Estos cuadernos ocuparon buena parte de mis últimos trece años y los compartí con otros y otras, que a veces fueron miles y a ratos una docena.
¿Tiempo empleado para darle forma al todo? Diez minutos. Más no tiene caso.
En blogs crecieron y allí deben quedar. La verdadera obra resultaría inconcebible sin ellos: vivir.
Sonreímos y esta noche y mañana a darle a la tecla.
Joven, dejé
creer a los amigos que en cualquier momento me presentaría con una novela. Un
día fui puerta por puerta deshaciendo el enredo. Era tarde y corrió la especie
de que la autocrítica me devoraba y al basurero o cajones bajo llave iban espléndidas
o prometedoras cuartillas. Ni asomos de eso existía. El lío fue originado por centenares de hojas sueltas garabateadas
desde niño, que aún conservo.
Esto y aquello se empeño en llevarme a las editoriales y apareció una decena de libros dispares en intención y calidad. Había una porción de buenas
cosas allí, como en las roscas de reyes del pan de cada día donde colaba la
vocación de cronista -de modo que las patronales se encontraban súbitamente
mordiendo al santo niño y cargaban a paraguazos contra mí persona.
Al reunirse la pedacería tenía cierta correspondencia y en casa iba creciendo
lo que al decir de Juan no pretendía narrar sino entender. Lo hacía gracias al prodigiosa don de las palabras. Persiguiéndose unas a otras sin un
continente yo capaz de apresarlas, revelaban el mundo a mi alrededor.
Hoy éstas y aquéllas gritan por un
lugar a propósito, no importa si las atestiguan o tiran a locas.
Juan contempla y
echa lazos. Le tiene sin cuidado si el asunto termina con pastas y lomo. Lo que
vale es nuestro paseo por la Calzada de los Misterios.
-0-
Esa es la introducción de mis Cuadernos, como llamo a lo que sobre blogs escribo envejeciendo. Los hay históricos, sociales, personales. Estos últimos no tienen afanes autobiográficos y así no aparecen padres, hermanos, antiguas amigas y amigos y evito citar lugares y fechas; busco entre mi vida, resultó la fórmula para ellos.
Presento aquí una selección tan ordenada como es posible en un trabajo hecho a viñetas, breves crónicas, diarios, que saltan por el tiempo y los años. La divido usando los títulos cuaderniles, digamos para aficionarnos también al humor, común a ratos.
Permítanme presentarles a mi Corte de Medianoche*:
Igualitito
que en la obra cumbre del último gran poeta en lengua irlandesa, duermo
plácidamente y el reclamo de una metálica voz me despierta:
-"¡Eh, tu, vago, ¿qué haces ahí cuando la más digna corte jamás reunida espera para juzgarte".
Claro,
no estoy en el lomo de un río, a la manera del campesino en el poema,
sino sobre la cama, y no es una monstruosa mujer de mirada sangriente
quien amonesta, sino El Grillo, metro sesenta de altura, pecho echado pa
lante y ojos de capulín.
-¡Comadre! -le digo harto contento al verlo tras casi cuarenta años.
-No te hagas baboso y jálale.
-¿Y ora?
-Que nos juntamos pa darte con todo.
-¿A mí? -alcanzo a preguntar antes de que como soñando aparezcamos en un castillo cuyas troneras echan humo fábril.
Frente
a nosotros el abuelo, Filiberto, una de las excepcionales muchachas que no violaron reiterativamente en
1524; Bryan O´Donnel, la niña coja por un
bombardeo, el Niño de Piedra sioux, los pequeños cuyos ojos vaciaron píos
monjes camino a Jerusalem; Hila, púber negra del río Níger a quien en el
siglo XIII dieron como amante esclava; Derzu Uzala, cazador de los
bosques siberianos chinos; Saanvi, madre que es al sur hindú hace mil
años; Pepé Llagos y Dosy, nacidos en una cuenca minera casi entre los
Picos de Europa; Felícitas, Malena, el Jarocho, en gigantescas
representaciones se sientan a una mesa sobre lo alto.
En la multitud alrededor hay muchos rostros conocidos y el resto tiene un impreciso aire familiar.
Acostumbrado
a los escenarios con miles de protagonistas, el abuelo no necesita
forzar la voz para que se escuche a través del eco profundo en el
fantástico lugar.
-Mira
-dice extendiendo la mano en un movimiento circular. -Te nos dimos, tan
diversos en tiempo y espacio y tan íntimos como deseabas. Y has
traicionado nuestra confianza.
Prometo cumplir la
tarea y recuerdo a Domingo embobándose con los recuerdos de una bronca toma de
predios, para que repentinamente, sin venir a cuento, pensaría uno, los ojos se le
fueran quién sabe a dónde y dijera:
-Todo fue por mi papá, que vendía pájaros en el
mercado y no tenía un centavo y andaba cante y cante.
-0-
En adelante van fragmentos de materiales, uno por uno, intercalados.
LA CRÓNICA INTERMINABLE
"Para
entonces la historia (...) corría de pueblo en pueblo. Todas las noches al salir la luna, los
beduinos se la contaban al amor de sus hogueras, y cada vez que pensaban
en Simbad creían oír el rumor de las olas en medio del desierto."
“A COMISIÓN PERMANENTE DE SEGURIDAD DE LA SOCIEDAD DE
LAS NACIONES GINEBRA. AVIACIÓN FASCISTA
ASESINA DIARIAMENTE MUJERES Y NIÑOS DESTRUYENDO PUEBLOS ENTEROS CON SU METRALLA
PUNTO MUNDO CIVILIZADO DEBE INTERVENIR CESE TANTO CRIMEN PUNTO CASO CONTRARIO
NO RESPONDO PUEDA PASAR CINCO MIL PRISIONEROS TENEMOS CÁRCELES ASTURIAS AUN
CUANDO HAGO TODO LO POSIBLE ES DIFÍCIL CONTENER PUEBLO.”
Eso firmó mi abuelo cuando entre 1936 y 1938 dirigía una pequeña república semiautónoma en lucha, más que contra la España Negra fustigada por el poeta, para detener a Hitler y Musolinni.
Lo vemos aquí participando a su pueblo la protesta hecha.
Murió en 1950 y cincuenta años después vino a vivir conmigo para cuidar el libro que escribía sobre aquellos asuntos.
Hoy, cuando inicia la crisis civilizatoria que con suerte puede llevarnos a sociedades más solidarias, libres, equitativas, emprendemos juntos una aventura rumbo a pasado y presente, ayudando según nuestras fuerzas.
Tiene muy pocas pulgas ese mentor que trabajó en la minería y apenas protesto por cualquier cosa amenaza meterme dinamita en salva sea la parte.
Bromeo a ratos pues sin humor resultaría pesadísimo el encargo que nos dieron quienes no están más, conforme decía un gran tipo: Se lu
cha sobre todo a nombre de las y los de antes, muertos
combatiendo por justicia.
-0-
A lo repentino
en mi mirada el tiempo histórico de la especie se contrajo hasta parecer un
soplo, nuestro presente nacional corre y yo sigo sin saber qué traje ceremonial
vestiré cuando no haya más remedio.
Si tenía alguna
vaga pretensión de trascender, sobreviviendo en quienes quiero, por ejemplo,
perdió sentido, deduzco, y este último viaje, entonces, abuelo Belarmo, lo
hacemos para estar juntos.
-Anda, que el
camino quizás no es largo ya y la prisa, prisa –dice.
El país durante
su mayor coyuntura posiblemente en cien años y la gran historia al fondo. De
contarlos se trata.
Lo haré como diario
saltando a capricho. Estamos en marzo y lo inicié en noviembre todavía entre
ustedes. ¿O es septiembre de 2016, año y medio antes, apenas entendí que las
cosas se precipitaban?, ¿o ese mismo mes durante 2014?
Un
viejo con mochila al hombro siempre resultará buena noticia, aunque a ratos la
cargue dentro de casa y mienta a su mentor, pues éste cree acompañarme sin falta y
suelo andar con quien se deje o a solas.
Diciembre, 2016
Muerde
el frío cuando subo al autobús y al abrir los ojos, a pesar del sol
macho entrando por la ventanilla. ¿Cuánto habremos descendido en apenas
cuatro horas? ¿Mil, mil quinientos metros o más?
Siento
haberme perdido esa fantástica transformación del paisaje, pues no es
más por ahora, que sin falta asombra cuando se deja la ciudad monstruo
hacia ambas costas. Ahora son pinos y otras coníferas cuyo nombre nunca
aprendí, en un rato los copales,
guajes, avizaches, cazahuates, tepehuajes, que los campesinos me
enseñaron a llamar, y luego llegan las selvas, así, en plural, pues hay
de alturas varias, secas hacia este costado.
En
momentos parecieran tierras vírgenes y sabemos que eso no existe aquí
hace mil años. Es por el despoblado a orillas de la carretera hecha sin
respeto alguno hacia los hombres y mujeres reunidos en rancherías, y por
esa sabia forma para aprovechar laderas y quebradas que una agricultura
ajena no reconoce como tal.
Apenas niño me obsesioné con estos lugares. Desde la azotea Felicitas los señalaba con su mirada
perdiéndose lejos y cuando papá nos llevaba de vacaciones mis ojos
inútilmente querían escudriñar entre el curso del río que a la carrera
seguíamos en paralelo, desiertos cerros tropicales uno tras otro.
-¿Vamos? -preguntan al mediodía.
-Sí -respondo postergando la tarea de contar, por fuerza en deuda, que vivir toma tiempo y acumula.
Arriba
quedó la señalización que me traía historias trágicas. Esa sierra es
bien conocida por mis amigas y pudo costar la vida a Digna Ochoa. ¿Iré algún día? Hoy sus amos son
Templarios -no hay casualidad en el nombre, ¿verdad, Malditos de las
Cruzadas?- y a menos que para cosas suyas me lleven los compañeros,
seguirá revoloteando en mi imaginación. Bien visto, no sería raro ir: de
donde
vengo el "Sur geografía profunda" resulta exotismo puro. Aquí se
habita. Pronto yo también lo haré, para darme cuenta que mis amigas y
quien reconstruyó los últimos días de Digna exageraban por conveniencia,
me parece. Petatlán no es Siberia o el alto Níger y desde mi patria prometida puede alcanzarse en un tris, digamos.
1492
Iniciamos por ese año que el abuelo gusta llamar del Maléfico, para saltar después según se necesite.
Colón
trepa a sus carabelas, pequeñas naves casi recién nacidas entre
portugueses y gracias a los marinos que andan hace mucho el Mar del
Norte, y no sabe quiénes operan la obra en secreto sin darse cuenta bien
a bien de sus consecuencias.
Simplifico extraordinariamente los hechos para un mejor
entendimiento, porque nada es comprensible en la cristiandad latina o
Europa centro occidental sin el papado y otros grandes agentes.
Cinco exactos siglos más tarde alguien escribiría en infame tono melodramático: "En
tiempos muy antiguos existió un gigante guerrero, triunfante, dominador.
Un día, fatigado, se detuvo. Aturdido,
torturado, fue dado por muerto, encadenado
por múltiples amos (...) Entonces,
el gigante fraguó su plan: recuperar sus fuerzas (...) y partir hacia la
conquista del mundo (...) El gigante era Europa..."-¿De qué hablas, buey? -pensé apenas leer a ese alguien que pronto codirigiría el Banco Central Europeo.
-Tu guerrero nació poco a poco en los ocho siglos llamados medievales, y
lo de gigante y dominador cuéntaselo a tu abuela, pues se echa al
océano ahora porque no puede con el Islam, quien le cierra las puertas a
China, esplendor de esplendores que todos procuran. Y corrieron con
hartísima fortuna si pensamos en "América", continente inconcebible para ustedes.
"De otra manera ni en jarras la magna obra. A cualquiera se le ocurre tomar un cálculo simplón sobre nuestra esfera terráquea. Era cuatro veces mayor, creo. Neta, no por nada Portugal echó a patadas al Almirante."
En fin, eso y bastante más se permitirá su cultura para adulterar la visión de un mundo que depredará a ritmos escalofriantes para el mismísimo Angel Caído.
-Espera, te pongo un mapa -sigo desproticando contra Monsieur Mentira, como deberían llamarlo.
-¿Sufriste mareos? Porque esa obra cartográfica tiene como eje china y no tu continente, como empezará a suceder unas décadas tras los viajes del aventurero genovés, alias don Cristóbal.
-Menudo truco. Desde ese momento y sin faltar minuto susurran al planeta: El centro de la tierra somos nosotros.
Un país llamado México
Esto
es una crónica interminable, se niega a volverse supuesto curso de
historia y no enteramente a capricho pasa al momento en que ando con mi
compadre, obrero cuyo ojo derecho se llevó cierto bicho crecido entra la carne podre que empleaba una empacadora de embutidos.
A pie por el camino, Agustín
y yo no nos cansamos de dar gracias a la fragancia de la hierba alta,
jugosa, en la que pareciera no caber un tallo más, y a sus verdes suaves
por el sol, siempre padre y aquí en un papel distinto a los muchos que
decidió y no hacer en nuestro gigantón urbano. Padre sol y madre tierra,
sabemos ahora, envueltos por ella y su prodigalidad. ¿O los géneros
deben intercambiarse entre ellos, pienso recordando una milenaria
leyenda?
Deberíamos
preguntar a los campesinos y campesinas, y se nos hurtan a la mirada
por sus ocupaciones o deliberadamente, como el pueblo sombra que se me
descubrió una mañana en una colonia de posesionarios y luego gracias al
abuelo.
Todo
enamora a nuestros ojos de ciudad: el contraste entre la vegetación y
el rabiar azul del cielo, la franja arcillosa que serpentea frente a
nosotros, el apenas perceptible reptar o trepar de pequeñísimos seres y
esa terca soledad aparente que a lo repentino se viene abajo.
“-¡Bájense todos, hijos de la chingada!” –grita a los ochenta hombres en un camión de redilas “un señor grandote” que carga “un radio” –Bótense al suelo porque se van a morir...”
Ya está: el compadre y yo llegamos al momento que nos trajo hasta aquí, al vado donde un camino interior tuerce.
Aguas Blancas se llama en paraje adonde llegamos.
“-…la balacera de una manera muy cerrada.
“-Sentí que nos estaban cazando….
“-Cuando
estaba ahí debajo del camión, pues yo sentía algo caliente que me caía
aquí arriba, así, pero yo no creía de que fuera sangre. Y cuando ya nos
sacaron de ahí ya vi que había muchos más regados así, alrededor del
camión y adentro también.”
Red de agujeros llamo a mi país por un poema mexica escrito tras caer Tenochtitlán en manos de Hernán Cortés y sus aliados:
“En los
caminos/yacen dardos rotos,/los cabellos están esparcidos./Destechadas están
las casas,/enrojecidos tienen sus muros.// Gusanos pululan por calles y
plazas,/y en las paredes están salpicados los sesos./Rojas están las aguas,
están como teñidas,/y cuando las bebimos,/es como si bebiéramos agua de
salitre.//Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,/y era nuestra herencia una
red de agujeros”.
-0-
Conozco lo sucedido durante 1994 en Aguas Blancas, Guerrero, gracias a testimonios que recabó quien luego me ofrecería escribir sobre Digna Ochoa y su presunto "suicidio asistido".
Las
dos historias tal vez se enlazan por ese estado, Guerrero, donde
murieron los campesinos, que desde 1970 vive una virtual "guerra fría". Militares, mafias criminales y funcionarios públicos corruptos tienen allí su reino hasta nuestros días, sabremos después por la noche de Iguala, cuyo "secreto" se guarda
también en el rostro desollado de este joven. Nuevamente a pedido recogí los hechos y así pareceré certificar palabras que en 2002 soltó a una grabadora otro hombre cuando le preguntaron:"-¿Estamos hablando de un
fenómeno de colombianización de Guerrero?
"-No, todo lo contrario. La colombianización ocurre primero porque no
había un gobierno central eficiente ni aceptado en Colombia. Segundo, porque
hay un dominio territorial total de las guerrillas. Tercero, porque es
imposible para fuerzas policiacas y militares oponerse tanto a los grupos
guerrilleros como a los clubes de delincuentes armados que constituyen las
fuerzas paramilitares colombianas.
“Esto no ocurre en México ni hay manera de establecer paralelos con
Colombia. Lo que estamos es ante el caso
típico que debemos llamar estado de Guerrero.”
Al poco nuestro país todo vivía una situación semejante. Se confirmaba así una máxima esclarecida años atrás: el crimen organizado es esencia capitalista; constituye parte de su sector informal. Para entonces en la economía de esta Red de agujeros tres quintas partes se registraban como informales.
-¿Terminaste? -pregunta el abuelo.
-Por ahora. Debemos visitar a Jacobo Fugger.
-¿Volver a Europa en tiempos de Colón mientras África Negra nos espera? Estás loco. Ven.
Mayo, 2018
En 2001 Robert Fisk, el mejor periodista
del mundo, escribió: "Palestina: la última guerra colonial".
Eso anoté el jueves, creo, estamos a sábado
y para aclarar me doy un ratito pues en dos horas debo salir corriendo de casa.
El 7 de abril hubo un presunto ataque con
bombas tóxicas en la ciudad de Duma, Siria, entonces en manos rebeldes al
gobierno. Presunto, digo, pues hay una terrible guerra mediática allí,
incluidas puestas en escena para la prensa.
Una semana después Estados Unidos, con aval
inglés y francés, envían "misiles inteligentes" al centro de Damasco,
ciudad capital, pretextando destruir instalaciones donde dice se fábrican armas
químicas. ¿Para qué, si al día siguiente los observadores internacionales
enviados ex professo revisarán esos puntos?
El periodismo independiente afirma que no
hay más motivo inmediato que las próximas elecciones en los tres países
trasgresores. Así de ruin es la cuestión, en tierras donde una guerra civil
iniciada hace seis o siete años y que escaló poco a poco, deja hasta ahora
medio millón de cadáveres.
Luego vendría lo de la embajada que se traslada a Jerusalén.
Para mí el Medio Oriente
actual es una gigantesca duda que cobró real forma con la invasión
estadounidense a Irak en 2003, cuando conocí a don Robert.
Septiembre, 2015
Leí
esta nota cuando con mi abuelo habría emprendido la aventura que nos
llevaría no sabíamos hasta dónde: "Resuelven el misterio del orígen de
los vascos."1
-¿Qué coño nos importa? -dijo el minero cuyas subserviones estaban acostumbradas a la dinamita y otras modigeradas cosillas.
-Buscamos sin brújula, ¿no? -tuve a bien espetarle (sin humor no lo lograremos, nietos y quién más lea).
"Una de las teorías prevalecientes es que provenían
de un grupo de antiguos cazadores que no se había cruzado con otras
poblaciones. Es decir, que estaban ligados genéticamente a poblaciones
preagrícolas.
"Pero ahora, un
estudio (...) afirma que descienden de los primeros agricultores que se vincularon
con cazadores locales. Y que fue más tarde que quedaron aislados durante miles
de años." 2
La
biogenética estaba en pañales todavía, su desarrollo se daba a
velocidad cuántica y unida a tales y cuales disciplinas pronto
contradeciría el dicho, al menos en parte. De aislamiento, nada, nos
informarían, y así Vasconia estaba curiosamente vinculada a Sicilia.
Mi mentor volvió a quejarse:
-A lo que nos truje.
-Aguarda, Chencha.
-¿Quién?
-Si usas mexicanismos, jódeste, que así se completa el dicho.
-Cago en Dios.
-No todavía. Le echaremos nuestros serotes una vez lleguemos.
-¿Al final del viaje?
-Antes, creo.
-Despepita.
Anden,
rían, compañeros, por mis anticuallas linguísticas, antes que aviente
la bomba. Los misteriorísimos euzkaros existen apenas desde el siglo X
a.c. ¡y recién encontraron restos homínidos de cuatrocientos mil años!
-¿O sea? -preguntó Belarmo.
-Dios fue creado, por buenas razones pero creado, ¿cierto?
-¡A por él!
-Si me indicas la fecha.
-Un intelectual en casa, menudo asco.
DESDE LA AZOTEA
"-Cuánto dices que dura el mañana?
"-La eternidad y un día?"
Theo Angelopulus
El
que en batita y apena supo andar subió a la azotea que no abandonaría más, baja en sueños a cumplir los días de inexcusables mandatos, digo por ahí.
Eso me permitió encontrar muy temprano a la Corte de Medianoche que dirige los Cuadernos.
¿A
qué mi urgencia? Basta imaginar el momento. Cambio un departamento
holgado para los padres y tres hermanos que entonces éramos,
por la vista del anchuroso valle que antes presidían dos grandes lagos,
hoy casi por completo desaparecidos a fin de dejar tierras muy ricas donde estuvo el de agua dulce, pues su compañero era salado, según puede percibirse a lo lejos, donde brilla todavía un remanente. Viven allí quienes sin eufemismos llamo sirvientas. Son campesinas indígenas o con orígenes indígenas, cuyo trabajo demandan los patrones a cualquier hora por seis o siete días a la semana, conforme a cada caso. Solo allí se sienten libres y pueden atreverse a cantar, observando cuanto quieran, también esas miserias vecinas que las fachadas ocultan y para ellas están a plena vista en sus respectivas prisiones y no a los costados.
De cabelleras casi por regla abundantes, negras, hermosas, pesadas, que columpian el lugar, y ojillos de pájaros vivaces... Esperen, les comparto esto, escrito poco después:
Felícitas
descubre un valle distinto al que mis ocho años de edad revelan y construyen. Sus manos se empeñan ágiles y sin pesar contra la
piedra del lavadero y el correr del agua y llenan el aire de amabilidades,
sugerencias, aromas que toman de cuanto su vuelo toca. Sólo quien asiste a la
escena percibe cómo con ello la realidad alrededor se trastorna, despertando
las sombras del vasto llano al pie de las montañas, para un paseo hacia
rincones a los cuales mi imaginación no puede asomar y entonces son pura
borrachera.
Con
ellas, entonces, y el valle, estaban nubes altas, densas, morosas, que
solo los altiplanos tienen; las montañas madre y sus cobijadores
milenios, pequeñas ciudades y pueblos prehispánicos salpicándolo todo y
una moderna mancha urbana de crecimiento apenas concebible.
¿Cambiar eso por el departamento que no importa si con nobleza preside la inevitable, aplastante autoridad de papá y mamá?
Si acudo siempre al consejo de los sueños jamás lo hago
con el de poetas, digo y miento, un poco, siquiera, pues hoy cito a uno:
"Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu.
"Vivir no es otra cosa que arder en preguntas.
"No concibo la obra al margen de la vida."(1)
¿Valen
para mí esas palabras? No tengo una obra sino miles de viñetas escritas
desde niño.
Todo
lo dirijo al futuro de ustedes, a quienes no veo desde la marcha con mi
abuelo, B, al río Níger luego convertido consecutivamente en el
Magdalena, que corre entubado por nuestra ciudad, y el Abajo, cuyo curso
conduce al "Sur, geografía profunda", para terminar remontándolo hacia el Norte y así ir y venir entrometiéndome también donde siempre intuí debíamos introducirnos. ¿Son los que dirigen a la Crónica interminable? Sí y no, pues en principio los tomé como renuncia, cuestión sobre la que estoy muy avezado.
¿Les cuento algo en realidad y de manera mínimamente comprensible?
El Idiota
E y S, nietos, a
los sesenta años hago un libro sobre B en el escritorio que da a la
única ventana de este departamento, cuyo encuadre copia al viejo cine
nacional, con su fácil, blando romanticismo. Allí leo también las frases
con que cercaba a mamá apenas pude convertir mis berrinches en
palabras:
-¡Mira!
¿Ves cómo a la mitad la calle se desploma? ¿Y aquel hombre cuyos pasos
no dejan huella, ya que pisan bajo el suelo? ¿No sientes ese temblor
perpetuo, nuestro nadar sobre la tierra?
Levanto
la cabeza para encontrar el patio a cielo abierto, largo, generoso, las
puertas de la docena y media de viviendas en dos plantas, y la luz en
la que ese sol nuestro, padre, hermano, macho bravucón, pordiosero, se
echa escapando de la alharaquienta tarde de la calle. Parda, recrea el
alivio de las madres y los abuelos y abuelas en el breve descanso que
les dejan sus criaturas bullendo por dentro, aspaventosas, o en la
desesperada persecución del día que no alcanza, que por ley se agota
antes de revelarles los secretos de cada tanda.
¿Qué
dirías de verme en este lugar, ma, donde un par de años atrás lloré de
alegría apenas se marchó la mudanza? ¿Te entristecería encontrarme en un
pequeño, oscuro rincón de la ciudad, del país que no entendiste nunca?
Venías
de lejos y guardabas con celo el dolor que ello te producía. No te
dabas cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había hecho un
trayecto tan largo como el tuyo en tiempo y alma. Lo comprendo. Como
ella, creciste convencida que el mundo era las leguas a tu vista, tras
las cuales la respiración se suspendería.
No tenías modo de entender el acoso de mis letanías aquellas, que te postraban y así más se encendían.
-¡Ya,
por Dios, déjame en paz! –tronabas contra tu proverbial paciencia,
encerrándote bajo llave para rogar a no sé quién, en tu sabiduría, que
velara por ese pobre hijo. Lo hacías inútilmente, claro: no había
salvación para el Idiota.
-0-
Hoy
idiota resulta sinónimo de estúpido o imbécil. Antes se refería a los
tontos o tontas de los pueblos, que un sabio medieval despreciaba
reconociéndoles a cambio el don de servir a la divinidad para expresarse
imperfectamente.
Una
película terminó por entenderlos, creo, en la figura de un muchacho
obsesionado por los trenes, cuya maquina imitaba sobre la senda entre la
basura al pie del hogar paterno.
-0-
Aquí
y por autismo todo tiende a cifrarse. Presumo ahora, por ejemplo, que
ustedes vieron esa película. No la nombro pues es norma del cuaderno. Ahora estoy invitándolos a buscar al
muchacho sobre las vías del tren -pregunten por ella a Él, su padre-, que en
verdad los hay, vías y tren con una corrida diaria. No alucina el
idiota; imita, y al hacerlo tercamente descubre cosas imperceptibles
para otros, así el director no las muestre. Se encuentran fuera de
cuadro, como lo entrelineado en la literatura o el subconsciente
nuestro.
Dos
Nada en mí se comprende sin la siguiente viñeta, Ohsis nietos, como también los llamo:
Digo
cualquier cosa sabiendo que quien te cuenta son los ojos y las
inflexiones en la voz, y al voltear con la sonrisa casi me olvidas,
atrapado por lo que tardo largos segundos en sospechar es una luz sobre
el filo de la cortina. Lo creo pues te vi antes encandilarte con ella
como si fuera la primera vez, y la sé para mí perdida según debiera, a
menos de hacer el enorme esfuerzo de otros días. Gracias a él descubrí,
por ejemplo, el justo vaivén de una rama en la ventana, sin traducción
para mí que estuve dale y dale intentando infructuosamente hacerlo
palabras.
No
puedo con tu mundo, hermano, me rebasa, me apabulla, me pierde en el
desorden aparente donde tú por necesidad encuentras armonía. Desde el
baño mamá pide ayuda para bajarte por la rampa, le contesto que puedo
solo, advierte cuánto has crecido. ¿Ves? Todo eso está en nuestras
voces. ¿Algo intuyes viniendo de lo que no atino si te vale llamar
"ayer"? Algo, sí, creo, más lo olvidas en un tris. Qué caso tiene, dirás
a tu manera.
Más
de medio siglo después, cuando haya entre nosotros diez mil kilómetros,
seguiré peleando para contarte. La distancia no nos separa pues moro en
ti y entonces es imposible precisar cuánto estoy frente al escritorio y
cuánto entre la habitación y la terraza donde mamá te hizo un reino a
modo.
Siluetas
Tengo quince años, Ohsis, y
entro al último de los cursos preuniversitarios. En el anterior desapareció el
yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de nuestro mundo escolar, en el
frontón, en el recoveco al fondo del campo de futbol, los baños o cualquier
espacio poco frecuentado donde me aceptaban los rudos que probaban el carácter.
En su lugar se hace presente un
personaje en busca de reflectores. El éxito es rotundo y allana tanto la vida
que prometo ajustarme al modelo para siempre.
Aun así me toma por sorpresa el
montaje de miradas y risitas nerviosas dirigido a mí desde el rincón donde
durante las semanas de inicio los de primero, recién llegados al edificio, se
confinan en respeto a las jerarquías. Muchos metros de gentío me separan del
juego ese que hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su
objetivo. Más temprano que tarde voltearé, hasta terminar encontrando en medio
del coro a una muchachita muy hermosa.
La celestina tiene clase y gran
parte de culpa en la elección hecha por su ama. Sólo merced a su tolerancia
hacia las torpezas con que respondo al juego, paso la prueba para encontrarme
no frente a frente a la belleza esa, sino a la manera que se debe:
semiescondida entre el aleteo de las súbditas.
En verdad puedo morir en el momento:
se me abren las puertas a una princesa de estilo clásico. Llega a la edad de
enamorarse a la manera de la gente de bien, pensando que ahí está el único
hombre permitido mientras viva, con el cual compartir un idílico romance y
luego un bien provisto hogar. O a entretenerse con ello, siquiera, según bien
sabe su padre, quien no se sorprende al verme por primera vez y atinar: el
muchachito descansa en nada pero es inocuo y el tiempo hará su obra, con una
pequeña ayuda, si se precisa.
Yo ni sé ni me entretengo. La
vida ha sido muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece tratarse al paso.
No decido si asomarme a través de él o alejármele a toda prisa. Las vacaciones
entre cursos antes de sacar partido de las luminarias, ha sido una mañana tras
otra de espanto ante el espejo. Algo terriblemente oscuro aparecía en el rostro
aquel, deformándolo. Por eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a
una droga, y la oferta de la princesita es la promesa de que todo andará bien
de ahí hasta el fin.
Andará bien entre el desastre
general. La frase suena gorda pero me parece justa y el título de la historia
viene de ahí. Cuando mucho después descubra a un célebre director de cine,
entenderé su obsesión por la música popular de estos tiempos, nacida en su país
por primera vez para los jóvenes. En la pobrísima modalidad nuestra hay un
matiz nada despreciable. Fuera de la docena de tonadas hechas en casa, al
traducirlas las melosas letras resultan perfectas tonterías. Aunque el premio
mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la delantera. La voz de
uno de los invariables remedos de cantantes dice debatirse entre y la vida y la
muerte, al descubrir tras una ventana las sombras de una amartelada pareja.
El tipo repite la historia para
terminar descubriendo, ni más ni menos, que equivocó la dirección del amor de
sus amores. No importa sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía
y las apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos
el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación caricias
y delirios imposibles de cumplir. Al menos entre las crecientemente gruesas
clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa
que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos.
Suicidas, he dicho, y de nuevo
parece un exceso y no lo es. A mis ojos nadie lo ejemplifica mejor que la hija
de la peluquera del barrio, porque la veo al paso, de cuando en cuando. Una
mañana encuentro a quien fue una niñita disfrutar mi sonrojo exhibiendo, antes
que un par de espléndidos pechos, una sonrisa de reto e invitación.
Meses después el vecindario
masculino pulula por la esquina a la cual se abre el salón de belleza, desde
donde la madre de ella se asoma con un matamoscas. Al poco creo que la mujer se
salió con la suya, sólo para descubrirla a punto del infarto por el fracaso en
deshacerse del Rey, cuya presencia basta para alejar a la competencia. La
señora da inútiles voces, la pareja se cansa de escucharla y se aleja abrazada
por la cintura.
Pasará un año para ver a la
joven con un bulto en el vientre, todavía envalentonada, y otro para que sus
alardeos se vuelvan triste mansedumbre, sentada en el escalón del negocio con
la criatura y vagos vestigios de sus encantos de cometa. Mientras, nuestras
baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las
nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se
disputan lo mismo una fiesta que una mirada.
Trópicos
La ciudad muere pronto sobre la única mancha
vegetal en cien kilómetros a la redonda de desierto, y al saludar el fin del
malecón el sol no es el criminal que debiera, gracias a la brisa engrosada por
las gotas de la rompiente. Los pájaros amables se agotan también aquí, donde nace el reino
de los zopitoles.
Voy a solas pensando en los paseos con P al cerro
ante mí, en busca de piedras presuntamente raras. En él remata la pequeña
sierra que sigue la carretera, capricho del terco golpeteo del mar atemperado
por la bahía baja, en cuya playa ballenas y cachalotes suelen vararse
al perder el rumbo del canal.
Hace cuatro o cinco años papá vino a trabajar aquí,
a mil kilómetros de casa, donde para mi lujo paso cuanta vacación señala el
calendario escolar. La tercera planta del hotel que el hombre se empeñó en
construir contra la voluntad de los dueños, quedará para siempre sin terminar,
según parece, y la pandilla anda a sus anchas por ella, como por los
tamarindos, de rama en rama, uno tras otro, o el filón de arena en el que nadie
se baña de tanta restinga y tanta áspera piedra. O por el muelle donde contra
un pilote la Mariana recibe a los marinos urgidos, Cinco pesitos, güerito, y el
que sigue, con sus carnes entradas en años, ajada y simpática, de negro entre
los calores, encendido rubor en la mejillas, el sombrerito hace tiempo pasado
de moda rematando en fresca flor. O la boca esa de mar entera, incluida la
corriente refluyendo justo en el canal trampa de los animalotes cuya agonía
decimos disfrutar sobre sus lomos.
Un par de veces estuve a punto de morir allí, al
borde del estolón frente a la ciudad-pueblo, en los paseos que dábamos en las
planchas, como llamaban a las navecitas lisas con un par de remos.
-¡No, no pelees con ella!, ¡córtala! -gritaban los
amigos o los hermanos, refiriéndose a la corriente, y yo creía hacerlo pero
cada brazada, hacia la plancha o las rocas, cuanto más empeñosa, más me
alejaba, obligando a que vinieran en mi salvación.
Cincuenta
años después me preguntó por qué emprendo
entonces la aventura de la carretera a solas, o crío a ocultas mi rancho
de
caracoles, o me escurro para las pesquerías.La pregunta es ociosa,
claro, y
completo los seis kilómetros y medio de cómicos, a ratos enternecedores
saltos
de las olas, hasta la playa que se anima nada más durante los fines de
semana y así hoy y muchos días estará sólo para mí y para los pulpos,
cardúmenes de infinitesimales criaturas y demás, susto y gozo al
hundirme por horas en ese otro mundo.
Qué torpeza mirar así, desde el futuro hacia el que
entonces los días se fugan, cuando nunca lo hicieron. Uno a uno eran y sin
destino, innecesario, insensato. Presente el mundo, reducido al cielo bajo de
las raídas nubes a la mano y el azul gritón a fuerza de acaparar la vida cuya
única motivo era aquélla inmensidad misterio puro, engrosando el aire con sus
vapores, emborrachándolo todo: la espesura entre las ramas de los tamarindos,
de por sí briagos por el aroma de los frutos, sudor de tierra agria; los
hormigueros que no se daban abasto de tanta jugosa hoja; el tropezar un paso
tras otro de los caracoles en su terror a la arena; nosotros, deseo
descorchado, comiéndose la cola.
¿Es voluntad mía o suya, el que al modo
acostumbrado el abuelo asome en este preciso momento de la lectura?
-¿Qué es eso? –pregunta, y miento:
-Nada, ocurrencias.
¿Lo hago por vergüenza, ocultando mi tiempo fácil,
se diría pensando en el de él?, ¿o es que temo lo haga pedazos con la mirada
incapaz de entender, según bien sé, porque lo mismo me pasa con el suyo?
-No voy a robártelo –dice adivinándome.
-Ni lo intentes –respondo en silencio y vuelve a
entender. Pasea los ojos alrededor como si no hubiera estado aquí antes,
odiándome por haberlo traído. –Perdona.
-Pierde cuidado.
Pierde cuidado… Desde que nació jamás pronunció
esas palabras, al menos en ese tono, y siento ahogarme o a punto de perder la
razón, igual que mil veces antes.
-¿Tengo remedio? –pregunto a la que siempre me
acompaña y su cabeza se mueve de un lado a otro.
-Me engañas –la reto, sonríe y cuando vuelvo los
ojos la silla del abuelo está vacía, asegurando que hace mucho nadie se sienta
en ella.
Sin salida
El pestillo, la carretera insoportablemente
recta, la manija, jala de ella. Así me digo lunes con lunes en la mañana
temprana.
Ahora es noche y descubro el silencio sin
elocuencia, regodeo de los demonios que conozco desde niño, cuando cierran la
puerta para el privilegio del amo, proclaman, y los trescientos metros cuadrado
son cárcel a través de las cuales paseo certificando que existe la nada
escarbada por el filósofo a quien rindo culto.En medio de ella, pienso, y me
revuelvo contra la idea.
El vacío viene de fuera y encuentra el mío,
sigo y vuelvo a dudar, atormentado, a los veinte años justos, como el hombre en
la novela que clama por ellos marchándose lejos de casa, a otro mundo, donde
las referencias no se vuelven añicos y vuelan por la ventana del tren a impulso
de mis manos, según hizo un segundo joven, él en un cuento. ¿O sí? No vivo de
palabras y si los cito a ambos, ¿distintos e iguales?, es buscando con
desesperación a otros, mis pares, que andan aquí y allá en lo siempre ancho y
ajeno. ¡Basta!, digo ante la tan distinta ventana: el patio de una antigua
hacienda, hace mucho fábrica, y sus sombras, que suben y bajan a cuentagotas
ahora, noche, entre el par de construcciones cuyos obvios secretos, oscos, se
niegan a revelárseme.
¡No!, grito en silencio, no soy el par de
muchachos en los libros entrañables. Yo vine al encuentro de quienes me llaman
desde niño… para topar y no lo mismo que ellos, pues uno halló, se halló por
fin.
En
cualquier caso esa nada resulta absurda, se bien. Fuera, en el patio y todo más
allá lo que hay es exuberancia, y escapa a mis ojos y mis dedos, a mi humanidad
entera, urgido de ella. ¿Está en verdad? Por la mañana usé la autoridad de la
cual aseguran me invisten, para ordenar abrieran el monumental portón. Ahora
tendría de una buena vez a los bien amados que entre los tróciles, las
batientes, los telares me odian por respeto a sí mismos. Los tendría con
el fascinante universo alrededor del campo en sus esencia. Y hubo sólo sequedad
multiplicada y una llano que estruja, viento soplándome con asco y verdes matas
en hileras hasta donde la mirada topa las espaldas de mis montañas madres, que
eso hicieron, volteárseme como si no me conocieran. Pues si el hombre de la
novela viajó miles de kilómetros, el hogar mío está apenas a una hora de
distancia.
La Parada
Así,
La Parada, se llama la cafetería a la que suelo ir. El nombre no fue
una ocurrencia del dueño, ni para mí ni para el resto de los
parroquianos.
Con
el café acostumbrado desde venir la primera vez por mi cuenta miro las
sabias cortinas cubriendo a medias el ventanal para sustraernos al
fisgoneo de la calle, que abajo exhibe sus intimidades con los pares de
piernas hablando como loros, y que arriba se fuga al barrio y la
decoración del cielo.
Dos
mesas allá una docena de vocingleros músicos hacen una larga, renovada
cada poco. Los cabarets, los salones, las estaciones de radio tras los
cuales llegaron no están más, como la afición por los ritmos en los que
se hicieron expertos. Ellos siguen.
Leo
de nuevo la hoja suelta que encontré semiescondida en un libro. El
papel, la letra y la tinta dicen muy poco y no atino cuándo la escribí.
Son frases sueltas, trazos del lugar y de una hora confusa. El piano que
allí se escucha desde el otro lado de la calle, podría ser el de mis
trece años o el de hoy, igual que la prepotencia de los autos que
inútilmente se empeñan contra el vecindario lanzando bromas y puyas de
acera a acera.
La
mano mulata de largos, inteligentes dedos repite la que gesticula ahora
mismo, ni más ni menos que el balcón enrejado y las puertas de par en
par a la estancia de donde viene el piano, relatada por el ventilador
del techo, o la mesera con media vida en el lugar y una historia de
fracturas que frente a mí coloca el café y una sonrisa.
En
la hoja ni palabra sobre mi persona. ¿Cuándo fue?, insisto dando
gracias a esa pequeña joya que me permite estar donde quiera. Estar, por
ejemplo, cuando Ella se hizo una habitual del barrio para recibir la
herencia de mujer atrevida. O la mañana con Simón y los suyos a punto de
asaltar el despacho del siniestro líder sindical. O las tardes de
viernes aireando mi buena fortuna entre la estación del autobús que me
traía de la ciudad pequeña y el par de días por delante de aventuras sin
itinerario previsto.
Convoco
al escritor que acostumbra seguir a sus personajes en la obsesiva
repetición de rutas siempre iguales y distintas. Yo era un niño de
meses, seguro, la primera vez que me trajeron a La Parada, luego de una
de las visitas a los abuelos, para luego volver también maniáticamente.
No importaba si el barrio caía en desgracia y se semivaciaba,
arruinándose, como todo en el delirio de la ciudad que se buscaba cada
vez más lejos.
Volvía,
vuelvo, aunque de trecho en trecho con ahínco o apremio mi vida se
aleje aprisa de los orígenes y olvide el regreso no a papá y mamá sino a
los músicos, la calle por el ventanal, el mercado, la animación de los
zaguanes, los misterios de los patios abriéndose detrás, el callejón de
milagros que fue mío mucho antes que de Ella y sin embargo...
Vuelvo
con Él, con el Nuevo, Simón, Juan, otras mujeres, ustedes y mi soledad,
profunda, insobornable, gota entre gotas, ni más ni menos que la mesera
empeñada en resistir, reivindicando su reinvención a fuerza de
carmines, rubores, sombras de ojos. Si supiera cuánto la respeto, cuánto
admiré a las anteriores, una a una.
El
piano abandona el compás de tres por cuatro y la síncopa de la tarea,
dejándose circular por el teclado bajo el ventilador, por el balcón,
sorteando el concierto de motores, frenos, claxones, y se vuelve parte
de lo no dicho en el papelito que con amor regreso a la bolsa.Tiempo de caminar
Viejo aprendo a escribir, aunque siempre lo hice, y desespero con las viñetas hechas como Dios les dio a entender:
Abrí los ojos y contra el zumbido
telúrico al fondo y el manchón luminoso sobre la cortina, había trinos y
azul tierno, una llave peleando a lo lejos, que se convertía en Ella
acercándose con rastro de noche y aromas de manzana agria, de piña
fermentada, de zapote que se rompe de maduro, para aparecer,
desprenderse el rebozo del cual saltaban los pájaros cantando al pie de
la ventana y al fin desnuda descubrir una piel aceitosa, de aventura,
satisfecha. Con la estampa mi ciudad pasada e idealmente recompuesta,
lío de parques y camiones y zaguanes y vidas entrevistas, soles a
montones, aquí señor, allá un perrito que se ovillaba, rematando en las
fragancias, los colores y las maneras antiguas de los mercados, ajenos a
las euforias, cuya esencia trasegada por lugares, cosas y atmósferas
desconocidos traía Ella.
Algo así era en mi cabeza al despertar
de la siesta matutina con esa mujer a quien no nombraba llegando un
amanecer entre el perfume de su sudor y del alcohol, en el cual yo creía
encontrar contagios de lugares mágicos que sentí perder y que así, en
apariencia sin proponérselo, ella me regresaba ilustrándole lados nuevos
para que yo sintiera otra vez su invitación. Era mi ciudad pues no
había una posible ciudad única sino un eterno temblor construido por
millones de ojos y memorias.
A medio vestir, mal metido entre
sábanas y mantas, encontré el rastro del hijo en la pijama y su quieta
forma de ocupar el espacio bajo la estridencia, la pesadez y los
erráticos modos míos y de Ella, cuando estaba y ahora.
La presencia de la mujer era
abrumadora en cuanto el paseo distraído de los ojos recogía. En las
representaciones del colgajo de collares, por ejemplo, o en las
mariposas y las primaveras, como alguien me dijo se llamaban aquellos
pájaros de pecho generoso, que coqueteaban en el marco de latón del
espejo contra el nicho del armario de madera cruda, sencillo y luminoso.
O en la imaginación de la que hacía de mesa de noche, que resultaba una
incógnita en el celo por la austeridad aparente -la lámpara y dos o
tres objetos más sobre el metro cuadrado de la hoja de madera-,
desmentida por los mundos de la trama del rebozo improvisado de carpeta
con sus fantasías de una geometría a primera vista de extrema sencillez,
en la cual podían sospecharse siglos de secretos y fracturas heredados.
Ella a plazos apremiante y pospuesta,
entregada y esquiva, y en verdad siempre inaprehensible, como entendí de
nuevo al topar los dibujos de la cortina y el tiempo de principio a fin
suyo que estaba en ellos, recreado hilada a hilada, donde parecía
adivinarse todavía el tarareo en silencio que acompañó un paso tras otro
de la aguja, incapaz de decidirse por pudor o miedo a reproducir la
estampa clásica del ama de casa. Ella por todas partes, también en sus
ausencias. De los sartales de la cajita destapada como por casualidad,
que descubría el desbarajuste de anillos y aretes y pulseras, a las
puertas entreabiertas del clóset por donde asomaban los bolillos de un
vestido, un par de zapatos de tiras, el encaje de una manga, encontraba
las mañanas en las que la radio, a un volumen que casi sólo ella
escuchaba, daba la impresión de hablarle de cantinas y hoteles de paso y
suertes de equilibrista, mientras el trabajo sirviéndole de pretexto se
vestía una blusa volada, la invitación de las faldas de algodón que le
ceñían los muslos al paso y el desafío de las grandes arracadas,
preparándose para desaparecer hasta no había modo de calcular cuándo.
Qué sería de aquello en sí y en mí al
marcharnos al día siguiente, me pregunté y volví sobre el pijama de Él,
el hijo, como si me asomara a un pozo sin fin que me recordaba cuán
soberbio, torpe y tramposo era. ¿Qué sabía yo de cuanto fuera, empezando
por la ausencia? ¿Y cómo habría sobrevivido sin aquella queda, generosa
forma de estar que soportaba y entendía todo?
-0-
Él, S y E, es el padre de ustedes, y
la mañana a la cual acabo de referirme contenía cuanto se necesitaba
entender. Vuelvo a ella una y otra vez en el cuaderno.
PARA MORIR IGUALES
No sé cómo organizar las viñetas
con ése título, Ohsis. Al principio pensé que debería empezar así:
No importa por donde vayamos nos acompaña la
fotografía de un muchacho. Tiene dieciocho años, la piel mulata parece de
aceite, los cabellos se le ensortijan y los brillantes ojos negros sonríen.
Mario, su Negra y su Negrita, como los otros dos hermanos de quién está en la foto, pertenecían al Santo Lugar:
Les llamaba Pericos porque se pintaban de verde y azul. Eran parte de los autobuses que iban zangoloteando y matando gente entre el Distrito Federal y los municipios conurbados. De ida observaba cómo se desvanecía el orden y la abundancia que presumía la capital federal, para pasados los Indios Verdes saltar la Sierra de Guadalupe, o atravesar el Puente Negro desde Eduardo Molina, descubriendo un valle semivacío. Era un valle en caos, despreciado, fuera de las fábricas que aventaban sus deshechos sin preocuparse por los hombres y mujeres cuya presencia requerían en torno suyo. Los Pericos resultaban entrañables también por sus pasajeros, que en esos viajes de ida, pasado el mediodía, eran sobre todo mujeres. En sus calmudos rostros que delataban un tinglado de pensamientos; en sus trenzas o sus recatados cabellos sueltos; en sus rebozos o sus modestos suéteres con años de trajín encima, y en su paciencia o sus reclamos al chofer por el maltrato que nos daban, encontraba con su vocación de sacrificio sin límites, complejas humanidades en las que el último año de obreras, campesinas y posesionarias dispuestas a cualquier cosa, me había revelado una voluntad de trascender el papel al cual por milenios se las reducía. Con la calidez de su proximidad, conforme recorríamos el valle y los montes que lo cercaban o lo salpicaban, intuía pequeñas y grandes dulzuras detrás del seco, pobre exterior de las casitas improvisadas aquí y allá.
Había encontrado antes esas dulzuras en vagones de deshecho del ferrocarril en Chihuahua, convertidas en hogares que rebosaban tiestos con flores y pájaros en jaulas; en los jardines colgantes en los cuales convertían sus salas unas costureras de Irapuato, etcétera. Cada persona y cada cosa, pues, significaban un túnel que hacía un agujero a la realidad aparente. Un túnel sin fin, cuyo conocimiento retaba a quienes veníamos de fuera. Yo no sabía nada sobre el municipio. No tenía idea, por poner un caso, de que las obras para disecar la cuenca del Anáhuac se habían dirigido especial-mente hacia ese lado, y que por ello cruzaba por allí el gran canal del desagüe. Y los entonces vastos espacios sin poblar del municipio, no me permitían en-tender que el número de habitantes se desarrollaba a un ritmo aún más sorprendente que el presenciado por mí en el Distrito Federal. Entre aquellos ríos de gente habían venido los personajes de nuestro libro, que no eran ciegos como yo y traían sus verdades. ¿Cuánto se extrañaban de las nuevas y cuánto se transformaban con ellas?
De exilios
Treinta años vivió en México Luis Cardoza y Aragón
abrazado al árbol de su infancia, en el centro del jardín familiar de un barrio
de La Antigua, Guatemala, que el exilio dejó tras una barrera infranqueable. Al
regresar, el árbol había desparecido, con la calle, convertida en una irreconocible
otra. El escritor no se levantaría jamás de una muerte que hacía vacilar en la
nada los treinta años.
Para entonces Pablo Neruda había escrito muy lejos del hogar:
Les contaré que en la ciudad viví
en cierta calle...
No se podía ir y venir,
Había tantas gentes...
Todo me pareció brillante...
y era sonoro.
Hace ya tiempo de esta calle,
hace ya tiempo que no escucho nada...
Dulce nostalgia la suya, que podía ignorar la calle impresa en sus compatriotas
repartidos por el mundo tras 1973: vuelta silencio y dolor.
Más de tres décadas atrás Victor Serge se paseaba con su inseparable hijo por
el bullicio de una noche en la Alameda Central de la ciudad de México, y entre
la reposada, sonriente feria de familias se le venían una y otra vez las
estampas del último en la serie de exilios que era su vida, y el reclamo de los
rostros de los compañeros que quedaron en la Francia ocupada por la Alemania
nazi.
Yo no sabía nada de Cardoza, de Neruda, de Serge, cuando en los 1950s
crecía en
aquella misma ciudad entre dos padres que no abrían la boca para hablar
de la
Guerra Civil española, sino cuando se trataba de aligerar el drama, y
estaban y no en la casita de dos pisos donde nos criaban. Se adelantaba treinta años al Humberto
Costantini que miraba por la ventana la luna mexicana, “chanta”, mentirosa,
porque la de verdad no había salido de Buenos Aires, como él casi justo en el
momento en que ella, mi madre, hacía las maletas para volver a la España sin
Franco y ser de nuevo de carne y hueso.
Un poco antes Alejo Carpentier discutía el
lugar común nacido entre el boom de la literatura latinoamericana, que rezaba:
marcharse es la mejor manera de ver el lugar de origen. Alguien revisaría luego
la crítica del escritor a través de su serie de artículos La Habana vista por un turista cubano.
El alguien decía de este paseo imaginario: "Los exiliados de Carpentier
habitan un ámbito atemporal -una suerte de estado de suspensión".
-0-
En otro cuaderno digo a mamá que en su tiempo
mexicano no se daba cuenta de que la mujer de los elotes en la esquina había
hecho un trayecto tan largo como el suyo, en cuerpo y alma.
Santa Utopía
De plúmbago, sin amenazas, las nubes casi al
alcance de la mano corren rápidas en el día que suda sobre el caserío, donde la
sal de mar hace cuatro siglos estampa su huella. Por la vía del tren, entre un
millar de paisanos en alharaca, dos costeñas maduras, firmes, desparpajadas, se
regodean en los gritos:
-¡Huevo de gallina, no de granja! ¡En Espinal hay hombres, no chingaderas!
-refiriéndose al hombre pequeñito, de voz aflautada que acaba de salir de
prisión y encabeza la marcha: Demetrio Vallejo.
Es el sábado 12 de mayo de 1972 y cuantos hay allí llevan un mucho acunadas y
otro mucho a cuestas dos o tres décadas de trabajos por Utopia, que no está en
el santoral ni tiene altares en la Iglesia de Salinas Cruz, cuya torre domina
la vista, ni en ninguna más del Istmo de Tehuantepec, del resto del estado de
Oaxaca o donde sea en el México de tercos rezos por ella apenas Hernán Cortés
terminó su obra. A comienzos de 1959 ese par de mujeres sin duda estaba
entre quienes defendían del ejército el local del sindicato ferrocarrilero,
cabeza del gran esfuerzo de trabajadores y trabajadoras por deshacerse del
monstruoso aparato corporativo construido para ellos.
- 0 -
Una mañana de otoño de 2009 en Saltillo comparto cuarto de hotel con Alfredo
Domínguez, un antiguo trabajador de la metalmecánica que lleva medio siglo
organizando luchas sindicales y a quien conocí en los tiempos de aquélla marcha
ferrocarrilera. Sin duda sabe cuánto lo respeto y mientras nos vestimos vuelvo
a dar gracias por la oportunidad de estar de nuevo con él y su gente.
Le hablo del desbordado optimismo que vino el día anterior en la conmemoración
de treinta y cinco años de la ejemplar lucha de CINSA-CIFUNSA en esta ciudad, y
de las charlas con Nelly Herrera, con María, su hermana y la hermana de
Isaías.
-Almirante -le digo-, esas mujeres parecen cristianas primitivas. Ni su abuela
las detendrá jamás en la búsqueda de la utopía.
Sonríe de esa especial, como misteriosa manera qué tiene, y suelta una de sus
geniales frases:
-Llegará un día en que los cristianos se coman a los leones.
-0-
Tú no sabes nada,
nada, dice
insistentemente una gran película sobre el horror, y tras una de las más
terribles experiencias en la historia, se escriben cosas así: No puedo encender el fuego, no conozco la plegaria, ya no sé cómo encontrar
el sitio en el bosque, ya ni siquiera sé cómo contar la historia. Lo único que
sé hacer es contar que ya no sé cómo contar esa historia”.
¿Qué diremos nosotros, nietos, que escuchamos
apenas el eco de las historias, incluso cuando este su abuelo vivió momentos, con
mucho los menos aleves, incruentos, o de más modestos sueños?
No
somos coleccionistas de desgracias ni sabios urdiendo verdades. Lo nuestro es… no
tengo idea.
Erin
Los dientes que ves aquí,
sobre el anciano esqueleto,
una vez mascaron nueces amarillas
y devoraron el pernil de un toro
Es Oisin, gran dios guerrero celta, el
que se lamenta en voz de un temprano poeta cristiano invadido por la
melancolía. Como eso parece ser Irlanda: altiva, desgraciada,
nostálgica. Parece, nietos, pues un pueblo no puede dibujarse de un
trazo, ni de cientos, quizás. “Gloriosa, piadosa, inmortal memoria irlandesa”, dice un gran escritor, y otros:
“Nuestro innato conservadurismo..."
“Una misteriosa unidad espiritual, una homogénea identidad marca a este
pueblo hoy como hace dos mil años.” “La tradición irlandesa puede
compararse con el fluir de un río. Cuerpos extraños pueden caer en él o
pasar por él, pero no desvían el curso del río.” “De hecho, el problema
con Irlanda es que una tradición, una vez echada a andar, jamás se
detiene.” Y es que “el irlandés, como Orféo, siempre mira hacia atrás”.
Nuestro cuaderno a ratos es azaroso, S
y E, y si algunas historias le nacieron de dentro, otras las encontró
en el camino. Con Erin, como llaman a esta isla, vinimos a dar por Brian
O´Donnell y sus compañeros, a quienes los libros tratan de las más
estúpidas maneras. Fue una gran sorpresa y no cometeré el gravísimo
error de creer penetrar en ella.
Andamos a saltos por dos mil años para detenernos en el momento que Brian y los demás nos piden.
Allí donde ningún soldado de Roma posó
el pie y las invasiones germanas no se acercaron, pervive el mundo
celta que marcó al occidente europeo en la antigüedad, dicen. Un mundo
celta que con la decisión del imperio romano de abrazar la Iglesia de
Jesús, en el resto del subcontinente se vio obligado a desaparecer o a
esconderse dentro o fuera de la nueva fe.
El mundo celta: “pueblo de clanes y de
asambleas”; “una conciencia aguda de un universo lleno de hadas,
trasgos y duendes”, de mitológicos personajes que en la isla como a la
deriva, en el extremo donde Europa empezaba a confundirse con el océano
de incógnitas y fantásticas manifestaciones, tenían tiempo para madurar,
aunque fuera en el recuerdo. Porque el evangelio no llegaba a estas
tierras en las órdenes del emperador, en manos de obispos, con bautizos
forzados y al amparo de espadas deseosas de cortar cabezas, sino a
través de la palabra de monjes como el después santo Patricio, que
encontraban en el país el paraíso de sus sueños ermitaños:
Puedo tomar mi fruta de un manzano, como en una posada,
o llenar la mano donde los avellanos se cierran sobre mí.
Un pozo claro me ofrece lo mejor para beber
y en la orilla una plácida cama de berros se me tiende
Dicen, aclaremos a cada paso. Que son
sueños nacidos de la vida tribal, entre los bosques, deambulando por los
montes con los animales, para hacer de Irlanda una extravagancia a la
cual un Papa medieval trataba de someter calificándola de “diabólica”.
Antes de que literalmente todo se lo lleve el diablo, trescientos años
antes de que nacieran nuestros amigos, católicos
como más de tres cuartas partes de los habitantes de una Irlanda donde
la religión tiene un significado étnico e histórico preciso.
Al abandonar la isla, O´Donnell es uno
de los cuatro millones de miserables cuyas figuras reparten por el
mundo los relatos de desgracias contemporáneas. Por pantalón un fustán
zurcido cien veces en las rodillas y en las nalgas, perdido más de un
botón, que se deshilacha. Cubriendo el pecho un inmundo, picoteado jirón
negro de lana, que la chaqueta corta, heredada de padres a hijos,
protege como puede. En la cabeza un gorro de fieltro acompañándolo hasta
en el sueño, y en los pies, una de cada dos veces, nada.
Los extraños llevan siglos
calificándolos de “supersticiosos”, “borrachos”, “ladrones”, “brutos”,
“víboras”, “degenerados”, “salvajes”, “caníbales”.
En 1845 entre quienes los gobiernan o
visitan es frecuente encontrar comentarios como estos: “Algunos
historiadores dicen que son muy afectuosos con sus hijos, pero no es
fácil descubrir en qué consiste esa ternura, porque su comida no es
mucho mejor que la que le dan a los cerdos.” “Aquí la suciedad es la
perfección de la pobreza, y su gran causa, la holgazanería.”
Menos que humanos, pues, condenados
por su naturaleza a un tristísimo futuro, conforme concluyó hace rato un
caballero inglés: “El carácter voluble de los irlandeses se opone a que
tengan jamás instituciones libres. El irlandés pertenece a una raza
inferior”.
Por más desprecio que Francia,
Inglaterra y el resto de la Europa feliz sientan por sus vecinos pobres
–balcánicos, griegos…- esta manera de calificar a los habitantes
naturales de la vieja Erin no se aplica a ningún otro pueblo del
continente. Con ellos el tono se parece mucho al empleado con los
hombres y mujeres del África negra o del sureste asiático, o con “una
banda de salvajes americanos”, según observó viajero. Y no es casual, no
es casual en absoluto, conforme nos dirá otro cuaderno, Ohsis.
Pueblo
sombra
En el ancestral universo secreto del pueblo y
dentro de la revolución que para 1890 está en curso, van nuevos modos de
pensar, lenguajes, actitudes, geografías que el poder político y económico no
descifra y que a veces no advierte siquiera. Es ese universo el que da sentido
al “monstruo”, quien se moverá por sus vericuetos como muy pocos, en uso de las
virtudes y ventajas del pueblo oculto, surgiendo desde la nada exclusivamente
si necesita, para mejor tomar de sorpresa a sus enemigos.
Pueblo sombra, pues, tanto más cazador furtivo cuanto más se lo cree incapaz de
algo distinto a tenderse en el prado pensando en la inmortalidad del cangrejo.
Del don de hacerse fantasma Belarmino se apropia apenas nace, hasta convertirse
en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema. Miles de días hace
el viaje entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el puerto al modo de
esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores,
alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en Lavandera Sandalio se hace de palabras con un peón de las
vías del ferrocarril, ambos se lían a golpes y él lleva las de perder hasta que
el otro da en tierra repentinamente. Al caer queda a la vista el futuro Belarmo
con la más grande piedra que le permiten coger sus nueve o diez años de edad,
con la cual tundió al insolente.
Y es que el guaje, en niño, tiene ya aprendido de
sobra el arte de la transfiguración. Bien lo sabrá la autoridad cuando tras la
huelga general en 1917 lo busque sin éxito en la suerte de trampa que parece la
cuenca minera gran escenario de su historia.
ÚLTIMA UNCIÓN
LA CASA DEL HORROR
La ilusión viaja en tranvía
El
título lo toma de una película. Hay allí dos
trabajadores que entre la borrachera representan los agravios personales
y colectivos en un tranvía destinado a morir y
deciden
liberarlo. Circulando de madrugada se preguntan dónde está la
tierra prometida para quien vive sobre rieles. Aquí y ahora dice un
maltrecho, pícaro pueblo que sube sin pagar y celebra, mientras la
mañana de inexorables mandatos avanza y ahora viste como malvada maestra
o mojigatas con pretensiones y luego es un inspector jubilado que
aborrece el desorden y ama los apapachos patronales.-0-
1982 es la fecha, dije, y me expliqué muy a medias.
Mi abuelo lleva desde 1950 esperando un pretexto para volver, se declara el Año Internacional de Movilización para la Imposición de Sanciones contra Sudáfrica y nace el Nuevo donde poco tiempo atrás Ella no estaba ya: un departamento que Él y yo volvemos a habitar aunque no registro entremedio otra dirección nuestra.
Israel avanza hasta el Líbano y masacra a los palestinos de Sabra y Chatila, y en Chile asesinan a Eduardo Frei, antiguo socio de Pinochet, consolidando la dictadura militar.
Elocuentemente, por dos meses Centroamérica parece pacificarse, Guatemala sufre la Masacre de Los Josefinos y papá y mamá, que volvieron a sus tierras, apenas ahora están tranquilos, pues fracasó el paródico golpe de Estado.
Estados Unidos detona la bomba atómica número
novecientos setenta y ocho, fallece Brézhnev, asoma la Perestroika,
China vive todavía los recomodos tras desaparecer Mao y se celebra la
Cumbre de Cancún, formal arranque del neoliberalismo a nivel mundial.
En
México había una gran transformación popular en proceso, estoy seguro, y
todo se desmorona con la llegada de los cleptócratas al poder.
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