Viene de Desde la azotea. Presentación.
"-Cuánto dices que dura el mañana?
"-La eternidad y un día?"
Theo Angelopulus.
El
que en batita y apenas supo andar subió a la azotea de la cual no
saldría nunca, haciéndose viejo revisa el espectáculo alrededor. Nada
puede ser más asombroso que ese primer día en cuya dirección marcha y
aun así se confunde.
Al
fondo una caravana viaja en 1325 y cerca del pretil hace alto a
principios de 1972 en el Santo Lugar, sin que los habitantes de una y
otro perciban la mutua presencia.
En la espalda quien mira recibe una animosa palmada del abuelo, muerto sesenta años atrás.
-Vamos, que los bisnietos y tataranietos esperan para comer.
Dando
vuelta el cielo se cae a pedazos en 1524, estalla una y otra vez y
pareciera encontrar remanso en un río de carbón y las bocas a lo largo
entre montañas.
Qué cosas digo: menos que nunca hubo quietud allí.
-0-
E
y S, nietos, si acudo siempre al consejo de los sueños jamás lo hago
con el de poetas, digo y miento, un poco, siquiera, pues hoy cito a uno:
"Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.
"Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
"No concibo la obra al margen de la vida."(1)
¿Valen
para mí esas palabras? No tengo una obra sino miles de viñetas escritas
desde niño. Agrupé las más significativas en cuadernos, empezando por
éste, donde doy cuenta de los demás.
Todo
lo dirijo al futuro de ustedes, a quienes no veo desde la marcha con mi
abuelo, B, al río Níger luego convertido consecutivamente en el
Magdalena, que corre entubado por nuestra ciudad, y el Abajo, cuyo curso
conduce al "Sur, geografía profunda".
¿Les cuento algo en realidad y de manera mínimamente comprensible?
El Idiota
A
los sesenta años hago un libro sobre B en el escritorio que da a la
única ventana de este departamento, cuyo encuadre copia al viejo cine
nacional, con su fácil, blando romanticismo. Allí leo también las frases
con que cercaba a mamá apenas pude convertir mis berrinches en
palabras:
-¡Mira!
¿Ves cómo a la mitad la calle se desploma? ¿Y aquel hombre cuyos pasos
no dejan huella, ya que pisan bajo el suelo? ¿No sientes ese temblor
perpetuo, nuestro nadar sobre la tierra?
Levanto
la cabeza para encontrar el patio a cielo abierto, largo, generoso, las
puertas de la docena y media de viviendas en dos plantas, y la luz en
la que ese sol nuestro, padre, hermano, macho bravucón, pordiosero, se
echa escapando de la alharaquienta tarde de la calle. Parda, recrea el
alivio de las madres y los abuelos y abuelas en el breve descanso que
les dejan sus criaturas bullendo por dentro, aspaventosas, o en la
desesperada persecución del día que no alcanza, que por ley se agota
antes de revelarles los secretos de cada tanda.
¿Qué
dirías de verme en este lugar, ma, donde un par de años atrás lloré de
alegría apenas se marchó la mudanza? ¿Te entristecería encontrarme en un
pequeño, oscuro rincón de la ciudad, del país que no entendiste nunca?
Venías
de lejos y guardabas con celo el dolor que ello te producía. No te
dabas cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un
trayecto tan largo como el tuyo en tiempo y alma. Lo comprendo. Como
ella, creciste convencida que el mundo era las leguas a tu vista, tras
las cuales la respiración se suspendería.
No tenías modo de entender el acoso de mis letanías aquellas, que te postraban y así más se encendían.
-¡Ya,
por Dios, déjame en paz! –tronabas contra tu proverbial paciencia,
encerrándote bajo llave para rogar a no sé quién, en tu sabiduría, que
velara por ese pobre hijo. Lo hacías inútilmente, claro: no había
salvación para el Idiota.
-0-
Hoy
idiota resulta sinónimo de estúpido o imbécil. Antes se refería a los
tontos o tontas de los pueblos, que un sabio medieval despreciaba
reconociéndoles a cambio el don de servir a la divinidad para expresarse
imperfectamente.
Una
película terminó por entenderlos, creo, en la figura de un muchacho
obsesionado por los trenes, cuya maquina imitaba sobre la senda entre la
basura al pie del hogar paterno.
-0-
Aquí
y por autismo todo tiende a cifrarse. Presumo ahora, por ejemplo, que
ustedes vieron esa película. No la nombro pues es norma del cuaderno,
como explicaré más adelante. Ahora estoy invitándolos a buscar al
muchacho sobre las vías del tren -pregunten por ella a Él-, que en
verdad los hay, vías y tren con una corrida diaria. No alucina el
idiota; imita, y al hacerlo tercamente descubre cosas imperceptibles
para otros, así el director no las muestre. Se encuentran fuera de
cuadro, como lo entrelineado en la literatura o el subconsciente
nuestro.
Dos
Nada en mí se comprende sin la siguiente viñeta, Ohsis, como también los llamo:
Digo
cualquier cosa sabiendo que quien te cuenta son los ojos y las
inflexiones en la voz, y al voltear con la sonrisa casi me olvidas,
atrapado por lo que tardo largos segundos en sospechar es una luz sobre
el filo de la cortina. Lo creo pues te vi antes encandilarte con ella
como si fuera la primera vez, y la sé para mí perdida según debiera, a
menos de hacer el enorme esfuerzo de otros días. Gracias a él descubrí,
por ejemplo, el justo vaivén de una rama en la ventana, sin traducción
para mí que estuve dale y dale intentando infructuosamente hacerlo
palabras.
No
puedo con tu mundo, hermano, me rebasa, me apabulla, me pierde en el
desorden aparente donde tú por necesidad encuentras armonía. Desde el
baño mamá pide ayuda para bajarte por la rampa, le contesto que puedo
solo, advierte cuánto has crecido. ¿Ves? Todo eso está en nuestras
voces. ¿Algo intuyes viniendo de lo que no atino si te vale llamar
"ayer"? Algo, sí, creo, más lo olvidas en un tris. Qué caso tiene, dirás
a tu manera.
Más
de medio siglo después, cuando haya entre nosotros diez mil kilómetros,
seguiré peleando para contarte. La distancia no nos separa pues moro en
ti y entonces es imposible precisar cuánto estoy frente al escritorio y
cuánto entre la habitación y la terraza donde mamá te hizo un reino a
modo.
El sabio analabeta
No sé si he conocido alguien tan inteligente como él. Ya muchacho empezó a leer y escribir con ayuda de un silabario, y cuando éstos dejaron de usarse se negó a continuar el aprendizaje y concentró su atención en lo que veía y oía, reflexionando sobre grandes y pequeñas cuestiones con una facilidad y una hondura asombrosas.
Creo que disfrutaba mucho constatando que los demás se daban cuenta de ello, y por eso estaba siempre dispuesto a pasar un buen rato con nosotros al terminar la jornada.
Íbamos a Vaciados Industriales (VISA), la fábrica en la cual trabajaba, para sentirnos cobijados. Quedaba pasando la autopista, en un lugar que recordaba a una ranchería. Se entraba a una calle sin pavimentar, bordeada por árboles, sobre la cual estaba Talleres Ochoa, y cuando a veinte o treinta metros ésta desaparecía, se doblaba en una segunda todavía más corta, donde no había más que VISA y una tienda frente a ella que en la parte trasera servía de merendero. Allí eran nuestras charlas con Nabor.
En su estilo parsimonioso y como si se refiriera al precio de chiles o frijoles, ya le había escuchado un par de razonamientos que extraían conclusiones idénticas a las de uno de los libros de filosofía más importantes del siglo XX, cuando una tarde contándonos un episodio suyo en el pueblo, del cual tal vez había resultado un hombre muerto, tocó el tema de la culpa y lo relacionó luego con cuestiones bíblicas, para concluir con una idea que, palabras más, palabras menos, coincidía exactamente con la frase cumbre de una gran novela rusa: Si Dios no existe, todo está permitido.
Le gustaba también referirse a los diablos o monstruos que nos perseguían. Según él, eran representaciones de cuanto intentábamos no percibir, aunque estaba dentro o fuera de nosotros permanentemente. Decía que tenían distintas formas: la de un gigantesco velo negro o una gruesa sombra; un descomunal hombre a caballo agitando un machete, o sólo el caballo, con ojos color sangre, que escurría babas y se levantaba para echársenos encima; una luz de brillo criminal, una grotesca máscara carcajeándose o un agudo sonido que destrozaba los oídos.
La peor de estas criaturas se hallaba por todas partes, en todo instante, y hacía vacilar la tierra que pisábamos, amenazando con abrirla y traganos.
SIGUE