Qué difícil estar aquí, siempre lo supe, le digo a la que siempre me acompaña.
Debieron correrme de todos lados. Me habría cansado pronto de tocar puertas por un taco.
A
final de cuentas eso soy: un rascamapache, como dice Leopoldo que por
sus rumbos llaman a los teporochos. Uno de lujo, a quien en lugar de
aventarle una moneda para su vicio le pasan un cheque mensual, y en vez
de patadas recibe amorosos golpes en la espalda. Hasta sus gracias lo
animan a hacer y le aplauden luego.
Ay,
amiga. ¿Te encariñaste conmigo a fuerza de ir a mi lado? Sonríes. Vamos
sincerándonos: ¿no es que te gustó esto? Ahora pareces una niña, una
muy pilla. Anda, acompáñame a comprar cigarros. Te cae simpático el
gorrión colorado, ¿verdad?
Lo que me faltaba: sacar a pasear a mi muerte y cuidar que no la atropellen en el cruce.
Cómo
reverdecen las jacarandas, tienes razón. Sí, la simpática chamaquita de
carrillos de globo, el pobre sauce que no termina de entender que su
plácida calle se convirtiera en eje vial, el cristal del otoño recodando
los buenos tiempos, el delirio de vida de la esquina, la conmovedora,
dulce, gastada pareja sesentona de la tienda, el avión...
Hace
días murió una amiga. Fue tras largos, ejemplares años de estar a punto
y revolverse a punta de contagiosos bailes, besos, carcajadas. Hace un
par, otro sabe que no queda mucho y, de antiguo enloquecedoramente
prolífico, se da lleno a la insanidad y no para de repartir reuniones,
charlas y páginas.
Es
cierto, siempre hay algo que hacer, siempre algo porqué retrasar la
marcha. Uno de cada dos días cumplo el rito para salir a la calle
ocultando la presencia de mi amiga. Algunas lo consigo. Las demás hasta
el rey del optimismo se entera. Hoy me da igual si la cuadra entera sale
para mirar.
La
conocí en la panza de mamá, por mucho que ésta se esforzara. Cantaba la
mujer creyendo acunarme entre castaños, sin darse cuenta cuánto mejor
se filtraba el aleteo en la melancolía interminable de su voz.
-Qué
terriblemente seca eras, compañera, helabas la sangre. Cuántas
infernales tardes y noches me diste. Tantas, que terminaste por
encontrarle el sabor a la acera contraria. Ahora va a costar un trabajo
enorme convencerte de cumplir la tarea. ¿O se volvió mía?
Menudo
espectáculo: el tipo que sirve de sombra a su ama y llegado el momento
tendrá que llevársela con él a empujones. Imagino el ridículo show
final: ella tirando patadas, escupiéndome, un improperio tras otro, y yo
jalándola.