El pestillo, la carretera
insoportablemente recta, la manija, jala de ella. Así me digo lunes con lunes en
la mañana temprana.
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En Tiempo de Caminar digo que aquella mañana de mis treinta años contenía todo lo necesario para entender.
Otro tanto vale contemplando estos días a los viente, y antes Islas, sobre un momento de mis diecisiete, o su continuación a los veintidos, o Total, cuando tengo cincuenta, o X.
Más que nunca les pido paciencia ahora, nietos.
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Jala la manija.-0-
En Tiempo de Caminar digo que aquella mañana de mis treinta años contenía todo lo necesario para entender.
Otro tanto vale contemplando estos días a los viente, y antes Islas, sobre un momento de mis diecisiete, o su continuación a los veintidos, o Total, cuando tengo cincuenta, o X.
Más que nunca les pido paciencia ahora, nietos.
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Se hace noche y descubro el silencio sin elocuencia, regodeo de los demonios que conozco desde niño, cuando cierran la puerta para el privilegio del amo, yo, proclaman, y los trescientos metros cuadrados son cárcel donde paseo certificando que existe la nada escarbada por el filósofo a quien rindo culto. En medio de ella, pienso, y me revuelvo contra la idea.
El vacío viene de fuera y encuentra el
mío, sigo y vuelvo a dudar, atormentado, a los veinte años justos, como el
hombre en la novela que clama por ellos marchándose lejos de casa, a otro mundo,
donde las referencias no se vuelven añicos y vuelan por la ventana del tren, según hizo un segundo joven, él en un cuento. ¿O sí? No vivo de
palabras y si los cito a ambos es buscando con
desesperación a otros, mis pares, que andan aquí y allá en lo siempre ancho y
ajeno. ¡Basta!, digo ante la tan distinta ventana: el patio de una antigua
hacienda, hace mucho fábrica, y sus sombras, que suben y bajan a cuentagotas
ahora, noche, entre el par de construcciones cuyos obvios secretos, oscos, se
niegan a revelárseme.
¡No!, grito en silencio, no soy el par
de muchachos en los libros entrañables. Yo vine al encuentro de quienes me
llaman desde niño.
Esa nada resulta
absurda, se bien. Fuera, en el patio y todo más allá lo que hay es exuberancia,
y escapa a mis ojos y mis dedos, a mi humanidad entera, urgido de ella. ¿Está
en verdad? Por la mañana usé la autoridad de la cual aseguran me invisten, para
ordenar abrieran el monumental portón. Ahora tendría de una buena vez a los
bien amados que entre los tróciles, las batientes, los telares me odian por
respeto a sí mismos. Los
tendría
con el inefable universo alrededor del campo en sus esencias. Y hubo sólo sequedad
multiplicada y una llano que estruja, viento soplándome con asco y verdes matas
en hileras hasta donde la mirada topa las espaldas de mis montañas madres, que eso hicieron, volteárseme como sino me conocieran. Pues si el hombre de la
novela viajo miles de kilómetros, el hogar mío está apenas a una hora de
distancia.-0-
Volveré sobre estos días y de momento pido perdón por el galimatías que no nos ubica y atraviesan dos jóvenes fuera de lugar si me ciño a la historia.
Estamos en una fábrica-pueblo, nietos. Llegue a ella desde el monstrador del banco donde para su sorpresa, P me encontró.
-Ven conmigo y en diez años ocuparás mi puesto -dijo con palabras y pensaba: Voy a enseñarte cómo escalar la pirámide, abriendo un abismo con tus supeditados.
Era gerente de un consorcio secundario para quien tenía minas y acciones y demás por todo el mundo.
La llamó fábrica-pueblo pues no había sino ese casco de antigua hacienda que ahora producía telas, rodeado por viviendas para obreros hacia poco rebeldes dispuestos a todo al seguir quizás viejas enseñanzas. En eso se convirtió cuando cambiaron la vocación de las tierras cuya vista me frustraba.
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Sobre los lugares en que nos ubico, casi siempre conozco cuando menos algo de su historia.
Aquéllos habían pertenecido a comunidades indígenas coloniales, como la absoluta mayoría en el país, y durante los años mil novecientos terratenientes cercanos se echaron sobre ellas. Para rescatarlas surgió un movimiento peculiar pues tenía influencias anarquistas, que solo allí alcanzaron al campo.
Pertenecían a un corredor siempre presente en nuestras guerras "nacionales". No sé cuántas de las familias obreras a quienes yo desesperadamente quería alcanzar heredaron ese pasado, porque al trabajador industrial lo caracterizaba la movilidad.
El padre de don Carlos tal vez pasó por allí, en su periplo iniciado junto al mar.