¿Me
miento buscándome a pocos días de nacido? No sé si los olores están o
vinieron en préstamo. La cuna sí es esa, de madera que se torna, hecha
ex profeso, vacilando entre sus pretensiones de prosperidad. Las sábanas
blancas de algodón, una colcha tejida por mi abuela a lo sabio y
sencillo, con sonrisas primitivas en las austeras grecas que la
salpican. La cuna, cuánta soledad, si bien ahí nada se nombra por
más que se precise, digo desde el
escritorio, la ventana, el patio, el medio día de donde imaginariamente
me traslado. ¿Me ve quien voltea a un lado y otro?, ¿él sí, atravesando
la ruta con sus incontables desvíos por minuto?
Qué
sé yo, pienso, temblando al escuchar los pasos en pantuflas de mi madre
acercándose para darme el pecho. ¿Quién tiembla, el de la cuna o el de
pie, que puede voltear, adelantarse a la entrada de ella con un par de
pasos hasta el pasillo?Vienes
en bata desde la cocina, ma. No tienes idea de que te observo y ahora
la expuesta eres tú. Nunca nadie sorprendió tu intimidad así. ¿Me vengo
del temblor que despiertas en la cuna?