“Tenía veinte años y jamás permitiré
que digan que es la edad más hermosa”(x), leo y levanto la cabeza golpeado por
esa primera frase a la entrada de un libro. Apenas cumplí los diecisiete y el
mundo giró ciento ochenta grados desde cuando meses atrás encontré por primera
vez el gigantesco jardín en el que ahora mi mirada se pierde. Un nuevo salto en
la nada, pienso sin pensar, como siempre, aferrado a una especie de presente
perfecto cuyo abismo descubre la frase.
Y enseguida, de vuelta sin saberlo:
-Hasta ayer por la mañana me sentaba a
la misma hora en el mismo lugar que hoy, el cigarro en una mano y en la otra el
más reciente de la veintena de gruesos volúmenes con la cual pasear entre
calles y seres semifantásticos de tan lejanos. Ahora no hay fuga posible, sé de
alguna vaga, segura manera, luego del par de líneas que esperaba, creo.
Regreso la mirada al libro, sospecho el
tiempo por venir y no importa ya, a diferencia del resto de los días, cuánto
falta para que abran la cafetería donde encontraré a mis torpes iguales. A la
espalda la pila de salones de clase una vez promesa y los jóvenes hombres y
mujeres en quienes encontré la realidad desde hace mucho perseguida.
-0-
Mucho más tarde buscaré en V una
referencia para el yo de esos días. Tenía una procedencia semejante a la mía,
lo conocía un poco y nos rencontraríamos poco después, cuando descubriera mi
Santo Lugar y él las sierras indígenas. Y escribo:
…golpeo con desesperación cuanto se
cruza. V hace otro tanto y sabiamente es voluntario en una ambulancia. Nos
topamos al fin con el reino de la injusticia que nos obnubila desde
niños. Él tiene arredros para comprobar en clases cuán triste destino
espera a nuestros nuevos compañeros. Yo leo mientras abren la cafetería.
En una frase digo entonces: recién
me descubro condenado al éxito. Hay algo de verdad en ella. Apenas
algo. Desacierta menos esa sobre nuestros condiscípulos, que no recibieron como
nosotros una educación relativamente esmerada. Los quería, aprendieron a quererme y por eso rechacé el
apapacho de los maestros no basta para explicar mi conducta.