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lunes, 16 de septiembre de 2019

Fantásticos años y Fez


Cosas que tenía extraviadas

Fantásticos años
-Cuenta - pide P.
-¿Qué? -pregunta N entrando a escena en nuestros diarios encuentros por la pantalla al amanecer.
-Como unas señoras y unos señores de muchos pueblos se juntaron para contarle al Cuac una historia muy interesante.
Tardo en entender porque a ella le atrae más que la increíble fuga de cuatrocientas personas ocultas por diez años en sótanos, habitaciones con doble fondo y montañas, su reunión clandestina para reconstruir los hechos. Luego recuerdo la emoción de esos días y del tiempo todo en el país donde nacieron mis padres y abuelos, acompañado por Él, regalo cuya maravilla seguía asombrándome, y Ella, quien me odiaba cada vez más, prisionera de sí en lugares que nada le decían. 
Mis viajes a la aventura, pues en tal se había convertido también aquél, fueron extraordinarios, vuelvo a saber gracias a P, la Inesperada, absorta en su viejo que comprende cuán cerca está de morir así viva cien años.
Trata de imaginarme en casa de Dosy, la peluquera, en el pueblo minero, con la pequeña, hermosa, golpeada, resistente comunidad que me cuenta porque soy no un historiador o periodista sino nieto del casi mítico Belarmino.
-0-
No escribí esa y otras muchas historias a las que me condujo alterar el viaje programado. Los jefes de los fugaos, Mata y Arísitides particularmente, me contaron lo suyo con un minucioso detalle, y tuve entonces cuanto precisaba para encargarme de uno en la serie de trasgresores volúmenes con que T recién inició el camino de su celebridad. 
Me conocía muy bien y a mi casa no llegó una invitación sino el contrato. Rechacé la oferta apenado con él, con el proyecto editorial que formaba parte de un esfuerzo por bien dirimir la coyuntura española tras morir el gran maldito nacional, y con Dosy y los demás. Había dos sencillas razones: Mata no quería divulgar detalles de una herida que no cicatrizaría jamás y Arístides aspiraba a publicar por sí mismo. 
Con tiempo podía hacer algo muy interesante. Lo llamaría Del llano y el monte y dando su merecida dimensión a miles de anónimos hombres y mujeres, probaría la íntima, dramática relación entre los pueblos y quienes se mantuvieron armados en las montañas. 
¿Y el solo relato de aquella fuga en 1948? ¿Qué hice en la memoria personal y pública de mi fascinante viaje? Cien cintas grabadas siguen preguntando, cuarenta años después, si se perderán. 
De hecho fueron dos viajes en uno. El segundo me llevó con quienes asaltaban el cielo ya antes de que el gran asesino muriera. 
Los encontré seguros de que su asalto al cielo sería imparable. Filiberto, el Santo Lugar y su viaje me habían preparado para en segundos penetrar muy dentro de donde se necesitara.   
Busca en ti, Él, a ver si encuentras algo de esos días.
Eras el niño más hermoso y no por la rubia, ensortijada mata por la cual te celebraban. ¿Dónde estarán los rollos de cine casero, testimonio de tus despertares, paseos, etcétera?
¿Volverlos libros? ¿A quién carajo interesaba? ¿Era posible, incluso? 
S tenía varios años menos que yo y su belleza a lo botella de perfume desquiciaba la recámara que los padres me destinaron para cuanto deseara. 
-¿Nos saldría cola de cochino? -preguntó una tarde sobre la cama. 
No necesitábamos jugar a Fausto, pues, y el infierno que resultó mejor que cualquier cielo fue nuestro.


Fez
Me dio por llamar Fez a todos los lugares fascinantes, ajenos a la cultura occidental aun estando en su seno. 
Empecé a hacerlo apenas mis padres volvieron a su país -¿lo tenían o fueron inventándolo a partir de una pequeña región?-, después de que Él y yo viviéramos allí. 
Contaban con la frecuente visita de hijos y nietos y yo ni quería ni solía tener recursos para lujos a los cuales no aspiré nunca -discurso éste un poco falso si se refería, por ejemplo, a ropa; o a habitación, pues aunque fuera a costo bajo y odiando a los vecinos, tenía un hermoso departamento en el barrio señorial, como lo llamo, y cuando se precisaba refugio corría a la casa que ellos, papá y mamá, dejaron, con sus acabados dignos de un banquero, y no exagero ni un cuarto.
Los idiomas costaban enorme trabajo a mis oídos y no a mi entendimiento, y justo entonces y por azar compré Le médecin de Cordue, una novela histórica que seguía a Maimónides, el gran filósofo judío andaluz. Ahí comencé a interesarme en un tema sin aparente relación con mi vida transcurriendo entre el Santo Lugar y la paternidad asumida pasionalmente: España, natural extensión de África desde tiempo inmemoriales. 
Ni a Juan le conté mi desliz producto del primer viaje con él y de la vital España que fui a buscar tras morir el Asesino. Aquello me permitiría aceptar diez años luego una beca absurda para darle continuidad, digamos, a La invención de América, un extraordinario ensayo -con algo debía mantener a mis crías, ¿no?  
Fez fueron entonces todos los sitios que secretamente conocí aprovechando las visitas a mis padres: Fez mismo y Marruecos en general; Sevilla y poco más en Andalucia; Portugal, Argelia y el borde occidental de la negritud. 
Fez habían sido los barrios musulmanes de París, que entreví con el propio Juan, y hasta Malmo, Suecia, solo y aterido de frío y miedo en mi primer viaje fuera de México.
La loca y abortada aventura por el Níger con P, va siendo menos una mera ocurrencia. Qué tan raro es lo raro para un clasemediero mexicano en pleno desarrollo estabilizador, se deduce por la lectura que a nuestros diecisiete años -1965- me hizo Ana de El cielo protector, novela cuya adaptación cinematográfica puso a viajar mentalmente a la Tic en 2008.
El libro en su primera edición y así en inglés, ocupaba un espacio privilegiado de la biblioteca familiar, porque cuando era joven don Luis conoció al autor, Paul Bowles, que entonces vivía en México con una singularísima mujer. 
En nuestros juegos Ana y yo nos perdíamos por callejuelas marroquís o cruzábamos el Sahara -aunque confieso que yo me sentía mucho más cómodo en Aden, Arabia, adonde me llevaba Paul Nizan.
Soy la persona menos cosmopolita y con más caótica formación literaria -si así quiere llamársela, pues suena horrible la frase-. Viajé poco fuera del país, para un tipo con mis orígenes, y siempre procuré el calor de quienes conocía. Buscaba lo igual y no lo distinto.
Nueva York, y no solo Manhattan, lo vi tres veces. Una, de junio a diciembre. Casi todo era Fez, si se evitaban las rutas turísticas o a los ex marines con bares -que también fezeaban y hartísimo, al modo de Nostromo en impresión en positivo; o sea, telúricamente siniestros.
Ya dije que tengo el callejero don de que las almas en pena se me acerquen para apapacharlas o guiarlas. En Estocomol y Berlín rompí records de asistencia a forasteros extraviados, y en NY me gradué. Eran estadounidenses provincianos que no me soltaban hasta llevarlos a su destino, así diéramos mil vueltas, pues yo estaba peor que ellos.
El gran amigo allí lo hice recién bajó del autobús que había tomado en su natal Detroit. Ni en las fuentes del Níger se encontraba un hombre tan negro como él ni más tembloroso ante una urbe de hierro, aunque trabajó toda su vida en la industria automotriz.  
Venía a quedarse con el hermano, que aquella noche supimos traficaba droga out-Harlem. Buen tipo éste y entrañable su numerosa familia extensa apretada en un decoroso departamento, cuyos corazones gané por ser fan de Otis Redding.  
¿A qué esta retahila, nietos? No sé. Quizá solo quiero decirles que si aspiraban a conocer íntimamente a su abuelo, fracasarán. Y así yo a ustedes, y juntos, a Él, a quien ven todos los días y por fuerza se les escapa. Sin dar mayores detalles, debo informarles que antes de nacer sus niños esa tiernísima personalidad pudo haber girado ciento ochenta grados el destino propio. ¿Cuántos lo sabremos? El significado real está fuera de mi alcance, pues así es naturalmente y porque me limité a escuchar lo que necesitaba decirme.
Su tío, el Nuevo, quedó a vivir solo a los catorce años, en la pequeña ciudad adonde llegamos ocho años antes. Responsabilidad con patas, no hubo cómo negarle la petición cuando Ella -¿resurrecta, entonces?- y yo marchamos, desde luego cada uno por su lado y en sustancias incompatibles, si recuerdan Tiempo de caminar
El viaje interno que hace desde entonces es un misterio. Bueno, si en ese tiempo vivió maritalmente, ya calcularán. 
Hoy estamos a martes y el viernes me hizo una consulta no como el brillante investigador en ciencia básica y aplicada que resultó, sino en calidad de coordinador de la carrera.
Caras vemos, almas tal vez conocemos, y de existencias internas y días que transcurren minuto a minuto, ni idea.
En cuanto al tiempo y el espacio, basta recordar que en los sesentas yo andaba en la Fez del siglo XII, la Aden de 1932 y el magno desierto africano de poco después. ¿Gracias a los libros? En parte, apenas eso.
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No vi a quienes escuchamos y sí a sus parientes cercanos y lejanos. De algunos fui amigo en el barrio sobre el atolón donde Él me esperaba cuando iba a encontrarme con Dosy, Pepe Llagos y demás. Tenían allí sus tablaos y, delgado y de imprecisa piel blanca, solía pasar como bailarían o cantor. 
A veces hacía de uno más también ya no Sevilla sino en la propia Fez, donde eso no era fácil pues la gente se parapetaba siglos atrás, orgullosa del reto al tiempo que su ciudad significaba.
Con la proximidad a esos y mujeres se siente el circular de historias a miles. Sucede en cualquier sitio. Desde luego si a uno le parecen mero paisaje o peligro, y huye a lugares refugiados, iguales en Tinbuctu que en los Campos Eliseos, no percibirá nada.      
En Malmo aprendí un recurso que usaría siempre que el idioma amenazara exhibirme: hacerme el sordo. Por las cuestas feitas, de gran circulación y paseo, debieron llamarme, justamente, smak, o algo así, ya que abundaban los turistas preguntones.
Cuando la Inesperada se entusiasmó con marchar al Níger, imaginé lo feliz que sería yo sin el engorro ese. Porque todo lo entiende la indina, le hablen en lo que le hablen. 
Hay un truco en esta nota, claro, Ohsis. Ahora se les aparece un abuelo girando a lo largo de su vida por aquí y allá, sin detallarles nada. Se trata del abuelo otro, que no puede intuirse en la fábrica-pueblo, etcétera.
Más allá lo importante: el mundo ancho y ajeno no es solo el titulo de una novela.

 

 

martes, 10 de septiembre de 2019

Pareja

Como en otros sueños, ¿todos desde que nací?, estoy con la única ella, a quien encuentro casualmente para sostener el mismo maniático, maravilloso diálogo:
-Nos queremos... etcétera.

Esta noche discutimos. Estuvo con mamá y llega poco antes de que debamos ir al barco cuyo travesía terminará entregándome al final.
Entre gente que va y viene parece apartada. No intentaré congraciarme con ella ni confrontarla, a la manera de veces anteriores, mientras cumplimos un rito en que le toca probar cuán vasto es el desierto.
-No tiene fin -dice con asombro, más bien para sí.
-¿En serio? -pregunto profundamente intrigado y sin interés pues solo ella importa, o más bien yo en su mirada, iba a escribir y no es así: la necesito por entero.
Si pudieran verla. Qué hermosa, cálida, sabía -"ágil", agrego, se diría que sobra apuntarlo y sin eso no puede entenderse-.
Es una, no cualquiera como en mis sueños plácidos, aunque a todas las contiene. Ambos con la imprecisa joven edad de cualquiera al soñar, peleamos, entonces, sin ríspidez.
Despertando como si estuviera en una pesadilla, puedo transcribir cada palabra y no lo hago pues me tomaría demasiado tiempo y no lo tengo, aparentemente, comprenderé después.
Por un momento creemos que nuestras historias y destinos tienen apartes. No hay tal. 
-¿Eres mi imagen? -digo. 
-Quizá- duda extrañada. 
-¿O representas al instante?
-¿Entonces no existo por mí sola? 
-No, no -me apuro a responder. Uno sin otro resulta inconcebible.
Vuelta a la discusíón, que ahora cesa casi apenas empezar. Caigo en cuenta: es la ella con vida propia a quien conocí el primer día.
Gran lástima no reproducir minuto tras minuto, semiolvidados ahora, de mañana.
Qué hará cuando me vaya? ¿Morir también? Esa bellísima expresión de su rostro, en que estoy sostenido eternamente, como ella en la mía.
Reconciliados, entre una esquina que poco procuran los demás, cesa nuestra confusión y vuelve el amor incondional, que jamás estuvo ausente, claro. Mirarnos, tenernos.
Despierto, sigue allí, veo el techo. 
-¿Por qué desaparecer? -exclamo y está radiante de nuevo.
-0-
-¿Tú y Ana son representaciones de esa mujer o la conformaron? -pregunto a mi Tic y me siento un traidor refiriéndome así a Ella, como quizá debo llamarla. -¿Si la vida es sueño, la muerte no? 
Sigue en sus cosas. Yo también.
-¿Y lo del desierto, amita?
-Qué curioso.
-¿Vivo ya el día más?
-Entonces, puedes quedarte.
-Y marcho. 
-¿Estás seguro?
-Quiero vivir otro poco -digo y no sé cuánto son necesarias las explicaciones.
-Bésame. 
-¿Por qué insistir?
De juntarse nuevamente los cuerpos, aunque sean solo bocas, entendemos, permanecería.   

jueves, 5 de septiembre de 2019

"El largo viaje"

"El largo viaje" se llama una gran novela cuyo nombre no debería copiar pues trato aquí otro, mío, pobrísimo en comparación, si bien no considerando su significado para este ser común y corriente.
Completaba así siete años de tropiezos que eran una búsqueda similiar a la emprendida por miles, aunque ellos generalmente cubrierom la ruta pronto, con rectitud y en colectivo.
Mi socia, Ana, solo me alentaba y no llegaría allí sino muchísimo después y tras ceñirse a las normas.
En un viejo cuaderno escribí:
Desde la barandilla el mar del estrecho se bambolea en mi mirada. Lo conozco hace mucho y sé muy poco de él. Frecuentado con pasión, una decena de kilómetros de su orilla poniente y medio centenar aguas adentro me lo revelaron apenas niño. Lo respeto, me maravilla y como millones a lo largo de milenios entiendo cuán inmensamente pequeño soy ante él y sus semejantes, para quienes no existimos.
Por un momento sirve a mis devaneos y al próximo los borra por completo, imponiéndoseme, gris esta tarde de nubes que lo techan peleando entre sí hasta donde un par de rayos de sol se abren paso furiosos y descubren el horizonte de otra manera sordo.
En minutos Eleazar se acodará al lado para primero intentar timarme y convertirse luego en compañero de aventuras. Ahora hay sólo mis veintiún años que ponen la cereza del pastel de las enseñanzas en mi cuna. Cuanto haya de nuevo por aprender en los vaya uno a calcular cuántos años adelante, será bisutería, sé con conciencia y no de ello.
-0-
No tengo fuerzas o ganas de seguir. Léase el resto bajo De una punta de inútiles.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Del Llano y del monte, aparta de mi ese cáliz y una fiesta de cumpleaños


Perdonen que repita algunos frgamentos

El carrín, según dicen por aquí, es de Encarna y voy en él con su amado Marcelo al volante. El hombre se dedica a la albañilería en el puerto de mar de ella, adonde llegó desde la Cuenca, en la que creció Belarmo, no olvidemos.
Tengo cierta claridad sobre lo que me espera con la loca ocurrencia de recorrer los pueblos con un megáfono, anunciando el primer mitin de la izquierda en la provincia. 
Pero no calculo con precisión los riesgos hasta que después del inicial eufórico cruce por en medio de una aldea, él apaga el aparato y mirando paranoicamente a los cuatro costados deja atrás la pequeña ciudad de Llagos. 
A unos metros de la carretera hay una fosa común que sin necesidad de señales todos conocen. 
Ni por un segundo me siento extraño entre esta gente y se debe no sólo a mis orígenes. El Año de encontrar la luz, Filiberto y el Santo Lugar me han preparado a conciencia. Sabré moverme donde quiera que me pongan en las entresombras de un país ajeno. Al menos tanto como puede quien no indagó toda la vida en sus vericuetos. Muchos años luego descubriré a un verdadero maestro en esas artes: el abuelo.
Llevo unos meses por estos lados para encontrar a quien mamá me encomienda, y no sigo más la idea inculcada también por ella de hacer un libro sobre su padre. Sé del encuentro tarde o temprano en viva presencia con mi silencioso mentor y me dejo llevar por lo urgente: Pepé Llagos, Dosy y la historia de los demás Del llano y el monte. Muy pocos la conocen, gracias al meticuloso empeño de la dictadura por ocultarla, y sus personajes se acercan a la senectud portada de la más digna manera, como confirmo entre otros con don Aquilino, el anarcosindicalista que trabajó en gigantesca metalúrgica sobre los bajos de la cuenca, a quien décadas después continuaré olvidando cumplir la publicación de sus memorias.
Paso días siguiendo arriba y abajo la carretera al borde del río, entre el maravillosamente romántico escenario de niebla, pertinaz lluvia ligera, humos y polvillo de carbón hace un siglo adhiriéndose al curso de agua, a piedras y muros, que dos años antes encontré por primera vez con Juan. Privilegio todo, dormir aquí y allá me permite descubrir la intimidad de ese pequeño mundo vuelto sobre sí bajo el aplastante mutismo de treinta años.
Ya abuelo escribiré:
No tolero la serie de televisión española que rompe raitings presumiendo los tiempos en torno a la transición democrática hoy en ruinas.
Justo entonces hice las primeras visitas al país. Venía del México de la dictadura perfecta y aun así quedé perplejo.
La segunda estancia se prolongó once meses, poco después de la muerte del dictador y no del régimen. Rumbo a Asturias, con la mujer y el hijo hice escala en Madrid, en el piso de una familia a quien nos etiquetaron. Se trataba de una entrada por la puerta grande a lo que había oteado dos años atrás -el susurro de lo pequeño es de una elocuencia no menor que los clamores de lo grande.
El lugar lo presidía una pareja que convocaba a los cómics de humor y resultaba sin embargo muy para los ácidos de un historietista cuyo obra mayor eran las memorias de un orfanato.
No creo en la existencia de gente tonta pero como toda regla tiene su excepción, con la patrona de la casa fui a encontrarla. Debía medir un metro setenta, pesaba muy por encima de los cien kilos y el rostro parecía tomado de una roca, sin trabajo posterior alguno. Él apenas rebasaba el uno sesenta, sus hombros eran los más escuálidos y estrechos vistos en mi vida, al torax lo coronaba un majestuoso vientre y en la calle debía representar el papel de un hispano Gutierritos –personaje de la primera telenovela mexicana de éxito, a quien todos daban coscorrones y colgaban chistosos papeles en la espalda-. Al llegar a casa era tan Dios como el que más, según mandan los cánones.
El reinado familiar de la pareja tenía su más palpable expresión en el desprecio a la hija mayor, por un buen motivo: era inteligente. Tanto había sido el maltrato, que esta cálida mujer cercana a los treinta estaba a punto de ser fea –noción que, de vuelta, no suele entrar en mi cabeza-, de espalda encorvada, los granos cebándose en el rostro, unos espejuelos de grueso armazón que usaba para terminar de ocultarse al mundo, pues no los necesitaba.
Vivimos momentos sublimes en aquel hogar -y tanto, con sus criaturas bullendo en el caldero-. Como el par de veces en una semana en que, en saludo a la modernidad recién instaurada en el baño, la ama dio de voces pidiendo la asistieran en la tina, donde sólo Dios sabe cómo entró pero nunca cómo saldría. 
O como la sobremesa en que desde el pontificado de la silla principal, el Señor repitió para nosotros la encíclica promulgada para los hijos quién sabe cuánto antes: estaba científicamente comprobada la superioridad de la raza blanca y los negros eran micos (habría repetido aquello, en voz baja desde luego, aún en las calles de Nueva York, donde por entonces la gente se abría al paso de la belleza y la altanería de los Panteras Negras. Y con la raza negra iban todas las no pálidas, incluyendo la de la cuñada de él, una mexicana con quien, a su entender, había tenido el imperdonable mal tino de casarse su hermano menor). Cuando este portento de ser humano que nos hospedaba soltó la dicha sentencia, ante nuestros reclamos a punto de tundirlo allí mismo, revisando a los hijos por si su autoridad estaba siendo mellada, zanjó la cuestión sacando la Biblia en forma de libro de biología para no sé qué año, de las escuelas publicas, donde el tema se desarrollaba a fondo, con muy muchas, irrebatibles citas de reconocidísimos sabios.
Cuando muchos años después transmití esa y otras impresiones a un español, me dijo que estaba loco. Tal vez. La pregunta en todo caso era cómo se elaboró la vida íntima, en Asturias, por ejemplo, donde al final de la Guerra Civil tras las más duras columnas franquistas arribaron misioneros hasta un minuto antes en pía obra en África.
Los religiosos debían contribuir a extender el manto negro sobre la región, en la que a comienzos de los años 1940 por las noches se puso a circular una “fantasma”. Parecía mera leyenda para dar a la noche el aire sobrenatural que se debía, colaborando al cumplimiento del toque de queda. Lo parecía, hasta la justiciera mañana en la cual los fugaos resolvieron cortar por lo sano y dejaron a la entrada de un poblado el cadáver con fantástica capa encima, del capitán de la Guardia Civil que se divertía asustando al vecindario.
Los fugaos eran los del monte y esas líneas continuaban con la sexualidad de tres mujeres, elocuente demostración de la negrura de treinta años que empezaron así:
Primero encontré a Vega, el más adelantado de los estudiantes de química en el Gijón de 1939, convertido en fotógrafo en una distante aldea a la que se lo destinó con claras instrucciones de no ejercer nada parecido a su trunca profesión.
Luego fue Llagos. Con dieciocho años a la caída de la Republica, en su aldea debió asumir la dirección del PSOE, desde luego encubierta, lo cual, claro, es un decir. No tuve una relativa clara idea de cuánto había sufrido el hombre hasta hacer migas con Marcelo.
En el libro sobre el abuelo va este apretado resumen de los años 1940:
Enfermeras y enfermeros de un psiquiátrico, agentes o testigos de un festín del gusto por el poder convertido en deseo, luego asesinados, como adelanto de miles de ajusticiamientos a cielo abierto y fosas comunes con las huellas borradas; juicios sumarios, campos de trabajo, palacios reconvertidos a base de horcas, sillas eléctricas y látigos con clavos en las puntas; padres amenazados con la muerte cumplida de un hijo para que otro, fugado, abandonase su escondite, o colgados de propia mano como único camino para escapar de la terrible elección; mujeres rotas sin remedio, que no sabían si algo más podía perderse en el periplo inútil de evitar el fusilamiento del marido; damas en fiestas populares riendo al obligar a cantar a la joven que esperaba para enterrar un cadáver producto del justo castigo ordenado a un juez por el divino verbo; hogueras de libros, ojos espiando por las rendijas de todas las horas…
No en balde al inicio de los 1950 Blas de Otero, el aún más o menos joven poeta, decía:
Aquí teneís, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos sus versos (…)
olas de sangre contra el pecho, enormes
olas de odio, ved, por todo el cuerpo.
Damaso Alonso, el escritor de la generación del 98 que quedaba en el país tras la caída de la República: “Hemos vuelto los ojos en torno y nos hemos sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles, tan feroces, quizás tan desgraciadas como nosotros mismos (,,,) o nos hemos visto entre millones de cadáveres vivientes, pudriéndonos todos (…) Y hemos gemido largamente en la noche. Y no sabíamos a dónde vocear.”
Lejos de allí otro poeta escribió antes de la desgracia:
España, aparta de mi este cáliz
Niños del mundo,
si cae España -digo, es un decir-
si cae
del cielo abajo su antebrazo que asen,
en cabestro, dos láminas terrestres;
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas!
¡qué temprano en el sol lo que os decía!
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano!¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!
   
-0-
Tres o cuatro años pasé escuchando y pensando. Un amigo me urgía hacer un libro y al poco llegó a casa el contrato que negoció sin consultarme.
Agradezco mucho el ofrecimiento pero no puedo, contesté, a pesar de cuán madura estaba la idea. De hacerlo traicionaría a Arísitides y a Mata, los dos mayores protagonistas de una parte de la historia, la que transcurría entre escondrijos en las montañas. 
¿Pero y los de las aldeas en la muda tragedía en la que el mito y la realidad se retroalimentaban profunda, conmovedoramente? Permanecerían en la oscuridad, como comprobé al aparecer el sartal de libros sobre el tema. Les fallé, por pudor mal entendido, asi no esperaran que sus recuerdos sirivieran para algo más que documentar lo de verdadera importancia, según también ellos y ellas se dieron a creer. 
Lo siento sobre todo por Llagos, casi tan muerto en vida como el hombre de La piedra, sin el derecho de los fugados a dignificarse ante sí y ante el futuro en  el hambre, el frío intolerable, el salto de mata. ¿Qué culpa nacer diez años después de lo debido y no quedarle sino la oscura tarea a la cual nadie más se decidió? 
Y digo sólo Llagos, pues no conocí a tales y cuales, muertos en la docena de años de resistencia o supervivencia.
-0-
Hoy, Belarmino el originario, frente a los nietos y el resto de la Corte me atreveré a interrogarte sobre algo muy delicado.
Tus enemigos, y no Mata, Arístides o incluso Aquilino, que disentía de tu sentido de socialismo, te acusan de abandonar la pequeña república autónoma de hecho cuyo gobierno dirigías, al subir a los barcos que se contrataron un momento antes de la entrada de los fascistas. 
Sé de tu continua preocupación por quienes se echaron al monte y de tus gestiones para que apenas se pudiera, ¡diez años después!, escaparan a Francia los pocos cuyo compromiso o terquedad impidió bajar de vuelta al llano.
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Doy un salto y es domingo por la mañana en el departamento donde están los restos de la fiesta de ayer con una docena de jóvenes. Duermen los tres que quedaban cuando en la madrugada fui a la cama: una pareja de muy buenos poetas de barrio y la madre soltera del interior del país que se aprovecha de mí lo poco posible.
Reguero de envases de cerveza, una botella de litro y medio de ginebra y otra de aguardiente, vacías; semillas de mariguana en el cenicero improvisado, y sobre la mesa a unos pasos del escritorio las fotos en las que hace un par de años la Niña y yo parecemos una promesa.
Hay muchas cosas por las cuales preguntarse y como casi siempre elijo las del cuaderno. Esta vez para limpiarlo, ordenarlo y volver a las dudas sobre su destino o su mera existencia.
Una calzada, un doble río fantástico y demás símbolos, no sé cuán simplones, y lo que recién escribí sobre el abuelo y debo corregir enseguida, pues de instantáneas se trata cuanto va aquí.
A la manera de cada día pongo esas líneas en mi pequeño espacio de la red social que crecientemente me aburre o me produce terribles resacas, al estilo de la de los invitados que empiezan a despertar.
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Quedé, Belarmo, en no guardarme las preguntas sobre tu probidad. Te convertí en ejemplo para cuantos circulamos por el cuaderno y es fuerza que recuerde el largo periodo en el cual el singularísimo, extraordinario sindicato en cuya creación participaste, concilió con el poder mientras los de don Aquilino daban una lucha a muerte.¿Te criticará el lerdo nieto de sesenta y siete años, tras su pequeña fiesta?
Volteo a las fotos de ustedes, Ohsis, en la pared, convencido de que nada les servirán mis miles de autocomplacientes horas en el teclado.
¿Por qué regresé el recuerdo de la Niña a la sala luego de arrumbarlo? Será la última mujer de mi vida, creo, y en la larguísima colección de viñetas que dediqué a la relación termino a gritos y unas palabras: El deseo es amor; el deseo absoluto es amor absoluto; por eso nadie llenará tu hueco.
Del llano y del monte, del cáliz que se pide alejar y de una fiesta hasta la madrugada con más de una joven aleteando en mi mirada, resultó la cosa está vez, pues una segunda inútilmente me prendaba y a una tercera quiero matarla por usarme y marcharse las horas necesarias para no arreglar el desorden que quedó.
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El transcurso de la viñeta lo contempla la Corte en pleno. Tendría que apenarme y no lo hace, o no del todo, porque si la frivolidad de mi mundo y mi semiridículo personaje contrastan soezmente con la de los miembros de ella, de cotidianidad sin transcencia estamos construidos todas y todos.
Semiridicula, matizo, considerando que la docena en la fiesta son tan llaga andante como doña Gertrudis, la madre soltera que asea los baños del monumental mecado de esta ciudad, o el Jarocho o James Kelley, a quien hallaremos a continuación.
A esos jóvenes nada o muy poco se les regaló, las historias de algunos son crueles y sólo un mínimo respeto a la confianza depositada en mí obliga a callarlas. Así suavizan los devaneos del ya casi setentón.

Viaje
Desde la barandilla el mar del estrecho se bambolea en mi mirada. Lo conozco hace mucho y sé muy poco de él. Frecuentado con pasión, una decena de kilómetros de su orilla poniente y medio centenar aguas adentro me lo revelaron apenas niño. Lo respeto, me maravilla y como millones a lo largo de milenios entiendo cuán inmensamente pequeño soy ante él y sus semejantes, para quienes no existimos.
Por un momento sirve a mis devaneos y al próximo los borra por completo, imponiéndoseme, gris esta tarde de nubes que lo techan peleando entre sí hasta donde un par de rayos de sol se abren paso furiosos y descubren el horizonte de otra manera sordo.
En minutos Eleazar se acodará al lado para primero intentar timarme y convertirse luego en compañero de aventuras. Ahora hay sólo mis veintiún años que ponen la cereza del pastel de las enseñanzas en mi cuna. Cuanto haya de nuevo por aprender en los vaya uno a calcular cuántos años adelante, será bisutería, sé con conciencia y no de ello.