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lunes, 16 de septiembre de 2019

Fantásticos años y Fez


Cosas que tenía extraviadas

Fantásticos años
-Cuenta - pide P.
-¿Qué? -pregunta N entrando a escena en nuestros diarios encuentros por la pantalla al amanecer.
-Como unas señoras y unos señores de muchos pueblos se juntaron para contarle al Cuac una historia muy interesante.
Tardo en entender porque a ella le atrae más que la increíble fuga de cuatrocientas personas ocultas por diez años en sótanos, habitaciones con doble fondo y montañas, su reunión clandestina para reconstruir los hechos. Luego recuerdo la emoción de esos días y del tiempo todo en el país donde nacieron mis padres y abuelos, acompañado por Él, regalo cuya maravilla seguía asombrándome, y Ella, quien me odiaba cada vez más, prisionera de sí en lugares que nada le decían. 
Mis viajes a la aventura, pues en tal se había convertido también aquél, fueron extraordinarios, vuelvo a saber gracias a P, la Inesperada, absorta en su viejo que comprende cuán cerca está de morir así viva cien años.
Trata de imaginarme en casa de Dosy, la peluquera, en el pueblo minero, con la pequeña, hermosa, golpeada, resistente comunidad que me cuenta porque soy no un historiador o periodista sino nieto del casi mítico Belarmino.
-0-
No escribí esa y otras muchas historias a las que me condujo alterar el viaje programado. Los jefes de los fugaos, Mata y Arísitides particularmente, me contaron lo suyo con un minucioso detalle, y tuve entonces cuanto precisaba para encargarme de uno en la serie de trasgresores volúmenes con que T recién inició el camino de su celebridad. 
Me conocía muy bien y a mi casa no llegó una invitación sino el contrato. Rechacé la oferta apenado con él, con el proyecto editorial que formaba parte de un esfuerzo por bien dirimir la coyuntura española tras morir el gran maldito nacional, y con Dosy y los demás. Había dos sencillas razones: Mata no quería divulgar detalles de una herida que no cicatrizaría jamás y Arístides aspiraba a publicar por sí mismo. 
Con tiempo podía hacer algo muy interesante. Lo llamaría Del llano y el monte y dando su merecida dimensión a miles de anónimos hombres y mujeres, probaría la íntima, dramática relación entre los pueblos y quienes se mantuvieron armados en las montañas. 
¿Y el solo relato de aquella fuga en 1948? ¿Qué hice en la memoria personal y pública de mi fascinante viaje? Cien cintas grabadas siguen preguntando, cuarenta años después, si se perderán. 
De hecho fueron dos viajes en uno. El segundo me llevó con quienes asaltaban el cielo ya antes de que el gran asesino muriera. 
Los encontré seguros de que su asalto al cielo sería imparable. Filiberto, el Santo Lugar y su viaje me habían preparado para en segundos penetrar muy dentro de donde se necesitara.   
Busca en ti, Él, a ver si encuentras algo de esos días.
Eras el niño más hermoso y no por la rubia, ensortijada mata por la cual te celebraban. ¿Dónde estarán los rollos de cine casero, testimonio de tus despertares, paseos, etcétera?
¿Volverlos libros? ¿A quién carajo interesaba? ¿Era posible, incluso? 
S tenía varios años menos que yo y su belleza a lo botella de perfume desquiciaba la recámara que los padres me destinaron para cuanto deseara. 
-¿Nos saldría cola de cochino? -preguntó una tarde sobre la cama. 
No necesitábamos jugar a Fausto, pues, y el infierno que resultó mejor que cualquier cielo fue nuestro.


Fez
Me dio por llamar Fez a todos los lugares fascinantes, ajenos a la cultura occidental aun estando en su seno. 
Empecé a hacerlo apenas mis padres volvieron a su país -¿lo tenían o fueron inventándolo a partir de una pequeña región?-, después de que Él y yo viviéramos allí. 
Contaban con la frecuente visita de hijos y nietos y yo ni quería ni solía tener recursos para lujos a los cuales no aspiré nunca -discurso éste un poco falso si se refería, por ejemplo, a ropa; o a habitación, pues aunque fuera a costo bajo y odiando a los vecinos, tenía un hermoso departamento en el barrio señorial, como lo llamo, y cuando se precisaba refugio corría a la casa que ellos, papá y mamá, dejaron, con sus acabados dignos de un banquero, y no exagero ni un cuarto.
Los idiomas costaban enorme trabajo a mis oídos y no a mi entendimiento, y justo entonces y por azar compré Le médecin de Cordue, una novela histórica que seguía a Maimónides, el gran filósofo judío andaluz. Ahí comencé a interesarme en un tema sin aparente relación con mi vida transcurriendo entre el Santo Lugar y la paternidad asumida pasionalmente: España, natural extensión de África desde tiempo inmemoriales. 
Ni a Juan le conté mi desliz producto del primer viaje con él y de la vital España que fui a buscar tras morir el Asesino. Aquello me permitiría aceptar diez años luego una beca absurda para darle continuidad, digamos, a La invención de América, un extraordinario ensayo -con algo debía mantener a mis crías, ¿no?  
Fez fueron entonces todos los sitios que secretamente conocí aprovechando las visitas a mis padres: Fez mismo y Marruecos en general; Sevilla y poco más en Andalucia; Portugal, Argelia y el borde occidental de la negritud. 
Fez habían sido los barrios musulmanes de París, que entreví con el propio Juan, y hasta Malmo, Suecia, solo y aterido de frío y miedo en mi primer viaje fuera de México.
La loca y abortada aventura por el Níger con P, va siendo menos una mera ocurrencia. Qué tan raro es lo raro para un clasemediero mexicano en pleno desarrollo estabilizador, se deduce por la lectura que a nuestros diecisiete años -1965- me hizo Ana de El cielo protector, novela cuya adaptación cinematográfica puso a viajar mentalmente a la Tic en 2008.
El libro en su primera edición y así en inglés, ocupaba un espacio privilegiado de la biblioteca familiar, porque cuando era joven don Luis conoció al autor, Paul Bowles, que entonces vivía en México con una singularísima mujer. 
En nuestros juegos Ana y yo nos perdíamos por callejuelas marroquís o cruzábamos el Sahara -aunque confieso que yo me sentía mucho más cómodo en Aden, Arabia, adonde me llevaba Paul Nizan.
Soy la persona menos cosmopolita y con más caótica formación literaria -si así quiere llamársela, pues suena horrible la frase-. Viajé poco fuera del país, para un tipo con mis orígenes, y siempre procuré el calor de quienes conocía. Buscaba lo igual y no lo distinto.
Nueva York, y no solo Manhattan, lo vi tres veces. Una, de junio a diciembre. Casi todo era Fez, si se evitaban las rutas turísticas o a los ex marines con bares -que también fezeaban y hartísimo, al modo de Nostromo en impresión en positivo; o sea, telúricamente siniestros.
Ya dije que tengo el callejero don de que las almas en pena se me acerquen para apapacharlas o guiarlas. En Estocomol y Berlín rompí records de asistencia a forasteros extraviados, y en NY me gradué. Eran estadounidenses provincianos que no me soltaban hasta llevarlos a su destino, así diéramos mil vueltas, pues yo estaba peor que ellos.
El gran amigo allí lo hice recién bajó del autobús que había tomado en su natal Detroit. Ni en las fuentes del Níger se encontraba un hombre tan negro como él ni más tembloroso ante una urbe de hierro, aunque trabajó toda su vida en la industria automotriz.  
Venía a quedarse con el hermano, que aquella noche supimos traficaba droga out-Harlem. Buen tipo éste y entrañable su numerosa familia extensa apretada en un decoroso departamento, cuyos corazones gané por ser fan de Otis Redding.  
¿A qué esta retahila, nietos? No sé. Quizá solo quiero decirles que si aspiraban a conocer íntimamente a su abuelo, fracasarán. Y así yo a ustedes, y juntos, a Él, a quien ven todos los días y por fuerza se les escapa. Sin dar mayores detalles, debo informarles que antes de nacer sus niños esa tiernísima personalidad pudo haber girado ciento ochenta grados el destino propio. ¿Cuántos lo sabremos? El significado real está fuera de mi alcance, pues así es naturalmente y porque me limité a escuchar lo que necesitaba decirme.
Su tío, el Nuevo, quedó a vivir solo a los catorce años, en la pequeña ciudad adonde llegamos ocho años antes. Responsabilidad con patas, no hubo cómo negarle la petición cuando Ella -¿resurrecta, entonces?- y yo marchamos, desde luego cada uno por su lado y en sustancias incompatibles, si recuerdan Tiempo de caminar
El viaje interno que hace desde entonces es un misterio. Bueno, si en ese tiempo vivió maritalmente, ya calcularán. 
Hoy estamos a martes y el viernes me hizo una consulta no como el brillante investigador en ciencia básica y aplicada que resultó, sino en calidad de coordinador de la carrera.
Caras vemos, almas tal vez conocemos, y de existencias internas y días que transcurren minuto a minuto, ni idea.
En cuanto al tiempo y el espacio, basta recordar que en los sesentas yo andaba en la Fez del siglo XII, la Aden de 1932 y el magno desierto africano de poco después. ¿Gracias a los libros? En parte, apenas eso.
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No vi a quienes escuchamos y sí a sus parientes cercanos y lejanos. De algunos fui amigo en el barrio sobre el atolón donde Él me esperaba cuando iba a encontrarme con Dosy, Pepe Llagos y demás. Tenían allí sus tablaos y, delgado y de imprecisa piel blanca, solía pasar como bailarían o cantor. 
A veces hacía de uno más también ya no Sevilla sino en la propia Fez, donde eso no era fácil pues la gente se parapetaba siglos atrás, orgullosa del reto al tiempo que su ciudad significaba.
Con la proximidad a esos y mujeres se siente el circular de historias a miles. Sucede en cualquier sitio. Desde luego si a uno le parecen mero paisaje o peligro, y huye a lugares refugiados, iguales en Tinbuctu que en los Campos Eliseos, no percibirá nada.      
En Malmo aprendí un recurso que usaría siempre que el idioma amenazara exhibirme: hacerme el sordo. Por las cuestas feitas, de gran circulación y paseo, debieron llamarme, justamente, smak, o algo así, ya que abundaban los turistas preguntones.
Cuando la Inesperada se entusiasmó con marchar al Níger, imaginé lo feliz que sería yo sin el engorro ese. Porque todo lo entiende la indina, le hablen en lo que le hablen. 
Hay un truco en esta nota, claro, Ohsis. Ahora se les aparece un abuelo girando a lo largo de su vida por aquí y allá, sin detallarles nada. Se trata del abuelo otro, que no puede intuirse en la fábrica-pueblo, etcétera.
Más allá lo importante: el mundo ancho y ajeno no es solo el titulo de una novela.