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sábado, 14 de octubre de 2017

Stalingrado



Poco antes de mi nacimiento se escribió la monumental obra sobre la guerra, que cito a veces. Hablo de ella para referirme a esa otra como imperceptible batalla cotidiana de todos contra todos.
He de pasarla por alto ahora, a culquier costa. Cada uno rendirá cuentas ante sí mismo, sino muy su problema, y debo seguir.
-0-
-No entiendo cuándo sucede cada cosa. 
-¿Cuáles?
-La Crónica y ¿Una novela?
-No sé.
-¿Cómo no vas a saber, B?
-Es obvio que esto... 
-¿Llamado de qué manera?
-Crónica, Atrevida, no seas burra.
-Jajaja, al fin consigo unas palabras claras. Sigue: es obvio...
-Estamos cronicando. Después desátase eso loco incontrolable, responsabilidad de mi abuelo y A. 
-Nomás te recuerdo la fecha: 20 de mayo.
-¿Año?
-¡B!
-Es broma, carajo.
-¿Cuándo empieza lo otro?
-Al pitonizo no le hago.
-Alburero.
-Naca. That is the question: el inicio de la quizá novela, ya que la crónica atestigüe la caída.
-¿De "los Malditos"?
-Presentes, al menos.
-¿Nuestro gobierno?
-Y algo más, impreciso. En todo caso, recapitulemos, viendo desde ellos y desde nosotros.
Hace dos semanas asesinaron a una joven en Ciudad Universitaria, fue otra última gota que derrama el vaso y los movimientos feministas se volcaron allí. "¡Ni una más!" dice la consigna madurada en veinte años de feminicidios. Detrás, ese brutal porcentaje que descubre cuánto odía la sociedad a sus mujeres jóvenes. A sesenta por ciento, recuerdas E, tú incluida, llegan quienes al hacerse quinceañeras sufrieron abuso en nuestro país, y ahora se exhibe el acoso sistemático por catedráticos a alumnas en esa máxima casa de estudios donde un icónico, viejo líder soltó por radio: exagera la muchachita fulana que afirma fue violada: "sin verga no hay penetración". 
El estado de México, donde tú vives, llevó a niveles demenciales lo que nos había pasmado en Ciudad Júarez. Y empezó a hacerlo durante el gobierno de nuestro actual presidente.
Vives en el Oeste, Atrevida, tierra fronteriza, sin ley, como de alguna manera diseñaron fuera desde los años cincuenta, coincidiendo con la consolidación del Grupo Atlacomulco, que acunó a Peña Nieto y otros tras desbancar internamente a Hank González, su más siniestro caudillo hasta el arribo de Carlos Salinas...
-Para, B, me vas a llevar al siglo XVI.
-¿Yo?
-No te hagas.
Bueno, entonces vino Hernán Cortés...
-¡B!
-Lo que quería decir es que si a fines de los ochentas pudieron desmbancar a una figura con el peso de Hank, quien no jugó a la presidencia solo por nacer extranjero, no extrañe cualquier cambio mayor en estos atlacomulcos nuevos. Si bien ambos casos salen sobrando pues ahora no se trata de un grupo sino del mismísimo PRI. 
-No entiendo nada.
-¡Me lleva la chingada, E!
-Jajaja.
-En septiembre dejé mi trabajo convencido de que esto estallaba, ¿no?
-Sí. Y ahí sigue, jajaja.
-Medio, medio, y le falta, cuando mucho, mes y días, o tal vez apenas dos semanas. 
-¿Por las elecciones en el Edomex?
-Correcto, Watson, aunque me hayas interrumpido, pues hallábame en septiembre, seguro de que babalú esta mierda, y nadie me pelaba y grité ¡Doy por límite enero! y nadie peló y vino el gasolinazo.
Aquí deberíamos pasar a la crónica propiamente dicha, con lo que escribí por ahí y no dio tiempo de desarrollar, comenzado en Ixmiquilpan.
-Ok, ok.
-Ahora, ¿porque no dio tiempo?
-¿Porque eres un huevón?
-Además de. Paré al darme cuenta que se desinfablaba la resistencia contra el aumento de los precios.
No conocía Ixmiquilpan, confesé, ¿verdad?, y fui en abril. Si bien era para otra cosa, de primerísima fuente supe: el movimiento nació un poco al azar. No había sorpresa. Afectos al PRI liderearon la primera acción, pidiendo al gobernador exigiera a los diputados cumplimiento a sus promesas. Etcétera, etcétera. 
Se demostraba lo sugerido en las derrotas electorales históricas, un año antes, en otros estados: el priismo perdía popularidad a velocidad vertiginosa. 
Detrás, lo que me condujo al optimismo en septiembre: las pugnas internas. Ahora sabemos bastante más del tema, ¿cierto, Atrevida.
-Revísese ¿qué nota?
-No recuerdo, jeje. Por otra parte está el genuino movimiento, nacido en ¿mayo? 2013, a quien visité ixmilquianamente. Ese breve viaje confirmó lo certificado en el de febrero a Guerrero: nadie echaría atrás a las fuerzas populares más sólidas, que para mayo, 2016, aclaro, habían formado ¡cuatro y media auténticas APPOs!, y otras cosillas nada desdeñables: setecientas mil familias cafetaleras organizadas en cooperativas; jornaleros y jornaleras de San Quintín y demás.
-¿Esto es un ensayo, un reportaje o qué madres? A la crónica no la veo por ningún lado.
-Coño, Atre, si apenas podemos con el paquete y quieres que haga lo correcto. 
-Pues no presumas, entonces.
-Haz de cenar, ¿no?
-Tu abuela, yo soy hija adoptiva... Mira:
"Antorcha Campesina promete ante Del Mazo no dejar ganar a Delfina Gómez
"A pesar de que su agenda para este lunes consideró sólo actos privados, el abanderado priista se reunió con alrededor de tres mil militantes de la organización Antorcha Popular en el municipio de Los Reyes La Paz."
-Sí, ellos serán el primero grupo de choque. Al amparo suyo y para su desgracia obrará el segundo. Luego... 
-¿Para su desgracia?
-Sí, deaparacerán en ese caos, para no levantarse más. 
Un cartón sugiere que bajo el agua Peña Nieto abandona a Del Mazo. ¿De dónde lo deducen, si las contradicciones internas que conocemos no indican nada parecido a eso? ¿O sí y me pasa de noche? 
-B, concéntrate, por favor, y te vuelvo a preguntar ¿dónde esta la crónica prometida?
-Ay, E, no toques temas sensibles. Todo me permitiría conocer en vivo los sucesos. Allí estuvo El santo lugar, durante estos últimos años volví a la zona para hacer nuevos lazos...
-0-
Paro, nietos, pues cuanto está relacionado con eso lo encontrarán en La Ilusión...
El resto de los cuadernos nombra, aquí evito hacerlo y a ratos, como aprecian... ¿Cuándo marchar?, es la duda. Hace unas semanas viajé adonde otra vez callo, aunque mi destino se halla también en nuestra ciudad. 
Es viernes y mi cabeza está ocupada apiadándose con los que merecen piedad o redacta tal y cual cosa para luego ponerla en su sitio, mientras disfruto cuánta pequeña celebración a la vida aparece y calculo los tiempos del futuro colectivo.

Cruzo a una semi desconocida que tiene el desatino común: molestar al otro por razones inciertas. Regreso diez años para entender a quien mucho estimo y soltó veneno entonces.

El día completaría la ofensa que inició con un abuso de poder y hace en cambio su buena obra: liberarme. Cuando anochezca me congratularé doblemente por ello: una carpa y tres hombres deprimen al auditorio. Apenas volteo, la soberbia ajena se ceba en mí.

Poco antes hubo una visita tan inesperada como el romance que inició meses atrás y el adiós posterior.
Cuando vuelvo a casa tras el dolor de un vagón cuyas almas no se tienen en pie, estoy en las estrellas y al tiempo peleo con la resaca que dejan esos desagradable momentos de La (segunda) batalla de Stalingrado*.
*Vasily Grossman.

viernes, 13 de octubre de 2017

Cuadernos

Enlisto los cuadernos
Desde la azotea I busca entre mi vida sin afanes autobiográficos y por ello no aparecen mi padre, hermanos, amigos, Ana...
La ilusión viaja en tranvía 1 asoma a ángulos no apreciados allí.
En Para morir iguales mi abuelo y los suyos, Filiberto, los del Santo Lugar y una vaga, enorme cantidad de hombres, mujeres y niños se descubren entre sí a miles kilómetros y siglos de distancia.
Red de agujeros lidia con la historia del país y Demasiado humano anda por muchos rumbos para comprender cómo "todo lo sólido se desvanece en el aire".
La casa del horror, nueva versión son nuestras tierras en tiempo recientes.
Para la obvio, Última función, y
La pasión según FB cierra el círculo.
Ahora Crónica interminable intenta ordenar los viajes por al pasado demandados por mi personal Corte de Medianoche.
En algunos casos nos sobra material a pasto y por eso incluyo anexos 

miércoles, 11 de octubre de 2017

Volver a los diecisiete

No hay día sin que escuche al Mr. de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y en segundos salir por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o rumbo a un valle que guarda a la más misteriosa mujer.
Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una.

Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete. 
Viajo y en una estación escribo al futuro de los nietos: “Quisiera no estar tan cansado y olvidar la siesta, pues es justo el tiempo, ya que a occidente el reloj se me adelantó una hora… Quisiera, los nogales de la calzada… "
Volver a los diecisiete... Al final de un libro digo que hace treinta años y cinco años debí abandonar el Santo Lugar y que no me había recuperado de ello.
Hoy es ayer y no ahora... confío.

-0-
Pasaba apenas los veinte años cuando en tren regresé del viaje que me conduciría a Filiberto y el Santo Lugar. Al amanecer las vías parecían museo de nuestra miseria urbana, generación tras generación. No había allí una mancha imprecisa sino el relato pormenorizado, y hombres, mujeres y niños se contaban uno por uno, con historias escenificadas a fragmentos, pues la marcha era muy lenta y a ratos parábamos.
El fenómeno tenía características propias en cada tramo y una lógica progresiva, que confirmaría cuando  volviera para hacer el recorrido a pie. Representaba la lucha por la tierra a toda costa y los pobladores recientes, al inicio del trayecto, eran más voraces, y quienes lo iniciaron habían alcanzado una descomposición irreparable. No se trataba de predios tomados con espíritu social, comunitario, como las colonias que entonces comenzaban a crearse por todo el país tras organizar grupos más o menos sólidos, bajo banderas o liderazgos políticos. Eran llana comedia humana precipitándose por décadas, y mucho más tarde el hombre de La piedra me interiorizaría en ella.  
Así resultaría cada día en adelante para mí: un viaje a las estrellas, así lo hiciera entre la recámara y la sala.
-0-
Cincuentón, me pidieron editara entrevistas e mujeres. A una cuando niña la regalaron a unos parientes para que les cuidará borregos a cambio de casi nada. Su soledad era cósmica y púber escapó a nuestra ciudad y con sobrada preparación se ocupó en ásperas tareas. 
No conoció hombre hasta que ya mayor alguien con la vida también a cuestas y dos hijos le descubrió el filón y ella puso un puesto callejero y tuvieron así casa propia, levantada piedra a piedra. El tipo se pasaba de listo y los niños encontraban solo silencio en la mujer, quien terminó echándolos a los tres.
Otra padeció un padre abusador, la cucó un padrote con rostro de novio y ahora rentaba su cuerpo por pocos pesos a calle abierta, celosamente vigilada entre muchas. 
Una tercera descubría qué tan poco amable pueden resultar los días de niñas campesinas con hogares bien asentados. Creo que en su caso la estrevistadora se esmeró buscando el lado oscuro y tuvo razón a final de cuentas. El remate era la experiencia como sirvienta -siempre sin eufemismos-: por cama un colchón en plena sala, que debía recogerse al amanecer y tenderse cuanto terminaba la jornada familiar; reticencias para dejarla salir los domingos; amo exigiéndole favores sexuales...  
El crimen organizado estaba en pañales entonces y no había violaciones tumultuarias por sistema, ni destazadas, ni fiebre de feminicidos, ni más horrores luego cotidianos, potenciados por esa guerra silenciosa en que participan fuerzas públicas.
La vida siempre fue muy dura para las mayorías, donde quiera. Cuando mis bisabuelos se encontraron, con frecuencia reportaban recién nacidos a solas en el río, por ejemplo, y el escritor al cual rindo culto narró la terrible historia de los niños en las Cruzadas.
Rastreando a O´Donnell encontré mil testimonios como estos:  
"Estaba casado con una mujer muy trabajadora, una modista que podía pagar un chelín diario. Pero murió. No pude pagar la renta, me embargaron la cosecha. Mis hijos caían muertos, no podía conseguir patatas para ellos..."
"Entré a una choza cercana a Ball, en Tyrone. La familia estaba comiendo. La comida consistía solamente en papas secas que había en una cesta apoyada en un recipiente en el que se habían cocido. El padre estaba sentado en un taburete y la madre en un montón de turba. Uno de los niños tenía una caja de paja, el más pequeño estaba tirado en el suelo y había otros cinco de pie alrededor de la cesta de papas. Las papas estaban sólo medio cocidas, pregunté la razón: 
"-Se pegan a nuestras costillas y así podemos ayunar por más tiempo-, contestó uno de los muchachos."
-0-
Pregunto mucho a la gente sobre sus vidas personales, incluso cuando en principio hablamos para otras cosas. Las mujeres son siempre más interesantes y abiertas.
Cuando se trata de compañeras en lucha, trás ésta me descubren historias cuyo tesón apenas puedo concebir.
Rosaura estuvo en una segunda etapa de la huelga que quizá retó como ninguna al poder regional -tal vez exagero, recordando al Charras, a quien la Casta Divina desolló hace cuarenta años-. Era hija de ejidatarios en el norte y contra mi sentido común odiaba la vida que les había tocado. Insistió e insistió con el padre, para dejarla marchar a la ciudad cercana. 
Con trece años mi hoy amiga hizo de sivienta y terca como mula consiguió que la noble patrona le permitiera estudiar. Hizo una carrera y trajo a su familia. 
No representaba así la cultura del esfuerzo. Lo suyo era reivindicar al ente colectivo, primero en casa y después en una fábrica donde se hizo contadora. Aprovechando el puesto como organizadora, ganó la confianza de los trabajadores compartiéndoles información confidencial. 
Reproducía así a mi abuelo, quien a los doce años tomó en sus manos el futuro de los padres y las hermanas.
-0-
-Es que la piedra -dijo y no le hicieron caso.
Estaba sentado en el porche del ahora decoroso hogar que gracias a un proyecto comunitarió cambió cartones y láminas por cemento y ladrillos. Con otros había asaltado años antes la vía abandonada del tren en una ciudad mediana y primaveral, para vivir vendiendo basura. Todo el país urbano tenía zonas semejantes, a veces llanos, gingastescos tiraderos que infestaban de enfermedades a su gente. Para mí se exhibían por primera vez. 
-Pero habíamos quedado -insistió cariñosamente el compañero que hacía tiempo ayudaba a las dos docenas de familias, tras trabajar con niños en situación de calle. Los desperdiciós inorgánicos estaban apilados ordenamente atrás y al costado del hombre a horcajadas sobre un desvencijado sillón, cuyos ojillos despedían la más tenue luz que yo viera. 
-Es que la piedra -volvió otra vez. 
De cuán triste podía ser una vida supe por mujeres a quienes seleccionaron justo por ello, y volví a preguntarme como devinieron en miserables ciertas personas y no regiones precisas, en estas tierras que conocía más o menos bien por su historia. No sabía nada, iba a entender con los años, pues la pobreza de mis viejos y nuevos compañeros era relativa y siempre en pelea proyectaba dignidad y futuro por conquistar. 
Tercer afectuoso señalamiento al hombre por el desorden.
-Es que la piedra -repitió ahora haciendo atrás la prematuramente gastada humanidad. Entonces apareció una soberbia roca llegada allí volando cuando construyeron el rico fraccionamiento a nuestras espaldas.
-0-
¿Cómo aquél hombre llegó a tal estado?
A menos que hayan sido sumidas en la pobreza extrema, nuestros comunidades no tienen seres semejantes. Su gente tiene una dignidad esencial y se romperá por fuera pero no dentro, a la manera de los paisanos de O´Donnel tiempo atrás:
"El recipiente de papas del irlandés colocado en el suelo, con toda la familia alrededor, el mendigo sentándose también con una cordial bienvenida...
Las comunidades entre nosotros son relativamente pocas hace rato, cuando la pirámide demográfica se invirtió en cuatro décadas y los campesinos qudaron reducidos al veinticinco por ciento de nuestros habitantes. 
Quienes migraron fueron encontrándose cada vez más al viento personal. Y por ello la mujer que regalaron esas mujeres cuyos testimonios edité, quienes habitaban junto a las vías y el hombre en el porche, justificándose.
-0- 
Selecciono fotos que envían de mí. Parezco agradable y todavía joven a los setenta años. Otras me registran decrépito y tras horrorizarme pienso: retratan también la realidad alrededor.
Nacido para triunfar, decía el rótulo que ante un espejo descubrí al volverme universitario, y de oficio equilibrista caigo siempre parado, aclaré antes.
Busco a la tatarabuela Teresa, a Rosaura y los iguales de O´Donnel, y si el hombre ante la piedra me entristece, mi pregunta no es por sus posibles errores: intenta entender quien lo regaló o abusó o secuestró cuando niño, al modo de aquellas mujeres.
De allí los retratos.  

lunes, 9 de octubre de 2017

De prestado

2012
No tengo la osadía de sentirme cercano al único hombre a quien envidió. 
"Supongo que diez o quince de nosotros cantaban: Este tren no lleva tahúr ninguno ni mentirosos o trotamundos orgullosos. Este tren va con destino a la gloria."
Cantaban donde luego él recordaría: "Vi hombres de todos los colores, rebotando en el vagón de carga. Nos pusimos de pie. Nos echamos al suelo. Nos amontonamos uno junto al otro. Nos utilizamos los unos a los otros como almohadas. Olí el sudor agrio y amargo que penetraba mi camisa caqui y mis pantalones, y la ropa de faena, los monos, los trajes aflojados y sucios de los otros tíos. Mi boca estaba llena de una especie de polvo mineral gris...*"
 
Cómo a los sesenta y cinco no sentirse viejamente viviendo de prestado.Murió a los cuarenta y cinco, luego de muchísimos años de ser diagnósticado como esquizofrénico y tras largo encierro en un psiquiátrico. O sea, trece antes que mi guía, el abuelo, quien para entonces llevaba más de una década lanzando mordidas al desarraigo.
Al hombre lo envidio también por las memorias sobre su infancia, sin igual pues recogen con una extraordinaria puntualidad la lógica de un mundo irremediablemente perdido para los adultos, que en principio era el mayor compromiso para este cuaderno y no trato.

sábado, 7 de octubre de 2017

Desde la azotea (septiembre) III

 Cualquier cosa que esto sea, empieza en Desde la azotea (septiembre).

Última función
Cuando nacieron empecé para ustedes, nietos, lo que en este caso se nombra a lo exacto: un diario. Los veía casi sin falta las tardes de lunes a sábado, algunas noches quedaba a dormir a su lado, y escribía y escribía en el cuaderno.
De todo les contaba: lo que hacían, la colección de orates que con nosotros heredaron, hasta los dos años y medio en que mis visitas debieron espaciarse.
Ahora lo hago de tarde en tarde, aunque de cierta manera mirado y sólo de cierta, que nuestros viajes por el cielo de los ciegos y los remedos de gatos fueron de plano estelares, más juntos estamos.
Desde luego no voy a reproducir aquí mis plumazos, pero en algún momento no resistiré la tentación de en algo confesarlos.
Nietos, dije, y no. Sus jefes no saben: no les salieron gemelos sino triates.
En el espacio ese de socialización virtual que suelo citar, escribí: Todo iba bien hasta que a lo repentino fui a dar de bruces a la banqueta; uno de los dos individuos había dicho Eres mi mejor amigo.
Par de infames zotacos.
-Date de topes contra los postes, por fa, abuelo, es muy chistoso.
Finísimas personas ellos.
-0-
Mi casa tiene cucarachas, hace poco me visitó un ratón y hospedé a una rata. Muy kafkiano el asunto, no es casual. Antes andaba en bicicleta, hoy apenas puedo caminar. Años atrás los muertos nos producían horror y ahora paseamos sobre ellos sin ni un Perdón.
-0- 
A sesenta años de muerto Belarmo vino a vivir conmigo para ayudarme con un libro sobre él y los suyos, les informé al principio.
Es un abuelo inquilino, pues lo parasito. Por él me cuento entre quienes andamos mejor entre cataclismos.
-0-
¿Ubican este departamentito, Sy E? En gran parte mi dicha al llegar se debía a la zona. No preví, claro, lo que sucedería poco después, cuando ustedes cumplieron seis años. Desde entonces, subiendo y bajando como casi siempre, tres cuadras allá el país grita.
Fue así más fácil seguir buscando la patria prometida.
-0-
Vinieron entre mi soledad y el irrumpir de su género como en una gran crónica novelada: Queremos todo(1).
Me refiero a las jóvenes. Por ellas y mis hermanitos, como los llamo, conocí a este generación que se desvela.
-0-
Eso que enlisto forma mi última función. Debe agregarse el proceso de envejecimiento, cuyo rostro frívolo son los amoríos con mujeres a quienes multipliqué hasta tres tantos y medio la edad. Suelo decir que gracias a ellas completé el aprendizaje de los jóvenes, y exagero, justificándome, creo. 
Como sea, las desapareceré para los cuadernos, excepto cuando ilustran tal y cual cosa de otra manera inadvertida. Que pasen a La pasión según FB, mientras resuelvo si ésta irá a la basura.
Falta el mundo virtual, ciertamente, sin el cual ya no se entiende nada. Tal vez agregaré aquí lo poco que sobre él vale la pena, entre lo mucho escrito. 
De entrada salvo este par de cosas. Primero: 
Robándole la vestidura al gran músico-poeta de todos los tiempos, bauticé como Autopista 61 a mi primer espacio de socialización. Subía y bajaba por ella horas enteras cada día construyendo un personaje. En una viñeta de los siete blogs o cuadernos de los cuales dispongo ahora, no sé cuánto di en el clavo y cuánto me justificaba: Uno se construye varias veces frente al espejo propio y ajeno, hasta que resulta irreconocible. Justo entonces empieza a ser cierto.
Después: 
Para un pobre hombre como yo la droga virtual borra al mundo. Convertida en viento la tan poca cosa de carne y hueso se inventa hasta el delirio. Una mañana frente al espejo, horrorizada, muere. 

Volver
¿Me miento buscándome a pocos días de nacido? No sé si los olores están o vinieron en préstamo. La cuna sí es esa, de madera que se torna, hecha ex profeso, vacilando en sus pretensiones de prosperidad. Las sábanas blancas de algodón, una colcha tejida por mi abuela a lo sabio y sencillo, con sonrisas primitivas en las austeras grecas que la salpican. La cuna, cuánta soledad, digo, si bien ahí nada se nombra por más que se precise, digo desde el escritorio, la ventana, el patio, el medio día de donde imaginariamente me traslado. ¿Me ve quien voltea a un lado y otro?, ¿él sí, atravesando la ruta con sus incontables desvíos por minuto?
Qué sé yo, pienso, temblando al escuchar los pasos en pantuflas de mi madre acercándose para darme el pecho. ¿Quién tiembla, el de la cuna o el de pie, que puede voltear, adelantarse a la entrada de ella con un par de pasos hasta el pasillo?Vienes en bata desde la cocina, ma. No tienes idea de que te observo y ahora la expuesta eres tú. Nunca nadie sorprendió tu intimidad así. ¿Me vengo del temblor que despiertas en la cuna?

De cunas 
Les digo que en mi cuna de niño pienso contemplando las suyas, y miento. Cierto que tanteando su fortaleza trepo el barandal de la E, me echo y lo primero en atraparme es el olor, pues paso la nariz por la pequeña almohada y el potro de peluche al que se abraza para dormir y no puedo clasificarlo, como luego en de la de S, igualmente distinto e imprevisto.
Mi memoria está por entero ahí, extrayendo sólo lo necesario para ajustar al tiempo al cual me introducen ustedes, los gemelos. Poco antes de llevarlos a la guardería E retaba la gravedad por vez número mil en diez meses, persiguien a la arisca gata por un barandal. ¿Intuyo lo que descubriré muy pronto: cuán arduamente se conquista la libertad, conculcada luego nuevamente para empezar otro ciclo?
Mientras, S, potencia pura, desde el juguetero continúa la experimentación cuyos resultados consultan juntos en los diálogos sin sentido a nuestros torpes ojos, que no descifra el juego de murmullos, miradas, gestos, demostraciones usando objetos, justamente de cuna a cuna.
Es eso y muchas cosas más las que me capturan cuando el lugar se suspende esperando su regreso, sin faltar las motas de polvo y su bailoteo contra el ventanal, hermanas suyas en sabiduría.
-0-
Uno mira sesenta años un retrato. Lo mira de día y de noche, casi siempre sin darse cuenta, en eso que llaman el subconsciente. Del hombre que aparece allí ha escuchado hablar a la esposa, a viejos amigos, hermanas, cuñados e hijos. Los ha escuchado repitiendo el puñado de anécdotas que su memoria seleccionó.
Hay también una docena de fotografías dibujando sin variar a un ser de mediana estatura para su tiempo y clase, en el cual se dibuja una insobornable voluntad cargada de silencioso, cumplido orgullo. Con las fotos va un batallón maletín marrón de cuero y dentro veinte cuartillas mecanografiadas, que quedaron a medio camino en el intento de hacer un parco resumen autobiográfico.
Veo otra vez la fotografía que le escogieron para ser famoso. Está de pie, el pecho y los hombros parecen no caber en ningún traje, por tan generosos y altivos, como los brazos de piedra, se diría. Hay un detallista esmero por la apariencia personal, un rostro tallado a lo Picos de Europa y una sonrisa apenas esbozada, que sugieren sencillez y resultan un misterio.

Casi Memphis, Tennessee
Para Juan y para mí en aquéllos años, autobuses, unos cuantos trenes y caminos a pie, igual si duraban dos días que veinte minutos, nos condujeron a un paseo por las estrellas, de todo tan desconocido. Él se cuidaba de hablar de ello, para completar la impresión de que estar a su lado era mirar un espejo donde el mundo y uno se descubrían al borde de inesperados e inimaginables precipicios.
La primera vez que fue al extranjero lo acompañé. La emocionada forma con la cual aguardaba el despegue del avión, que tampoco conocía, la tradujo en un comentario:
-¡No tienen vergüenza! Uno esperando años para vivir la experiencia y ponen música de dentista.
Yo vacilaba entre lo aprendido y mi natural estupidez, y sólo gracias a él recordé que el mundo no dejaría nunca de ser ancho y ajeno, y que nada había tan falso como la moderna pretensión de andar largas distancias con familiaridad, cruzando pueblos, paisajes y humanidades profundamente distintos a los propios, sin acostumbrar los sentidos y la razón con la extraordinaria calma requerida, de modo que se marchaba sobre la nada, en una suerte de sueño.
Durante el viaje aquel al extranjero J era tan a la vista un hombre arrancado de casa, que quienes lo topaban se sentían incómodos y con frecuencia lo despreciaban, ni más ni menos que a un poblador del más primitivo, recóndito lugar. Algo semejante pasaba conmigo y con la absoluta mayoría de los viajeros que cruzábamos, sin embargo los otros nos esforzábamos por presentarnos como cosmopolitas, esa especie que cuando lo es en verdad encarna una extravagancia cercana a la de los extraterrestres: condenados, bíblicos, errantes vagabundos.
Expuestos al continuo, amenazador asombro, la conciencia de la soledad no hallaba reposo sino entre nosotros. Tanto daba entonces pasear por los puntos turísticos de una ciudad, que por sus espinosos rincones, y así una y otra vez topábamos con calles que un vacacionista o un agente viajero no habría visto jamás, en situaciones de las cuales salíamos con suerte justo por nuestra patente, humilde extranjería, que a su vez tomaba por sorpresa a los lugareños, por ello a ratos amables, interesados en el país del que veníamos, cuyo exotismo acostumbrábamos recrear para su beneplácito.
Habíamos descubierto este recurso en una pequeña ciudad metalúrgica digna de una película del cine romántico, donde a las preguntas de un muchacho de diez años convertimos a nuestro país en edificios curvados, campos grisáceos y cielos rojos, cuya existencia él se apuro a compartir con los escépticos amigos.
Por eso en aquél primer viaje no fue del todo un despropósito, por ejemplo, que en el tren a la entrada de la más cosmopolita ciudad del mundo nos diéramos ánimo con una pistola de plástico, regalo de un detergente y de tronido apenas concebible, para enfrentar a la punta asaltantes y asesinos que infestarían el lugar. Cada poco discutíamos luego quién debía portar el arma, a la mano lo mismo en un barrio musulmán que en una céntrica cafetería, pues el mesero representaba no menos peligro que los hoscos rostros a la vuelta de la esquina, y era, por supuesto, mucho más intolerante, metido en el traje de engaños por el cual durante una horas al día podía negar el pequeño, ruinoso departamento esperándolo al final de la jornada.
A los pocos días di el paso inicial en mi primera crisis adulta, no pude salir del cuarto del hotel y nos marchamos para que buscara refugio. Al separarnos en un puerto de un tercer país, viendo a J alejarse por el muelle con un libro de poemas, supe que la mejor parte del viaje le estaba por venir, ahora sin la obligación de decir palabra sobre la realidad que se le escapaba y no revelaría sino lo poco que permitieran años de madurar dentro de él.
Para el paseo que quiero contar la cuestión apareció de una distinta manera. La otra ciudad cosmopolita, punto de arranque de la ruta que curiosas fantasías me llevaron a plantearle, lo inquietaba particularmente, y para tranquilizarlo le aseguré que sí éramos capaces de sobrellevar la nuestra, cualquier cosa en la visitada resultaría pan comido.
No cuento por ahora pues después de cuarenta años ese par de meses no terminan de asentarse en mi cabeza. Adelantaré que Juan cumplió el viaje a cabalidad, solo, apenas hace unos días, y pudo resumírmelo en unas breves líneas de correo:
Bajé en la desierta estación de tren. Pregunté al encargado cómo salir de allí, dijo que no me preocupara y diez minutos después apareció la limusine que hacía de taxi. Sí, carnal, nos habría costado un enorme esfuerzo entender Memphis, así entonces llegáramos en autobús o por el descomunal río que me descubriste  fue sagrado. 
-0-
La vida es curiosa y las intimidades de Tenneesse llegaron a mí buscando a Bryan O´Donnell, a los antecesores de sus compañeros en el ejército, a los pueblos del continente contiguo al Niño de Piedra y la infamia tras cuyo rastro anda Demasiado humano. Entonces aquel loco viaje que inesperadamente propuse a Juan, lo ordenó el futuro.




La Reina de la Roca Gris, la señora celta que se queja en los poemas irlandeses y que aun sin sus hermosos atavíos precristianos siguió cuidando por la provincia de Munster, contempla impotente cómo el fuego se ceba con los campos destruyendo cosechas, frutos y aldeas y los hombres enfermos de comer hierbas se arrastran por la tierra y mueren para que hambrientos lobos, perros y niños disputen sus cadáveres. La obra forma parte de una concienzuda política de exterminio puesta en práctica al fracasar las horcas y los descuartizamientos públicos, “la instigación de hermanos contra hermanos, la gratificación a espías, delatores y asesinos, las altas recompensas por las cabezas de los caudillos rebeldes”. 
1649
-Acá atrás... Acuéstate.
-¿Para qué?
-Jálenla.
-¡La falda no!
-Tú también sácatela.
-¿Qué hacen, niños?
-Jugamos. 
-¿A qué?
-A los violadores, directora.
Tienen siete años.
-Es que vistes muy coqueta, chamaca. 
Tampico, Tamaulipas, México, 2015.
En el país y solo entre ese año y 2012 se cometieron diez mil feminicidios. Los números anuales siguen creciendo.
Queda claro porque reúno las dos historias, ¿verdad, nietos?
Es diciembre de 2017 y al mostrarle a la Tic "mi" Costa llevo el diario donde una noche se lee:
¿De veras creo desde niño en un universal humano? El más allá no existe, ni dios ni el diablo, me enseñaron. ¿Los demonios saliendo por donde quiera, quién los convocaba, entonces? 
En el verano de 1811 Tenkswatawa, el Profeta, anunció el resurgimiento religioso que debía permitir a los Shawnee sobrevivir en el último coto de caza que los extraños les dejaban. La experiencia y la lectura de los signos le permitían creer que evitando todo trato con ellos, en paz, el orden natural se restablecería. Entonces, William Clayton Harrison, superintendente de los territorios que debían servir de reserva a los pueblos expulsados del noreste, dando un salto en la serie gracias a la cual alcanzaría la presidencia del país, reto a la paciencia del jefe, falló y, perdidas las excusas, obligó a la tribu a presentar batalla y destruyó la aldea. Un año después Tecumseh “el majestuoso”, hermano gemelo del Profeta, acaudillando una confederación de naciones, celebraba un pacto con los ingleses, imponía el terror a los colonos y al fin fracasaba en el asalto a un fuerte.
El encargado de defender la plaza era el joven capitán James L. Taylor.
No hay mal que por bien no venga, dicen, y ese momento tomado más o menos al azar usando un viejo trabajo, a través de Taylor conduce en marzo de 1846 a Tamaulipas, la misma ciudad donde mucho después los niños juegan a ser violadores.
Que vine al mundo a atestiguar la gran guerra y esa que llamo el diario asesinato del deseo, les dije también, nietos. 
Vengo a "mi" Costa pues se me representa como patria prometida. Lo hago cuando nuestro país promete estallar al fin.
Bajando hacia ella hago un apunte: 
Arriba quedó la señalización que me traía historias trágicas. Esa sierra es bien conocida por mis amigas, quizá costó la vida a Digna Ochoa, quien llevó a juicio a militares comprometidos en el asesinato de campesinos ecologistas. ¿Iré algún día? Hoy su amos son Templarios -no hay casualidad en el nombre, ¿verdad, Malditos de las Cruzadas?- y, a menos que para cosas suyas me lleven los compañeros, seguirá revoloteando en mi imaginación. 
Esos Templarios son una de las once mafias o "cárteles" que durante ocho años suplieron al par que por buen tiempo existieron en el estado. La "guerra contra crimen organizado" pulverizó a los grupos de empresarios informales, terminando con cualquier posible acuerdo entre ellos. Se disputan, pues, el mercado con uñas y dientes y así resultan 6.3 homicidios por día. Guerra de exterminio contra los pobres, llaman al fénómeno quienes lo conocen, o militarización de facto, según su función en el país donde la impunidad creó un reino. 
“Esta es la cara del Katún, del Trece Ahau: se quebrará el rostro del sol. Caerá rompiéndose sobre los dioses de ahora”, dice el Chilam Balam de los mayas. “¡Castrar al sol!, esto es lo que han venido a hacer los extranjeros”, advierte un poema mexica, y otro: “¡Déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto!”
¿Qué busco con estas historias? Hay ya un cuaderno con el título de este relato cuya extensión no preveo ahora. Recoge solo lo relacionado con los "sólidos que se desvanecen en el aire". ¿Simplemente revuelco a la gata, según el dicho? No, quiero creer.
Esperen, tomo prestado de otro cuaderno:
Un hombre testimonia su juventud en la Alemania de los años 1920. Cada poco las guerras cambian el mapa europeos y él, niño judío alemán, vive en una provincia no hace mucho separada de Polonia: 
"Los chicos hablábamos despectivamente de los polacos y los considerábamos descendientes de Caín... En todas las luchas contra los polacos, los alemanes y los judíos formaban un frente unido...
"Estanislao, el hijo del sereno, era mi amigo. Cuando los otros le gritaban ´polaco´, yo también le gritaba... A pesar de eso era mi amigo... Una tarde escuché a Ilse, una niña judía alemana como yo, decir que todos los polacos eran pobres, eran sucios y tenían pulgas. Al día siguiente Estanislao y yo jugábamos con mi ferrocarril. Le pregunté:
"-¿Tienes pulgas?
"-Cuidado con esa curva –dijo como si no hubiera escuchado. Pero yo seguí con el tema:
"-¿Eres sucio?
"Aplastó con su pie el ferrocarril. Creí que no se lo iba a perdonar, pero volvimos a ser amigos. Poco tiempo después caminábamos por la calle. Los chicos me gritaban:
"-¡Judío, judío! –y hacían como que vomitaban.
"Únicamente Estanislao no gritaba. Le pregunté:
"-¿Por qué gritan así?
"-Los judíos mataron a un niño cristiano y con la sangre hicieron salchichas –me contestó.
"-Eso no es cierto- le dije. Se detuvo y me miró:
"-Pero que nosotros somos sucios y tenemos pulgas sí es verdad, ¿no?"* 
Otro cuaderno más, sobre México hoy: 
Vivimos un narco Estado, dicen; y una narco sociedad, debe agregarse simplificando. Gran parte de la población nacional sabe quiénes pertenecen al crimen organizado, calla los actos de corrupción alrededor y tal vez conoce el rostro y hasta el nombre de los secuestradores de los niños y las mujeres cuyas fotos circulan por la internet, o el de los violadores y feminicidas.
Un psicoanalista opina que sus colegas han equivocado el punto de arranque sobre los torturadores. No son seres a-sociales, dice. Entonces tampoco quien corta cabezas y demás. ¿La realidad se volvió de revés?
Contemplo desde nuestro presente, al inaugurarse el año 2018. Por eso traje a cuento mi viaje con la Tic en estos días.
Dos tipos de historias deben reunirse aquí, desde donde miro tan lejos como permiten muchos años viajando hacia el pasado. 
Mi país tiene varios primeros lugares en el mundo: asesinato a periodistas, turismo pederasta, abuso a menores de catorce años...
La Costa debería ser mi último viaje, sin plazo determinado, hasta que día atrás reparé en un factible hecho: los Malditos nacionales concentrarán la nueva, ya sin reparos militarización, allí donde estuvo mi Santo Lugar y viven muchas hermanitas y hermanitos.
-Habrá que regresar- pensé.
Anoche, informándome justamente sobre el alza de los abusos a menores, que sobre todo comenten padrastos, tíos, padres, quienes frecuentan a la familia, me dije: Ni un minuto más dedicado a la utopía que intenta crearse para ti, sociedad de mierda.
"Yo, pobre goliardo, clérigo miserable errabundo por los bosques y los caminos para mendigar, en nombre de Nuestro Señor, mi pan cotidiano, vi un espectáculo piadoso, y oí las palabras de los niñitos. Sé que mi vida no es muy santa, y que he cedido a las tentaciones bajo los tilos del camino. Los hermanos que me dan vino bien se dan cuenta de que estoy poco acostumbrado a beber. Pero no pertenezco a la secta de los que mutilan. Hay mentecatos que les sacan los ojos a los pequeñuelos, les cortan las piernas y les atan las manos, con el objeto de exhibirlos y de implorar la caridad."**
En algún momento a comienzos del siglo XIII, cuando la cristiandad latina busca recuperar Jerusalem, según Urbano II, sumo pontífice. 
Para mí todo empieza por los abuelos y padres que debieron abandonar sus tierras. Y por quienes quedaron allí y conocí más tarde. Ellos me hicieron escribir: 
Enfermeras y enfermeros de un psiquiátrico, agentes o testigos de un festín del poder convertido en deseo, luego asesinados como adelanto de miles de ajusticiamientos a cielo abierto y fosas comunes; juicios sumarios, campos de trabajo, palacios reconvertidos a base de horcas, sillas eléctricas y látigos con clavos en las puntas; padres amenazados con la muerte cumplida de un hijo para que otro, fugado, abandonase su escondite, o colgados de propia mano como único camino para escapar de la terrible elección; mujeres rotas sin remedio, que no sabían si algo más podía perderse en el periplo inútil de evitar el fusilamiento del marido; damas en fiestas populares riendo al obligar a cantar a la joven que esperaba para enterrar un cadáver producto del justo castigo ordenado a un juez por el divino verbo; hogueras de libros, ojos espiando por las rendijas de todas las horas.
No en balde al inicio de los 1950 Blas de Otero decía:

"Aquí teneís, en canto y alma, al hombre
"aquel que amó, vivió, murió por dentro
"y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos (…)
"olas de sangre contra el pecho, enormes
"olas de odio, ved, por todo el cuerpo."
Y Dámaso Alonso, que permaneció también en el país tras la caída de la República: “Hemos vuelto los ojos en torno y nos hemos sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles, tan feroces, quizás tan desgraciadas como nosotros mismos (...) o nos hemos visto entre millones de cadáveres vivientes, pudriéndonos todos (…) Y hemos gemido largamente en la noche. Y no sabíamos a dónde vocear.”

El Amadís, o Esplandián, su hijo, o los demás cuyas aventuras hicieron perder la razón a don Quijote, ¿en verdad fueron producto de plumas, muy torpes, digamos de paso? El primero se publicó en 1507, así que, amigos historiadores, cuidénse mucho asegurando: los conquistadores españoles de América llevaban en la cabeza a aquellos caballeros.
Pues para entonces, señores, los auténticos caballeros con arma en ristre para cortar cuanta cabeza cerrara el camino a su ambición, aburridos por una Española para entonces pobremente reantable, prestos a creer los más delirantes informes, escucharon que a pocas jornadas hacia oriente había ríos de oro, como luego Puerto o Costa ricas, o Mar del Plata, etcétera tras etcétera. 
Dicen, y no hay cómo certificarlo, que vivían allí un millón cien mil tahínos. Con Diego de Velázquez al frente, los amadises preguntaron a uno tras otro dónde se hallaban tales tesoros, y éstos, lerdos y codiciosos, se negaron a soltar prenda. En pago recibieron su merecido y para aquél año, 1507, sumado el efecto de las fiebres europeas, quedaban apenas sesenta mil.
Entonces fue preciso iniciar el comercio esclavo desde el África occidental. Hasta dicho momento Portugal solo expoliaba a las comunidades negras por intercambio de productos.
         
Caminar
Nuestra realidad tiene muchos planos, interiores y exteriores, y posiblemente la vida es más sueño que el sueño, recuerdo para los dos a la Tic y sigo con un ejemplo tramposo por amanerado: 
En el diario te veo caminando a cinco metros piso arriba por el patio. ¿Es una metáfora? No. De noche saliste para andarlo mientras yo miraba por la ventana. Nos habían emborrachado historias, canciones, risas, silencios, la luz que desde el cuarto hacía un largo viaje para revolverse, pues así decidiste, con la de la lampara metálica cayendo sobre este escritorio. Detras mío el espejo te reflejaba y lo hacía a su vez contra el vidrio. 
Al pasear por el largo corredor a cielo abierto sabías que aquélla atmósfera elevaría su tono. Volviste la cabeza para confirmarlo en mi rostro.
Antes escribí:
Camina, alguien dice Compermiso, tres metros allá se sienta, ¿cuál de los dos?, No puede estar aquí, lo amonesta un hombre en uniforme, enérgico, sin mala fe, el orden es el orden, sabe cualquiera y todos dudan si eso tiene sentido. Vuelve a levantarse, las nubes pasan, bajas, rápidas, gruesas, apenas repara en ellas, ni ellas en él, claro, así debe ser, cada quien a lo suyo, está bien, no hay qué de quién. 
Solo camino, primera persona del singular, como la segunda y la tercera, piensa, y también hay nosotros, nosotros, sí. Pensar, tan natural y absurdo. Miro, pues, una anciana al paso. Su rostro es digno y hermoso Déjeme que escarbe en él, Anda, contestará, si le pido permiso. Nos hemos ido, no volveré a encontrarla.
Miente la leyenda del cuaderno. No existe país ni oportunidad ni tiempo preciso. Unicamente el camino.
Al fondo hormigas humanas como yo levantan una contrucción a la velocidad que no es extraña aquí, donde podemos contar los segundos. 
Hay preguntas estúpidas: ¿cuánto falta? ¿Para dónde?
Aquí una de la viñetas en serie, que presento poco a poco:
En la mañana del departamento, junto a la figura recreada de Ella andan las muchas pequeñas criaturas mías acumuladas en el cuarto, el común atribularse de los olores rancios de la cama revuelta contra la paz en la cual el día se detiene cargando sus primeras como fáciles horas de registrar fachadas, ramajes, tableros de asfalto, y las trabajosas a punta de mujeres batallando, puertas que se abren y cierran, prisas, tumultos, niños en marañas y hombres conmovedores al aparentar que no conocen el miedo.
Es una paz tendida en la pequeña franja de sol entrando por debajo de la cortina, a través de la cual el patio interior del edificio se planta: el rezumar remolón de la sombra, el jugar a solas con el sobrante de los días en las ventanas traseras: el eco de las peleas y las voces llamando, el sacudir de manteles y mantas, los rostros que asoman de cuando en cuando. A la placidez la atraviesa la angustia por el tiempo. Como en los pasos de una mujer camino a la azotea ahora: el centenar de escalones difíciles, esforzados, ayudándose del pasamanos para poder con la tina y los años rumbo a la azotea, un momento en vilo, sin antes ni después, creación pura del patio universo que enseguida, contra la constatación del cielo inmenso, impávido, hace conciencia de su propia pequeñez y su marchitarse –el yeso descarapelado, los agujerones, las trozaduras- e intenta aliviar las fatigas de la mujer animando los trinos, los guiños de la luz en la pared.
Más acá el apenas perceptible canturreo de la vecina que señala el misterio bien guardado de la recámara, creciendo a lo repentino desde la penumbra que como siempre debe estar allá al fondo, donde casi no alcanza la mirada, por las disputas del comedor -la mera convención de los manteles de flores, el genuino orgullo del frutero, el vacilar de la vitrina entre las pretensiones del juego de cristal cortado y el vivo recuerdo de olores de los tarros descapuchados-, a la cocina, a un par de metros de mi cuarto, para celebrar la hora de mujer contagiando el chirriar de la hoja del anaquel, el caer del agua en el pocillo.
Como antes me pregunto qué será de todo eso en sí, en mí y en Él, agrego ahora, cuando al día siguiente nos marchemos para hacer de nuevo posible la vida. 
"Tiempo de caminar", titulé a mis treinta años esas viñetas que hacen un mejor esfuerzo por recoger los planos de la realidad.
Camino, digo casi al inicio aquí, por un espacio donde el tiempo es continuo. Su acceso se abre cuando cuatro décadas en nuestra Red de agujeros se vienen abajo. Meses tomará para que quienes fueron amos y cómplices resulten cenizas tras deshacerse entre sí.
Ciertamente "todo lo sólido se desvanece en el aire".

 
Trópicos
La ciudad muere pronto sobre la única mancha vegetal en cien kilómetros a la redonda de desierto, y al saludar el fin del malecón el sol no es el criminal que debiera, gracias a la brisa engrosada por las gotas de la rompiente.Los pájaros se agotan también, sin faltar las gaviotas y los pelicanos que no encuentran nada por aquí, donde nace el reino de los zopitoles.
Voy a solas pensando en los paseos con P al cerro ante mí, en busca de piedras presuntamente raras. En él remata la pequeña sierra que sigue la carretera, capricho del terco golpeteo del mar atemperado por la bahía baja, en cuya playa las ballenas y los cachalotes suelen vararse al perder el rumbo del canal.
Hace cuatro o cinco años papá vino a trabajar aquí, a mil kilómetros de casa, donde para mi lujo paso cuanta vacación señala el calendario escolar. La tercera planta del hotel que el hombre se empeñó en construir contra la voluntad de los dueños, quedará para siempre sin terminar, según parece, y la pandilla anda a sus anchas por ella, como por los tamarindos, de rama en rama, uno tras otro, o el filón de arena en el que nadie se baña de tanta restinga y tanta áspera piedra. O por el muelle donde contra un pilote la Mariana recibe a los marinos urgidos, Cinco pesitos, güerito, y el que sigue, con sus carnes entradas en años, ajada y simpática, de negro entre los calores, encendido rubor en la mejillas, el sombrerito hace tiempo pasado de moda rematando en fresca flor. O la boca esa de mar entera, incluida la corriente refluyendo justo en el canal trampa de los animalotes cuya agonía decimos disfrutar sobre sus lomos.
Un par de veces estuve a punto de morir allí, al borde del estolón frente a la ciudad-pueblo, en los paseos que dábamos en las planchas, como llamaban a las navecitas lisas con un par de remos.
-¡No, no pelees con ella!, ¡córtala! -gritaban los amigos o los hermanos, refiriéndose a la corriente, y yo creía hacerlo pero cada brazada, hacia la plancha o las rocas, cuanto más empeñosa, más me alejaba, obligando a que vinieran en mi salvación.
Cincuenta años después me preguntó por qué emprendo entonces la aventura de la carretera a solas, o crío a ocultas mi rancho de caracoles, o me escurro para las pesquerías.La pregunta es ociosa, claro, y completo los seis kilómetros y medio de cómicos, a ratos enternecedores saltos de las olas, hasta la playa que se anima nada más durante los fines de semana y así hoy y muchos días estará sólo para mí y para los pulpos, cardúmenes de infinitesimales criaturas, y demás, susto y gozo al hundirme por horas en ese otro mundo.
Qué torpeza mirar así, desde el futuro hacia el que entonces los días se fugan, cuando nunca lo hicieron. Uno a uno eran y sin destino, innecesario, insensato. Presente el mundo, reducido al cielo bajo de las raídas nubes a la mano y el azul gritón a fuerza de acaparar la vida cuya única motivo era aquélla inmensidad misterio puro, engrosando el aire con sus vapores, emborrachándolo todo: la espesura entre las ramas de los tamarindos, de por sí briagos por el aroma de los frutos, sudor de tierra agria; los hormigueros que no se daban abasto de tanta jugosa hoja; el tropezar un paso tras otro de los caracoles en su terror a la arena; nosotros, deseo descorchado, comiéndose la cola.
¿Es voluntad mía o suya, el que al modo acostumbrado el abuelo asome en este preciso momento de la lectura?
-¿Qué es eso? –pregunta, y miento:
-Nada, ocurrencias.
¿Lo hago por vergüenza, ocultando mi tiempo fácil, se diría pensando en el de él?, ¿o es que temo lo haga pedazos con la mirada incapaz de entender, según bien sé, porque lo mismo me pasa con el suyo?
-No voy a robártelo –dice adivinándome.
-Ni lo intentes –respondo en silencio y vuelve a entender. Pasea los ojos alrededor como si no hubiera estado aquí antes, odiándome por haberlo traído. –Perdona.
-Pierde cuidado.
Pierde cuidado… Desde que nació jamás pronunció esas palabras, al menos en ese tono, y siento ahogarme o a punto de perder la razón, igual que mil veces antes.
-¿Tengo remedio? –pregunto a la que siempre me acompaña y su cabeza se mueve de un lado a otro.
-Me engañas –la reto, sonríe y cuando vuelvo los ojos la silla del abuelo está vacía, asegurando que hace mucho nadie se sienta en ella.
-0-
Había otras razones para que ocultará a Belarmo con empeño esas páginas. El abuelo fue un conocedor sin par de su región nativa, y creo demostrarlo en Para morir iguales, y mostró enormes facultades para descubrir otras por entero ajenas. 
No resultaría así al llegar a nuestras tierras, Ohsis. Entonces exilio puro, por once años intentaría regresar con su gente al país que habían arrebatado a los malditos y viajaba adonde fuera necesario para ello. 
Conoció muy poco estos lugares cuyo entendimiento requería extraordinaria paciencia, pues en verdad eran antípodas de los que dejó, como también creo probar, esta vez en Demasiado humano
Penetrar lo otro resultaba mucho pedirle y mi experiencia lo probaba. Pasé largos periodos también cientos de kilómetros al sur de las playas que entrevimos. Vivía allí sobre una montaña frente al mar, sin aparentemente ninguna población hasta donde mi vista se perdía. Cien peldaños y un caminillo tortuoso me conducían hasta al arrecife que nadie más visitaba. En su interior, protegido por la marea cuyas furias debía retar, encontraba el paraíso. Jamás vería colores y texturas tan ricas, que terminaban por emborracharme gracias al sicompado estrépito tras la roca. 
Virgen, creía era aquello, y yo por lo tanto su primer, único amante. Casi me sentí despojado el día que encontré en mi lugar a un viejo y su nieta. Él le reveleba esmeradamente no solo las formaciones en fondos, restingas, paredes, sino los nombres de cada color sin registro en paletas y el de su extraordinaria fauna, avanzando hasta eso que yo creía era mera piedra y resultaban corales y algas. 
-Venía con mi abuelo, quien a la vez fue traido por el suyo -dijo. 
Siguiéndolos con los ojos cuando marcharon, descubrí una enorme cantidad de sendas hechas por la costumbre.
¿Cómo detenerme a explicarle a Belarmo lo que todo eso significaba? 
El lugar se hallaba sobre la Costa Grande. 

La pasión según FB
Si adjuré de ese cuaderno, hay cosas rescatables en él. Extraen lo que no sé cuánto formaba parte de mis amoríos o eran imaginaciones dictadas por un momento afortunado entre dos seres cuyas vidas corrían separadamente:
Se vaya pronto, se vaya tarde, no habrá modo de olvidar a la Niña. ¿Porque es joven?, ¿porque es hermosa? Sí, sin duda, pero sobre todo porque es ella.
Imposible encontrarla antes. No habría reparado en mí y yo no habría sabido entenderla. Supera mi fantasía y puedo verla gracias a los ojos de abuelo y a la manera en que se desnuda sin pena.

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Eran tan pequeños los dos que se diría imposible su encuentro entre el pasar a miles de criaturas altas y robustas, y justo por ello resultó casi obligado. Buscaban los mismos filones al borde del arroyo, los mismos suspensos de los autos, idénticas cáscaras en las cuales montar librando los cursos de agua tras la lluvia, y rebotes de luz, pedacitos de papel de estraza, jirones de simpatía entre el gritón desconcierto de la avenida, para maravillarse.
Una falange más baja que él, hacía pucheros por la tolvanera picándole los ojos y desmelenándola, cuando la vió por primera y única vez, pues nada los separaría luego.
Se cogieron de la mano para sortear la salida en tropel de las oficinas, que anunciaba aplastarlos sin conciencia de su obra, y en el riel de una cortina metálica la risa les llegó a un solo tiempo apenas se ampararon.
De sobra las palabras, en los minutos para ellos horas todo pareció el compartir la atención a las mil vivezas de la acera. Una vez apaciguado el río de gente, cayeron en cuenta: seguían con los dedos en un curioso entrevero. No había lugar para timideces y reparos y la cabeza de ella se posó en el pecho de él. A qué esperar la noche, entonces, desaprovechando su tamaño. Cuando las mironas del aparador con las luces apagadas volvían al eterno insomnio, el matrimonio estaba consumado.
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Y la vida no era más que una cáscara de limón recién cortada. Apenas eso tanto, la fragancia.
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Las siete eran, creo, cuando puse la mirada en ella.
-¿Adónde vas, niña?
Fueron los ojos quienes contestaron:
-No sé, no importa, sólo el viaje interesa.
En la respuesta había una declaración y una pregunta:
-Llevo la vida entera esperando por una mano que se atreva, ¿será la suya?
En silencio volteamos juntos hacia el camino sobre la loma. Diez minutos después nos deteníamos un segundo en lo alto, con una sonrisa. Nunca más se nos volvió a ver.
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Ahora por fin hay fecha y como si jamás le hubieran pasado por la cabeza, el Viejo olvida los mil subterfugios en los cuales de nuevo escondía el miedo, ahora temiendo que ella no regresara para quedarse, según prometió.
No sabe dónde meterse el hombre pues no hay lugar donde quepa, globo que copia al universo y a una antigua manera para evitar el estallido insufla el infinito.
Estoy en una nube, vuelo, y cosas por el estilo se escuchan en las canciones populares. El Viejo hecha un sonoro erupto al tragarse a UDFt-3815539, la última y más lejana galaxia descubierta y al levantarse de la silla tropieza con cuanto encuentra.
¿O es de ella, la joven mujer, de quien se llena, con el río de estampas que dejó y él por instinto de supervivencia acallaba, sorteando la memoria en los inconcebibles pliegues del pequeño departamento?
En la estancia juntos, el lugar se convirtió en una cueva. El Viejo soñó siempre con eso y ni idea tenía de cuánto se podía. Los días cavaron sin parar y no hubo duda: volcados allí los interiores de ambos, el techo y los muros, las sillas, los libreros, las mesas, en una imagen que tomo prestada de la Niña, exhibieron la capacidad de licuarse para adquirir las formas y las texturas que requerían los recuerdos y los deseos conscientes e inconscientes de ellos.
Tembló el hombre en el pánico de un momento, por un momento sólo, parte de la gracia encontrada.
Al terminar esta nota, el Viejo se entera de que acaba de producirse un temblor en su ciudad. Así de globo-universo, borracho de Niña andaba.
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El deseo es amor. El deseo absoluto es amor absoluto. Cuanto más cavaba en ti más infinita te volvías. Por eso nada llenará tu hueco.
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¿Mía existe? Sí. ¿Estaba en mi casa esa noche? No.
Nuestro romance de seis meses es el más apasionado que tuve. Hemos gozado de sexo de mil maneras, las demostraciones de amor rayan en el delirio, nos engañamos sin parar, a veces con varias o varios a la vez, y en las muchas horas al día juntos no hay minuto sin reír. Nuestras puestas en escena nos habrían convertido en millonarios en el cine o el teatro de revista.
Tuvimos una formal ceremonia de matrimonio con invitados, quedó embarazada muy pronto y más pronto fue el parto. Nos nació un varón al que terminamos llamando Hurri, aunque su nombre en el registro civil es Hurricaine, por una canción. A los tres días el enano le había cumplido de la primera a la última de mis vecinas y satisfecho plenamente su Edipo con la autora de sus días. Y así, nuestro adelantado.
¿He visto alguna vez a la que también digo Ma-dame? Sí, nos hemos. ¿Tuvimos encuentros cuerpo a cuerpo? Contados pero furiosos.
Nos juramos amor eterno, ¿estaremos juntos un día? Ni yendo a bailar a Chalma, grita el sentido común: podrías ser su padre y ella vive entre la gente decente y tú no. De cumplirnos tal somos en la libertad del aire terminaríamos en un rincón del mundo muertos al poco por una mezcla de deseo saciado y hambre. De hacerlo lo decidirá la mutua convicción de que a cada una a solas no nos queda mucho por delante.
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Muero por unas caderas y ellas se mueven solas, sin querer, invitando, no importa la infidelidad a los ojos justo en el asiento del salón de baile donde más le duele a mi cabeza.
Según acostumbro doy la vuelta, que para penas ya tuve. La doy pensado en ellas. ¿Cómo decirles sin alterar su natural, hermoso vaivén?
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Cien momentos de majestuoso delirio sexual, gritos al cielo para que escuchara que ni Jesús amo tanto. Un hijo incubado en seis semanas... Por el aire.
Ya estábamos, creo, matrimoniados, cuando supe que cometíamos adulterio. Ya estaba el Hurri dando lata, me parece, cuando fui informado que no tenías teléfono, pues era propiedad privada de tu legal señor.
Por muchas horas al día nos hacemos palabras, y no vives en Estocolmo sino pasando la loma. Pero verte siquiera de lejos es tan imposible como una nueva resurrección.
Tu foto se hizo perfil en blanco así que escribo como si anduviera en el Amazonas con Aguirre en 1542.
Ring, ring No estoy, porque a lo mex balada El culpable soy yo. Está bien, reina, acostumbrado a no pelar los ring, ring estoy de sobra.
Total aire éramos y en aire tarde o temprano habríamos de convertirnos. Soplamos los dos y adios.
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Pasaron los años a la manera que debe en una historia como esta, en dos segundos, pues, y el tipo cada vez menos creía cuán burlados fueron ella y él por la mentira que a la primera el dios del viento le vendió: De tocar tierra siquiera una vez, desaparecerás. Al recordarlo, al hombre se le salía una lagrimita por los dos, hecha burbuja de jabón, claro, que se rompía con una mera insinuación.
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En este viaje donde al deseo le cae dentellada tras dentellada, hemos muerto otro poquito los dos. Yo, ya abuelo, cuando volteo a mirarme encuentro casi puro hueso. Tú defiende tu hambre como perra, amor.
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En el pasillo, con el cigarro en la boca de siempre -el cigarro y la boca, se entiende-, frente a la ventana abierta el cabello de Mía es una tormenta al revés -de la canción, digo-. La mirada parece perdida, y no, busca, nunca sé qué, y las caderas de quedarse quietas detendrían el tren, que quien manda son ellas y no él.
Sigue siendo Tuya, amor, digo en silencio, y sonreímos sin vernos, los dos. Luego una lagrimita a solas, los dos.
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Sé que te asomas, Mía. Que en las notas contemplas al sesentón que sigue siendo tuyo así no lo creas y leyendo busques las huellas de su pérdida.

Y no puedo evitar entristecerme por ti y por mí, imaginar tus días preguntándose entre el trabajo, los piropos que aborreces pero inculcas, la cajetilla y media de cigarros, el par de uvas por todo desayuno, el frío mortal donde sea, el delirio por el viento en el que te recreas.
Los diez meses juntos haciéndonos como cada uno quiso siempre y de la inesperada manera que el otro inculcaba, valen por una vida.


De prestado
No tengo la osadía de sentirme cercano al único hombre a quien envidió. 
"Supongo que diez o quince de nosotros cantaban: Este tren no lleva tahúr ninguno ni mentirosos o trotamundos orgullosos. Este tren va con destino a la gloria".
Cantaban donde luego él recordaría: "Vi hombres de todos los colores, rebotando en el vagón de carga. Nos pusimos de pie. Nos echamos al suelo. Nos amontonamos uno junto al otro. Nos utilizamos los unos a los otros como almohadas. Olí el sudor agrio y amargo que penetraba mi camisa caqui y mis pantalones, y la ropa de faena, los monos, los trajes aflojados y sucios de los otros tíos. Mi boca estaba llena de una especie de polvo mineral gris..."*
Murió a los cuarenta y cinco, luego de muchísimos años de ser diagnósticado como esquizofrénico y tras un largo encierro en un psiquiátrico. O sea, trece antes que mi guía, el abuelo, quien para entonces llevaba más de una década lanzando mordidas al desarraigo.
Cómo a los sesenta y cinco no sentirse viejamente viviendo de prestado.
Al hombre lo envidio también por las memorias sobre su infancia, sin igual pues recogen con una extraordinaria puntualidad la lógica de un mundo irremediablemente perdido para los adultos, que en principio era el mayor compromiso para este cuaderno y no trato.
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Cuánto cansa la pasión amorosa. Bienaventurados los viejos. Cesan los gritos. Nadie sino el par de pildoritas sabe que ese hombre está en el parque y sólo él cómo mejor mira y declina hacia el único tiempo de verdad, el de ellos en él. Qué paz. En la rama más próxima una amable mujer de negro levanta los hombros y sonríe.
Eso escribí a mis sesenta y un años y las pildoritas, desde luego, son ustedes, E y S. 
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Qué difícil estar aquí, siempre lo supe, le digo a la que siempre me acompaña.
Debieron correrme de todos lados. Me habría cansado pronto de tocar puertas por un taco.
A final de cuentas eso soy: un rascamapache, como dice Leopoldo que por sus rumbos llaman a los teporochos. Uno de lujo, a quien en lugar de aventarle una moneda para su vicio le pasan un cheque mensual, y en vez de patadas recibe amorosos golpes en la espalda. Hasta sus gracias lo animan a hacer y le aplauden luego.
Ay, amiga. ¿Te encariñaste conmigo a fuerza de ir a mi lado? Sonríes. Vamos sincerándonos: ¿no es que te gustó esto? Ahora pareces una niña, una muy pilla. Anda, acompáñame a comprar cigarros. Te cae simpático el gorrión colorado, ¿verdad?
Lo que me faltaba: sacar a pasear a mi muerte y cuidar que no la atropellen en el cruce.
Cómo reverdecen las jacarandas, tienes razón. Sí, la simpática chamaquita de carrillos de globo, el pobre sauce que no termina de entender que su plácida calle se convirtiera en eje vial, el cristal del otoño recodando los buenos tiempos, el delirio de vida de la esquina, la conmovedora, dulce, gastada pareja sesentona de la tienda, el avión...
Hace días murió una amiga. Fue tras largos, ejemplares años de estar a punto y revolverse a punta de contagiosos bailes, besos, carcajadas. Hace un par, otro sabe que no queda mucho y, de antiguo enloquecedoramente prolífico, se da lleno a la insanidad y no para de repartir reuniones, charlas y páginas.
Es cierto, siempre hay algo que hacer, siempre algo porqué retrasar la marcha. Uno de cada dos días cumplo el rito para salir a la calle ocultando la presencia de mi amiga. Algunas lo consigo. Las demás hasta el rey del optimismo se entera. Hoy me da igual si la cuadra entera sale para mirar.
La conocí en la panza de mamá, por mucho que ésta se esforzara. Cantaba la mujer creyendo acunarme entre castaños, sin darse cuenta cuánto mejor se filtraba el aleteo en la melancolía interminable de su voz.
-Qué terriblemente seca eras, compañera, helabas la sangre. Cuántas infernales tardes y noches me diste. Tantas, que terminaste por encontrarle el sabor a la acera contraria. Ahora va a costar un trabajo enorme convencerte de cumplir la tarea. ¿O se volvió mía?
Menudo espectáculo: el tipo que sirve de sombra a su ama y llegado el momento tendrá que llevársela con él a empujones. Imagino el ridículo show final: ella tirando patadas, escupiéndome, un improperio tras otro, y yo jalándola.
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Como ven, estoy obsesionado con el tema: inutilidad y muerte. Otro día escribí: 
La deuda que jamás tuvo mi tatarabuela Teresa. El justo pago a la tierra.
Sin domingos, el gorrión con quien me acompadré va y viene de ramas a petriles y se atreve a las banquetas pues lo recabado no alcanza. Esther viola también el sacro mandato y duplica la tarea, pues a sus tres crías no les bastará el ancestral aprendizaje que para las aves del valle los años renuevan muy poco tras la hecatombe –no quiero imaginar cuán huérfanas quedaron al expropiarles la tierra.
El justo pago. ¿Cómo debía hacerlo yo, nietos? Nunca supe. Los precios de las cosas están por todas partes. Sus costos no, empezando por el trabajo.
Guardo las explicaciones y termino esta serie con otra viñeta:
El hombre con prisa no mira el reloj. Hace tiempo sabe que la hora marcada se adelanta y revisa los trajes ceremoniales. Cuando toque, si elige el primero será para tenderse sobre la cama y esperar. El segundo lo conducirá a las montañas, solo entre coyotes.
Digo eso robándome un conmovedor cuento y una leyenda india.
*Woody Guthrie, Con destino a la gloria.

El Mero
Me reconocí como el Idiota y tengo una segunda personalidad: el Mero u Ohmero, nombre que deriva de Merolico, según llamaban a quienes en espacios públicos y por momentos apelando al humor vendían remedios de dudoso efecto.
Las primeras funciones las di apenas niño, en el Santo Lugar llevé a grados profesiones el oficio y asumí según se debe el personaje llevando a la Corte de Medianoche a un paseo que intenta entender por qué todo lo sólido se desvanece en el aire.
El negoció comenzó sin saberlo cuando llevaba media hora hablando con un amigo experto en editoriales y él a cuanto proponía: 
-No sale. 
-¿Debemos prendernos fuego? –preguntaron los papeles en las cajoneras.
-Nada de eso -los aquieté de inmediato y por instinto, y en una balandronada, haciéndole al anciano cheroqui dinos ánimo. -Llegó el mensaje: vuelve al fin la aventura.
Con un fajo de cuartillas hice el camino al Metro. Unas cavernas de la ciudad en dirección a otras, entrañables todas, bajé en una desconocida estación al azar. Las escaleras conducían a un andén a cielo abierto y mi primera mirada fue decepcionante: estaba en un lugar bien conocidos de nuestro gigantón, cuando menos para quienes no se pertrechan en los reductos de la gente decente.
El necesario paradero parecía dividir en dos el universo alrededor, inconcebible sin cada parte: a poniente el lío de puentes a no menos de ochenta kilómetros por hora con su avalancha de metálicos, gritones animales; a oriente la paz aquí sorda, allá plácida, de la colonia en improvisados parches que se montaban sobre antiguos poblados, sin desaparecerlos por completo.
Me senté en la rala hierba del camellón entre los pilares temblando por el peso arriba, un lánguido árbol herencia de quién sabe cuándo sirviendo de espaldar, y saqué a relucir a mis escritas comadres:
-Entre el rezumo de los mirtos que el rocío se empeña en conservar, de lino y grana las ropas y la carne a las cuales se trasuda, un atormentado joven poeta para que no escape muerde con desesperación la noche de invierno y las astas de la luna, por ello más "cuernos de búfalos" sosteniendo el "cielo huerto", donde los astros florecen con "sus dorsos" de "ágatas y oro".
"Puf -dije suspendiendo la lectura. -El poeta de mil atrás y su mundo para qué sirven aquí donde ni su abuela oyó hablar de ellos, ¿o no, señora que en el paradero hace sabios malabares con las bolsas a granel bajando del microbús?
La mujer volteó y se detuvo en espera de que algo de utilidad saliera del discurso que de imaginación a imaginación le recetaba. Fue ahí que vinieron los años viejos y:
"¡Alavado, alavado! -exclamé de rodillas y la mirada al cielo no del Señor sino de otros divinos portentos que moran en lo alto y en muchos lados más- -Revelación, ya la libré.
Para prueba bastaba el botón señora de las bolsas y los que con un giro de la cabeza descubrí atendiendo a mi persona. Un mendrugo les solté como entretenimiento, del poeta, claro:

¿Cuánto habré de esperar y cuánto tiempo
ha de quemar mi saña como brasa?
¿A quién hablar, a quién dar testimonio...?*

Mientras el recién adquirido auditorio tragaba de una imprecisable manera el mendrugo, en silencio hice el el rito en versión resumida para apuros:
-Niño de Piedra, padre mío; deforme hija de Aoibheal, hermana, y Gualupita madre y compañera, de sus prodigiosos dones pasen un tantito y a mano me pongo con ustedes, ¿sí?
¡No!, luego, luego vino la respuesta. Sobre los cerros a un paso con la magia de sus mocasines voló el Niño, el hada de monstruoso tamaño, los ojos sangre, chorreando lodo su manto se alzó de entre la tierra, y del primer al último tronco nacieron tallas de la Morenita.
A metro y medio del suelo mi cuerpo púsose a flotar y del paradero del Metro Constitución de 1917 me volví dueño. Chamacos, cuasi vestales en tránsito, chóferes, el rey y el tepo del barrio hicieron corro, y un cojo de la tercera edad y una taibolera en disfraz de ama de casa con un guiño se ofrecieron de patiños.
La providencia prestó un sombrero cuya presencia en el piso gritaba:
-No se hagan rosca con las monedas, que de algo ha de vivir este chango -y al ruedo ya sin más me tiré.
Ese fue mi empezar, años luz a estas alturas me parece, en la merolica obra de darle paz al alboroto de mis cajoneras y mi alma en vilo.

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Ese segundo yo anda aquí.
*Selomo Ibn Gabirol.

 
No más
A diez años de que los comencé, el Desde... y sus hermanos deben terminar. Son un despropósito e hicieron más de lo esperado.
Este abuelo tenía que intentarlo, Ohsis, y les pasaré lo que resulté. Mientras, algunos miles leyeron fragmentos o versiones enteras desechadas.
Complementan la verdadera obra aun por concluir, cuyos indicios están entre ¿Una novela? y Cronicando
Aquí falta agregar viñetas a los capítulos anteriores, sumando otras ya escritas. El resto quedará quién sabe cómo. Me refiero a Para morir iguales, etcétera, cuyos abundantísimos materiales seleccionaré sin trabajarlos. 
Ustedes y los fieles seguidores harán de ellos el uso que quieran.
Pensé en una La última gira que difícilmente concretaré. Échenle un ojo para entender cuál era su intención. 

Volver a los diecisiete
No hay día sin que escuche al Mr. de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y en segundos salir por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o rumbo a un valle que guarda a la más misteriosa mujer.
Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una.

Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete. 
Viajo y en una estación escribo al futuro de los nietos: “Quisiera no estar tan cansado y olvidar la siesta, pues es justo el tiempo, ya que a occidente el reloj se me adelantó una hora… Quisiera, los nogales de la calzada… "
Volver a los diecisiete... Al final de un libro digo que hace treinta años y cinco años debí abandonar el Santo Lugar y que no me había recuperado de ello.
Hoy es ayer y no ahora... confío.

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Pasaba apenas los veinte años cuando en tren regresé del viaje que me conduciría a Filiberto y el Santo Lugar. Al amanecer las vías parecían museo de nuestra miseria urbana, generación tras generación. No había allí una mancha imprecisa sino el relato pormenorizado, y hombres, mujeres y niños se contaban uno por uno, con historias escenificadas a fragmentos, pues la marcha era muy lenta y a ratos parábamos.
El fenómeno tenía características propias en cada tramo y una lógica progresiva, que confirmaría cuando  volviera para hacer el recorrido a pie. Representaba la lucha por la tierra a toda costa y los pobladores recientes, al inicio del trayecto, eran más voraces, y quienes lo iniciaron habían alcanzado una descomposición irreparable. No se trataba de predios tomados con espíritu social, comunitario, como las colonias que entonces comenzaban a crearse por todo el país tras organizar grupos más o menos sólidos, bajo banderas o liderazgos políticos. Eran llana comedia humana precipitándose por décadas, y mucho más tarde el hombre de La piedra me interiorizaría en ella.  
Así resultaría cada día en adelante para mí: un viaje a las estrellas, así lo hiciera entre la recámara y la sala.
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Cincuentón, me pidieron editara entrevistas e mujeres. A una cuando niña la regalarón a unos parientes para que les cuidará borregos a cambio de casi nada. Su soledad era cósmica y púber escapó a nuestra ciudad y con sobrada preparación se ocupó en ásperas tareas. 
No conoció hombre hasta que ya mayor alguien con la vida también a cuestas y dos hijos le descubrió el filón y ella puso un puesto callejero y tuvieron así casa propia, levantada piedra a piedra. El tipo se pasaba de listo y los niños encontraban solo silencio en la mujer, quien terminó echándolos a los tres.
Otra padeció un padre abusador, la cucó un padrote con rostro de novio y ahora rentaba su cuerpo por pocos pesos a calle abierta, celosamente vigilada entre muchas. 
Una tercera descubría qué tan poco amable puede resultar los días de niñas campesinas con hogares bien asentados. Creo que en su caso la estrevistadora se esmeró buscando el lado oscuro y tuvo razón a final de cuentas. El remate era la experiencia como sirvienta -siempre sin eufemismos-: por cama un colchón en plena sala, que debía recogerse al amanecer y tenderse cuanto terminaba la jornada familiar; reticencias para dejarla salir los domíngos; amo exigiéndole favores sexuales...  
El crimen organizado estaba en pañales entonces y no había violadas tumultuariamente por sistema, ni destazadas, ni fiebre de feminicidos, ni más horrores luego cotidianos, potenciados por esa guerra silenciosa en que participan fuerzas públicas.
La vida siempre fue muy dura para las mayorías, donde quiera. Cuando mis bisabuelos se encontraron, con frecuencia reportaban recién nacidos a solas en el río, por ejemplo, y el escritor al cual rindo culto narró la terrible historia de los niños en las Cruzadas.
Rastreando a O´Donnell encontré mil testimonios como estos:  
"Estaba casado con una mujer muy trabajadora, una modista que podía pagar un chelín diario. Pero murió. No pude pagar la renta, me embargaron la cosecha. Mis hijos caían muertos, no podía conseguir patatas para ellos..."
"Entré a una choza cercana a Ball, en Tyrone. La familia estaba comiendo. La comida consistía solamente en papas secas que había en una cesta apoyada en un recipiente en el que se habían cocido. El padre estaba sentado en un taburete y la madre en un montón de turba. Uno de los niños tenía una caja de paja, el más pequeño estaba tirado en el suelo y había otros cinco de pie alrededor de la cesta de papas. Las papas estaban sólo medio cocidas, pregunté la razón: 
"-Se pegan a nuestras costillas y así podemos ayunar por más tiempo-, contestó uno de los muchachos."
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Pregunto mucho a la gente sobre sus vidas personales, incluso cuando en principio hablamos de otras cosas. Las mujeres son siempre más interesantes y abiertas.
Cuando se trata de compañeras en lucha, trás ésta me descubren historias cuyo tesón apenas puedo concebir.
Rosaura estuvo en una segunda etapa de la huelga que quizá retó como ninguna al poder regional -tal vez exagero, recordando al Charras, a quien la Casta Divina desolló hace cuarenta años-. Era hija de ejidatarios en el norte y contra mi sentido común odiaba la vida que les había tocado. Insistió e insistió con el padre, para dejarla marchar a la ciudad cercana. 
Con trece años mi hoy amiga hizo de sivienta y terca como mula consiguió que la noble patrona le permitiera estudiar. Hizo una carrera y trajo a su familia. 
No representaba así la cultura del esfuerzo. Lo suyo era reivindicar al ente colectivo, primero en casa y después en una fábrica donde se hizo contadora. Aprovechando el puesto como organizadora, ganó la confianza de los trabajadores compartiéndoles información confidencial. 
Reproducía así a mi abuelo, quien a los doce años tomó en sus manos el futuro de los padres y las hermanas.
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-Es que la piedra -dijo y no le hicieron caso.
Estaba sentado en el porche del ahora decoroso hogar que gracias a un proyecto comunitarió cambió cartones y láminas por cemento y ladrillos. Con otros había asaltado años antes la vía abandonada del tren en una ciudad mediana y primaveral, para vivir vendiendo basura. Todo el país urbano tenía zonas semejantes, a veces llanos, gingastescos tiraderos que infestaban de enfermedades a su gente. Para mí se exhibían por primera vez. 
-Pero habíamos quedado -insistió cariñosamente el compañero que hacía tiempo ayudaba a las dos docenas de familias, tras trabajar con niños en situación de calle. Los desperdiciós inorgánicos estaban apilados ordenamente atrás y al costado del hombre a horcajadas sobre un desvencijado sillón, cuyos ojillos despedían la más tenue luz que yo viera. 
-Es que la piedra -volvió otra vez. 
De cuán triste podía ser una vida supe por mujeres a quienes seleccionaron justo por ello, y volví a preguntarme como devinieron en miserables ciertas personas y no regiones precisas, en estas tierras que conocía más o menos bien por su historia. No sabía nada, iba a entender con los años, pues la pobreza de mis viejos y nuevos compañeros era relativa y siempre en pelea proyectaba dignidad y futuro por conquistar. 
Tercer afectuoso señalamiento al hombre por el desorden.
-Es que la piedra -repitió ahora haciendo atrás la prematuramente gastada humanidad. Entonces apareció una soberbia roca llegada allí volando cuando construyeron el rico fraccionamiento a nuestras espaldas.
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¿Cómo aquél hombre llegó a tal estado?
A menos que hayan sido sumidas en la pobreza extrema, nuestros comunidades no tienen seres semejantes. Su gente tiene una dignidad esencial y se romperá por fuera pero no dentro, a la manera de los paisanos de O´Donnel tiempo atrás:
"El recipiente de papas del irlandés colocado en el suelo, con toda la familia alrededor, el mendigo sentándose también con una cordial bienvenida...
Las comunidades entre nosotros son relativamente pocas hace rato, cuando la pirámide demográfica se invirtió en cuatro décadas y los campesinos qudaron reducidos al veinticinco por ciento de nuestros habitantes. 
Quienes migraron fueron encontrándose cada vez más al viento personal. Y por ello la mujer que regalaron, cuyo testimonio edité; quienes habitaban junto a las vías y el hombre justificándose en el porche.
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Selecciono fotos que envían de mí. Parezco agradable y todavía joven a los setenta años. Otras me registran decrépito y tras horrorizarme pienso: retratan también la realidad alrededor.
Nacido para triunfar, decía el rótulo que ante un espejo descubrí al volverme universitario, y de oficio equilibrista caigo siempre parado, aclaré antes.
Busco a la tatarabuela Teresa, a Rosaura y los iguales de O´Donnel, y si el hombre ante la piedra me entristece, mi pregunta no es por sus posibles errores: intenta entender quien lo regaló o abusó o secuestró cuando niño, al modo de aquellas mujeres.
Debería pasarles las fotos que me toman, para apreciar qué presumo reflejan. Esas mujeres y hombres y su dolor están al fondo y nada más. La decrepitud corre a cargo del rótulo.  

Cronicando y ¿Una novela?

-No entiendo cuándo sucede cada cosa. 
-¿Cuáles?
-La Crónica y ¿Una novela?
-No sé.
-¿Cómo no vas a saber, B?
-Es obvio que esto... 
-¿Llamado de qué manera?
-Crónica, Atrevida, no seas burra.
-Jajaja, al fin consigo unas palabras claras. Sigue: es obvio...
-Estamos cronicando. Después desátase eso loco incontrolable, responsabilidad de mi abuelo y A. 
-Nomás te recuerdo la fecha: 20 de mayo.
-¿Año?
-¡B!
-Es broma, carajo.
-¿Cuándo empieza lo otro?
-Al pitonizo no le hago.
-Alburero.
-Naca. That is the question: el inicio de la quizá novela, ya que la crónica atestigüe la caída.
-¿De "los Malditos"?
-Presentes, al menos.
-¿Nuestro gobierno?
-Y algo más, impreciso. En todo caso, recapitulemos, viendo desde ellos y desde nosotros.
Hace dos semanas asesinaron a una joven en Ciudad Universitaria, fue otra última gota que derrama el vaso y los movimientos feministas se volcaron allí. "¡Ni una más!" dice la consigna madurada en veinte años de feminicidios. Detrás, ese brutal porcentaje que descubre cuánto odía la sociedad a sus mujeres jóvenes. A sesenta por ciento, recuerdas E, tú incluida, llegan quienes al hacerse quinceañeras sufrieron abuso en nuestro país, y ahora se exhibe el acoso sistemático por catedráticos a alumnas en esa máxima casa de estudios donde un icónico, viejo líder soltó por radio: exagera la muchachita fulana que afirma fue violada: sin verga no hay penetración
El estado de México, donde tú vives, llevo a niveles demenciales lo que nos había pasmado en Ciudad Júarez. Y empezó a hacerlo durante el gobierno de nuestro actual presidente.
Vives en el Oeste, Atrevida, tierra fronteriza, sin ley, como de alguna manera diseñaron fuera desde los años cincuenta, coincidiendo con la consolidación del Grupo Atlacomulco, que acunó a Peña Nieto y otros tras desbancar internamente a Hank González, su más siniestro caudillo hasta el arribo de Carlos Salinas...
-Para, B, me vas a llevar al siglo XVI.
-¿Yo?
-No te hagas.
Bueno, entonces vino Hernán Cortés...
-¡B!
-Lo que quería decir es que si a fines de los ochentas pudieron desmbancar a una figura con el peso de Hank, quien no jugó a la presidencia solo por nacer extranjero, no extrañe cualquier cambio mayor en estos atlacomulcos nuevos. Si bien ambos casos salen sobrando pues ahora no se trata de un grupo sino del mismísimo PRI. 
-No entiendo nada.
-¡Me lleva la chingada, E!
-Jajaja.
-En septiembre dejé mi trabajo convencido de que esto estallaba, ¿no?
-Sí. Y ahí sigue, jajaja.
-Medio, medio, y le falta, cuando mucho, mes y días, o tal vez apenas dos semanas. 
-¿Por las elecciones en el Edomex?
-Correcto, Watson, aunque me hayas interrumpido, pues hallábame en septiembre, seguro de que babalú esta mierda, y nadie me pelaba y grité ¡Doy por límite enero! y nadie peló y vino el gasolinazo.
Aquí deberíamos pasar a la crónica propiamente dicha, con lo que escribí por ahí y no dio tiempo de desarrollar, comenzado en Ixmiquilpan.
-Ok, ok.
-Ahora, ¿porque no dio tiempo?
-¿Porque eres un huevón?
-Además de. Paré al darme cuenta que se desinfablaba la resistencia contra el aumento de los precios.
No conocía Ixmiquilpan, confesé, ¿verdad?, y fui en abril. Si bien era para otra cosa, de primerísima fuente supe: el movimiento nació un poco al azar. No había sorpresa. Afectos al PRI liderearon la primera acción, pidiendo al gobernador exigiera a los diputados cumplimiento a sus promesas. Etcétera, etcétera. 
Se demostraba lo sugerido en las derrotas electorales históricas, un año antes, en otros estados: el priismo perdía popularidad a velocidad vertiginosa. 
Detrás, lo que me condujo al optimismo en septiembre: las pugnas internas. Ahora sabemos bastante más del tema, ¿cierto, Atrevida.
-Revísese ¿qué nota?
-No recuerdo, jeje. Por otra parte está el genuino movimiento, nacido en ¿mayo? 2013, a quien visité ixmilquianamente. Ese breve viaje confirmó lo certificado en el de febrero a Guerrero: nadie echaría atrás a las fuerzas populares más sólidas, que para mayo, 2016, aclaro, habían formado ¡cuatro y media auténticas APPOs!, y otras cosillas nada desdeñables: setecientas mil familias cafetaleras organizadas en cooperativas; jornaleros y jornaleras de San Quintín y demás).
-¿Esto es un ensayo, un reportaje o qué madres? A la crónica no la veo por ningún lado.
-Coño, Atre, si apenas podemos con el paquete y quieres que haga lo correcto, presidido por la anécdota. 
-Pues no presumas, entonces.
-Haz de cenar, ¿no?
-Tu abuela, yo soy hija adoptiva... Mira:
"Antorcha Campesina promete ante Del Mazo no dejar ganar a Delfina Gómez
"A pesar de que su agenda para este lunes consideró sólo actos privados, el abanderado priista se reunió con alrededor de tres mil militantes de la organización Antorcha Popular en el municipio de Los Reyes La Paz."
-Sí, ellos serán el primero grupo de choque. Al amparo suyo y para su desgracia obrará el segundo. Luego... 
-¿Para su desgracia?
-Sí, deaparacerán en ese caos, para no levantarse más. 
Un cartón sugiere que bajo el agua Peña Nieto abandona a Del Mazo. ¿De dónde lo deducen, si las contradicciones internas que conocemos no indican nada parecido a eso? ¿O sí y me pasa de noche? 
-B, concéntrate, por favor, y te vuelvo a preguntar ¿dónde esta la crónica prometida?
-Ay, E, no toques temas sensibles. Todo me permitiría conocer en vivo los sucesos. Allí estuvo El santo lugar, durante estos últimos años volví a la zona para hacer nuevos lazos...
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Paro, nietos, pues cuanto está relacionado con eso lo encontrarán en La Ilusión...
El resto de los cuadernos nombra, aquí evito hacerlo y a ratos, como aprecian... ¿Cuándo marchar?, es la duda. Hace unas semanas viajé adonde otra vez callo, aunque mi destino se halla también en nuestra ciudad.

Es viernes y mi cabeza está ocupada apiadándose con los que merecen piedad o redacta tal y cual cosa para luego ponerla en su correcto sitio, mientras disfruto cuánta pequeña celebración a la vida aparece y calculo los tiempos del futuro colectivo.

Cruzo a una semi desconocida que tiene el desatino común: molestar al otro por razones inciertas. Regreso diez años para entender a quien mucho estimo y soltó veneno entonces.

El día completaría la ofensa que inició con un abuso de poder y hace en cambio su buena obra: liberarme. Cuando anochezca me congratularé doblemente por ello: una carpa y tres hombres deprimen al auditorio. Apenas volteo, la soberbia ajena se ceba en mí.

Poco antes hubo una visita tan inesperada como el romance que inició meses atrás y el adiós posterior.
Cuando vuelvo a casa tras el dolor de un vagón cuyas almas no se tienen en pie, estoy en las estrellas y al tiempo peleo con la resaca que dejan esos desagradable momentos de La (segunda) batalla de Stalingrado*. 
He de pasarla por alto ahora, a cualquier costa. Cada uno rendirá cuentas ante sí mismo, sino muy su problema, y debo seguir.
*Vasili Grossman. 

Andar
Tengo cierta claridad sobre lo que nos espera con la ocurrencia de Marcelo para hacernos recorrer los pueblos con un megáfono, anunciando el primer mitin provincial de la izquierda. 

Los riesgos se descubren cuando tras el inicial, eufórico cruce por una aldea, apaga el aparato y mirando paranoicamente a los cuatro costados deja atrás la pequeña ciudad donde vive Llagos. A metros hay una fosa común que sin señales todos conocen y que quizá dejó el Hombre de piedra

No me siento extraño entre esta gente y se debe no solo a mis orígenes. Filiberto y el Santo Lugar me prepararon a conciencia y sabré moverme en las entresombras, al menos tanto como puede quien no indagó toda la vida sus vericuetos, ¿verdad, abuelo?

Llevo unos meses por estos lados,
entre el maravillosamente romántico escenario descubierto dos años antes con Juan. Privilegio todo, dormir aquí y allá me permite descubrir la intimidad de ese pequeño mundo vuelto sobre sí bajo el aplastante mutismo de treinta años.  
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Buscaba una viñeta en que a lo imaginario espero al abuelo sobre una piedra, para hacerle preguntas incómodas. Sino la encontrara iría adonde veinte años antes y fantásticamente también asisto a la diaria separación de su padre, cada cual hacía el respectivo trabajo.
Ambas están perdidas en mi disco duro y topo esa que entresaqué de una muy larga. Pudo ser otra. Esperen. 
Ay, Belarmo, cuán difícil eres. Si hubieras parado un poco durante la vida... Bueno, se entonces aventura sin más, convirtiendo tres páginas en dos docenas de líneas. 
Ahora tienes veinticinco años y reprimen la huelga general. Te escondes en casa de un compañero, denuncian tu presencia y es madrugada cuando patrullas militares y policiacas cercan el lugar. Saltas a la cuadra con los animales, llegan hasta allí, no dan contigo y proponen prender fuego al heno. Corre mucho viento, es mejor regristar con picos y palas y usas una ventanita que sirve para deshacerse del estiercol, internándote semidesnudo por los maizales. Menudo ridículo.
-¡Ay! Que no pegues, carajo.
-A lo que nos truje.      
-¿A quién se le ocurre quedarse en su pequeña ciudad?
-A quien no tiene tiempo, mastuerzo, y deja a la mujer embarazada y al hijo.
-Qué drámatico... ¡No, carrujos no! Sigo en buen plan. 
No conoces otra tierra que esa entre el río bajando montañas y la aldea natal, a vista del mar y un puerto, y quizá baste. 
Sé que considerabas reconocer por fin a la nación cuyo eco venías escuchando tiempo atrás, pero démonos una licencia, ¿no?, para ver cómo te mueves dentro de esos pocos kilómetros cuadrados donde todo mundo sabe quién eres. 
Desde el pueblo que fue de tu mujer tienes una vista privilegiada al costado contrario por el cual esperan cruces. Diariamente dos caballos jalando un carro transportan pescado. Al bajar va vacío y trepas a él. Apestan los cestos y eso suele disuadir a los inspectores a más que una ojeada. Al poco la Guardia Civil ordena el alto, se da por satisfecha escarbando con los fusiles y enseguida otros hacen lo propio. Hay militares que rondan, la tercera es la vencida y prefieres bajar. Tu abuela nació en el villorio próximo y los parientes montarán esa cadena secreta, pueblo tras pueblo, que advierta presencias extrañas. 
No hay que extralimitarse, descansas unos días y vuelta al camino, rumbo a la ciudad marina cuya transformación no tiene pausa y aun así puedes atravesar a ojos cerrados pues niño te develó su trazo. Vives muchas peripecias allí y no tenemos tiempo para detenernas en ellas. Voy contigo al tren y cuesta un poco reconocerte pues has cambiado tal y cual cosa de tu apariencia. No basta, desde luego, y abandonar la provincia con una pistola en el bolsillo provocará tres o cuatro sustos todavía. 
Cada tramo obligó a seguir veredas que son costumbre para los lugareños y permanecen ocultas a miradas ajenas, y en ninguno caso te cupo la duda. Instintivo, ágil, osado, sabio a final de cuentas, termina diciendo el nieto que empezó preparando preguntas incómodas a las cuales te hiciste merecedor, si he medirte por tu propio rasero.
-0- 
Llega el momento de darle sentido a los cuadernos, Ohsis, y no tengo tiempo, humor, capacidades. 

Nos quedaremos con las ganas, pues, y lo hecho tiene un futuro incierto. 
Los nietos adoptados han de saber ahora que Él y el Nuevo leen las viñetas a ustedes, quienes hasta hace poco no decían ni pio al escucharlas pues les resultaban como los diálogos del cine en inglés que por mi consejo vieron durante su primera infancia: ruidos cuyas intenciones a veces entendían o intuían, y nada más. El idioma debieron aprenderlo luego con otros instrumentos, y siguen en ello, claro, porque las lenguas son seres vivos y muy complejos.  
Suena el Mr. en sesiones de las que salió un álbum. Son fantásticas y me recuerdan mis pocas, breves experiencias con drogas duras. Ojalá esto fuera algo parecido. Pruebo, salen frases equivocadas, corrigo, vuelvo y un pequeño universo anda alrededor, mutando al permanecer. 
Imaginen el departamento, la madrugada, una lámpara nueva, sin cubierta, el refrigerador, el patio, la luz que entra a través del otro, interior, al propio Mr. grabado artesanalmente o haciendo improvisaciones. Momentos que no se repetirán y huyen y voy tras ellos cada vez y jugamos, Déjame ya, pide el dado a la fuga hacia abajo, por decir.
¿Mañana? Eso no existe, ni hoy ni ayer, y así me metó en dificultades, llego semi dormido a las juntas, etcétera. 
Tienen razón, mi problema es ser feliz. O huevón, si quieren verlo así. No volveré a quejarme cuando lo sugieran, prometo.
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Lo que acabo de escribir mezcla noble quijositosis y llana demencia.  

Qujositosis
"El análisis psiquiátrico de Alonso Quijano, más conocido como Don Quijote de la Mancha"(1), afirma un psicópata hablando de psicopatías -como un burro si lo hiciera de orejas-, pues se trata al manchego, ya se ve, tal si hubiera vivido, con alias y todo, a la manera de los criminales reportados por diarios -sigámos cebándonos en el tipo, español y confesional si atendemos al nosocomio donde presta servicios, o está internado, digo yo, que sufro quijotisitosis y por ello consulté a nuestro big brother tumbaburros, quien, volviendo aquí al principio, con justicia remite a las orejas y al portador de ellas, siempre que sean largas, largas, termino mi aclaración recogiendo el hilo, ese cuya punta tomo para enredarlo allí mismo, trompas de Eustaquio afuera, y es cuento de no acabar cuando habla un nacido en un lugar del Distrito Federal, México, de cuyo nombre no quiero acordarme -vaya, vaya, hasta amnesia procuro y no está confirmado que la padezca, ¿o sí, Tiburcio Angosto Saura? (uy, tal vez nos embromaron, por el primer apellido, o pobre facultativo, sus condiscípulos debieron traerlo como trapo y ahora lo imagino, paso tras paso apretando el culo).
Creerse ocurrente, como en ese párrafo, es un rasgo de mi enfermedad, y realmente comparto caraterísticas con don Alonso: vejez, soledad cósmica e hijohidalguismo que conduce a la molicie y cierta conciencia de ser alguien por estirpe -algo parecido a Tuve o tuvimos y así me corresponden derechos que el peladaje no conoce y le dan rencor y miedo. 
Dispongo de amas que me atienden y hasta hay un párroco para procurarme.
Versión moderna del buen hombre aquel, a diferencia suya me habrían mandado al psiquiátrico y sigo en casa por comodidad para los míos, quienes se despreocupan y creen incluso ando mejor que bien y venzo gigantes, perdularios y malditos -genética es genética y algo les heredé.
En resumen, estoy llocu, como dicen en tierras de mis padres, y no de atar porque nadie se atreve, que a valor supero hasta, no el Amadis, vetustísimo y mal escrito, sino al propio Che Guevara -perdoneme enlododarlo con mis dichos, hermano por quien conservo algo de razón, y conmigo todas y todos aquí, donde nos lleva la mierda y apenas un ¡ay! soltamos, y así mi mal ya no lo es tanto, que, efectivamente, uno que otro molino bato, para nada y mucho, remedo pobre del genial caballero y triste figura también, al apercibirme, y esa desgracia no la padeció él, de cuán inútil soy y cuánta derrota cargan estos huesos.
Apreciése el nivel de desequilibrio, creyéndome emular al nuevo mismísimo Quijote. Se confirma así mi proximidad al personaje novelado, enfermo de letras que él comía y yo vomito.
Para que nada falte y con personal variación, tuve mi Dulcinea, literal ensueño y no premio sino gratuito adelanto, pues para obternerlo no tenía a quienes vencer, malos, buenos o regulares, que duro dos meses y al final pudo matarme por su súbita marcha, tras la cual quedé sin saber si ahí estuvo o fue tan más invento que librar el planeta y conquistar los cielos con mi pluma -rara ella, teclada y vaya a saberse contra dónde da y deja su maravilloso producto al futuro loa, oda, reverencial conmigo, como Ella a mis pies por una eternidad, postrada, así ayúntese con otros, espurias copias del Único, yo merito.       

1. Angosto Saura, Tiburcio, citado por otro imbécil.   

Pueblo sombra
Él y el Nuevo viven en la ciudad donde tomé esa foto que se me vuelve pregunta, y esta nuestra recibé un golpe demoledor. 
Los muertos nunca podrán contarse y un registro de cádaveres expuestos enlistará quince mil. Alguien me invita a la supuesta primera asamblea que discutirá cuánto puede responderse al desastre, cuyos mayor efecto fue sobre zonas populares. Mi experiencia servirá, piensa él joven, tras escuchar a quienes parecen salidos de la nada, sé debo quedarme callado. 
-Son obreros que se formaron luchando y saltan cuando es necesario -pienso y me equivoco.
Hace diez años viene formándose un movimiento inquilinario del cual luego tendré testimonios riquísimos. El pueblo sombra ocupa nuevamente su lugar y sentará a la mesa al gobierno obligándolo a expropiar predios para cincuenta mil viviendas.