La policía agitaba sin contemplaciones la
alcancía de la noche, Padre ordenaba cada mañana la muerte del hijo, las
flácidas carnes de Mamá lloraban de vergüenza frente al espejo, Ella era miel
pura, sonreía como una niña y me clavaba el puñal hasta la empuñadora, al
compás de Los rebeldes del rock.
Tengo quince años y entro al último de los cursos preuniversitarios. En el anterior desapareció el yo que pasaba el tiempo tentando las aristas de nuestro no tan pequeño mundo escolar, en el frontón, en el recoveco al fondo del campo de futbol o cualquier espacio poco frecuentado donde me aceptaban los rudos que probaban el carácter.
En su lugar se hace presente un personaje en busca de reflectores. El éxito es
rotundo y allana tanto la vida que prometo ajustarme al modelo para siempre.
Aun así me toma por sorpresa el montaje de miradas y risitas nerviosas dirigido
a mí desde el rincón donde durante las semanas de inicio los de primero, recién
llegados al edificio, se confinan en respeto a las jerarquías.
Muchos metros de gentío me separan del juego ese que, sin embargo, hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé, hasta terminar encontrando en medio del coro a la jovencita más hermosa que he visto.
La celestina tiene clase y gran parte de culpa en la elección hecha por su ama. Sólo merced a su tolerancia hacia las torpezas con que respondo al juego, paso la prueba para encontrarme no frente a frente a la belleza esa, sino a la manera que se debe: semiescondida entre el aleteo de las súbditas.
Muchos metros de gentío me separan del juego ese que, sin embargo, hecho con todas las de la ley no tiene dudas de alcanzar su objetivo. Más temprano que tarde voltearé, hasta terminar encontrando en medio del coro a la jovencita más hermosa que he visto.
La celestina tiene clase y gran parte de culpa en la elección hecha por su ama. Sólo merced a su tolerancia hacia las torpezas con que respondo al juego, paso la prueba para encontrarme no frente a frente a la belleza esa, sino a la manera que se debe: semiescondida entre el aleteo de las súbditas.
En verdad puedo morir en el momento: se me
abren las puertas a una princesa de estilo clásico. Llega a la edad de
enamorarse a la manera de la gente de bien, pensando que ahí está el único hombre
permitido mientras viva, con el cual compartir un idílico romance y luego un
bien provisto hogar. Está eso y no otra cosa, según entiendo cuando su padre se
sorprende al verme por primera vez y atinar y prevenir: el mozalbete descansa
en nada y si el tiempo incumple su obra, se precisará una pequeña ayuda.
Yo ni sé ni me entretengo. La vida ha sido
muchas cosas y entre otras, dolor, que no merece tratarse al paso. No decido si
asomarme a través de él o alejármele a toda velocidad. Las vacaciones entre
cursos antes de sacar partido de las luminarias, ha sido una mañana tras otra
de espanto ante el espejo. Algo terriblemente oscuro aparecía en el rostro
aquel, deformándolo. Por eso me agarro ahora a las miradas de los demás como a
una droga, y la oferta de la princesita es la promesa de que todo andará bien
de ahí hasta el fin.
Andará bien entre el desastre general. La
frase suena gorda pero me parece justa y el título de la historia viene de ahí.
Cuando mucho después descubra a un célebre director de cine, entenderé su
obsesión por la música popular de estos tiempos, nacida en su país por primera
vez para los jóvenes. En la pobrísima modalidad nuestra hay un matiz nada
despreciable. Fuera de la docena de tonadas hechas en casa, al traducirlas las
melosas letras resultan perfectas tonterías.
Aunque el premio mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la delantera. La voz de uno de los invariables remedos de cantantes dice debatirse entre y la vida y la muerte, al descubrir tras una ventana las sombras de una amartelada pareja en la que un ridículo coro denuncia la traición. El tipo repite la historia para terminar descubriendo, ni más ni menos, que equivocó la dirección del amor de sus amores. No importa sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía y las apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación caricias y delirios imposibles de cumplir.
Al menos entre las crecientemente gruesas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos. Suicidas, he dicho, y de nuevo parece un exceso y no lo es.
Aunque el premio mayor se disputa seriamente, creo que Siluetas lleva la delantera. La voz de uno de los invariables remedos de cantantes dice debatirse entre y la vida y la muerte, al descubrir tras una ventana las sombras de una amartelada pareja en la que un ridículo coro denuncia la traición. El tipo repite la historia para terminar descubriendo, ni más ni menos, que equivocó la dirección del amor de sus amores. No importa sin embargo el despropósito, pues la quejumbrosa melodía y las apasionadas palabras sueltas dan de sobra para que los escuchas pongamos el sobrante, salido de nuestras entrañas que buscan con desesperación caricias y delirios imposibles de cumplir.
Al menos entre las crecientemente gruesas clases medias, sólo las más suicidas jovencitas se atreven a prestar otra cosa que manos, bocas entrecerradas e insinuaciones de pechos o muslos. Suicidas, he dicho, y de nuevo parece un exceso y no lo es.
A mis ojos nadie lo ejemplifica mejor que la
hija de la peluquera del barrio. Una mañana veo a quien fue una niñita
disfrutar mi sonrojo exhibiendo, antes que un par de espléndidos pechos, una
sonrisa de reto e invitación. Meses después el vecindario masculino pulula por
la esquina a la cual se abre el salón de belleza, desde donde la madre de ella
se asoma con un matamoscas. Al poco creo que la mujer se salió con la suya,
sólo para descubrirla a punto del infarto por el fracaso en deshacerse del Rey,
cuya presencia basta para alejar a los competidores. La señora da inútiles
voces, la pareja se cansa de escucharla y se aleja abrazada por la cintura.
Pasará un año para ver a la joven con un bulto en el vientre, todavía
envalentonada, y otro para que sus alardeos se vuelvan triste mansedumbre,
sentada en el escalón del negocio con la criatura y vagos vestigios de sus
encantos de cometa.
Mientras, nuestras baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se disputan lo mismo una fiesta que una mirada.
Mientras, nuestras baladitas languidecen, suspiros, chorritos de miel de maple, y a miles las nudilleras, las botas, las cadenas, los bates y una que otra pistola se disputan lo mismo una fiesta que una mirada.