejemplo, o en las mariposas y las primaveras, como alguien me dijo se llamaban aquellos pájaros de pecho generoso, que coqueteaban en el marco de latón del espejo contra el nicho del armario de madera cruda, sencillo y luminoso. O en la imaginación de la que hacía de mesa de noche, que resultaba una incógnita en el celo por la austeridad aparente -la lámpara y dos o tres objetos más sobre el metro cuadrado de la hoja de madera-, desmentida por los mundos de la trama del rebozo improvisado de carpeta con sus fantasías de una geometría a primera vista de extrema sencillez, en la cual podían sospecharse siglos de secretos y fracturas heredados.
Ella a plazos apremiante y pospuesta, entregada y esquiva, y en verdad siempre inaprehensible, como entendí de nuevo al topar los dibujos de la cortina y el tiempo de principio a fin suyo que estaba en ellos, recreado hilada a hilada, donde parecía adivinarse todavía el tarareo en silencio que acompañó un paso tras otro de la aguja, incapaz de decidirse por pudor o miedo a reproducir la estampa clásica del ama de casa. Ella por todas partes, también en sus ausencias. De los sartales de la cajita destapada como por casualidad, que descubría el desbarajuste de anillos y aretes y pulseras, a las puertas entreabiertas del clóset por donde asomaban los bolillos de un vestido, un par de zapatos de tiras, el encaje de una manga, encontraba las mañanas en las que la radio, a un volumen que casi sólo ella escuchaba, daba la impresión de hablarle de cantinas y hoteles de paso y suertes de equilibrista, mientras el trabajo sirviéndole de pretexto se vestía una blusa volada, la invitación de las faldas de algodón que le ceñían los muslos al paso y el desafío de las grandes arracadas, preparándose para desaparecer hasta no había modo de calcular cuándo.
Qué sería de aquello en sí y en mí al marcharnos al día siguiente, me pregunté y volví sobre el pijama de Él, el hijo, como si me asomara a un pozo sin fin que me recordaba cuán soberbio, torpe y tramposo era. ¿Qué sabía yo de cuanto fuera, empezando por la ausencia? ¿Y cómo habría sobrevivido sin aquella queda, generosa forma de estar que soportaba y entendía todo?
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Él, S y E, es el padre de ustedes, y la mañana a la cual acabo de referirme contenía cuanto se necesitaba entender. Vuelvo a ella una y otra vez en el cuaderno. 


PARA MORIR IGUALES

No sé cómo organizar las viñetas con ése título, Ohsis. Al principio pensé que debería empezar así:

No importa por donde vayamos nos acompaña la fotografía de un muchacho. Tiene dieciocho años, la piel mulata parece de aceite, los cabellos se le ensortijan y los brillantes ojos negros sonríen.

Mario, su Negra y su Negrita, como los otros dos hermanos de quién está en la foto, pertenecían al Santo Lugar:

Les llamaba Pericos porque se pintaban de verde y azul. Eran parte de los autobuses que iban zangoloteando y matando gente entre el Distrito Federal y los municipios conurbados. De ida observaba cómo se desvanecía el orden y la abundancia que presumía la capital federal, para pasados los Indios Verdes saltar la Sierra de Guadalupe, o atravesar el Puente Negro desde Eduardo Molina, descubriendo un valle semivacío. Era un valle en caos, despreciado, fuera de las fábricas que aventaban sus deshechos sin preocuparse por los hombres y mujeres cuya presencia requerían en torno suyo. Los Pericos resultaban entrañables también por sus pasajeros, que en esos viajes de ida, pasado el mediodía, eran sobre todo mujeres. En sus calmudos rostros que delataban un tinglado de pensamientos; en sus trenzas o sus recatados cabellos sueltos; en sus rebozos o sus modestos suéteres con años de trajín encima, y en su paciencia o sus reclamos al chofer por el maltrato que nos daban, encontraba con su vocación de sacrificio sin límites, complejas humanidades en las que el último año de obreras, campesinas y posesionarias dispuestas a cualquier cosa, me había revelado una voluntad de trascender el papel al cual por milenios se las reducía. Con la calidez de su proximidad, conforme recorríamos el valle y los montes que lo cercaban o lo salpicaban, intuía pequeñas y grandes dulzuras detrás del seco, pobre exterior de las casitas improvisadas aquí y allá.

Había encontrado antes esas dulzuras en vagones de deshecho del ferrocarril en Chihuahua, convertidas en hogares que rebosaban tiestos con flores y pájaros en jaulas; en los jardines colgantes en los cuales convertían sus salas unas costureras de Irapuato, etcétera. Cada persona y cada cosa, pues, significaban un túnel que hacía un agujero a la realidad aparente. Un túnel sin fin, cuyo conocimiento retaba a quienes veníamos de fuera. Yo no sabía nada sobre el municipio. No tenía idea, por poner un caso, de que las obras para disecar la cuenca del Anáhuac se habían dirigido especial-mente hacia ese lado, y que por ello cruzaba por allí el gran canal del desagüe. Y los entonces vastos espacios sin poblar del municipio, no me permitían en-tender que el número de habitantes se desarrollaba a un ritmo aún más sorprendente que el presenciado por mí en el Distrito Federal. Entre aquellos ríos de gente habían venido los personajes de nuestro libro, que no eran ciegos como yo y traían sus verdades. ¿Cuánto se extrañaban de las nuevas y cuánto se transformaban con ellas?

 De exilios

Treinta años vivió en México Luis Cardoza y Aragón abrazado al árbol de su infancia, en el centro del jardín familiar de un barrio de La Antigua, Guatemala, que el exilio dejó tras una barrera infranqueable. Al regresar, el árbol había desparecido, con la calle, convertida en una irreconocible otra. El escritor no se levantaría jamás de una muerte que hacía vacilar en la nada los treinta años.
Para entonces Pablo Neruda había escrito muy lejos del hogar:
Les contaré que en la ciudad viví
en cierta calle...
No se podía ir y venir,
Había tantas gentes...
Todo me pareció brillante...
y era sonoro.
Hace ya tiempo de esta calle,
hace ya tiempo que no escucho nada...
Dulce nostalgia la suya, que podía ignorar la calle impresa en sus compatriotas repartidos por el mundo tras 1973: vuelta silencio y dolor.
Más de tres décadas atrás Victor Serge se paseaba con su inseparable hijo por el bullicio de una noche en la Alameda Central de la ciudad de México, y entre la reposada, sonriente feria de familias se le venían una y otra vez las estampas del último en la serie de exilios que era su vida, y el reclamo de los rostros de los compañeros que quedaron en la Francia ocupada por la Alemania nazi.
Yo no sabía nada de Cardoza, de Neruda, de Serge, cuando en los 1950s crecía en aquella misma ciudad entre dos padres que no abrían la boca para hablar de la Guerra Civil española, sino cuando se trataba de aligerar el drama, y estaban y no en la casita de dos pisos donde nos criaban. S
e adelantaba treinta años al Humberto Costantini que miraba por la ventana la luna mexicana, “chanta”, mentirosa, porque la de verdad no había salido de Buenos Aires, como él casi justo en el momento en que ella, mi madre, hacía las maletas para volver a la España sin Franco y ser de nuevo de carne y hueso. 
Un poco antes Alejo Carpentier discutía el lugar común nacido entre el boom de la literatura latinoamericana, que rezaba: marcharse es la mejor manera de ver el lugar de origen. Alguien revisaría luego la crítica del escritor a través de su serie de artículos La Habana vista por un turista cubano
El alguien decía de este paseo imaginario: "Los exiliados de Carpentier habitan un ámbito atemporal -una suerte de estado de suspensión". 
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En otro cuaderno digo a mamá que en su tiempo mexicano no se daba cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un trayecto tan largo como el suyo, en cuerpo y alma.

Santa Utopía
De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un millar de paisanos en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas! -refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés terminó su obra.  A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero, cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
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Una mañana de otoño de 2009 en Saltillo comparto cuarto de hotel con Alfredo Domínguez, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo organizando luchas sindicales y a quien conocí en los tiempos de aquélla marcha ferrocarrilera. Sin duda sabe cuánto lo respeto y mientras nos vestimos vuelvo a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene, y suelta una de sus geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.

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 Tú no sabes nada, nada, dice insistentemente una gran película sobre el horror, y tras una de las más terribles experiencias en la historia, se escriben cosas así: No puedo encender el fuego, no conozco la plegaria, ya no sé cómo encontrar el sitio en el bosque, ya ni siquiera sé cómo contar la historia. Lo único que sé hacer es contar que ya no sé cómo contar esa historia”.
¿Qué diremos nosotros, nietos, que escuchamos apenas el eco de las historias, incluso cuando este su abuelo vivió momentos, con mucho los menos aleves, incruentos, o de más modestos sueños?
No somos coleccionistas de desgracias ni sabios urdiendo verdades. Lo nuestro es… no tengo idea.

Erin

Los dientes que ves aquí, 
sobre el anciano esqueleto, 
una vez mascaron nueces amarillas 
y devoraron el pernil de un toro
Es Oisin, gran dios guerrero celta, el que se lamenta en voz de un temprano poeta cristiano invadido por la melancolía. Como eso parece ser Irlanda: altiva, desgraciada, nostálgica. Parece, nietos, pues un pueblo no puede dibujarse de un trazo, ni de cientos, quizás.  “Gloriosa, piadosa, inmortal memoria irlandesa”, dice un gran escritor, y otros: 
“Nuestro innato conservadurismo..." “Una misteriosa unidad espiritual, una homogénea identidad marca a este pueblo hoy como hace dos mil años.” “La tradición irlandesa puede compararse con el fluir de un río. Cuerpos extraños pueden caer en él o pasar por él, pero no desvían el curso del río.” “De hecho, el problema con Irlanda es que una tradición, una vez echada a andar, jamás se detiene.” Y es que “el irlandés, como Orféo, siempre mira hacia atrás”.
Nuestro cuaderno a ratos es azaroso, S y E, y si algunas historias le nacieron de dentro, otras las encontró en el camino. Con Erin, como llaman a esta isla, vinimos a dar por Brian O´Donnell y sus compañeros, a quienes los libros tratan de las más estúpidas maneras. Fue una gran sorpresa y no cometeré el gravísimo error de creer penetrar en ella.
Andamos a saltos por dos mil años para detenernos en el momento que Brian y los demás nos piden.  
Allí donde ningún soldado de Roma posó el pie y las invasiones germanas no se acercaron, pervive el mundo celta que marcó al occidente europeo en la antigüedad, dicen. Un mundo celta que con la decisión del imperio romano de abrazar la Iglesia de Jesús, en el resto del subcontinente se vio obligado a desaparecer o a esconderse dentro o fuera de la nueva fe.
El mundo celta: “pueblo de clanes y de asambleas”; “una conciencia aguda de un universo lleno de hadas, trasgos y duendes”, de mitológicos personajes que en la isla como a la deriva, en el extremo donde Europa empezaba a confundirse con el océano de incógnitas y fantásticas manifestaciones, tenían tiempo para madurar, aunque fuera en el recuerdo. Porque el evangelio no llegaba a estas tierras en las órdenes del emperador, en manos de obispos, con bautizos forzados y al amparo de espadas deseosas de cortar cabezas, sino a través de la palabra de monjes como el después santo Patricio, que encontraban en el país el paraíso de sus sueños ermitaños: 
Puedo tomar mi fruta de un manzano, como en una posada, 
o llenar la mano donde los avellanos se cierran sobre mí. 
Un pozo claro me ofrece lo mejor para beber
y en la orilla una plácida cama de berros se me tiende
Dicen, aclaremos a cada paso. Que son sueños nacidos de la vida tribal, entre los bosques, deambulando por los montes con los animales, para hacer de Irlanda una extravagancia a la cual un Papa medieval trataba de someter calificándola de “diabólica”. Antes de que literalmente todo se lo lleve el diablo, trescientos años antes de que nacieran nuestros amigos, católicos como más de tres cuartas partes de los habitantes de una Irlanda donde la religión tiene un significado étnico e histórico preciso.
Al abandonar la isla, O´Donnell es uno de los cuatro millones de miserables cuyas figuras reparten por el mundo los relatos de desgracias contemporáneas. Por pantalón un fustán zurcido cien veces en las rodillas y en las nalgas, perdido más de un botón, que se deshilacha. Cubriendo el pecho un inmundo, picoteado jirón negro de lana, que la chaqueta corta, heredada de padres a hijos, protege como puede. En la cabeza un gorro de fieltro acompañándolo hasta en el sueño, y en los pies, una de cada dos veces, nada.
Los extraños llevan siglos calificándolos de “supersticiosos”, “borrachos”, “ladrones”, “brutos”, “víboras”, “degenerados”, “salvajes”, “caníbales”. 
En 1845 entre quienes los gobiernan o visitan es frecuente encontrar comentarios como estos: “Algunos historiadores dicen que son muy afectuosos con sus hijos, pero no es fácil descubrir en qué consiste esa ternura, porque su comida no es mucho mejor que la que le dan a los cerdos.” “Aquí la suciedad es la perfección de la pobreza, y su gran causa, la holgazanería.” 
Menos que humanos, pues, condenados por su naturaleza a un tristísimo futuro, conforme concluyó hace rato un caballero inglés: “El carácter voluble de los irlandeses se opone a que tengan jamás instituciones libres. El irlandés pertenece a una raza inferior”.
Por más desprecio que Francia, Inglaterra y el resto de la Europa feliz sientan por sus vecinos pobres –balcánicos, griegos…- esta manera de calificar a los habitantes naturales de la vieja Erin no se aplica a ningún otro pueblo del continente. Con ellos el tono se parece mucho al empleado con los hombres y mujeres del África negra o del sureste asiático, o con “una banda de salvajes americanos”, según observó viajero. Y no es casual, no es casual en absoluto, conforme nos dirá otro cuaderno, Ohsis.



Pueblo sombra
En el ancestral universo secreto del pueblo y dentro de la revolución que para 1890 está en curso, van nuevos modos de pensar, lenguajes, actitudes, geografías que el poder político y económico no descifra y que a veces no advierte siquiera. Es ese universo el que da sentido al “monstruo”, quien se moverá por sus vericuetos como muy pocos, en uso de las virtudes y ventajas del pueblo oculto, surgiendo desde la nada exclusivamente si necesita, para mejor tomar de sorpresa a sus enemigos.
Pueblo sombra, pues, tanto más cazador furtivo cuanto más se lo cree incapaz de algo distinto a tenderse en el prado pensando en la inmortalidad del cangrejo.
Del don de hacerse fantasma Belarmino se apropia apenas nace, hasta convertirse en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema. Miles de días hace el viaje entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el puerto al modo de esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en Lavandera Sandalio se hace de palabras con un peón de las vías del ferrocarril, ambos se lían a golpes y él lleva las de perder hasta que el otro da en tierra repentinamente. Al caer queda a la vista el futuro Belarmo con la más grande piedra que le permiten coger sus nueve o diez años de edad, con la cual tundió al insolente.
Y es que el guaje, en niño, tiene ya aprendido de sobra el arte de la transfiguración. Bien lo sabrá la autoridad cuando tras la huelga general en 1917 lo busque sin éxito en la suerte de trampa que parece la cuenca minera gran escenario de su historia.


ÚLTIMA UNCIÓN

LA CASA DEL HORROR

La ilusión viaja en tranvía

El título lo toma de una película. Hay allí dos trabajadores que entre la borrachera representan los agravios personales y colectivos en un tranvía destinado a morir y deciden

liberarlo. Circulando de madrugada se preguntan dónde está la tierra prometida para quien vive sobre rieles. Aquí y ahora dice un maltrecho, pícaro pueblo que sube sin pagar y celebra, mientras la mañana de inexorables mandatos avanza y ahora viste como malvada maestra o mojigatas con pretensiones y luego es un inspector jubilado que aborrece el desorden y ama los apapachos patronales.

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1982 es la fecha, dije, y me expliqué muy a medias. 
Mi abuelo lleva desde 1950 esperando un pretexto para volver, se declara el Año Internacional de Movilización para la Imposición de Sanciones contra Sudáfrica y nace el Nuevo donde poco tiempo atrás Ella no estaba ya: un departamento que Él y yo volvemos a habitar aunque no registro entremedio otra dirección nuestra.
Israel avanza hasta el Líbano y masacra a los palestinos de Sabra y Chatila, y en Chile asesinan a Eduardo Frei, antiguo socio de Pinochet, consolidando la dictadura militar.
Elocuentemente, por dos meses Centroamérica parece pacificarse, Guatemala sufre la Masacre de Los Josefinos y papá y mamá, que volvieron a sus tierras, apenas ahora están tranquilos, pues fracasó el paródico golpe de Estado. 
Estados Unidos detona la bomba atómica número novecientos setenta y ocho, fallece Brézhnev, asoma la Perestroika, China vive todavía los recomodos tras desaparecer Mao y se celebra la Cumbre de Cancún, formal arranque del neoliberalismo a nivel mundial.
En México había una gran transformación popular en proceso, estoy seguro, y todo se desmorona con la llegada de los cleptócratas al poder. 

 

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