El carrín, según se dice en
estos lugares a diez mil kilómetros de nuestra ciudad, es de Encarna, la
entrañable peluquera. Lo maneja su adorado Marcelo, minero que se hizo mil usos
de la albañilería, y en los asientos traseros voy con el Roxu, pequeño y
rubicundo, cuyo brazo izquierdo vacila en el recuerdo o la imaginación desde la
voladura de una pared rocosa en los pozos de hulla que a los catorce
años el abuelo hizo su hogar.
Subiendo
las montañas una
penosa curva tras otra el motor tose justo como un minero silicoso, y la
densa niebla alrededor contra los grises macizos de los Picos de
Europa es melancólica dulzura transmitida por los ojos y comentarios del
Roxu.
-Qué hermoso ye estu –dice en
la tierna habla regional, donde por contraste todo es a tajos, a palabras
gruesas, en un volumen brutal para oídos de extraños, Ohsis.
Vamos tras el rastro de
Belarmo, un poco contra mi voluntad pues tengo la cabeza llena de historias
sobre los del llano y del monte, sucedidas tras la marcha de él.
Kilómetros atrás pasamos el
pueblo de José Mata y Pepe Llagos. Al primero lo busqué antes de venir aquí.
Vive en otro país, jubilado por la mina donde trabajo desde 1948, fecha de su
rocambolesca fuga con un centenar de socialistas de ambos sexos, que el abuelo
contribuyó a organizar. Allí me contó la historia de los fugaos; de
quienes por miles se echaron a las montañas para escapar a las siniestras
columnas que tomaban ese último bastión de la defensa de un sueño.
Todo dijo a la grabadora por la
confianza en mi familia, y mucho pidió callar pues las heridas no cerrarían
jamás.
Luego encontré a Llagos en la
aldea de la cual no salió. Tenía dieciséis años cuando la derrota y la
escuetísima experiencia política no le impidió encargarse de lo que nadie más
podía: los restos de su organización política en la cuenca del río cuyo curso
seguimos ahora. Pasarán tres décadas para que conozca a un hombre más roto que
él, el de La piedra, de quien hablaré después.
-0-
Él, el padre de ustedes,
nietos, que nació año y medio atrás, quedó en la ciudad frente al mar adonde
llegamos hace poco. Quedó con Ella, quien ya está y no, pues de exilio cuanto
hay en el cuaderno, el suyo inició sin saberlo.