Cosas que tenía extraviadas
Fantásticos
años
-Cuenta
- pide P.
-¿Qué?
-pregunta N entrando a escena en nuestros diarios encuentros por la pantalla al
amanecer.
-Como
unas señoras y unos señores de muchos pueblos se juntaron para contarle al Cuac
una historia muy interesante.
Tardo
en entender porque a ella le atrae más que la increíble fuga de cuatrocientas
personas ocultas por diez años en sótanos, habitaciones con doble fondo y
montañas, su reunión clandestina para reconstruir los hechos. Luego recuerdo la
emoción de esos días y del tiempo todo en el país donde nacieron mis padres y
abuelos, acompañado por Él, regalo cuya maravilla seguía asombrándome, y Ella,
quien me odiaba cada vez más, prisionera de sí en lugares que nada le
decían.
Mis
viajes a la aventura, pues en tal se había convertido también aquél, fueron
extraordinarios, vuelvo a saber gracias a P, la Inesperada, absorta en su viejo
que comprende cuán cerca está de morir así viva cien años.
Trata
de imaginarme en casa de Dosy, la peluquera, en el pueblo minero, con la
pequeña, hermosa, golpeada, resistente comunidad que me cuenta porque soy no un
historiador o periodista sino nieto del casi mítico Belarmino.
-0-
No
escribí esa y otras muchas historias a las que me condujo alterar el viaje
programado. Los jefes de los fugaos, Mata y Arísitides particularmente,
me contaron lo suyo con un minucioso detalle, y tuve entonces cuanto precisaba
para encargarme de uno en la serie de trasgresores volúmenes con que T recién
inició el camino de su celebridad.
Me
conocía muy bien y a mi casa no llegó una invitación sino el contrato. Rechacé
la oferta apenado con él, con el proyecto editorial que formaba parte de un
esfuerzo por bien dirimir la coyuntura española tras morir el gran maldito
nacional, y con Dosy y los demás. Había dos sencillas razones: Mata no quería
divulgar detalles de una herida que no cicatrizaría jamás y Arístides aspiraba
a publicar por sí mismo.
Con
tiempo podía hacer algo muy interesante. Lo llamaría Del llano y el
monte y dando su merecida dimensión a miles de anónimos hombres y
mujeres, probaría la íntima, dramática relación entre los pueblos y quienes se
mantuvieron armados en las montañas.
¿Y
el solo relato de aquella fuga en 1948? ¿Qué hice en la memoria personal y
pública de mi fascinante viaje? Cien cintas grabadas siguen preguntando,
cuarenta años después, si se perderán.
De
hecho fueron dos viajes en uno. El segundo me llevó con quienes asaltaban
el cielo ya antes de que el gran asesino muriera.
Los
encontré seguros de que su asalto al cielo sería imparable. Filiberto, el
Santo Lugar y su viaje me habían preparado para en segundos penetrar muy dentro
de donde se necesitara.
Busca
en ti, Él, a ver si encuentras algo de esos días.
Eras
el niño más hermoso y no por la rubia, ensortijada mata por la cual te
celebraban. ¿Dónde estarán los rollos de cine casero, testimonio de tus
despertares, paseos, etcétera?
¿Volverlos
libros? ¿A quién carajo interesaba? ¿Era posible, incluso?
S
tenía varios años menos que yo y su belleza a lo botella de perfume desquiciaba
la recámara que los padres me destinaron para cuanto deseara.
-¿Nos
saldría cola de cochino? -preguntó una tarde sobre la cama.
No
necesitábamos jugar a Fausto, pues, y el infierno que resultó mejor que cualquier
cielo fue nuestro.
Fez
Me
dio por llamar Fez a todos los lugares fascinantes, ajenos a la cultura
occidental aun estando en su seno.
Empecé
a hacerlo apenas mis padres volvieron a su país -¿lo tenían o fueron
inventándolo a partir de una pequeña región?-, después de que Él y yo
viviéramos allí.
Contaban
con la frecuente visita de hijos y nietos y yo ni quería ni solía tener
recursos para lujos a los cuales no aspiré nunca -discurso éste un poco falso
si se refería, por ejemplo, a ropa; o a habitación, pues aunque fuera a costo
bajo y odiando a los vecinos, tenía un hermoso departamento en el barrio
señorial, como lo llamo, y cuando se precisaba refugio corría a la casa que
ellos, papá y mamá, dejaron, con sus acabados dignos de un banquero, y no
exagero ni un cuarto.
Los
idiomas costaban enorme trabajo a mis oídos y no a mi entendimiento, y justo
entonces y por azar compré Le médecin de Cordue, una novela
histórica que seguía a Maimónides, el gran filósofo judío andaluz. Ahí comencé
a interesarme en un tema sin aparente relación con mi vida transcurriendo entre
el Santo Lugar y la paternidad asumida pasionalmente: España, natural extensión
de África desde tiempo inmemoriales.
Ni a
Juan le conté mi desliz producto del primer viaje con él y de la vital España
que fui a buscar tras morir el Asesino. Aquello me permitiría aceptar diez años
luego una beca absurda para darle continuidad, digamos, a La invención
de América, un extraordinario ensayo -con algo debía mantener a mis crías,
¿no?
Fez
fueron entonces todos los sitios que secretamente conocí aprovechando las
visitas a mis padres: Fez mismo y Marruecos en general; Sevilla y poco más en
Andalucia; Portugal, Argelia y el borde occidental de la negritud.
Fez
habían sido los barrios musulmanes de París, que entreví con el propio Juan, y
hasta Malmo, Suecia, solo y aterido de frío y miedo en mi primer viaje fuera de
México.
La
loca y abortada aventura por el Níger con P, va siendo menos una mera
ocurrencia. Qué tan raro es lo raro para un clasemediero mexicano en pleno
desarrollo estabilizador, se deduce por la lectura que a nuestros diecisiete
años -1965- me hizo Ana de El cielo protector, novela cuya
adaptación cinematográfica puso a viajar mentalmente a la Tic en 2008.
El
libro en su primera edición y así en inglés, ocupaba un espacio privilegiado de
la biblioteca familiar, porque cuando era joven don Luis conoció al autor, Paul
Bowles, que entonces vivía en México con una singularísima mujer.
En
nuestros juegos Ana y yo nos perdíamos por callejuelas marroquís o cruzábamos
el Sahara -aunque confieso que yo me sentía mucho más cómodo en Aden, Arabia,
adonde me llevaba Paul Nizan.
Soy
la persona menos cosmopolita y con más caótica formación literaria -si así
quiere llamársela, pues suena horrible la frase-. Viajé poco fuera del país,
para un tipo con mis orígenes, y siempre procuré el calor de quienes
conocía. Buscaba lo igual y no lo distinto.
Nueva
York, y no solo Manhattan, lo vi tres veces. Una, de junio a diciembre. Casi
todo era Fez, si se evitaban las rutas turísticas o a los ex marines con bares
-que también fezeaban y hartísimo, al modo de Nostromo en impresión en
positivo; o sea, telúricamente siniestros.
Ya
dije que tengo el callejero don de que las almas en pena se me acerquen para
apapacharlas o guiarlas. En Estocomol y Berlín rompí records de asistencia a
forasteros extraviados, y en NY me gradué. Eran estadounidenses provincianos
que no me soltaban hasta llevarlos a su destino, así diéramos mil vueltas, pues
yo estaba peor que ellos.
El
gran amigo allí lo hice recién bajó del autobús que había tomado en su natal
Detroit. Ni en las fuentes del Níger se encontraba un hombre tan negro como él
ni más tembloroso ante una urbe de hierro, aunque trabajó toda su vida en la
industria automotriz.
Venía
a quedarse con el hermano, que aquella noche supimos traficaba droga
out-Harlem. Buen tipo éste y entrañable su numerosa familia extensa apretada en
un decoroso departamento, cuyos corazones gané por ser fan de Otis Redding.
¿A
qué esta retahila, nietos? No sé. Quizá solo quiero decirles que si aspiraban a
conocer íntimamente a su abuelo, fracasarán. Y así yo a ustedes, y juntos, a
Él, a quien ven todos los días y por fuerza se les escapa. Sin dar mayores
detalles, debo informarles que antes de nacer sus niños esa tiernísima
personalidad pudo haber girado ciento ochenta grados el destino propio.
¿Cuántos lo sabremos? El significado real está fuera de mi alcance, pues así es
naturalmente y porque me limité a escuchar lo que necesitaba decirme.
Su
tío, el Nuevo, quedó a vivir solo a los catorce años, en la pequeña ciudad
adonde llegamos ocho años antes. Responsabilidad con patas, no hubo cómo
negarle la petición cuando Ella -¿resurrecta, entonces?- y yo marchamos, desde
luego cada uno por su lado y en sustancias incompatibles, si recuerdan Tiempo
de caminar.
El
viaje interno que hace desde entonces es un misterio. Bueno, si en ese tiempo
vivió maritalmente, ya calcularán.
Hoy
estamos a martes y el viernes me hizo una consulta no como el brillante
investigador en ciencia básica y aplicada que resultó, sino en calidad de
coordinador de la carrera.
Caras
vemos, almas tal vez conocemos, y de existencias internas y días que
transcurren minuto a minuto, ni idea.
En
cuanto al tiempo y el espacio, basta recordar que en los sesentas yo andaba en
la Fez del siglo XII, la Aden de 1932 y el magno desierto africano de poco
después. ¿Gracias a los libros? En parte, apenas eso.

No
vi a quienes escuchamos y sí a sus parientes cercanos y lejanos. De algunos fui
amigo en el barrio sobre el atolón donde Él me esperaba cuando iba a
encontrarme con Dosy, Pepe Llagos y demás. Tenían allí sus tablaos y, delgado y
de imprecisa piel blanca, solía pasar como bailarían o cantor.
A
veces hacía de uno más también ya no Sevilla sino en la propia Fez, donde eso
no era fácil pues la gente se parapetaba siglos atrás, orgullosa del reto al
tiempo que su ciudad significaba.
Con
la proximidad a esos y mujeres se siente el circular de historias a miles.
Sucede en cualquier sitio. Desde luego si a uno le parecen mero paisaje o
peligro, y huye a lugares refugiados, iguales en Tinbuctu que en los Campos
Eliseos, no percibirá nada.
En
Malmo aprendí un recurso que usaría siempre que el idioma amenazara exhibirme:
hacerme el sordo. Por las cuestas feitas, de gran circulación y paseo, debieron
llamarme, justamente, smak, o algo así, ya que abundaban los
turistas preguntones.
Cuando
la Inesperada se entusiasmó con marchar al Níger, imaginé lo feliz que sería yo
sin el engorro ese. Porque todo lo entiende la indina, le hablen en lo que le
hablen.
Hay
un truco en esta nota, claro, Ohsis. Ahora se les aparece un abuelo girando a
lo largo de su vida por aquí y allá, sin detallarles nada. Se trata del abuelo
otro, que no puede intuirse en la fábrica-pueblo, etcétera.
Más
allá lo importante: el mundo ancho y ajeno no es solo el titulo de una novela.