Abrí los ojos y contra el
zumbido telúrico al fondo y el manchón luminoso sobre la cortina, había trinos
y azul tierno, una llave peleando a lo lejos, que se convertía en Ella
acercándose con rastro de noche y aromas de manzana agria, de
piña fermentada, de zapote que se rompe de maduro, para aparecer,
desprenderse el rebozo del cual saltaban los pájaros cantando al pie de la
ventana y al fin desnuda descubrir una piel aceitosa, de aventura, satisfecha.
Con la estampa mi ciudad pasada e idealmente recompuesta, lío
de parques y camiones y zaguanes y vidas entrevistas, soles a montones, aquí
señor, allá un perrito que se ovillaba, rematando en las fragancias, los
colores y las maneras antiguas de los mercados, ajenos a las euforias, cuya
esencia trasegada por lugares, cosas y atmósferas desconocidos traía Ella.
Algo así era en mi cabeza al
despertar de la siesta matutina con esa mujer a quien no nombraba
llegando un amanecer.
A medio vestir, mal metido
entre sábanas y mantas, encontré el rastro del hijo en la pijama y su quieta
forma de ocupar el espacio bajo la estridencia, la pesadez y los erráticos
modos míos y de Ella, cuando estaba y ahora, como
si me asomara a un pozo sin fin que recordaba cuán soberbio, torpe y tramposo
era. ¿Qué sabía yo de cuanto fuera, empezando por la ausencia? ¿Y cómo habría
sobrevivido sin aquella queda, generosa forma de estar que soportaba y entendía
todo?(CONTINÚA EN VARIOS FRAGMENTOS.)