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miércoles, 29 de noviembre de 2017

La extraña guerra



Viejo, acostumbro comprar cigarros de madrugada, caminando unas cuadras. A veces el paseo se extiende hasta La Parada, por calles alegres. Voy sin miedo y cuando hay suerte topó con un personaje en desgracia que me vuelve su cómplice. Continuo así mis viajes nocturnos desde la adolescencia, entre altercados mayormente chuscos, si acaso.

No conozco a nadie más que lo haga. La Mal nombrada, por ejemplo, apenas llegan las sombras mira el reloj calculando cuánto le queda para volver a casa sin riesgo de violación y muerte. La Inesperada en su pueblo costeño jamás osa bajar los peldaños hasta una playa donde en diez años desaparecieron diecinueve personas, y Marquitos, muchos kilómetros al sur frente a ese mismo mar, ni loco asoma siquiera a la ventana, pues una bala perdida o certera por diversión lo dejaría ahí mismo o invalido para siempre. 

¿Qué haría si viviera todavía en aquella ciudad provinciana donde hice un paraíso con Él y el Nuevo, si hoy a pleno sol camionetas levantan hombres y mujeres para que no vuelva a saberse de ellos o días después los arrojan sin vida en las propias calles, y cada poco al amanecer cuerpos decapitados cuelgan del primer lugar a modo como mensajes escritos por no se sabe quién para destinatarios imprecisos o aparecen fosas comunes que obvian las advertencias, mientras los niños juegan a ser sicarios o violadores? 

Vine al mundo para constatar la gran guerra y la silenciosa que se libra cada día, declaro, y una se me hurta y debo seguir buscándola en los entrepaños.

El abuelo regresó de sus tierras y desespera. Sabe que nunca debe pararse, así se tenga el triunfo en la mano.

Me acompaña en los paseos y llegando al gran parque cruzamos a un extranjero que no conoce, que murió cuando él y es exilio personificado. No intercambian palabra y ambos cargan derrotas y compañeros a cientos de miles o millones, vivos tal vez todavía en los infiernos donde quedaron. 

No sé dónde está el abuelo de ustedes, S y E, comprendo ahora. Quien les habla es uno más entre la Corte de Medianoche.

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Cada tanto en los últimos años escuchamos términos nuevos o viejos que adquieren significados que no tenían. Se asocian a un terror sin sicarios ni fuerzas del orden cebándose con la población, cuando menos en primera instancia. Detrás hay mafias tan violentas como los cárteles tradicionales, cuyas ganancias superan las del narcotráfico. 

Cambio de planes, informo a la Inesperada. No se trata de abandonar lo anterior por lo nuevo, sino reunirlos.

Tú viejo no podía más con su alma, catorce horas después de rodar por la ciudad. Ahora planeamos jornadas que por fuerza serán semimprovisadas. Sin percibirlo, la relativa paz que creemos disfrutar aquí es tan frente de guerra como el resto en esta Casa del horror

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Para hacer ese último apartado de la viñeta acudí a otros dos cuadernos, que así en efecto parecen complementarse o se corrigen entre sí. Podría sumar un cuarto y andar por mares internos de nuestro continente en 1517, pongamos, certificando como todo lo sólido se desvanece en el aire. Que vine para constatar la guerra, afirmo aquí al principio, y en Última función presumo habérmele sumado. 

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Poco antes de mi nacimiento se escribió la monumental obra que sobre la guerra cito a veces*. Suelo hablar de ella aquí para referirme a esa otra como imperceptible batalla cotidiana de todos contra todos. Hoy invierto los papeles y la segunda conduce a la primera.

En realidad empecé al celebrar el papel que mi abuelo, B, puede hacer por fin como actor privilegiado durante los terribles tiempos en que sucede la obra. 

Los once años que le restaron a B fueron un terco, infructuoso empeño por reparar el desastre.

En la fábrica-pueblo padecí a un distinto protagonista de aquellos días. Hombre-piedra, lo llamo. Era paisano del abuelo y fue voluntariamente con los Malditos a Stalingrado, tras asesinar a quienes quedaron con Llagos y Mata, según les cuento en Para morir iguales, nietos. Auténtica nada, el tipo permitió otear la profunda oscuridad cuyo fantasma me persigue desde la cuna y hasta hace poco, cuando empecé a tentarla.

Doy al diario amoroso a la Inesperada un toque trágico. Podemos ver ahora más claramente porqué. ¿Sí? ¿O cuenta también quien está detrás de ella?

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Nuestros cuadernos intentan limitar el número de personajes, sobre todo en este, buscando a los aptos para la representación.

¿Debe detenerme a ratos para atar cabos? ¿Ahora, por ejemplo?

No aclaré quién es P, la Inesperada. Tenía veintidós años y yo sesenta cuando vivimos juntos en el departamentito. Once meses después la obligué a marchar por su bien y lloré durante días enteros. Reapareció virtualmente a mis sesenta y ocho. Entonces pude hablarle por primera vez de Ana, la mujer que de distintas maneras me acompañó desde la adolescencia y seguirá presente hasta el final.

Haré referencia a A muchas veces, creo, y siempre en forma breve y solo por excepción para recordar nuestro amor. Ocupa la mayor parte de mi vida y permite entonces asomarnos a momentos que deben recogerse.

Enredado su abuelo, cierto. Por sí y por los seres y circunstancias alrededor.

¿Y la Corte de Medianoche que cité? Tendría que ir al inicio de Para morir iguales y la pondré ahora.

*Vida y destino. Vasili Grossman.    

Primeras palabras

"Para entonces la historia (...) corría de pueblo en pueblo. Todas las noches al salir la luna, los beduinos se la contaban al amor de sus hogueras, y cada vez que pensaban en Simbad creían oír el rumor de las olas en medio del desierto." 
¿Lo escuchan, nietos, dormidos sobre sus camas, en pequeños cuartos contiguos que comparten un balcón y los acompañarán para siempre?

martes, 28 de noviembre de 2017

Fotografía



Tenía una eterna pregunta hecha fotografía: un sonriente pequeño de tres años está a horcajadas sobre el hermano de diez, que melancólico ve a cámara.
Pasaron años y la imagen se respondió diciendo: Cuánto diera porque pudieran levantarse hacia la calle tomados de la mano, dejando para siempre atrás nuestro brutal peso muerto.
Son Él y el Nuevo al poco del departamento donde el segundo no está cuando para librarnos del pasado preparo la marcha con el primero.
Confundo los sujetos, nietos. Virtuoso error que buscando a dos involucra a otros cuatro cuya existencia quisiera negar.
En todo caso, finalmente queda el par de niños levantándose rumbo a la calle para emprender solos su viaje.
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Pasan muchos años y en otro plano de realidad Ella prepara su marcha sin posible vuelta. Para despedirme le envío aquello que escribí. No puedo hacer más.
Ellos se levantaron apenas disparé la cámara, mientras me daban el paraíso. Viejo, pues, sobran los adioses.