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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Calzada

Todo iba bien cuando terminé la primera parte de esta notita que inauguraba tantos blogs como necesitara. Después quedé atrapado entre palabras y hasta quise crear un personaje con mi persona.
No me laceraré por ello. Juego. Borro aquí y allá y santo remedio.
 
De joven dejé creer a los amigos que en cualquier momento me presentaría con una novela. Un día fui puerta por puerta deshaciendo el enredo. Era tarde y corrió la especie de que la autocrítica me devoraba y a la basura o cajones bajo llave iban espléndidas o prometedoras cuartillas. Ni asomos de eso existía. El lío fue originado por centenares de hojas sueltas garabateadas desde niño, que aún conservo. 
Esto y aquello se empeñó en llevarme a las editoriales y apareció una decena de libros con distinta fortuna. Había una porción de buenas cosas allí, como en las roscas de reyes del pan de cada día donde colaba la vocación de cronista -de modo que las patronales se encontraban súbitamente mordiendo al santo niño y cargaban a paraguazos contra mí persona.
Al reunirse la pedacería tenía cierta correspondencia y en casa iba creciendo lo que al decir de Juan no pretendía narrar sino entender. Lo hacía gracias al prodigioso don de las palabras. Persiguiéndose unas a otras sin un continente yo capaz de apresarlas, revelaban el mundo a mi alrededor. 
Hoy éstas y aquéllas gritan por un lugar a propósito, no importa si las atestiguan o tiran a locas.
Juan contempla y echa lazos. Le tiene sin cuidado si el asunto termina con pastas y lomo. Lo que vale es nuestro paseo por la Calzada de los Misterios.
La Calzada existe. Esta al norte dentro del valle principal y fue levantada sobre una que por ese rumbo unía a Tenochtitlan con tierra firme.
 
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Encontré una salida: cuadernos, los llamo. Dirigidos a mis nietos están hechos con viñetas que saltan de tiempo y espacio y tratan muy diversos temas.
Al empezar me di cuenta: a los sesenta años no sabía escribir. ¿Cómo viví de eso y por qué el gran cronista nacional quiso llevarme a su lado?
Afortunadamente, dijo alguien, La vida está en otra parte, y al cumplir setenta parece que aprendo. 
-Es tarde, es tarde -repite el pájaro del reloj cucú y se lleva un zapatazo.
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La Inesperada es el gran amor de mi vida y pudo venir solo cuando envejecí. Si soy un cronista que jamás fabula, nietos, a ustedes toca discernir cómo cumplo el oficio esta vez, les digo en un diario dedicado a ella. 
La declaración sirve con todos los cuadernos donde me vuelvo personaje. Cierto, viví esos momentos, y verdad también: hay muchas perspectivas desde donde verlos y escojo (no había una posible ciudad única sino un eterno temblor construido por millones de ojos y memorias, se lee por aquí)
Ni por asomos vean propósitos autobiográficos. Mis dos hermanos mayores no aparecen y papá queda citado al paso. El abuelo murió cuando cumplí tres años y aquí nos tuteamos. Excepto Juan, están ausentes las camadas de viejos amigos y amigas cuyo origen es igual al mío, y siete décadas ocupan cien cuartillas.
Por instantes creí que este Desde la azotea podía convertirse en una pequeña novela. Lo no dicho sería el gran elemento, según sugerían escritores que formaron a mi generación. Daba palos de ciego sin preocuparme. La suerte ayudará, pensé y, como en todo, faltando mínimo rigor ni con rezos saldría algo siquiera decoroso.
Antes y después intenté componer un todo con los otros cuadernos. Tampoco hubo fortuna.
Sobrándome material a pasto para ésos, les dejo el paquete al ahí te va, a veces como una probada.
El país estallará muy pronto, para bien, confío, y así nos vaya mal quizá estaremos más cerca de la utopía que nunca; crisis civilizatoria llaman a este punto. Jamás fui mero testigo y menos hoy. De cualquier forma continuaré con unas líneas diarias, porque necesito, a la exacta manera de los cocainómanos.
Entradas a los cuadernos originales:
Por aparte va La pasión según FB 1
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Blogs diván, llamé a estos cuando los abrí. Mal trabajo el del facultativo, entiendo tras cinco días sin internet que animaron un viaje profundo a la soledad. Debo cerrarlos porque presumen relacionarme con el exterior y no hacen sino decorar mi autismo.
Exagero un poco. Por ellos me esforcé en contar y así entonces también hice descubrimientos. 
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En el camino creé un simplón lenguaje cifrado y así obligo a saber qué son, digamos, la fábrica-pueblo, el departamento donde..., Él y el Nuevo, el río Níger luego convertido en Magdalena, etcétera. 
¿En realidad me dirijo a ustedes, S y E, de quienes a ratos siento que abuso pues hace mucho apenas los veo?
Hay frecuentes de los cuadernos y en ocasiones llegan visitantes a miles. 
El resultado no debería perderse y no preciso cómo conservarlo.
Da tiempo de borrar y borrar, espero.