La presencia de la mujer era abrumadora en cuanto el paseo distraído de los ojos recogía. En las representaciones del colgajo de collares, por ejemplo, o en las mariposas y las primaveras, como alguien me dijo se llamaban aquellos pájaros de pecho generoso, que coqueteaban en el marco de latón del espejo contra el nicho del armario de madera cruda, sencillo y luminoso. O en la imaginación de la que hacía de mesa de noche, que resultaba una incógnita en el celo por la austeridad aparente -la lámpara y dos o tres objetos más sobre el metro cuadrado de la hoja de madera-, desmentida por los mundos de la trama del rebozo improvisado de carpeta con sus fantasías de una geometría a primera vista de extrema sencillez, en la cual podían sospecharse siglos de secretos y fracturas heredados.
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viernes, 6 de agosto de 2021
Tiempo de caminar. 3
Ella
a plazos apremiante y pospuesta, entregada y esquiva, y en verdad
siempre inaprehensible, como entendí de nuevo al topar los dibujos de la
cortina y el tiempo de principio a fin suyo que estaba en ellos,
recreado hilada a hilada, donde parecía adivinarse todavía el tarareo en
silencio que acompañó un paso tras otro de la aguja, incapaz de
decidirse por pudor o miedo a reproducir la estampa clásica del ama de
casa. Ella por todas partes, también en sus ausencias. De los sartales
de la cajita destapada como por casualidad, que descubría el
desbarajuste de anillos y aretes y pulseras, a las puertas entreabiertas
del clóset por donde asomaban los bolillos de un vestido, un par de
zapatos de tiras, el encaje de una manga, encontraba las mañanas en las
que la radio, a un volumen que casi sólo ella escuchaba, daba la
impresión de hablarle de cantinas y hoteles de paso y suertes de
equilibrista, mientras el trabajo sirviéndole de pretexto se vestía una
blusa volada, la invitación de las faldas de algodón que le ceñían los
muslos al paso y el desafío de las grandes arracadas, preparándose para
desaparecer hasta no había modo de calcular cuándo.